Nacido en Kempen, Diócesis de Colonia (Alemania), 1379 ó 1380; murió el 25 de julio de 1471 en Holanda. A la edad de 13 años Tomás fue a Deventer para entrar en la comunidad de los Hermanos de la Vida Común, fundada por el Diácono Gerardo Groote, inspirado predicador que suscitó un avivamiento espiritual en los países bajos. La comunidad era una fundación laica con una rama de sacerdotes. Aunque no tomaban votos, vivían en pobreza, castidad y obediencia en la medida que fuese posible según el estado de vida. Algunos vivían en sus casas y otros en comunidad. Tenían un fondo común en el que depositaban todas sus ganancias. La ambición de todos era imitar la vida y las virtudes de los primeros cristianos, especialmente en el amor a Dios y al prójimo, en sencillez, humildad y devoción. Ya su hermano mayor era miembro de la comunidad y lo recibió con gran amor. Florentius Radewyn era el general de la comunidad. Fue maestro espiritual y gran influencia en la vida del joven Tomás.
Kempis vivió como hermano ejemplar de la comunidad por 72 años. Se dedicaba a transcribir manuscritos. Copió los manuscritos de los Padres, especialmente San Bernardo, un Misal para la comunidad y la Biblia completa en cuatro grandes volúmenes. Ordenado sacerdote en 1413, después de haber tenido que esperar por años dado a la pobreza de su comunidad de Canónigos Regulares. Además de su gran obra "La Imitación de Cristo", escribió muchas otras, entre ellas: "Oratio de elevatione mentis in Deum" y la "Vida de Lydwine, Virgen" (editor).
La Imitación de Cristo
La obra de Tomás de Kempis representa el misticismo de la escuela de Windesheim, de los Hermanos de la Vida Común. Está repleto de citas de las Sagradas Escrituras y escritos de los Padres, especialmente de San Agustín y San Bernardo. Este libro clásico de la espiritualidad está repleto de sabias enseñanzas y consejos.
La Imitación de Cristo
Libro Primero
Avisos provechosos para la vida espiritual
Capítulo 24
Del juicio y penas de los pecadores
- Mira el fin en todas las cosas, y de qué suerte estarás delante de aquel juez justísimo, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con dádivas, ni admite excusas, sino que juzgará justísimamente. ¿Por qué no te previenes para el día del juicio cuando no habrá quién defienda ni ruegue por otro, sino que cada uno tendrá bastante que hacer por sí?
- Mejor es purgar ahora los pecados y cortar los vicios que dejar el purgarlos para lo venidero. Por cierto nos engañamos a nosotros mismos por el amor desordenado que tenemos a la carne.
- ¿En qué otra cosa se cebará aquel fuego sino en tus pecados? Cuando más te perdonas ahora a ti mismo, y sigues a la carne, tanto más gravemente serás después atormentado, pues guardarás mayor materia para quemarte. En lo mismo que más peca el hombre, será más gravemente castigado. Allí los perezosos serán punzados con los aguijones ardientes, y los golosos serán atormentados con gravísima hambre y sed. Allí los lujuriosos y amadores de deleites, serán rociados con ardiente pez y hediondo azufre; y los envidiosos aullarán de dolor como rabiosos perros.
- No hay vicio que no tenga su propio tormento. Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable necesidad. Allí será más grave pasar una hora de pena, que aquí 100 años de penitencia amarga. Allí no hay sosiego ni consolación para los condenados; mas aquí cesan algunas veces los trabajos, y se goza del consuelo de los amigos.
- Pues entonces estarán los justos con gran constancia contra los que les angustiaron y persiguieron. Entonces agradará toda tribulación sufrida con paciencia, y toda maldad no despegará los labios. Entonces se alegrarán todos los devotos, y se entristecerán todos los disolutos. Entonces se alegrará más la carne afligida, que la que siempre vivió en deleites. Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas, que todo el tesoro de los ricos de la tierra. Entonces agradará más la vida estrecha y la rigurosa penitencia, que todos los deleites terrenos.
- Aprende ahora a padecer en lo poco, para que entonces seas libre de lo muy grave. Si ahora no puedes padecer levemente, ¿cómo podrás después sufrir los tormentos eternos? Si ahora una pequeña penalidad te hace tan impaciente, ¿qué hará entonces el infierno? Porque los que aman a Dios de todo corazón, no temen la muerte, ni el tormento, ni el juicio, ni el infierno; pues el amor perfecto tiene segura entrada para Dios. Mas quien se deleita en pecar, no es maravilla que tema la muerte y el juicio. Bueno es no obstante que si el amor no nos desvía de lo malo, por lo menos el temor del infierno nos refrene. Pero el que pospone el temor de Dios, no puede durar mucho tiempo en el bien; sino que caerá muy presto en los lazos del demonio.
Fuente - Textos tomados de CATOLICO.ORG: