Carmelo López-Arias / ReL - 7 de enero de 2018
El pasado miércoles, Jim Caviezel se convirtió en la estrella del Congreso SLS18 [Student Leadership Summit 2018, Cumbre del Liderazgo Estudiantil 2018], organizada por FOCUS (Fellowship of Catholic University Students, Hermandad de Estudiantes Universitarios Católicos) del 2 al 6 de enero en Chicago.
Conscientes del bombazo que iban a introducir, los jóvenes presentadores del acto bromeaban con quién les gustaría cenar esa noche. Él dijo que con el Papa Francisco. Ella, que con James Caviezel, de 49 años, quien interpretara a Jesucristo en La Pasión (2004) de Mel Gibson. Y aprovechó para recordar que está rodando una película sobre San Pablo, dirigida por Andrew Hyatt, donde hace de San Lucas como contrapunto al Apóstol de los Gentiles, encarnado por James Faulkner.
La chica sugirió entonces ver el tráiler de Pablo, Apóstol de Cristo... pero cuando volvieron a encenderse las luces llegó la sorpresa: quien estaba sobre el estrado era el mismísimo Caviezel, recibido con una gran ovación por los tres mil jóvenes presentes.
El valor redentor del sufrimiento que labra nuestras vidas
No defraudó el protagonista de La delgada línea roja (1998), Frequency (2000), El Conde de Montecristo (2002) o La Verdad de Soraya M. (2008) y del thriller televisivo Person of Interest (2011-2016). Habló de San Pablo a modo de promoción del film. Recordó la obra maestra dirigida por Gibson que le hizo célebre. Y, sobre todo, lanzó siete minutos de arenga final que va a pasar a la historia del cine como una de las proclamaciones de fe más intrépidas de un actor de primer nivel.
No era, ni mucho menos, la primera vez, pero quizá sí la que tuvo una llamada a la acción más poderosa. Fue, sí, una arenga, pues no en vano la dirigió a los que denominó como "guerreros".
Antes de ese momento, comenzó argumentando, en alusión a la conversión de San Pablo, que Saulo significa grande y Pablo significa pequeño: "Un pequeño cambio, una simple letra, nos hace grandes a los ojos de Dios" (cf Hech 13, 9), dijo, pero esa grandeza nos exige ser pequeños, y ése es el camino que recorrieron los santos.
"La llamada llega cuando menos la esperamos", continuó. Evocó su infancia en Mount Vernon (Washington), y sus improbables opciones de ser actor desde que decidió serlo, un día en una sala de cine, cuando tenía 19 años. Pero pensó que es lo que Dios quería de él. No sabía actuar, no tenía agente ni representante, no tenía memoria -bromeó- para aprender un papel. Trece años después estaba intepretando a Edmond Dantès en El Conde de Montecristo, diciendo "No creo en Dios" (como intérprete, pero también -confesó- en un mal momento personal) ante un sacerdote (Richard Harris), preso como él, que le replicaba: "Pero Él sí cree en ti".
"Dios nos ama a cada uno de nosotros y está ahí para nosotros incluso en los peores momentos de oscuridad y desesperación", proclamó. Poco después recibía, "inexplicablemente", la llamada de Mel Gibson, a quien no conocía, para interpretar a Jesús. ¿Por qué? Porque Gibson quería a alguien con las iniciales de Jesucristo (JC) y su edad al morir (33 años): "¿Una coincidencia? No lo creo. ¿Es tu vida una coincidencia... o es una oportunidad?".
Clavado a la cruz entendió que "en el sufrimiento está nuestra Redención, y que el discípulo no es más que su maestro" (cf Mt 10, 24): "Todos debemos llevar nuestra cruz. Hay un precio por nuestra fe, por nuestras libertades". Explicó algunos de los dolores que le produjo el rodaje, y remató esa parte con una clara aseveración: "El sufrimiento labró mi interpretación, como labra nuestras vidas".
Comenzó entonces la parte final de su discurso, la más vibrante y comprometida. La reproducimos completa debajo del vídeo con la intervención completa de Jim Caviezel. Corresponde a los minutos a partir del minuto 8:43, hasta el final:
Alegato final de Jim Caviezel (a partir del minuto 8:43)
Algunos de nosotros, y vosotros les conocéis, aceptan un falso cristianismo, donde todo son palabras bonitas (yo lo llamo "el Jesús feliz") y gloria.
Chicos, hubo mucho dolor y sufrimiento antes de la Resurrección. Vuestro camino no será diferente, así que aceptad vuestra cruz y caminad hacia vuestra meta.
Quiero que salgáis a este mundo pagano, quiero que tengáis la valentía de ir a este mundo pagano y mostréis en público, sin vergüenza, vuestra fe. El mundo necesita guerreros orgullosos animados por su fe. Guerreros como San Pablo y San Lucas, que arriesgaron su nombre y su reputación para llevar al mundo su fe y su amor por Jesús.
Dios nos llama a cada uno de nosotros, a cada uno de vosotros, a hacer grandes cosas, pero ¡con cuánta frecuencia fallamos en nuestra respuesta, descartándola como una ocurrencia! Es hora de que nuestra generación acepte la llamada de Dios urgiéndonos a todos a entregarnos enteramente a Él y ver su dulce mano guiando vuestro camino.
Pero antes también debéis hacer el compromiso de empezar a rezar, a ayunar, a meditar en las Sagradas Escrituras y a tomaros en serio los Santos Sacramentos. Porque ahora somos una cultura en decadencia. Nuestro mundo está aferrado al pecado. Dios nos está llamando a cada uno de nosotros a entregarnos totalmente a Él y con qué frecuencia le ignoramos, ignoramos su dulce llamada. El gran santo de Auschwitz, San Maximiliano Kolbe, dijo que la indiferencia es el gran pecado del siglo XX. Queridos hermanos y hermanas, también es el gran pecado del siglo XXI. Debemos sacudirnos esta indiferencia, esta tolerancia destructiva del mal. Solo nuestra fe en la sabiduría de Cristo puede salvarnos. Pero exige guerreros dispuestos a arriesgar su reputación, su nombre, incluso nuestra propia vida para proclamar la verdad.
Apartaos de esta generación corrupta. Sed santos. Fuisteis creados para serlo, nacisteis para brillar. Porque ahora en nuestro país nos hace muy felices seguir la corriente. Hemos elevado un templo a la libertad donde todas las opciones son iguales sin importar cuáles sean las consecuencias. ¿Creéis de verdad que esa es la verdadera libertad? El Papa Juan Pablo Magno dijo que la democracia no puede sostenerse sin un compromiso compartido con ciertas verdades morales sobre la persona humana y la comunidad humana. La cuestión básica que se plantea a una sociedad democrática es cómo vivir juntos buscando respuesta a esto: ¿puede la sociedad excluir la verdad moral y la razón moral? Cada generación de americanos debe saber que la libertad existe no para hacer lo que te apetezca, sino para tener derecho a hacer lo que debes. La libertad que deseo para vosotros es que seáis libres del pecado, libres de vuestras debilidades, libres de esta esclavitud en la que nos convierte a todos el pecado. Esa es la libertad por la que vale la pena morir.
Eso me recuerda las palabras de Mel Gibson en su oscarizada película Braveheart, cuando dijo a su deslavazado ejército, como yo os digo esta noche. "Estoy viendo a todo un ejércido de paisanos míos, aquí, desafiando a la tiranía. Habéis venido a luchar como hombres libres, y hombres libres sois. ¿Qué haríais sin libertad? ¿Lucharéis?" Un hombre dice: "No. Huiremos y viviremos". "Luchad, y puede que muráis. Huid y viviréis... un tiempo, al menos. Y al morir en vuestro lecho, dentro de muchos años, ¿no estaréis dispuestos a cambiar todos los días desde hoy hasta entonces por una oportunidad, solo una oportunidad, de volver aquí a matar a nuestros enemigos? Puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán la libertad!"
Todos los hombres mueren. No todos los hombres viven de verdad. Tú, tú, tú, yo, todos debemos luchar por esa auténtica libertad y, ¡amigos!, vivir, vivir por Dios. ¡Y con el Espíritu Santo como vuestro escudo y con Cristo como vuestra espada, uníos a San Miguel y a todos los ángeles y devolved a Lucifer y a sus secuaces directamente al infierno al que pertenecen!
Saulo significa grande. ¿Qué significa Pablo? Pequeño. Así que si queremos ser grandes a los ojos de Dios, ¿qué tenemos que ser? Pequeños. Dios os ame y os conserve y os guíe todos los días de vuestra vida. Aquí no os veo, espero veros en el cielo. Os quiero. Dios os bendiga. ¡Luchad duro!