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San Nereo y Aquileo Siglo I |
Estos
dos militares estaban al servicio de Flavia Domitila una de las
primeras señoras de Roma. El historiador Eusebio dice que esta noble
dama era sobrina del Emperador Domiciano y que el tal mandatario la
envió al destierro, porque ella se había declarado seguidora de
Jesucristo. Con Domitila fueron enviados también al destierro San Nereo y
San Aquileo, porque proclamaban su fe en el Divino Redentor.
Afirma
San Jerónimo que el destierro fue tan cruel y tan largo que les sirvió
de martirio. Después otro emperador mandó que les cortaran la cabeza y
así tuvieron el honor de derramar su sangre por proclamar su fe.
El Papa San Dámaso escribió en el año 400 la siguiente inscripción en la tumba de estos dos mártires:
"Nereo
y Aquileo pertenecían al ejército del emperador. Pero se negaron a
cumplir ciertas órdenes que a ellos les parecían crueles. Al convertirse
al cristianismo abandonaron toda violencia y prefirieron tener que
abandonar el ejército antes que ser crueles con los demás. Proclamaron
su amor a Cristo en esta tierra y ahora gozan de la amistad de Cristo en
la eternidad".
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San Pancracio Año 304 |
El
12 de mayo se celebra también la fiesta de San Pancracio, un jovencito
romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declararse creyente y
partidario de Nuestro Señor Jesucristo. Dicen
que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones
un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le
dijo al niño:
"Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre"
Un
día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La
mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que
mostraba, y el jovencito le respondió:
"Es
que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos
paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que
de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles:
'En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo'" (Hechos 6,41)
Al
oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del
padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó
emocionada:
"Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre"
Como
Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y
que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo
llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra
él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía
Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron
a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de
decir que Cristo es Dios.
El
valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente
en Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a
desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo
llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo
azotaban, más fuertemente proclamaba él:
"Que Jesús es el Redentor del mundo"
Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo. Al
llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos
porque le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor
Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer
siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los
peligros. De muy buena voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el
sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más parecía sentirse
contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por proclamar su
fidelidad a la verdadera religión.
Allí
en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos
siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el
glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su
sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo.
San Pancracio: ruégale a Dios
por nuestra juventud
que tiene tantos peligros
de perder su fe y sus buenas costumbres.
Fuente - Texto tomado de EWTN: