Te presentamos en esta nota el programa completo del momento extraordinario de oración en el que el Papa Francisco bendice a Roma y al mundo (Urbi et Orbi) con la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria, para pedir el fin de la pandemia del coronavirus COVID19.
Escucha de la Palabra de Dios
El Santo Padre:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén
El Santo Padre:
Oremos.
Dios omnipotente y misericordioso,
mira nuestra dolorosa condición:
conforta a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza,
para que sintamos en medio de nosotros tu presencia de Padre.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que es Dios,
y vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Lector
Lectura de la Palabra del Señor según el Evangelio de Marcos 4,35-41
35. Ese día, caída ya la tarde, les dijo*: Pasemos al otro lado.
36. Despidiendo[i] a la multitud, le llevaron* con ellos en la barca, como estaba; y había otras barcas con Él.
37. Pero se levantó* una violenta tempestad[j], y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya se anegaba la barca.
38. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal[k]; entonces le despertaron* y le dijeron*: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?
39. Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: ¡Cálmate[l], sosiégate[m]! Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma.
40. Entonces les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?
41. Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, es este que aún el viento y el mar le obedecen?
Meditación del Santo Padre
Meditación del Papa Francisco en bendición Urbi et Orbi por pandemia del coronavirus.
El Papa Francisco preside un momento extraordinario de oración en el Vaticano, con la Plaza de San Pedro vacía, con una bendición Urbi et Orbi y la indulgencia plenaria para pedir por el fin de la epidemia del coronavirus o COVID19:
Te ofrecemos aquí el texto completo de su meditación:
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.
Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.
Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.
La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.
No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.
Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).
Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.
Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.
El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.
El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.
En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.
Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).
Recogimiento ante el ícono mariano de la Salus Populi Romani (canto sub tuum praesidium)
“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”.
Recogimiento ante el Crucifijo milagroso de San Marcelo
(antífona de la cruz)
Exposición, adoración y bendición eucarística
Exposición Santísimo Sacramento.
TE ADORAMOS, OH SEÑOR
Verdadero Dios y verdadero hombre, realmente presente en este Santo Sacramento
Te adoramos, Señor
Nuestro Salvador, Dios-con-nosotros, fiel y rico en misericordia
Te adoramos, Señor
Rey y Señor de lo creado y de la historia
Te adoramos, Señor
Vencedor del pecado y de la muerte
Te adoramos, Señor
Amigo del hombre, resucitado y vivo a la derecha del Padre
Te adoramos, Señor
CREEMOS EN TI, OH SEÑOR
Hijo Unigénito del Padre, descendido del Cielo para nuestra salvación
Creemos en ti, oh Señor
Médico celeste, que te inclinas sobre nuestra miseria
Creemos en ti, oh Señor
Cordero inmolado, que te ofreces para rescatarnos del mal
Creemos en ti, oh Señor
Buen Pastor, que das la vida por la grey que amas
Creemos en ti, oh Señor
Pan vivo y medicina de inmortalidad, que nos das la Vida eterna
Creemos en ti, oh Señor
LÍBRANOS, OH SEÑOR
Del poder de Satanás y de las seducciones del mundo
Líbranos, oh Señor
Del orgullo y de la presunción de poder prescindir de ti
Líbranos, oh Señor
De los engaños del miedo y de la angustia
Líbranos, oh Señor
De la incredulidad y de la desesperación
Líbranos, oh Señor
De la dureza de corazón y de la incapacidad de amar
Líbranos, oh Señor
SÁLVANOS, OH SEÑOR
De todos los males que afligen a la humanidad
Sálvanos, oh Señor
Del hambre, de la carestía y del egoísmo
Sálvanos, oh Señor
De las enfermedades, de las epidemias y del miedo del hermano
Sálvanos, oh Señor
De la locura devastadora, de los intereses despiadados y de la violencia
Sálvanos, oh Señor
De los engaños, de la mala información y de la manipulación de las conciencias
Sálvanos, oh Señor
CONSUÉLANOS, OH SEÑOR
Mira a tu Iglesia, que atraviesa el desierto
Consuélanos, oh Señor
Mira a la humanidad, aterrada por el miedo y la angustia
Consuélanos, oh Señor
Mira a los enfermos y moribundos, oprimidos por la soledad
Consuélanos, oh Señor
Mira a los médicos y operadores sanitarios, agotados por la fatiga
Consuélanos, oh Señor
Mira a los políticos y los administradores, que llevan el peso de las decisiones
Consuélanos, oh Señor
DANOS TU ESPÍRITU, OH SEÑOR
En la hora de la prueba y de la pérdida
Danos tu Espíritu, Señor
En la tentación y en la fragilidad
Danos tu Espíritu, Señor
En el combate contra el mal y el pecado
Danos tu Espíritu, Señor
En la búsqueda del verdadero bien y de la verdadera alegría
Danos tu Espíritu, Señor
En la decisión de permanecer en Ti y en tu amistad
Danos tu Espíritu, Señor
ÁBRENOS A LA ESPERANZA, OH SEÑOR
Si el pecado nos oprime
Ábrenos a la esperanza, Señor
Si el odio nos cierra el corazón
Ábrenos a la esperanza, Señor
Si el dolor nos visita
Ábrenos a la esperanza, Señor
Si la indiferencia nos angustia
Ábrenos a la esperanza, Señor
Si la muerte nos aniquila
Ábrenos a la esperanza, Señor
Oración
El Santo Padre
Oremos.
Señor Jesucristo,
que en el admirable sacramento de la Eucaristía
nos has dejado el memorial de tu Pascua,
haz que adoremos con viva fe
el santo misterio de tu Cuerpo y de tu Sangre,
para sentir siempre en nosotros los beneficios de la redención.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos
R. Amén.
El Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, anuncia la bendición “urbi et orbi”, con la anexa indulgencia plenaria mediante la siguiente monición:
El Santo Padre Francisco
a todos los que reciben
la bendición eucarística
también por medio de la radio,
la televisión
y las tecnologías de comunicación,
concede la indulgencia plenaria
en la forma establecida por la Iglesia.
El Santo Padre da la bendición con el Santísimo Sacramento
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la gran Madre de Dios María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.
Fuente - Textos tomados de ACIPRENSA.COM: