Presbítero y fundador de la Sociedad Salesiana y del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora
Martirologio Romano
Memoria de San Juan Bosco, presbítero, el cual, después de una niñez áspera, fue ordenado sacerdote y en la ciudad de Turín, en Italia, se dedicó con todas sus fuerzas a la formación de adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María Dominica Mazzarello, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, para enseñar oficios a la juventud e instruirles en la vida cristiana. Lleno de virtudes y méritos, voló al cielo en este día en la ciudad de Turín en Italia (1888).
San Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti, y recibió de su madre Margarita Occhiena una sólida educación cristiana y humana. Dotado de inteligencia, memoria, voluntad y agilidad física no comunes, desde niño fue seguido por sus coetáneos, a quienes organizaba juegos que interrumpía al toque de las campanas para llevarlos a la iglesia. Fue ordenado sacerdote en Turín en 1841, y allí comenzó su actividad pastoral con San José Cafasso.
Su programa, o mejor, su pasión era la educación de los jóvenes, los más pobres y abandonados. Reunió un grupito que llevaba a jugar, a rezar y a menudo a comer con él. La incómoda y rumorosa compañía de Don Bosco (así se lo llamaba y se lo llama familiarmente), tenía que estar cambiando de lugar continuamente hasta que por fin encontró un lugar fijo bajo el cobertizo Pinardi, que fue la primera célula del Oratorio. Con la ayuda de mamá Margarita, sin medios materiales y entre la persistente hostilidad de muchos, Don Bosco dio vida al oratorio de San Francisco de Sales: era el lugar de encuentro dominical de los jóvenes que quisieran pasar un día de sana alegría, una pensión con escuelas de arte y oficios para los jóvenes trabajadores, y escuelas regulares para los estudios humanísticos, según una pedagogía que sería conocida en todo el mundo como "medio preventivo" y basada en la religión, la razón y el amor.
"La práctica del método preventivo se basa en todas las palabras de San Pablo que dice: La caridad es benigna y paciente; sufre todo, pero espera todo y aguanta todo"
Para asegurar la continuidad de su obra, San Juan Bosco fundó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (los Salesianos) e Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas). Fue un fecundísimo escritor popular, fundó escuelas tipografícas, revistas y editoriales para el incremento de la prensa católica, la "buena prensa". Aunque ajeno a las luchas políticas, prestó su servicio como intermediario entre la Santa Sede, el gobierno italiano y la casa Saboya.
Fue un santo risueño y amable, se sentía "sacerdote en la casa del pobre; sacerdote en el palacio del Rey y de los Ministros". Buen polemista contra la secta de los Valdeses, según la mentalidad del tiempo, nunca se avergonzó de sus amistades con los protestantes y los hebreos de buena voluntad:
"Condenamos los errores -escribió en el 'Católico'- pero respetamos siempre a las personas"
San Juan Bosco murió el 31 de enero de 1888 y fue canonizado por Pío XI en 1934.
Pensamientos de Don Bosco
- La ayuda de Dios no falta cuando se trabaja de veras y con fe.
- El demonio tiene miedo a la gente alegre.
- Haz que todos los que hablan contigo se hagan amigos tuyos.
- Trata de hacerte querer más que temer.
- Preocúpense especialmente de los enfermos, de los niños, de los ancianos y de los pobres, y ganarán la bendición de Dios y la benevolencia de los hombres.
- El amor da fuerzas para soportar las fatigas, los disgustos, las ingratitudes, la falta de disciplina, las ligerezas, las negligencias de los jóvenes.
- Recuerda que todo cristiano tiene la obligación de ayudar a los demás, y que no hay predicación más eficaz que la del buen ejemplo.
- La caridad todo lo soporta, de donde se deduce que no tendrá jamás verdadera caridad el que no quiere soportar los defectos ajenos.
- La Comunión devota y frecuente es el medio más eficaz para tener buena muerte y así salvar el alma.
- El alimento del alma es la Palabra de Dios.
- Para hacer el bien hay que tener un poco de valor.
- Bueno es el cuerpo cuando esté aseado, pero mejor es tener la conciencia limpia de toda culpa.
- ¿Quieres llevar contigo el dinero a la eternidad? Da limosna a los pobres.
- Si el dinero hace mucho, la oración lo obtiene todo.
- Hay que sudar muchísimo para conservar la dulzura y, talvés, sea necesario derramar la propia sangre para no perderla.
- La vida es demasiado corta. Hay que hacer deprisa lo poco que se pueda, antes de que nos sorprenda la muerte.
- La primera virtud de un hombre es la obediencia a su padre y a su madre.
- El humilde siempre será visto por todos: por Dios y por los hombres.
- En la enseñanza, textos breves, fáciles y precisos.
- Me basta que sean jóvenes para amarlos con ardor.
- Sé agradecido con quien te ayude.
- Pongámonos todos bajo el manto de la Virgen, Ella nos librará de los peligros y nos guiará.
- El que confía en la Virgen nunca se verá defraudado.
- Se atrapan más moscas con una cucharadita de miel que con todo un barril de vinagre.
- A la hora de la muerte se ven las cosas desde otro punto de vista.
- Los tres enemigos del hombre son: la muerte (que lo sorprende), el tiempo (que se escapa), y el demonio (que le tiende sus lazos).
- Hace mucho el que hace poco, pero hace lo que debe. No hace nada el que hace mucho, pero no hace lo que debe hacer.
- No te comprometas asumiendo demasiados trabajos. Quien mucho abarca poco aprieta y lo estropea todo.
- La verdadera religión no consiste sólo en palabras; es menester pasar a las obras.
- Un Oratorio sin música es un cuerpo sin alma.
- Los ociosos, al final de la vida, experimentarán grandes remordimientos por el tiempo perdido.
- Quien no vive en paz con Dios, no puede tener paz consigo mismo ni con los demás.
- ¡Qué consolador resulta el Padrenuestro que resulta por la mañana y a la noche, qué gusto da pensar que tenemos en el cielo un Padre que piensa en nosotros!
- Un trocito de paraíso lo arregla todo.
- Del prójimo hay que hablar bien o callar.
- Es preciso tener como compañera inseparable a la paciencia.
- Piensa en Dios según la fe, del prójimo según la caridad, y de ti según la humildad.
- Perdona todo a todos, a ti no te perdones nada.
- El Señor siempre envía grandes socorros para las grandes necesidades.
- Déjate guiar siempre por la razón y no por la pasión.
- Hagamos el bien que podamos y no aguardemos la recompensa del mundo, sino solamente de Dios.
- Respeto a todos pero no temo a nadie.
- Las espinas de la vida serán las flores de la eternidad.
- Cuando se trata de servir a Dios, hay que estar dispuesto a sacrificarlo todo.
- Todo salesiano hágase amigo de todos, no busque nunca la venganza, sea fácil en perdonar.
- Sólo en el silencio concede el Señor sus gracias.
- Caridad, paciencia, dulzura, nunca reproches humillantes, nunca castigos. Hacer el bien a todos los que se pueda, y a ninguno el mal.
- El trabajo es un arma poderosa contra los enemigos del alma.
- Trabaja por el Señor, el paraíso lo recompensa todo.
- ¡Ay de quien trabaja esperando el pago del mundo!, el mundo es mal pagador y paga siempre con la ingratitud. Trabaja por amor a Jesucristo.
- Hay que trabajar como si no se debiese morir nunca y vivir como si se debiese morir cada día.
- Cuando un hijo abandona a sus padres para seguir la vocación, Jesucristo ocupa su lugar en la familia.
San Juan Bosco
Juan Melchor Bosco
(en italiano Giovanni Melchiorre Bosco)
Nacimiento: 16 de agosto de 1815 (Reino de Piamonte - Cerdeña - Italia)
Fallecimiento: 31 de enero de 1888 - 72 años (Turín, Reino de Italia)
Beatificación: 2 de junio de 1929
Canonización: 1 de abril de 1934
Festividad: 31 de enero
Sueño de San Juan Bosco sobre el infierno
Las penas del infierno - Año 1887
(Memorias Biográficas de San Juan Bosco,
Tomo XVIII, págs. 284-285)
En la mañana del 3 de abril San Juan Bosco dijo a Viglietti, que en la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del 2. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas. Si los jóvenes (le decía), oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida.
El Santo vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso. Desconcertado observó alrededor de sí para averiguar cuál pudiera ser la causa de aquel finís mundi, pero no vio nada de particular. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba acercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía.
San Juan Bosco continuó así su relato: Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose más precisos, de forma que pude oír estas palabras: Multi gloriantur in terris et cremantur n igne. Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas, casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocadas de un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de otros animales.
Observé mejor y entre aquellos desventurados reconocí a algunos. Entonces, cada vez más aterrado, pregunté nuevamente qué significaba tan extraordinario espectáculo. Se me respondió: Gemitibus inenarrabilibus famem patientur ut canes. Entretanto, con el aumento del ruido se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó en voz alta:
"Pero ¿no será posible poner remedio a aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo?"
"Sí (replicó una voz), hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata. Pero éstas son cosas materiales. No; aurum et thus. Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal"
Durante este diálogo los gritos se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó. Eran las 3 de la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo. En el curso de su relato, un temblor le agitaba todos los miembros, su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas.
Sueño de Don Bosco a los 9 años
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Sueño de Don Bosco - Museo Camerette di Don Bosco - Turín (Italia) |
"Fue el Papa quien me mandó escribirlo:
Los hechos que expondré a continuación le confieren cierto sentido. No hablé más del asunto, y mis familiares no le dieron mayor importancia. Pero cuando, en el año 1858, fui a Roma para tratar con el Papa de la Congregación Salesiana, me hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural, aunque sólo fuera la apariencia. Conté entonces, por primera vez, el sueño tenido a la edad de 9 a 10 años. El Papa me mandó que lo escribiera al pie de la letra, pormenorizadamente, y lo dejara para animar a los hijos de la Congregación".
San Juan Bosco
Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales
De 1815 a 1855
Madrid, Editorial CCS, 2003, pp. 10-12
Ver el siguiente video con el relato del sueño de San Juan Bosco:
En este día (Enero 31), quiero compartir con ustedes este sueño que tuvo San Juan Bosco en el año de 1862:
«Les quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo, yo que les contaría a Vosotros hasta mis pecados si no temiera que salieran huyendo asustados, o que se cayera la casa, se los voy a contar para su bien espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días.
Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no ven más tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible.
A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.
En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distante la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum.
Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium.
El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitaneada y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves respectivas.
Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa.
El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior todo en redondo penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.
Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino.
A veces sucede que por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.
Disparan entretanto los cañones de los asaltantes, y al hacerlo revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, encendidos de furor comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate.
Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le levantan. El Pontífice es herido una segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente; de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse.
El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la huida, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas.
Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y que se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, llegando a las cuales se aseguran a los garfios pendientes de las mismas y allí permanecen tranquilas y seguras, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.
Al llegar a este punto del relato, [San] Juan Don Bosco preguntó a [Beato] Miguel Don Rúa:
—¿Qué piensas de esta narración?
[Beato] Miguel Don Rúa contestó:
—Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es Cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
[Beato] Miguel Don Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y [San] Juan Don Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió:
—Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. ¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María. Frecuencia de Sacramentos: Comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo momento. ¡Buenas noches!
Las conjeturas que hicieron los jóvenes sobre este sueño fueron muchísimas, especialmente en lo referente al Papa; pero [San] Juan Don Bosco no añadió ninguna otra explicación.
Cuarenta y ocho años después —en 1907— el antiguo alumno, canónigo Don Juan Ma. Bourlot, recordaba perfectamente las palabras de [San] Juan Don Bosco.
Hemos de concluir diciendo que César Chiala y sus compañeros, consideraron este sueño como una verdadera visión o profecía, aunque [San] Juan Don Bosco al narrarlo parece que no se propuso otra cosa que, inducir a los jóvenes a rezar por la Iglesia y por el Sumo Pontífice inculcándoles al mismo tiempo la devoción al Santísimo Sacramento y a María Santísima.
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
Fuente - Texto tomado de CATOLICO.ORG:
Fuente - Texto tomado de ES.WIKIPEDIA.ORG:
Fuente - Texto tomado de REINADELCIELO.ORG:
Video tomado de YOUTUBE:
http://www.youtube.com/watch?v=0ziNwgqFjdc&feature=related
Texto tomado del Libro: 153 SUEÑOS PROFÉTICOS DE SAN JUAN BOSCO
Libro Electrónico Gratuito del sitio web:
http://www.reinadelcielo.org/estructura.asp?intSec=5&intId=27