Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos:
"Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn. 18, 36).
Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado. Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.
La fiesta de Cristo Rey
Con el objetivo de que los fieles vivan estos inapreciables provechos, era necesario que se propague lo más posible el conocimiento de la dignidad del Salvador, para lo cual se instituyó la festividad propia y peculiar de Cristo Rey. Desde fines del siglo XIX, la Iglesia realizaba los preparativos necesarios para la institución de la Fiesta, la cual fue finalmente designada para el último domingo del Año Litúrgico, antes de empezar el Adviento.
Si Cristo Rey era honrado por todos los católicos del mundo, se prevería las necesidades de los tiempos presentes, poniendo remedio eficaz a los males que friccionan la sociedad humana, tales como la negación del Reino de Cristo; la negación del derecho de la Iglesia fundado en el derecho del mismo Cristo; la imposibilidad de enseñar al género humano, es decir, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
En un mundo donde prima la cultura de la muerte y la emergencia de una sociedad hedonista, la festividad anual de Cristo Rey anima a una dulce esperanza en los corazones humanos, ya que impulsa a la sociedad a volverse al Salvador. Las desventajas que proceden de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual dan fuerza para que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles comprendieran que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo a los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
¿Por qué Jesucristo es Rey?
Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre las cosas creadas. Así, se dice que:
- Reina en las inteligencias de los hombres porque Él es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la Verdad.
- Reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en Él la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos.
- Reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.
Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con Él lo que es propio de la divinidad y, por lo tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue seguida por la Iglesia -reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito de celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la Liturgia, a su autor y fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.
En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra. Además, se predice que su Reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz:
"Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del orbe de la tierra"
Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual Ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su Reino tuviera jamás fin. El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su Resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Pero, además ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuanto le hemos costado a Nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.
Oración
Consagración de la humanidad para el día de Cristo Rey
por el Papa Pío XI
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano!
Miradnos humildemente postrados;
vuestros somos y vuestros queremos ser;
y a fin de vivir más estrechamente unidos con Vos,
todos y cada uno espontáneamente
nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido;
muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado.
¡Oh Jesús benignísimo!,
compadeceos de los unos y de los otros,
y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor!
Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos,
sino también de los pródigos que os han abandonado;
haced que vuelvan pronto a la casa paterna,
que no perezcan de hambre y miseria.
Sed Rey de aquellos que,
por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe,
para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.
Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia;
otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden,
haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino ésta voz:
¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud!
A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
Fuente - Texto tomado de ACIPRENSA.COM:
Fuente - Texto tomado de EWTN: