Historia
De
 todas las historias de los santos, la de Santa Juana de Arco es sin 
duda la más extraordinaria e increíble: una joven, campesina y sin 
estudios, a la cabeza de un ejército derrota a un aguerrido ejército, 
derriba fortalezas, corona a un rey y termina en la hoguera. Y todo en 
cuestión de dos años. Un acontecimiento unido a la historia de toda una 
Nación, coloreada con fuertes tintes patrióticos y místicos.
Esta
 santa a los 17 años llegó a ser heroína nacional y mártir de la 
religión. Juana de Arco nació en el año 1412 en Donrémy, Francia. Juana 
creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero su madre 
que era muy piadosa le infundió una gran confianza en el Padre Celestial
 y una tierna devoción hacia la Virgen María. Cada sábado la niña Juana 
recogía flores del campo para llevarlas al altar de Nuestra Señora. Cada
 mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era llegar a la santidad y
 no cometer nunca ningún pecado. Era tan buena y bondadosa que todos en 
el pueblo la querían.
Su
 patria, Francia, estaba en muy grave situación porque la habían 
invadido los ingleses, que se iban posesionando rápidamente de muchas 
ciudades y hacían grandes estragos. A los 14 años la niña Juana empezó a
 sentir unas voces que la llamaban. Al principio, no sabía de quién se 
trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le aparecían 
el Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y le decían:

"Tú debes salvar
a la nación y al rey"
Por
 temor no contó a nadie nada al principio, pero después las voces fueron
 insistiéndole fuertemente en que ella, pobre niña campesina e 
ignorante, estaba destinada para salvar la nación y al rey, y entonces 
contó a sus familiares y vecinos. Las primeras veces las gentes no le 
creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los ruegos de 
la joven, un tío suyo se la llevó a donde el comandante del ejército de 
la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un 
mensaje al rey. Pero el militar no le creyó y la despachó otra vez para 
su casa.
Sin
 embargo, unos meses después Juana volvió a presentarse ante el 
comandante, y éste ante la noticia de una derrota que la niña le había 
profetizado, la envió con una escolta a que fuera a ver al rey. Llegada a
 la ciudad pidió poder hablarle al rey. Éste, para engañarla se disfrazó
 de simple aldeano y colocó en su sitio a otro. La joven llegó al gran 
salón y en vez de dirigirse hacia donde estaba el reemplazo del rey, 
guiada por las "voces", que la dirigían se fue directamente a donde 
estaba el rey disfrazado y le habló, y le contó secretos que el rey no 
se imaginaba. Ésto hizo que el rey cambiara totalmente de opinión acerca
 de la joven campesina.
Ya
 no faltaba sino una ciudad importante para caer en manos de los 
ingleses. Era Orléans. Y estaba sitiada por un fuerte ejército inglés. 
El rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra. Pero Juana le
 pide al monarca que le conceda a ella el mando sobre las tropas. Y el 
rey la nombra capitana. Juana manda hacer una bandera blanca con los 
nombres de Jesús y de María, y al frente de diez mil hombres se dirige 
hacia Orléans. Animados por la joven capitana, los soldados franceses 
lucharon como héroes y expulsaron a los asaltantes y liberaron Orléans. 
Luego se dirigieron a varias otras ciudades y las liberaron también.

Santa Juana de Arco
Patrona de Francia
y Doncella de Orléans
Juana
 no luchaba ni hería a nadie, pero al frente del ejército iba de grupo 
en grupo, animando a los combatientes e infundiéndoles entusiasmo y 
varias veces fue herida en las batallas. Después de sus resonantes 
victorias, obtuvo Santa Juana que el temeroso rey Carlos VII aceptara 
ser coronado como jefe de toda la nación. Y así se hizo con 
impresionante solemnidad en la ciudad de Reims.
Pero
 vinieron luego las envidias y entonces empezó para nuestra santa una 
época de sufrimiento y de traiciones contra ella. Hasta ahora había sido
 una heroína nacional. Ahora iba a llegar a ser una mártir. Muchos 
empleados de la corte del rey tenían celos de que ella llegara a ser 
demasiado importante y empezaron a hacerle la guerra. Faltaba algo muy 
importante en aquella guerra nacional:
Conquistar a París, la capital, que estaba en poder del enemigo.
Y
 hacia allá se dirigió Juana con sus valientes. Pero el rey Carlos VII, 
por envidias y por componendas con los enemigos, le retiró sus tropas y 
Juana fue herida en la batalla y hecha prisionera por los Borgoñones. 
Los franceses la habían abandonado, pero los ingleses estaban 
supremamente interesados en tenerla en la cárcel, y así pagaron más de 
mil monedas de oro a los de Borgoña, para que se la entregaran y la 
sentenciaron a cadena perpetua. Los ingleses la hicieron sufrir 
muchísimo en la cárcel. Las humillaciones y los insultos eran todos los 
días y a todas horas, hasta el punto que Juana llegó a exclamar:
"Esta cárcel ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que pudiera serlo"
Pero seguía rezando con fe y proclamando que sí había oído las voces del cielo y que la campaña que había hecho por salvar a su patria, había sido por voluntad de Dios. En ese tiempo estaba muy de moda acusar de brujería a toda mujer que uno quisiera hacer desaparecer. Y así fue que los enemigos acusaron a Juana de brujería, diciendo que las victorias que había obtenido era porque les había hecho brujerías a los ingleses para poderlos derrotar. Ella apeló al Sumo Pontífice, pidiéndole que fuera el Papa de Roma el que la juzgara, pero nadie quiso llevarle al Santo Padre esta noticia, y el tribunal estuvo compuesto exclusivamente por enemigos de la santa. Y aunque Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo, la sentenciaron a la más terrible de las muertes de ese entonces: ser quemada viva.

Encendieron una gran hoguera y la amarraron a un poste y la quemaron lentamente.
Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor.
Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción y pronunciando por tres veces el Nombre de JESÚS, entregó su espíritu.
Era el 29 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años. Varios volvieron a sus casas diciendo:
"Hoy hemos quemado a una santa"
Veintitrés años después, su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera otra vez aquel juicio que se había hecho contra ella. Y el Papa Calixto III nombró una comisión de juristas, los cuales declararon que la sentencia de Juana fue una injusticia. El rey de Francia la declaró inocente y el Papa Benedicto XV la proclamó santa en 1920 y la elevó al honor de los altares.

Juana de Arco:
Concédenos un gran amor
por nuestra patria
por nuestra patria
Fuente - Texto tomado de EWTN:
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:







