Por INFOVATICANA | 22 de Mayo de 2025
Por Taiguara Fernandes
La impresión inicial causada por el nuevo Papa despertó reacciones mixtas.
Por un lado, su semblante sereno y su sonrisa contenida, de una alegría afable, provocaron de inmediato simpatía en gran parte del orbe católico. Parecía que teníamos ante nosotros a una persona dulce y amable, en la que el sentido de los fieles discernía rápidamente a un padre. Y, de hecho, los días siguientes revelaron que era exactamente así.
Por otro lado, también se percibió una actitud de cautela. Al fin y al cabo, era conocida la predilección del Papa Francisco por el cardenal Prevost, lo cual aconsejaba moderar las expectativas y no emitir juicios apresurados en público -en una palabra: esperar. Sin embargo, incluso entre quienes optaron por esa cautela, causó fuerte impresión ver al nuevo Papa presentarse como tal: con mozetta roja, estola pontificia, una hermosa cruz pectoral dorada y un latín bien pronunciado.
La elección del nombre también sorprendió: León. No eligió Francisco II, ni Juan XXIV, ni Pablo VII, ni Juan Pablo III – nombres que indicarían un programa más moderno y continuista. En cambio, Prevost buscó un nombre de la tradición papal anterior al Concilio Vaticano II (el único otro Papa que había hecho eso fue Benedicto XVI).
El nombre agradó a algunos y desagradó a otros. En todo caso, hubo sorpresa: nadie esperaba un León – menos aún que un Pío.
Debo decir, con sinceridad, que yo estaba entre los que, al principio, adoptaron una postura más prudente, aunque apreciara todos esos gestos. Pero ni siquiera la cautela logró silenciar un elemento específico de aquella escena que no dejaba de martillear en mi mente y de conmover mi corazón – y fue ese elemento el que acabó provocando en mí una profunda reflexión, que dio origen a este texto: eran las lágrimas del Papa.
Gracias a las filmaciones en alta resolución de las que hoy disponemos, esta vez pudimos ver el rostro del Papa más de cerca. No pasó desapercibido para nadie que el Papa estaba conmovido y lloraba. Los ojos de León XIV brillaban con lágrimas, y podíamos ver el contorno del líquido y un leve enrojecimiento.
No era desolación ni desconcierto: el Papa lloraba como quien acaba de decir un fiat, “hágase”; como quien acaba de resignarse ante una Voluntad Superior que le impuso una cruz – esa cruz.
De hecho, al día siguiente, en la Misa con los Cardenales en la Capilla Sixtina, para decepción de quienes esperaban un programa político, León XIV habló únicamente de Cristo en el centro de todo. Y lo confirmó: “Vosotros me habéis llamado a cargar con esta cruz y a ser bendecido con esta misión”. Las lágrimas del Papa, entonces, eran realmente un Fíat.
Al parecer, nuestro nuevo Papa tiene una predilección por el tema del martirio – al fin y al cabo, es un misionero. No dudo que este tema llegue, incluso, a ser abordado magisterialmente. Para conocer a Robert Francis Prevost, busqué material sobre él y de él. Asistí a homilías y escuché conferencias. Pude notar que el tema de la cruz y del martirio es recurrente en su predicación: En una homilía en la Iglesia de St. Jude, en New Lenox, Illinois, en agosto de 2024, cuando ya era Cardenal; antes de eso, como Obispo en Chiclayo, Perú, dirigiéndose a jóvenes estudiantes; antes aún, como Prior Agustino, comentando en una entrevista la explicación de Benedicto XVI sobre el color rojo de un Cardenal – la sangre que ha de ser entregada por Cristo; y ahora, nuevamente, como Papa, en su primera Misa, en la homilía a los Cardenales.
Se sabe también que la cruz pectoral de Prevost, con la que apareció en el balcón de San Pedro, contiene en su interior reliquias de santos, entre ellos San Agustín y Santa Mónica, pero también de un mártir: el Beato Anselmo Polanco, obispo agustino martirizado por los comunistas por odio a la fe, durante la Guerra Civil Española, fusilado y luego quemado con gasolina
Hasta la fecha de nacimiento del Papa es significativa: 14 de septiembre – Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
En ese momento, mis reflexiones sobre lo que simbolizaban las lágrimas del Papa comenzaron a llevarme por otros caminos. Para un estudioso de los símbolos, como yo, realizar la descompactación o diferenciación de sentidos en un símbolo es un ejercicio apasionante y, a veces, gratificante, pues puede conducirnos a niveles de comprensión que, al principio, ni siquiera imaginábamos.
Mis reflexiones a continuación, por supuesto, no tienen el propósito de afirmar que estos sentidos hayan sido deseados o voluntarios. Sin embargo, siendo Dios el Señor de la Historia, así como el Logos que sostiene la raison d’être de la realidad, todos estos sentidos han sido, de algún modo, pensados y queridos por Él. Justamente allí reside la belleza del símbolo y de sus múltiples intelecciones, especialmente cuando nos dedicamos a leer el Libro de la Providencia. Al fin y al cabo, Dios nos habla con palabras, pero también a través de las cosas – por eso, el ejercicio no deja de ser edificante.
León XIV y la visión de León XIII
Comencemos por el hecho —rápidamente percibido en el mundo católico— de que el día de la elección, el 8 de mayo, era también el día de la Aparición de San Miguel Arcángel en el Monte Gargano. Precisamente en esa fecha, el nuevo Papa eligió llamarse León, nombre del Papa que escribió el famoso Pequeño Exorcismo de San Miguel Arcángel (San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla…), su predecesor León XIII, quien ordenó que dicha oración se rezara al final de todas las Misas (las llamadas “oraciones leoninas”).
Pero hay otro detalle que fue menos advertido.
Es bien conocida la história, confirmada por diversas fuentes fidedignas, de que León XIII compuso la oración a San Miguel Arcángel después de haber tenido una visión sobre los ataques infernales contra la Iglesia en el siglo siguiente, de la cual salió pálido y aturdido.
En esa visión, el Papa habría presenciado un diálogo entre Dios y el demonio, en el cual Satanás pide un tiempo libre para dañar a la Iglesia y destruirla. Se hizo célebre la versión según la cual, en ese diálogo, Dios concedió a Satanás un siglo para su intento —fallido—, al término del cual “ajustarían cuentas”.
Pues bien, según Kevin Symonds, en su estudio León XIII y la oración de San Miguel, la visión parece haber ocurrido “en algún momento entre el 6 de enero de 1884 y agosto de 1886”, es decir, “entre las dos modificaciones de las oraciones leoninas” — fue en la última, en 1886, que León XIII incluyó el Pequeño Exorcismo.
Siendo así, el siglo concedido al demonio, contado desde la visión del Papa León XIII, se extendería hasta 1984–1986. Esto no quiere decir, evidentemente, que los efectos de sus acciones hayan cesado ahí. Pero ese período de 100 años nos lleva a una circunstancia providencial: Robert Francis Prevost fue ordenado sacerdote en 1982 y asumió la misión agustina de Chulucanas, en Perú, en 1985 — precisamente al final de ese centenario desde la visión. Es probable que Prevost no hubiera sido elegido Papa de no haber sido por esa misión en el Perú, que le permitió conocer a Bergoglio y que también alivió las resistencias respecto a su nacionalidad norteamericana.
Otras versiones sobre esa misma visión afirman que el tiempo pedido por Satanás no fue de cien años, sino de sesenta (según los testimonios del Padre Domenico Pechenino y del Cardenal Pedro Segura y Sáenz, recogidos por el propio Kevin Symonds). Aun considerando ese otro período, encontramos una coincidencia sorprendente: Prevost es elegido Papa en el año 2025, a los 60 años del término del Concilio Vaticano II, que concluyó en 1965.
No es necesario emitir un juicio sobre el Concilio para reconocer que, en el período posterior a él, la crisis en la Iglesia alcanzó niveles inimaginables, al punto de que Pablo VI, el mismo Papa que lo clausuró, llegó a afirmar —en términos muy similares a los de la visión de León XIII— que:

“Se creía que, tras el Concilio, vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. En cambio, vino un día de nubes, de tormenta, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre.”
“Creemos en algo preternatural que ha venido al mundo precisamente para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para impedir que la Iglesia estallara en el himno de alegría por haber recuperado plenamente la conciencia de sí misma.”
“[Creo] que fue la intervención de un poder adverso. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso al que también se alude en la Carta de San Pedro”.
“[Existe la] sensación de que por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay duda, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no se confía en la Iglesia”.
Esa homilía se volvió célebre por la sinceridad del Papa. Los términos empleados y la mención de un poder preternatural adverso —el diablo— son un eco de la visión de León XIII, casi un siglo antes. Era el 29 de junio de 1972, Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Una década después, en junio de 1982, Prevost fue ordenado sacerdote.
El futuro dirá si la elección de un nuevo Papa llamado León, tras 60 años del término del Concilio Vaticano II, es el cumplimiento o cierre de la visión del León precedente.
En todo caso, considero un verdadero signo de los tiempos que tengamos hoy un Papa llamado León. Así como León XIII, en su época, condujo a la Iglesia hacia el siglo XX, también León XIV está llamado a guiarla en un tiempo de enorme transición, a las puertas del Jubileo de la Redención en 2033, con la Agenda 2030 del proyecto globalista asomando en el horizonte.
León XIV y la Reina de la Paz
El combate espiritual de la visión anterior es la raíz del combate en el mundo. También aquí encontramos algunos signos reconfortantes de la Providencia Divina.
El primer saludo de León XIV fue el saludo del Cristo Resucitado: La paz esté con vosotros. Desde entonces, el nuevo Papa ha expresado constantemente el tema de la paz y ha condenado las guerras en el mundo. No habla, sin embargo, de una paz sentimentalista y abstracta, sino de una paz fundamentada en la verdad.
Una prueba de ello es su discurso a los periodistas, el pasado 12 de mayo de 2025, en el que vinculó la Bienaventuranza de la paz, en el Sermón de la Montaña, no a un “consenso a cualquier precio”, sino a la “búsqueda de la verdad”, sostenida por “el amor con que humildemente debemos buscarla”.
En 1917, en plena Guerra Mundial, otro Papa compartía esta misma preocupación. También en un mes de mayo, el día 5, el Papa Benedicto XV ordenó incluir la invocación Regina Pacis, ora pro nobis (Reina de la Paz, ruega por nosotros) en las Letanías de la Virgen, para implorar la paz al Corazón de Jesús por la intercesión de su Madre. Tan solo ocho días después de esa inclusión, la Santísima Virgen respondió a los ruegos del Papa Benedicto XV y de toda la Iglesia, apareciéndose en Fátima, Portugal, el 13 de mayo de 1917.
En una situación no menos grave —la de un mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial, que sería mucho más destructiva y suicida que las dos anteriores, una guerra que ya se libra “a cuentagotas”—, Dios suscita a un Papa cuya primera palabra es la paz del Cristo Resucitado. Su elección tiene lugar precisamente en medio de aquellas dos fechas singulares: el 8 de mayo, día de su elección, se encuentra exactamente entre el 5 de mayo (día de la Regina Pacis) y el 13 de mayo (día de la Regina Fatimae).
Y no es poco: el propio Papa señaló, en su discurso inicial, que aquel 8 de mayo era también el día de la Súplica a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. En Fátima, la Virgen también se aparece como Señora del Rosario.
El 4 de agosto de 1918, el Papa Benedicto XV inauguró, en la nave izquierda de la Basílica de Santa María la Mayor, la estatua Ave Regina Pacis, un voto hecho por el Pontífice para implorar el fin de la Guerra – que, de hecho, concluyó tres meses después. El sábado 10 de mayo de 2025, al regresar de Genazzano, el Papa León XIV se detuvo en la Basílica de Santa María la Mayor para orar ante la tumba de su predecesor, pero no solo eso: depositó una rosa blanca e hizo un acto de devoción ante la estatua Ave Regina Pacis.
El 11 de mayo, Domingo del Buen Pastor, en su primer Regina Caeli, León XIV señaló otra de esas impresionantes coincidencias:
“La inmensa tragedia de la Segunda Guerra Mundial terminó hace 80 años, el 8 de mayo, tras haber provocado 60 millones de víctimas”.
Una vez más: el 8 de mayo.
Ecoando la voz de Benedicto XV, nuestro nuevo Papa lanza un llamamiento a la Reina de la Paz por el fin de las guerras de su tiempo:
“¡Pero cuántos otros conflictos existen en el mundo! Confío este sincero llamamiento a la Reina de la Paz, para que lo presente al Señor Jesús y nos obtenga el milagro de la paz”.
Los detalles conmueven por su precisión y concordancia.
León XIV y la visión de Fátima
Volviendo a Fátima, es importante señalar que la visión del Tercer Secreto sigue siendo, hasta hoy, enigmática, pero podría estar empezando a recibir algo de luz.
Un detalle que ha llamado cada vez más la atención es el relato de los pastorcitos, que en un primer momento dijeron haber visto “a un Obispo vestido de blanco”, sobre el cual tuvieron “el presentimiento” (pero no la certeza) de que se trataba del Santo Padre. La afirmación clave aquí es que vieron esta figura “semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan por delante”.
Esto resultaba difícil de interpretar, pero tal vez ahora ya hayamos presenciado el cumplimiento de esa parte de la profecía: ¿sería ese “Obispo vestido de blanco” el Papa emérito Benedicto XVI, que decidió conservar la sotana blanca tras su renuncia, aunque ya no fuese Papa, lo que habría generado la inseguridad (“tuvimos el presentimiento”) de los pastorcitos al no poder afirmar con certeza que se trataba del Papa?
Y si estaban viendo “como en un espejo”, ¿habrán visto a un Obispo de blanco y su reflejo —una especie de doble? ¿Podría eso significar la insólita situación vivida por la Iglesia, hasta hace poco más de dos años, con dos Papas vivos en el mismo lugar: uno reinante y otro emérito?
Recordemos que el Papa Francisco, por decisión declarada, también optó por presentarse simplemente como “Obispo de Roma” y renunció a los signos pontificios externos, excepto la sotana blanca —podría, por tanto, ser una imagen pálida de un Obispo de blanco reflejado en un espejo…
Sea cual sea la interpretación más correcta, el Tercer Secreto de Fátima podría estar comenzando a esclarecerse. Como decía el gran maestro Leonardo Castellani, las profecías siempre pueden explicarse… a medida que se van cumpliendo.
Si así fuera, la visión entera podría referirse no a un solo Papa, sino a tres. Porque, en un momento posterior del relato, al describir la subida de una escarpada montaña en cuya cima hay una cruz, los pastorcitos ya no expresan simplemente un “presentimiento”: afirman con certeza que es el Santo Padre.
“El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad medio en ruinas, y, medio trémulo, con andar vacilante, abatido por el dolor y la pena, iba rezando por las almas de los cadáveres que encontraba en el camino”.
Primero, “un Obispo vestido de blanco”; luego, quizás su doble, visto “como en un espejo”. Y, finalmente, un tercero: el Santo Padre (aquí, sin duda), que atraviesa una ciudad en ruinas —¿será esa la imagen del estado actual de la Iglesia, marcada por la confusión y la discordia?
¿Podrían estas ser las lágrimas del Papa León XIV? Roberto de Mattei se planteó esa misma pregunta el 10 de mayo, en su artículo León XIV y el Futuro de la Iglesia.
Como insistía San Juan Pablo II, el mensaje de Fátima es de misericordia y de esperanza —y el Papa que los pastorcitos ven atravesar una ciudad en ruinas lleva consigo también una promesa de santificación y de restauración, indicada por las multitudes de fieles, de toda condición, que él convoca y que lo siguen en aquella visión, a dondequiera que vaya.
León XIV y los Sagrados Corazones de Jesús y de María

Un añadido aún más encantador a estas consideraciones es observar que Robert Francis Prevost fue ordenado sacerdote el 19 de junio de 1982, un sábado que, ese año, coincidía con la Fiesta del Inmaculado Corazón de María, celebrada al día siguiente de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Corazones de Jesús y de María, siempre entrelazados.
La fecha de la elección de León XIV, 8 de mayo, es la misma en la cual el Papa Pío XI decidió publicar la Encíclica Miserentissimus Redemptor, el 8 de mayo de 1928, escrita para expandir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en la Iglesia y pedir actos de reparación a los fieles del mundo entero. Pío XI aprobó, incluso, una oración de reparación al Sacratísimo Corazón de Jesús, que fue publicada al final de dicha Encíclica.
Esa Miserentissimus Redemptor fue redactada, a su vez, para conmemorar el trigésimo aniversario —que se cumpliría al año siguiente— de otra encíclica, publicada el 25 de mayo de 1899, que urgía a todos los obispos del mundo a consagrar la humanidad entera al Sagrado Corazón de Jesús antes de la entrada en el nuevo siglo. Dicha consagración se realizó, efectivamente, el 31 de diciembre de 1899. Se trata de la encíclica Annum Sacrum, cuyo autor fue… León XIII.
Mucho antes de todo esto, San Juan Eudes fue el primero en obtener permiso para celebrar litúrgicamente una fiesta dedicada al Corazón de María. Eso ocurrió por primera vez en Autun, Francia… el 8 de mayo de 1648.
Dejo al lector, en su corazón, el significado de estas cosas.
León XIV y la consagración del Panteón por San Bonifacio IV
Nos engañamos, sin embargo, si pensamos que aquí termina todo. Como ya podemos ver, los dones de la Providencia comienzan a unirse en un bello bordado.
En la fecha de la elección de Robert Francis Prevost, la Iglesia conmemoraba la memoria de San Bonifacio IV, un Papa santo que murió el 8 de mayo del año 615. San Bonifacio IV es recordado, especialmente, por haber salvado el Panteón romano de la destrucción, al pedir al emperador Focas que lo donara a la Iglesia para que pudiera ser transformado en un templo cristiano.
El emperador concedió la petición y Bonifacio restauró el antiguo monumento para convertirlo en una iglesia. Para ello, hizo traer 28 carretas con reliquias de mártires de las catacumbas de Roma y las colocó bajo el altar, como símbolo de la victoria de los santos mártires sobre el paganismo que los había asesinado.
San Bonifacio IV decidió dedicar el nuevo templo a la Virgen María y a todos los Mártires. Así, el Panteón pasó a llamarse Sancta Maria ad Martyres, como se le conoce hasta hoy, en su condición de basílica.
Las crónicas de la época cuentan que los demonios (porque los ídolos de los paganos son demonios, como dice San Pablo – I Corintios 10, 20), incrustados en el Panteón desde hacía siglos, gritaban horriblemente mientras Bonifacio rezaba un exorcismo en la puerta del antiguo templo pagano. La multitud no podía permanecer de pie, presa del pavor —solo el Papa se mantuvo firme. Consumó el exorcismo y expulsó a los demonios del Panteón, que salieron por el óculo del techo con un estruendo.
Es realmente un signo de la Providencia que el Papa conmemorado el día de la elección de León XIV, es decir, el 8 de mayo, haya marcado su pontificado con una hazaña tan grandiosa como la victoria sobre el paganismo mediante la consagración del mayor de los templos paganos a la Virgen María y a todos los santos mártires —tema que, como ya dijimos, es frecuente en la predicación de Prevost.
La consagración del Panteón se realizó el 13 de mayo del año 609 —otro 13 de mayo, como en Fátima, siglos más tarde.
El Papa León XIV pronunció su primera homilía, en la Capilla Sixtina, el 9 de mayo, hablando tanto del martirio como del paganismo de nuestros días, que es el ateísmo práctico y el secularismo. Dijo que existen ambientes “donde quien cree es ridiculizado, confrontado, despreciado o, a lo sumo, tolerado y considerado digno de lástima” y que “muchos bautizados […] terminan por vivir, en ese nivel, en un ateísmo práctico”. A continuación, recordó a San Ignacio de Antioquía, “conducido como prisionero a esta ciudad, lugar de su inminente sacrificio”, donde fue “devorado por las fieras en el circo”, ejemplo que León XIV utilizó para ilustrar el “compromiso irrenunciable de quien, en la Iglesia, ejerce un ministerio de autoridad: desaparecer para que Cristo permanezca […] desgastarse hasta el límite”.
El 11 de mayo, en la Cripta de la Basílica de San Pedro, dijo que “debemos ser valientes en el testimonio que damos, con la palabra y sobre todo con la vida: dando la vida, sirviendo, a veces con grandes sacrificios, para vivir precisamente esta misión”.
Para ello, León XIV tendrá otro buen patrono, cuya fiesta la Iglesia conmemoraba exactamente en el día de su elección.
León XIV y la Madre del Buen Consejo de Genazzano
En la tarde del sábado posterior a su elección, 10 de mayo, el Papa León XIV salió del Vaticano y se dirigió a Genazzano, un pequeño pueblo al sudeste de Roma, para consagrar su Pontificado a Nuestra Señora del Buen Consejo, venerada en el Santuario de dicha ciudad. Desde hace muchos siglos, ese lugar está bajo el cuidado precisamente de la Orden de San Agustín, a la cual pertenece el Papa.
La devoción a la Madre del Buen Consejo siempre ha sido practicada por quienes necesitan sabiduría y prudencia para tomar decisiones. Como buen agustino, el Papa León XIV cultiva la devoción a la Virgen de Genazzano.
Pero la historia de la Madre del Buen Consejo de Genazzano nos ofrece un detalle particular que revela la singularidad de tener hoy un Papa agustino.
El santuario de Genazzano fue construido aún en el siglo IV, sobre un templo pagano dedicado a la diosa Flora. Sin embargo, con el paso del tiempo, aquella iglesia fue cayendo en el olvido y su estructura comenzó a deteriorarse.
En ese momento, una viuda octogenaria y muy piadosa, terciaria de la Orden de San Agustín, llamada Petruccia di Nocera, decidió tomar la iniciativa en la restauración, contratando por su cuenta a los obreros y los materiales, con la esperanza de que otros fieles se animaran a unirse al proyecto.
Pero nadie se animó a seguirla, demasiado ocupados con sus propias vidas. Petruccia no logró continuar sola la obra y comenzó a rezar para que la Virgen tomara “posesión” de aquella restauración.
Entonces ocurrió un milagro: el 25 de abril de 1467, una nube luminosa descendió sobre la ciudad y apareció una imagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús en brazos, sobre la pared del santuario.
Muchos milagros y curaciones comenzaron a tener lugar ante la imagen de la Señora de Genazzano. En poco tiempo, se descubrió (confirmado por enviados del Papa) que la imagen había sido venerada anteriormente en Albania, en la ciudad de Escútari, donde estaba a punto de ser profanada por los otomanos durante una invasión, pero fue trasladada milagrosamente por los cielos, sobre el mar, hasta descender en Genazzano.
Gracias a tan grande milagro, la restauración del santuario se completó, y hasta hoy sigue siendo una de las grandes devociones de los Papas y de los fieles de todas las condiciones, especialmente padres de familia y hombres públicos.
La hermosa historia de Genazzano nos revela nuevas capas de significado en la decisión de León XIV de consagrar su Pontificado a la Madre del Buen Consejo.
¿Qué decir del hecho, por ejemplo, de que el santuario en Genazzano estaba en ruinas y fue reconstruido por iniciativa de una agustina? Hoy, el estado de la Iglesia Católica está lejos de ser la sombra de lo que ya fue —también nosotros estamos un poco en ruinas, y muchas partes de la Iglesia se vienen abajo a causa de intrigas, de confusiones doctrinales y morales, de herejías envueltas como regalos, y de cismas prácticos no declarados.
En un momento así, Dios suscita a un agustino como Papa, del mismo modo que suscitó a la Sierva de Dios Petruccia di Nocera (“Beata Petruccia”) siglos atrás, para reconstruir el santuario de Genazzano. Y ese Papa, que se autodenomina “un hijo de San Agustín” en su primer discurso, consagra su Pontificado precisamente a la Madre del Buen Consejo en Genazzano.
¿Será que este Papa también reconstruirá el Santuario de Dios, la Iglesia, y restaurará su culto, tan maltratado últimamente? ¿Será que la obra de reconstrucción de este Papa vendrá acompañada de un signo de predilección de la Virgen María, como en Genazzano? Ya hemos visto, más arriba, los signos de predilección mariana que rodean el día de la elección de León XIV y los hechos de su vida.
Cincuenta años después de la aparición en Genazzano, otro agustino provocaría una de las mayores divisiones de la historia de la Iglesia: Martín Lutero, monje agustino de Alemania, en 1517, con su revolución protestante. Y fue un Papa llamado León quien lo excomulgó, reafirmando la verdad con el carisma de Pedro: León X.
Varios Papas, como León XIV, han sido devotos de la Madre del Buen Consejo de Genazzano, y Pío XII también llegó a consagrarle su Pontificado. Sin embargo, uno de los Papas devotos que más llama la atención, por haber contribuido notablemente a la expansión de esta devoción, fue precisamente León XIII.
Gioacchino Pecci, el Papa León XIII, nació y vivió su infancia en Carpineto Romano, una ciudad no muy lejos de Genazzano. Allí aprendió a ser muy devoto de la Virgen de Genazzano y llegó a ser miembro de la Pía Unión de Nuestra Señora del Buen Consejo, una sociedad de almas devotas premiada con indulgencias, establecida por el Papa Benedicto XIV en 1753.
Durante su Pontificado, León XIII aprobó el escapulario blanco de Nuestra Señora del Buen Consejo, elevó el Santuario de Genazzano al estatus de basílica menor e instaló una réplica de su imagen en el altar de la Capilla Paulina, en el Vaticano.
En 1903, poco antes de su muerte, León XIII insertó en las Letanías de la Virgen la invocación: “Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros”.
Más de un siglo después, al hacer que uno de sus primeros actos sea la consagración de su Pontificado a la Madre del Buen Consejo de Genazzano, el Papa León XIV establece un vínculo espiritual con su predecesor León XIII, que hizo lo mismo como uno de sus últimos actos. Tal vez quiera retomar sus pasos, desde donde él los dejó.
León XIV y nuestra esperanza
El pasado 3 de mayo de 2025, escribí una Carta a los Cardenales Electores, que fue enviada directamente a algunos de ellos, pero que también fue publicada en InfoVaticana y, por medio de esa publicación, llegó a muchos más de sus destinatarios.
En aquella Carta, tras un diagnóstico de la situación política del mundo y de los tres esquemas de dominación global que hoy se enfrentan, destaqué que solo la Iglesia tiene la capacidad de resistir a estos proyectos mediante la propuesta valiente y siempre actual del Evangelio.
En esa ocasión, apelé a los Cardenales Electores para que eligieran un Papa fuerte, especialmente en cinco aspectos que quise resaltar (aunque no eran, por supuesto, los únicos): fuerte en la preservación del depósito de la fe, fuerte como Pastor, fuerte en carácter, fuerte en la defensa de la moral y fuerte en liturgia. Para cada uno de estos aspectos ofrecí una explicación más detallada en aquel texto, al cual remito al lector.
Pasada más de una semana desde su elección como Sucesor de Pedro, me siento reconfortado al ver cómo el Papa León XIV ha respondido a aquellas preocupaciones.
Con respecto a la firmeza en la preservación del depósito de la fe, el Papa León XIV ha dicho que “cuando las palabras asumen connotaciones ambiguas y ambivalentes, y el mundo virtual, con su percepción alterada de la realidad, toma la delantera sin medida, se vuelve difícil construir relaciones auténticas”; y que “la Iglesia nunca puede renunciar a decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, aún recurriendo, cuando sea necesario, a un lenguaje franco, que puede provocar alguna incomprensión inicial. […] En la perspectiva cristiana, la verdad no es la afirmación de principios abstractos y desencarnados, sino el encuentro con la propia persona de Cristo, que vive en la comunidad de los creyentes. Así, la verdad no nos aliena, sino que nos permite afrontar con mayor vigor los desafíos de nuestro tiempo” (Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, 16/05/2025). ¡Qué claridad de principios!
En cuanto a la fortaleza como Pastor, para confirmar a los hermanos en la fe en tiempos cada vez más difíciles —pues no existe verdadera pastoralidad sin defensa de la verdad— el Papa León XIV afirma: “Dios, de modo particular, al llamarme a través de vuestro voto para suceder al Primero de los Apóstoles, me confía este tesoro para que, con su ayuda, yo sea su fiel administrador (cf. 1 Cor 4, 2) en beneficio de todo el Cuerpo místico de la Iglesia; para que ella sea cada vez más una ciudad puesta sobre el monte (cf. Ap 21, 10), un arca de salvación que navega sobre las olas de la historia, un faro que ilumina las noches del mundo. Y esto no tanto por la magnificencia de sus estructuras ni por la grandiosidad de sus edificios —como estos monumentos en los que nos encontramos—, sino por la santidad de sus miembros, del pueblo que Dios ha adquirido, para proclamar las maravillas de Aquel que lo llamó de las tinieblas a su luz admirable” (Homilía en la Misa con los Cardenales Electores, 09/05/2025).
En lo que respecta a la fortaleza de carácter para resistir las persecuciones, León XIV recordó el “compromiso irrenunciable para quien, en la Iglesia, ejerce un ministerio de autoridad: desaparecer para que Cristo permanezca, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3, 30), desgastarse hasta el límite” (Homilía en la Misa con los Cardenales Electores, 09/05/2025); y que el testimonio del cristiano hoy “no busca el consenso a cualquier precio” y “nunca separa la búsqueda de la verdad del amor con que humildemente debemos buscarla” (Discurso a los Periodistas, 12/05/2025).
En cuanto a la firmeza en la defensa de la moral, especialmente en lo que respecta a la vida, la familia y el matrimonio, León XIV ha hecho ya cuestión de recordar que la “familia [está] fundada en la unión estable entre un hombre y una mujer, una sociedad ciertamente muy pequeña, pero real y anterior a toda sociedad civil” y que “nadie puede dejar de favorecer contextos en los que se proteja la dignidad de cada persona, especialmente la de los más frágiles e indefensos, desde el no nacido hasta el anciano” (Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, 16/05/2025).
Por último, sobre la firmeza en la liturgia, el propio Papa dijo a los participantes del Jubileo de las Iglesias Orientales: “¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio, tan vivo en vuestras liturgias, que abarcan a la persona humana en su totalidad, cantan la belleza de la salvación y suscitan el asombro ante la grandeza divina que abraza la pequeñez humana! Y ¡cuán importante es redescubrir, también en Occidente, el sentido del primado de Dios, el valor de la mistagogía, de la intercesión incesante, de la penitencia, del ayuno, del llanto por los pecados, propios y de toda la humanidad (penthos), tan típicos de las espiritualidades orientales! Por eso, es fundamental valorar vuestras tradiciones sin diluirlas, tal vez por practicidad o comodidad, para que no sean corrompidas por un espíritu consumista y utilitarista. Vuestras espiritualidades, antiguas y siempre nuevas, son medicinales” (Discurso del 14/05/2025).
De paso, debo destacar que, en mi Carta a los Cardenales Electores, afirmé precisamente que, en este tema, los “Cardenales de los ritos orientales podrán contribuir significativamente, pues sus Iglesias (más que nosotros, en Occidente) han conservado mejor su patrimonio simbólico y litúrgico – comprenden su beneficio para las almas, su capacidad para comunicar el misterio y también su poder”. Una percepción que, días después, ha sido confirmada por el propio Santo Padre, en su discurso.
Ante todo esto, puedo decir que me siento aliviado, feliz y esperanzado. Tal vez los Cardenales hayan elegido a un hombre que podría representar una síntesis: alguien que respondería a las preocupaciones pastorales formuladas por Francisco, con el sentido teológico de Benedicto XVI (que se decía agustino) y la claridad doctrinal de León XIII.
Sea como fuere, un Papa que viene acompañado de tantos signos proféticos al mismo tiempo debe, de nuestra parte, recibir una oración intensificada —ésta es nuestra principal forma de estar con el Papa y de contribuir a la realización de la misión que le ha sido confiada.
Conclusión
El motivo por el cual este texto es tan extenso es que también tiene un carácter conmemorativo. Con él he querido rendir homenaje a nuestro nuevo Pontífice, el Papa León XIV, con ocasión del inicio de su Pontificado.
San Agustín, con su “Ciudad de Dios”, fue el creador de la Teología de la Historia: la lectura e interpretación de los signos de los tiempos a la luz de la Providencia Divina. En el orden del universo —también de la Historia, gobernada por la Providencia— San Agustín contemplaba la Belleza, para él inseparable de la Verdad.
Verdad, Belleza y Orden que nos conducen a la Unidad —que es Dios. Como signo visible de la Ciudad de Dios, la Iglesia camina, una, hacia el Logos Divino, Cristo, su Fundador. “In illo uno unum”, dice el lema de León XIV: “En el Uno, somos uno”.
Escrito el 17 de mayo de 2025
Centenario de la Canonización de Santa Teresa del Niño Jesús
Víspera de la Coronación del Sumo Pontífice, el Papa León XIV
Referencias
SYMONDS, Kevin. Leão XIII e a Oração de São Miguel. Londrina, PR: Ed. Padre Pio, 2024; pp. 44, 53 y 63.
Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM: