Señor: que también nosotros,
después de una vida
dedicada a tu santo servicio,
vayamos un día a acompañarte
en tu Patria feliz del cielo, para siempre.
Amén.
El que quiera ser el primero
que se haga el servidor de todos
(Jesucristo)
Este
santo nació en los Abruzos (Italia) en 1536 y como era de familia rica
había dispuesto dedicarse al comercio y a la política. Le agradaban
fuertemente el deporte y las fiestas.
Pero
a los 21 años le dio una enfermedad tan terrible a la piel, que parecía
lepra, y todos creían que sería incurable. Entonces Francisco le hizo a
Dios esta promesa:
"Si me curas de esta enfermedad, dedicaré mi vida al sacerdocio y al apostolado"
Y
cuando menos se lo esperaba quedó curado de su enfermedad, de una
manera tan admirable que muchos consideraron esta curación como un
verdadero milagro. Entonces nuestro joven cumplió su promesa y se dedicó
a prepararse al sacerdocio. Se fue a Nápoles, y allá, apenas ordenado
de sacerdote se unió a un grupo de apostolado que se dedicaba a atender a
los presos de las cárceles. Este trabajo le iba a ser muy útil para
cuando más tarde fundara su Comunidad religiosa.
En
el año 1588 un gran apóstol llamado Juan Adorno, dispuso fundar una
comunidad religiosa que dedicara la mitad del tiempo a la oración y la
otra mitad al apostolado y para esto mandó una carta a un tal Ascanio
Caracciolo, pidiéndole consejos acerca de este proyecto y proponiéndole
que le colaborara. Y sucedió que los que llevaban la carta se
equivocaron de destinatario y en vez de entregarla a Ascanio la entrega
fue a nuestro santo.
Y
él al leerla encontró que esta comunidad era lo que él había deseado
por muchos años y se fue donde Juan Adorno y entre los dos fundaron la
nueva congregación.
Juan
y Francisco hicieron un Retiro Espiritual de 40 días en un monasterio
de camaldulenses, en perfecto silencio y dedicados totalmente a la
oración, después de ayunar y rezar y meditar mucho, y de haber pedido
insistentemente al Espíritu Santo que los iluminara, redactaron los
Reglamentos de la Nueva Congregación.
La nueva comunidad recibió el nombre de "Clérigos regulares" y su reglamento tenía detalles como los siguientes:
1º.
Cada día alguno de los religiosos hará ayuno (porque Jesús dijo:
"Ciertos espíritus malos no se alejan sino con la oración y el ayuno").
2º. Todo religioso pasará cada día al menos una hora en el templo en oración ante el Santísimo Sacramento.
3º. Los religiosos prometerán no aspirar a cargos importantes ni a altos puestos.
Los
dos fundadores se fueron a Roma y el Papa Sixto V aprobó la nueva
Congregación, y les fue concedida una casa junto a la famosa Basílica
Santa María la Mayor y pronto empezaron a llegarles muchos jóvenes con
la aspiración de pertenecer a la comunidad recién fundada. Los
fervorosos religiosos se dedicaban a predicar misiones por pueblos y
veredas y a hacer apostolados en las cárceles y hospitales. Tenían
ciertos sitios apartados y solitarios para retirarse de vez en cuando a
dedicarse a la oración y a la meditación.
Al
morir su compañero, fue nombrado nuestro santo como superior general de
la Congregación, pero él se sentía totalmente indigno y firmaba así sus
cartas: "Francisco el pecador".
Aunque
había sido nombrado Superior General, sin embargo Francisco seguía
haciendo su turno semanal para barrer las habitaciones, tender las camas
de los huéspedes, y lavar la loza en la cocina, como todos los demás.
Las pocas horas que concedía al sueño las pasaba sobre una mesa, o en
las gradas del altar.
Sus
amados pobres sabían que siempre tenía algo para regalarles, y muchas
veces tuvo que salir por las calles de la ciudad a pedir limosnas para
regalarles a los necesitados. En pleno invierno se quitaba su propio
abrigo y lo regalaba a los más pobres.
Los pecadores sabían que en el confesionario los estaba esperando todos los días con un corazón inmensamente comprensivo.
Los
envidiosos le inventaron horribles calumnias, y él callaba
humildemente, dejando a Dios que se encargara de su defensa. Muchos le
demostraban desprecio y otros se oponían agriamente a sus labores
apostólicas, pero el santo lo soportaba todo con gran mansedumbre y
paciencia. Nadie le escuchaba jamás una queja contra los que lo hacían
sufrir.
Sus
sermones trataban casi siempre acerca de la gran misericordia que Dios
tiene para con nosotros los pecadores. Tanto que la gente lo llamaba "El predicador del Amor de Dios". Y no se cansaba de propagar en sus sermones la devoción a la Santísima Virgen.
De
vez en cuando con la señal de la cruz devolvía la salud a los enfermos.
La gente se arrodillaba al verlo pasar por las calles.
Fundó
una gran casa religiosa en Nápoles, que pronto se llenó de nuevos
religiosos de su congregación. Fundó también casas en Madrid, Valladolid
y Alcalá en España. En 1607 renunció a todos sus cargos y se dedicó a
la oración y a la meditación, como preparándose para la muerte. Escogió
como habitación un cuartucho debajo de una escalera en la casa religiosa
de Nápoles, y allí varias veces lo encontraron en el suelo, con los
brazos en cruz, en éxtasis, orando mirando al crucifijo y sin darse
cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
El
Sumo Pontífice le ofreció varias veces nombrarlo obispo, pero el santo
que había hecho juramento de no aspirar a altos puestos, no quiso
aceptar. Se sentía indigno.
En el año 1608 se fue hacia el santuario de la Santísima Virgen de Loreto y
allá le permitieron pasar la noche orando ante la imagen de Nuestra
Señora, y en una visión sintió que su antiguo compañero Juan Adorno le
decía:
"Pronto nos encontraremos de nuevo en la eternidad"
Al día siguiente amaneció con alta fiebre. Recibió los últimos sacramentos y después de comulgar por viático empezó a decir:
Uno de los presentes le preguntó:
Y él respondió:
Y tan pronto terminó de decir estas palabras le fue concedido su deseo y murió en santa paz, pasando a la eternidad a recibir el premio de sus muchas buenas obras. Era el 4 de junio del año 1608. Tenía apenas 44 años. Su cuerpo, después de muerto despedía suaves fragancias que por tres días llenaron aquel recinto.
"Vayamos jubilosos, vayamos jubilosos"
Uno de los presentes le preguntó:
"Vayamos jubilosos, ¿a dónde Padre Francisco?"
Y él respondió:
"A la Patria Celestial. Al cielo. Al cielo para siempre"
Y tan pronto terminó de decir estas palabras le fue concedido su deseo y murió en santa paz, pasando a la eternidad a recibir el premio de sus muchas buenas obras. Era el 4 de junio del año 1608. Tenía apenas 44 años. Su cuerpo, después de muerto despedía suaves fragancias que por tres días llenaron aquel recinto.
Fuente - Texto tomado de EWTN.COM: