San Antonio Abad es el padre de todos
los monjes, gracias a él la vida monástica
en comunidad tomó fuerzas.
Ramillete espiritual:
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación (Mt. 5, 5)
Conocemos la vida del abad Antonio, cuyo nombre significa "floreciente" y al que la tradición llama el Grande, principalmente a través de la biografía redactada por su discípulo y admirador, San Atanasio, obispo de Alejandría a fines del siglo IV, a quien dejaría en herencia su túnica. Este escrito, fiel a los estilos literarios de la época y ateniéndose a las concepciones entonces vigentes acerca de la espiritualidad, subraya en la vida de Antonio (más allá de los datos maravillosos), la permanente entrega a Dios en un género de consagración, del cual él no es históricamente el primero, pero sí el prototipo, y ésto no sólo por la inmensa influencia de la obra de Atanasio. Es la primera hagiografía que se conoce, obra muy bien recibida por el mundo romano.
Antonio nació en el pueblo de Comas, cerca de Heraclea, en el alto Egipto. Sus padres le habían dejado una copiosa herencia y el encargo de cuidar de su hermana menor. En su juventud, Antonio, que era egipcio e hijo de acaudalados campesinos, se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que le llegaron en el marco de una celebración eucarística, cuando en la iglesia el sacerdote leía:
"Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres..."
Así lo hizo el rico heredero. Se cuenta que alrededor de los 20 años de edad vendió todas las posesiones, entregó el dinero a los pobres, reservando sólo parte para una hermana. Confió su hermana a un grupo de vírgenes que vivían los consejos evangélicos, y él dejó sus tierras a sus convecinos, vendió sus muebles, se despojó de todo, rompió las cadenas que le sujetaban. Se retiró a vivir en una comunidad local haciendo ascética.
Llevó inicialmente vida apartada en su propia aldea, pero pronto se marchó al desierto, adiestrándose en las prácticas eremíticas junto a un cierto Pablo, anciano experto en la vida solitaria. En su busca de soledad y persiguiendo el desarrollo de su experiencia, llegó a fijar su residencia entre unas antiguas tumbas, durmiendo en un sepulcro vacío. ¿Por qué esta elección? Era un gesto profético, liberador.
Los hombres de su tiempo (como los de nuestros días) temían desmesuradamente a los cementerios, que creían poblados de demonios. La presencia de Antonio entre los abandonados sepulcros era un claro mentís a tales supersticiones y proclamaba, a su manera, el triunfo de la resurrección. Todo (aún los lugares que más espantan a la naturaleza humana) es de Dios, que en Cristo lo ha redimido todo; la fe descubre siempre nuevas fronteras dónde extender la salvación. Luego pasó muchos años ayudando a otros ermitaños a dirigir su vida espiritual en el desierto, más tarde se fue internando mucho más en el desierto, para vivir en absoluta soledad. Otro día oyó decir:
"No os agobiéis por el mañana"
Y se comprometió a vivirlo sin dilación. El trabajo manual, la oración y la lectura constituyeron en adelante su principal ocupación. A los 54 años de edad, hacia el año 305, abandonó su celda en la montaña y fundó un monasterio en Fayo. El monasterio consistía originalmente en una serie de celdas aisladas, pero no podemos afirmar con certeza que todas las colonias de ascetas fundadas por San Antonio, estaban concebidas de igual manera. San Antonio exhortaba a sus hermanos a preocuparse lo menos posible por su cuerpo, pero se guardaba bien de confundir la perfección, que consiste en el amor de Dios, con la mortificación.
Aconsejaba a sus monjes que pensaran cada mañana que tal vez no vivirían hasta el fin del día, y que ejecutaran cada acción, como si fuera la última de su vida.
"El demonio, decía, teme al ayuno, la oración, la humildad y las buenas obras, y queda reducido a la impotencia ante la señal de la cruz"
De acuerdo con los relatos de San Atanasio y de San Jerónimo, popularizados en el libro de vidas de santos. La leyenda dorada que compiló el dominico genovés Santiago de la Vorágine en el siglo XIII, Antonio fue reiteradamente tentado por el demonio en el desierto. La tentación de San Antonio se volvió un tema favorito de la iconografía cristiana, representado por numerosos pintores de fuste.
Su fama de hombre santo y austero atrajo a numerosos discípulos, a los que organizó en un grupo de ermitaños en un monasterio llamado Pispir, cerca del Nilo y otro en Arsínoe. Por ello, se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Se le unieron muchos fervorosos imitadores, a los que organizó en comunidades de oración y trabajo. Dejando sin embargo esta exitosa obra, se retiró a una soledad más estricta en pos de una caravana de beduinos que se internaba en el desierto. No sin nuevos esfuerzos y desprendimientos personales, alcanzó la cumbre de sus dones carismáticos, logrando conciliar el ideal de la vida solitaria con la dirección de un monasterio cercano. Nunca optó por la vida en comunidad y se retiró al monte Colzim, cerca del Mar Rojo como ermitaño. Abandonó su retiro en 311 para visitar Alejandría y predicar contra el arrianismo, para terciar en las interminables controversias arriano-católicas que signaron su siglo. Ahí predicó la consustancialidad del Hijo con el Padre, acusando a los arrianos a confundirse con los paganos "que adoran y sirven a la creatura más bien que al Creador", ya que hacían del Hijo de Dios una creatura.
Sobre todo, Antonio, fue padre de monjes, demostrando en sí mismo la fecundidad del Espíritu. Una multisecular colección de anécdotas, conocidas como "apotegmas" o breves ocurrencias que nos ha legado la tradición, lo revela poseedor de una espiritualidad incisiva, casi intuitiva, pero siempre genial, desnuda como el desierto que es su marco y sobre todo implacablemente fiel a la sustancia de la revelación evangélica. Se conservan algunas de sus cartas, cuyas ideas principales confirman las que Atanasio le atribuye en su "Vida".
El último medio siglo de su vida -vivió 105 años- residió en el monte Colzum, cerca del Mar Rojo. Amante de la soledad, allí vivía en una pequeña laura (tipo de ermita), entre largos ayunos y oraciones, y haciendo esteras para no caer en la ociosidad. Así se defendía contra los violentos ataques del demonio, que no le dejaba un momento de reposo.
Es el ambiguo valor del desierto, lugar propicio para el encuentro con Dios y para las tentaciones del maligno. Antonio es un magnífico ejemplo para vencer las tentaciones. Muy pronto encontró imitadores. Un enjambre de lauras individuales fueron pobladas por fieles seguidores que querían vivir cerca de aquella regla viva. Se reunían para celebrar juntos los divinos oficios. De este modo compaginaban el silencio y soledad con la vida común.
Sólo salió de allí para ayudar a su amigo Atanasio en la lucha contra los herejes, y cuando fue a conocer a Pablo el Ermitaño. Se saludaron por su nombre, se abrazaron y ese día trajo el cuervo de Pablo doble ración de pan. Y que según la leyenda, alimentaba diariamente a Pablo entregándole una hogaza de pan, dio la bienvenida a Antonio suministrando dos hogazas. Se le atribuyeron muchos milagros. Pero él los rehuía. A Dídimo el Ciego le repite:
"No debe dolerse de no tener ojos, que nos son comunes con las moscas, quien puede alegrarse de tener la luz de los santos, la luz del alma"
Antonio es un caso ejemplar de tomar la palabra de Dios como dirigida expresamente a cada uno de los oyentes:
"Hoy se cumple esta palabra entre vosotros", había dicho JESÚS
Así la cumplió San Antonio. San Antonio es conocido con distintos apelativos. San Antonio de Egipto, pues allí nació, cerca de Menfis, el año 251. San Antonio del Desierto, pues al desierto se retiró para seguir a Cristo. San Antonio el Grande, por el inmenso influjo de su ascética, tanto por su caridad en atender al prójimo, como por su fortaleza frente a las tentaciones del demonio. Pero el nombre que le distingue sobre todo es San Antonio Abad. Abad significa padre, y entre todos los abades barbudos, Antonio fue por antonomasia el abad, el padre de los monjes. San Pacomio había iniciado el movimiento de convertir a los solitarios anacoretas en cenobitas, agrupándolos en monasterios de vida común. San Antonio fue escogido por la Providencia para consolidar el cenobitismo. Es el Santo taumaturgo que no sólo es invocado en favor de los hombres, sino también de los animales, que aún son bendecidos el día de San Antonio en muchos sitios. Cargado de méritos, famoso por sus milagros y acompañado del cariño de las multitudes, subió al cielo el Santo Abad el 17 de enero del año de gracia 356, en las laderas del monte Colzim, próximo al mar Rojo; al ignorarse la fecha de su nacimiento, se le ha adjudicado una improbable longevidad, aunque ciertamente alcanzó una edad muy avanzada. La figura del abad delineó casi definitivamente el ideal monástico, que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos. No siendo hombre de estudios, no obstante, demostró con su vida lo esencial de la vida monástica, que intenta ser precisamente una esencialización de la práctica cristiana; una vida bautismal despojada de cualquier aditamento. Para nosotros, Antonio encierra un mensaje aún válido y actual: el monacato del desierto continúa siendo un desafío, el del seguimiento extremo de Cristo, el de la confianza irrestricta en el poder del Espíritu de Dios.
Las imágenes representan generalmente a San Antonio con una cruz en forma de T, una campanita, un cerdo, y a veces un libro. La liturgia bizantina invoca el nombre de San Antonio en la preparación eucarística, y el rito copto.
Fuente - Texto tomado de ENCUENTRA.COM:
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
Fuente - Texto tomado de EWTN:
https://www.ewtn.com/es/catolicismo/santos/antonio-abad-14772
Fuente - Texto tomado de ACIPRENSA: