Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos:
"Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn. 18, 36)
Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado. Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de marzo de 1925. El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey. Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta, se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.
Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el Capítulo 13 de Mateo:
"Es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas".
"Es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda".
"Es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo".
"Es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra".
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el Reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán de vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz, la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos, son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica. Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia.
Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla. Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas, mediante obras concretas de apostolado. No nos podemos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse. Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
La fiesta de Cristo Rey
Con el objetivo de que los fieles vivan estos inapreciables provechos, era necesario que se propague lo más posible el conocimiento de la dignidad del Salvador, para lo cual se instituyó la festividad propia y peculiar de Cristo Rey. Desde fines del siglo XIX, la Iglesia realizaba los preparativos necesarios para la institución de la Fiesta, la cual fue finalmente designada para el último domingo del Año Litúrgico, antes de empezar el Adviento.
Si Cristo Rey era honrado por todos los católicos del mundo, se prevería las necesidades de los tiempos presentes, poniendo remedio eficaz a los males que friccionan la sociedad humana, tales como la negación del Reino de Cristo; la negación del derecho de la Iglesia fundado en el derecho del mismo Cristo; la imposibilidad de enseñar al género humano, es decir, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
En un mundo donde prima la cultura de la muerte y la emergencia de una sociedad hedonista, la festividad anual de Cristo Rey anima a una dulce esperanza en los corazones humanos, ya que impulsa a la sociedad a volverse al Salvador. Las desventajas que proceden de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual dan fuerza para que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles comprendieran que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo a los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
¿Por qué Jesucristo es Rey?
Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre las cosas creadas. Así, se dice que:
- Reina en las inteligencias de los hombres porque Él es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la Verdad.
- Reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en Él la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos.
- Reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie (entre todos los nacidos) ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.
Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con Él lo que es propio de la divinidad y, por lo tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue seguida por la Iglesia (reino de Cristo sobre la tierra) con el propósito de celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la Liturgia, a su autor y fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.
En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra. Además, se predice que su Reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz:
"Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del orbe de la tierra"
Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual Ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su Reino tuviera jamás fin.
El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su Resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Pero, además ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a Nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.
Oración
Consagración de la humanidad
para el día de Cristo Rey
por el Papa Pío XI
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano!
Miradnos humildemente postrados;
vuestros somos y vuestros queremos ser;
y a fin de vivir más estrechamente
unidos con Vos, todos y cada uno
espontáneamente nos consagramos
en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás,
os han conocido;
muchos, despreciando
vuestros mandamientos,
os han desechado.
¡Oh Jesús benignísimo!,
compadeceos de los unos y de los otros,
y atraedlos a todos
a vuestro Corazón Santísimo.
Oh Señor!
Sed Rey, no sólo de los hijos fieles
que jamás se han alejado de Vos,
sino también de los pródigos
que os han abandonado;
haced que vuelvan pronto
a la casa paterna,
que no perezcan de hambre y miseria.
Sed Rey de aquellos que,
por seducción del error
o por espíritu de discordia,
viven separados de Vos;
devolvedlos al puerto de la verdad
y a la unidad de la fe,
para que en breve se forme
un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Sed Rey de los que permanecen
todavía envueltos
en las tinieblas de la idolatría;
dignaos atraerlos a todos
a la luz de vuestro reino.
Conceded, ¡oh Señor!,
incolumidad y libertad segura
a vuestra Iglesia;
otorgad a todos los pueblos
la tranquilidad en el orden,
haced que del uno al otro confín de la tierra
no resuene sino ésta voz:
¡Alabado sea el Corazón divino,
causa de nuestra salud!
A Él se entonen
cánticos de honor y de gloria
por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Oh Cristo Jesús!
Os reconozco por Rey universal.
Todo lo que ha sido hecho,
ha sido creado para Vos.
Ejerced sobre mí
todos vuestros derechos.
Renuevo mis promesas del Bautismo,
renunciando a Satanás,
a sus pompas y a sus obras,
y prometo vivir como buen cristiano.
Y muy en particular
me comprometo a hacer triunfar,
según mis medios,
los derechos de Dios
y de vuestra Iglesia.
¡Divino Corazón de Jesús!
Os ofrezco mis pobres acciones
para que todos los corazones
reconozcan vuestra
Sagrada Realeza,
y que así el reinado
de vuestra paz
se establezca
en el Universo entero.
Amén
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
Fuente - Textos tomados de ACIPRENSA.COM: