Beata Cristina de Stommeln
(† 6 de noviembre de 1312)
El jesuita francés A. F. Poulain († 1919), en su gran obra sobre la mística Des grâces d’Oraison (10a. ed., París, 1922), afirmó:
“Una gracia extraordinaria concedida por Dios, (casi siempre) está acompañada por una intervención extraordinaria del diablo. La tierra es el campo de batalla. Los dos ejércitos, el de los espíritus buenos y el de los malos, luchan frente a frente por las mismas almas”
¡Y de qué manera, como casi nunca se encuentra en la vida de otros hombres místicamente dotados está justificada esta afirmación al estudiar la vida de la Beata Cristina de Stommeln! En ella es posible sentir el luchar fragoroso de los Ángeles buenos y de los caídos (con el diablo a la cabeza), desde su infancia hasta su muerte, a los 70 años de edad, como testimoniaba después de intensas observaciones el dominico Pedro de Dacia, erudito contemporáneo suyo († 1289).
Cristina nació en 1242 en Stommeln (entre Colonia y Neuss), hija del labrador Enrique Bruso y su esposa Hilla. Desde muy temprana edad se distinguió por una religiosidad especial:
Cuando contaba sólo con seis años fue honrada con una primera aparición; a los siete experimentó una visión en la que era conducida por un Ángel hasta el paraíso, donde observó los misterios celestiales y fue colmada de una alegría inexpresable. Con nueve años de edad fue presentada en espíritu por un Ángel tres noches consecutivas ante la presencia de la Santísima Virgen María; la Madre de Dios le decía a la niña:
“¡Alégrate, hija carísima, y goza, porque serás la novia y amiga de mi Hijo muy amado!”
Cuando Cristina cumplió 10 años se le apareció una noche el Señor:
“Hija muy amada, ve, soy Jesucristo. ¡Prométeme fidelidad, es decir, que me servirás para siempre! Si alguien pidiera tu mano, ¡dile que ya te comprometiste al mismo Jesucristo en sus manos!”
El Señor tomó su mano derecha y, colocándola en la suya, le decía:
“¡Con las beguinos debes quedarte!”
A partir de entonces, Cristina cavilaba la manera de llegar a las beguinos, un tipo especial de vírgenes y viudas piadosas que vivían en comunidad, pero sin votos religiosos propios, en los llamados “corrales de las beguinos”. Cuando supo que también existían beguinos en Colonia, se trasladó a esta ciudad, sin el conocimiento paterno; tenía 13 años. Fue recibida bondadosamente en este corral, fundado en 1230; sin embargo, como había salido de su casa en contra de la voluntad de sus padres, éstos no le prestaban ayuda, por lo que hubo de vivir en Colonia en la más extrema pobreza (cada beguino debía cuidar de su propio sustento). En esta comunidad comenzó Cristina a sufrir los acosos y persecuciones del diablo. El padre H. Wilms OP escribe en su Historia de las dominicas alemanas:
Cristina de Stommeln se halla dignamente en su brillo puro de virtud al lado de las mujeres más nobles que embellecen nuestros altares. Recibió muchas consolaciones, al igual que las místicas más excelsas; pero es propio de ella que padeciera una persecución brutal de parte del diablo. Dios prepara a sus amigos pruebas especiales, pero éstas no son para todos iguales. Algunos son perseguidos y ofendidos de forma cruel por los hombres; otros soportan tentaciones interiores, desiertos y arideces del espíritu; tampoco Cristina de Stommeln se libró de estos sufrimientos.
Las beguinos en Colonia, y después en Stommeln, contribuyeron en parte a los sufrimientos de esta virgen noble. Sequedad del espíritu y soledad interior no le eran desconocidas, pero mucho más tuvo que sufrir del enemigo maligno, quien la perseguía y torturaba de una manera que puede resultarnos hoy incomprensible. Su biógrafo sueco, el erudito Pedro de Dacia, explicó, según las exigencias más severas de la ciencia, que en este caso se trató realmente de ataques diabólicos.
Los relatos que tenemos a la vista son creíbles, porque fueron escritos en el tiempo de la beata Cristina de Stommeln por aquellas personas que presenciaron los acontecimientos o los escucharon de testigos oculares. Tanto estos testigos como los redactores son hombres dignos de honra y bien instruidos que merecen nuestra fe. Esto vale ante todo para el director espiritual de Cristina, Pedro de Dacia, religioso de vida santa que obtuvo en su provincia los ministerios de mayor confianza de la orden. Las informaciones ciertas que poseemos de Cristina de Stommeln las debemos a sus noticias y sugerencias.
De las torturas diabólicas a las cuales era sometida Cristina de Stommeln pueden constatarse más claramente los maltratos físicos; era arrastrada por un poder invisible de sus cabellos, quemada con piedras ardientes, golpeada con varas, flagelada con azotes, manchada con lodo; por el mismo poder invisible le fueron arrancados los dientes, perforados los pies, maltratado todo el cuerpo. Los testigos veían los efectos. Quedaron huellas visibles. Frecuentemente, las torturas tuvieron un carácter visionario. Fueron causadas por imágenes de terror que influyeron vivamente su fantasía. El sufrimiento se realizó, entonces, en el interior de la paciente beata. En ocasiones, sus sentidos exteriores percibieron imágenes engañosas.
Ciertamente era un sufrimiento expiatorio por otros el que esta mujer místicamente agraciada sufrió y aceptó con las beguinos, primero en Colonia y después en su patria Stommeln, hasta el año 1288. Por otra parte, experimentó también numerosas gracias elevadas y consoladoras que se le concedieron: además de la estigmatización, recibió, por ejemplo, comuniones extáticas, conocimientos profundos de la Sagrada Escritura y el don de poder ver en el interior de los corazones. Gracias a estas luchas, sufrimientos y pruebas, Cristina fortaleció sus virtudes ejemplares, como afirma el padre Pedro Dacia:
“Tuve la ocasión de observar sus costumbres y comportamiento, examinarlos y someterlos a juicios profundos, como ya antes observé sobre su paciencia y humildad. Y aunque durante sus estados acontecieron algunas cosas imposibles de captar y explicar por la inteligencia humana normal, lo que según mi parecer le otorga el carácter de sobrenatural y maravilloso, al menos observé que poseía una serenidad admirable, ejercitaba una castidad increíble y desarrolló una gran amabilidad unida con decencia, una alegría en el temor de Dios; poseía, además, humildad y alegría en las humillaciones. Hablaba poco y siempre de manera edificante y, cuando se le preguntaba sobre algo respondía con modestia. A veces hablaba alegremente, pero nunca una palabra vacía. Usaba un hábito religioso sin ningún adorno innecesario. En su conducta había algo virtuoso que a todos los que la vieron o trataron alegraba”.
En 1288 terminaron los sufrimientos expiatorios que soportó principalmente por la conversión de los pecadores y por las almas del purgatorio; a partir de entonces, Cristina vivió todavía retirada y llena de paz en Stommeln, donde murió en gracia el 6 de noviembre de 1312 a la edad de 70 años. El Papa Pío X reconoció expresamente, después de un profundo examen, el 11 de agosto de 1908 la veneración de esta mujer estigmatizada que experimentó la lucha entre los Ángeles buenos y los ángeles caídos en su propia persona, en cuerpo y alma.
Fuente - Texto tomado de RELIGIONES.CO: