San Bernardo, abad es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090 y murió a los 63 años, el 20 de agosto del año 1153. Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo. Amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre. Todo esto y vigor juvenil le causaba un reto en las tentaciones contra la castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó sobre el hielo hasta sufrir profundamente el frío. Sabía que a la carne le gusta el placer y comprendió que si la castigaba así, no vendrían tan fácilmente las tentaciones. Aquel tremendo remedio le trajo liberación y paz.
Una visión cambia su rumbo
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban Harding, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
La Predicación de Santo
Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melifluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.
Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Su amor a la Virgen Santísima
"Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María"
Tal era su amor a la Virgen que teniendo costumbre de saludarla siempre que pasaba ante una imagen de ella con las palabras:
"Dios te Salve María"
La imagen un día le contestó:
"Dios te salve, hijo mío Bernardo"
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante:
- Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: invoca a María!
- Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la Estrella, invoca a María!
- Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María!
- Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios!
- En medio de tus peligros, de tus angustias, de tus dudas, piensa en María, invoca a María!
- El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se aparten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos. Siguiéndola no te pierdes en el camino!
- ¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en Ella no te descarriarás!
- Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer.
- ¡Bajo su guía no habrá cansancio, y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial!
Acordaos
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre,
Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos. Oh Madre de Dios,
no desechéis mis súplicas, antes bien,
escuchadlas y acogedlas benignamente.
Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos. Oh Madre de Dios,
no desechéis mis súplicas, antes bien,
escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Fuente - Texto tomado de CATOLICO.ORG:
Fuente - Texto tomado de ENCUENTRA.COM:
Fuente - Texto tomado de DEVOCIONARIO.COM: