La existencia de los Ángeles Custodios es una verdad, continuamente profesada por la Iglesia, que forma parte desde siempre del tesoro de piedad y de doctrina del pueblo cristiano. Estos Ángeles, explica el Catecismo: "No han sido enviados solamente en algún caso particular, sino que han sido designados desde nuestro nacimiento para nuestro cuidado y constituidos para defensa de la salvación de cada uno de los hombres".
Jesucristo mismo dijo a sus discípulos:
"Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque Yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt. 18, 10).
Todo ser humano, desde el comienzo de su vida hasta el momento en que pasa a la eternidad, cuenta con la protección e intercesión de un ángel designado por Dios para guiarlo, cuidarlo y orientarlo constantemente. Así, cada uno de nosotros tiene un Ángel de la Guarda. Los ángeles pueden influir profundamente en los hombres, aunque lo hagan siempre con discreción, porque la humildad también es un virtud angelical. ¡Cuántas veces una buena inspiración tiene su origen en un ángel! O cuándo el presentimiento de algún peligro grave hace que las personas tomen medidas que las libran de un accidente o de un gran daño, ciertamente un ángel solícito estaba cuidando el bien de su protegido.
Son innumerables los beneficios de orden espiritual y corporal que brindan sobre sus custodiados:
- Nos libran y defienden constantemente de multitud de males y peligros, así del alma como del cuerpo.
- Contienen a los demonios para que no nos hagan todo el daño que ellos quisieran, sino únicamente el que Dios les permita para nuestro mayor bien.
- Inspiran con frecuencia a nuestras almas pensamientos santos y consejos saludables.
- Ofrecen a Dios nuestras oraciones e imploran el auxilio divino sobre nosotros.
- Iluminan nuestro entendimiento, proponiéndoles las verdades de manera más fácil a través de la imaginación y de los sentidos, en los que pueden actuar directamente.
- Nos asisten de una manera particular a la hora de la muerte, que es cuando más lo necesitamos.
- Nos consuelan en el purgatorio y nos acompañan eternamente en el cielo como ángeles correinantes.