Nació en Lisboa (Portugal), el 15 de agosto de 1195, con el nombre de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, pero
adquirió el apellido por el que lo conoce el mundo, de la ciudad
italiana de Padua, donde murió el 13 de junio de 1231 y donde todavía se
veneran sus reliquias. Primero formó parte de los canónigos regulares
de San Agustín, y, poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en
la Orden de los Frailes Menores, con la intención de dedicarse a
propagar la fe cristiana en África. Sin embargo, fue en Francia y en
Italia donde ejerció con gran provecho sus dotes de predicador,
convirtiendo a muchos herejes. No
le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por las
pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las
dominó. Él se fortalecía visitando al Santísimo Sacramento. Además desde
niño se había consagrado a la Santísima Virgen y a Ella encomendaba su
pureza.
Fue el primero que enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. León XIII lo llamó "el santo de todo el mundo", porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes. Llamado "Doctor Evangélico". Escribió sermones para todas las fiestas del año. Fue canonizado en 1232 por el Papa Gregorio IX. Proclamado "Doctor de la Iglesia" el 16 de enero de 1946 por el Papa Pío XII.
"El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree" San Antonio
"Era poderoso en obras y en palabras. Su cuerpo habitaba esta tierra pero su alma vivía en el cielo" (Un biógrafo de ese tiempo)
Iconografía
Por
regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San
Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que
tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en
la casa de un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y
vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y
resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las representaciones
anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un
libro, símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En
ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también junto a
una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo
Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el motivo
para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real.
Se le llama el "Milagroso San Antonio" por ser interminable lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde el momento de su muerte.
Milagros de San Antonio de Padua
El recién nacido que habla
Una
mujer en Ferrara fue salvada de una terrible sospecha. El Santo
reconcilió a la consorte con el marido, un personaje ilustre, una
persona importante de la ciudad. Hizo un verdadero milagro, al hacer hablar a un recién nacido, que tenía pocos días de vida, y que contestó a la pregunta que le había hecho el hombre de Dios. Aquel
hombre estaba tan furioso a causa de los infundados celos hacia su
mujer, que ni siquiera quiso tocar al niño que acababa de nacer algunos
días antes, convencido de que era fruto de un adulterio de la mujer. San
Antonio cogió al recién nacido en brazos y le habló:
"Te
suplico en nombre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre,
nacido de María Virgen, que me digas en voz clara, para que todos puedan
oírlo, ¿quién es tu padre?"
Y
el niño, sin balbucear como hacen los niños pequeños, sino con una voz
clara y comprensible como si fuera un chiquillo de diez años, fijando
los ojos en su padre, ya que no podía mover las manos, ligadas al cuerpo
con las fajas, dijo:
"¡Éste es mi padre!"
Se giró hacia el hombre, y el Santo añadió:
"Toma a tu hijo y ama a tu mujer, que está atemorizada y se merece toda tu admiración"
(SICCO POLENTONE, Vita di S. Antonio, n. 37)
En
la ciudad de Lisboa, de donde era oriundo San Antonio (mientras todavía
estaban vivos los parientes del Santo, la madre, el padre y los
hermanos), había dos ciudadanos, que eran enemigos y se odiaban mucho.
Sucedió que el hijo de uno de éstos, un chiquillo, se encontró con el
enemigo de la familia, que vivía cerca de los padres del beato Antonio.
Éste, despiadado, cogió al chico, lo llevó a su casa y lo mató. Después,
por la noche, entró en el jardín de la familia del Santo, excavó una
fosa, enterró allí el cadáver, y después huyó.
Al
ser el joven hijo de una persona noble, se empezó a investigar sobre su
desaparición, y se supo que había estado por el barrio donde vivía el
enemigo. Se registraron su casa y su huerto, pero no se descubrió ningún
indicio. Haciendo una inspección en el jardín de la familia del beato
Antonio, se encontró al chico, enterrado en el huerto. Entonces la
justicia del rey hizo arrestar, como asesinos del joven, al padre de San
Antonio con todos los de casa. El beato Antonio, a pesar de estar en
Padua, se enteró de lo ocurrido, por intervención divina. Por la noche,
pedido el permiso al guardián del convento, pudo salir.
Y mientras caminaba en medio de la noche, fue con divino prodigio transportado hasta la ciudad de Lisboa.
Entrando en la ciudad por la mañana, se dirigió al juez, y empezó a
rogarle que absolviera a aquellos inocentes de la acusa y los dejara
libres. Pero el juez no quiso hacerle caso bajo ningún motivo, y
entonces el beato Antonio ordenó que lo condujeran delante del chico
asesinado.
Delante
del cuerpo, le ordenó que se levantara y dijera si lo habían asesinado
sus familiares. El chico se despertó de la muerte y afirmó que los
familiares del beato Antonio no tenían nada que ver con el delito.
Consecuentemente, fueron absueltos y liberados de la cárcel. El beato
Antonio se quedó haciéndoles compañía todo el día. Después, por la
noche, salió de Lisboa y a la mañana siguiente estaba en Padua de nuevo.
(BARTOLOMEO DA PISA 4, 19-32)
Si
los hombres, a pesar de ser inteligentes, despreciaban su predicación,
Dios intervenía para mostrarla digna de veneración, cumpliendo señales y
prodigios por medio de animales sin razón. Una vez en que algunos
herejes, cerca de Padua, despreciaban y se burlaban de sus sermones, el
Santo se dirigió a la orilla de un río, que corría por allí cerca, y
dijo a los herejes para que toda la multitud lo oyera:
"A
partir del momento en que vosotros demostráis ser indignos de la
palabra de Dios, aquí estoy, dirigiéndome a los peces, para confundir
más abiertamente vuestra incredulidad"
Y con fervor de espíritu empezó a predicar a los peces, enumerándoles todos los dones concedidos por Dios:
- Cómo los había creado.
- Cómo les había asignado la pureza de las aguas y cuánta libertad les había concedido.
- Cómo los alimentaba sin que tuvieran que trabajar.
Mientras
hablaba, los peces empezaron a unirse y a acercarse a él, elevando
sobre la superficie del agua la parte superior de su cuerpo y mirándolo
atentamente, con la boca abierta. Mientras el santo les habló, lo
estuvieron escuchando muy atentos, como si fueran seres dotados de
razón. No se alejaron del lugar hasta que recibieron su bendición.
La visión
Una
vez que el beato Antonio se encontraba en una ciudad para predicar, fue
hospedado por una persona del lugar. Éste le asignó una habitación
separada, para que pudiera entregarse tranquilo al estudio y a la
contemplación. Mientras rezaba, solo, en la habitación, el propietario
multiplicaba sus idas y venidas por su casa.
Mientras
observaba con atención y devoción la habitación donde rezaba San
Antonio solo, ojeando a escondidas a través de una ventana, vio entre
los brazos del beato Antonio a un niño hermoso y alegre. El Santo lo
abrazaba y lo besaba, contemplando su rostro incesantemente. Aquel
hombre, asombrado y extasiado por la belleza del niño, pensaba por sus
adentros de dónde habría venido un niño tan gracioso.
Aquel niño era el Señor Jesús
Y
fue el mismo Niño Jesús quien reveló al beato Antonio que el huésped
los estaba observando. Después de una larga oración, acabada la visión,
el Santo llamó al propietario y le prohibió que revelara a nadie,
mientras él viviera, lo que había visto.
La mula y la Eucaristía
Es
muy común que nos encontremos con pinturas que representan a San
Antonio con un cáliz en la mano y una mula, de rodillas, a su lado.
Estos símbolos hacen alusión a un milagro que el santo operó en homenaje
a la Sagrada Eucaristía. Predicaba
sobre la Eucaristía en Rimini (Italia), en el año 1227 y un albigense,
adepto de la herejía cátara se levantó contra el dogma de la presencia
real de Jesucristo en el pan y en el vino, diciendo:
"Usted
puede raciocinar y dar argumento tras argumento, pero los hechos están
en su contra. No hay presencia de Cristo en la Hostia consagrada"
Sin perder la calma, San Antonio le responde:
"¿Qué
problema hay que el Cuerpo del Salvador esté velado por las apariencias
de pan y de vino? ¿No es suficiente saber por su palabra infalible que
Él está escondido bajo estos velos?"
"No -respondió el irreligioso-. Si
está Cristo, su presencia debe ser sentida por las criaturas. Tome una
Hostia consagrada y yo tomaré mi mula: si el animal la respeta, creeré
que el Maestro Supremo está allí y creeré en su doctrina. Que sea
realizada esa experiencia dentro de tres días. ¿Acepta estas
condiciones?"
El
santo, después de haber consultado a Dios por medio de la oración,
aceptó el desafío. Pasados tres días una multitud se reunió en la plaza.
San Antonio celebró Misa y después, avanzando con el Santísimo
Sacramento en las manos, se colocó al lado de un pesebre, el cual había
sido llenado con heno. Todos los católicos se postraron en adoración y
rezaron a Dios, Nuestro Señor, escondido en el Sacramento de la
Eucaristía, para que manifestase su gloria para conversión de las almas
ciegas.
Llegó
entonces el cátaro conduciendo su mula, la cual había sido privada de
todo alimento hacía tres días. El animal hambriento saltaba y daba
coces; por un momento todos pensaron que ni su dueño conseguiría
contenerla próxima del pesebre.
Efectivamente,
la mula salió corriendo cuando se dio cuenta de la existencia del
alimento, pero bruscamente, se volvió en dirección al santo y dobló las
patas, bajando la cabeza delante de la Hostia Santa que Fray Antonio
sostenía en sus manos. En vista de tal milagro se escuchaban gritos de
admiración que procedían de la multitud. Algunas almas más devotas
comenzaron a entonar cánticos de alabanza al Dios de la Eucaristía,
repetidos por todos. Finalmente, el dueño de la mula reconoció la verdad
enseñada por la Iglesia y se convirtió al catolicismo, juntamente con
muchos otros seguidores de aquella herejía.
Oración de Liberación
(Exorcismo)