¡EXCLUSIVA!
RELIGIOSA COLOMBIANA REVELA SEGUNDA PARTE DEL TESTAMENTO DE BENEDICTO XVI - QUINTO DOGMA - CARDENALES - BERGOGLIO - GÄNSWEIN - MASONERÍA - ETC.
Mi nota personal
Me permito compartir con ustedes: mis fieles familiares, amigos y seguidores, (este video que un gran amigo amablemente me compartió), y que contiene una información exclusiva de Radio Rosa Mística (con el mensaje recibido a través de 2 visiones del Papa Benedicto XVI, por la hermana Benedicta, 'quien recibe mensajes muy acertados del cielo'. Hermanas Franciscanas de la Santa Cruz). El relato es del 2 de febrero de 2023 "Fiesta de la Candelaria" - Testimonio de S.S. Papa Benedicto XVI.
Contiene una información extremadamente delicada, pero los Misterios de Dios son tan insondables e increíbles para la limitada mentalidad humana, que muchas veces pasan desapercibidos y levemente logramos comprender su significado.
Los católicos suplicamos a Dios que nos de sabiduría, valentía y fortaleza para escuchar este audio. Y que las Benditas Manos de Jesús y la Virgen María nos sostengan... para poder entender y comprender todo este audio, que contiene todo un misterio y una revelación oculta, para dejar al descubierto a Satanás y todas sus huestes infernales, que están perjudicando a la Iglesia Católica de Jesucristo.
Y que están buscando destruir todas las advocaciones de la Santísima Virgen María, porque Ella es la que le aplasta la cabeza al Demonio.
Si Dios permite las visiones o éxtasis a las personas vivas... (cuando los humanos destruyen todos sus escritos o evidencias), ésto significa que, para Dios no hay imposibles y por más que intenten "callar, secuestrar u ocultar" a sus elegidos, Dios siempre tendrá sus más divinas estrategias para descubrir todas las argucias, trampas y maldades de sus enemigos...
Los "vivos" que permanecen en esta tierra, no se imaginan que Dios permite que los difuntos se manifiesten en visiones, sueños o apariciones, para que desvelen hasta la forma en que fueron asesinados...
Nadie en este mundo se crea absolutamente un "perfecto criminal"... porque a Dios nadie lo engaña y soborna... Y Él tiene el poder de descubrir con toda Su Sabiduría a los "astutos criminales y sus fechorías"...
Reflexionemos... nuestra Santa Iglesia Católica está siendo "gobernada" por masones y satánicos infiltrados... que buscan a toda costa destruir la Santa Religión de Nuestro Señor Jesucristo... pero los "elegidos de Dios" somos más y como contamos con su Protección, no debemos sentir miedo, porque Él nos cubre con su precioso Manto y no permitirá que las huestes infernales nos acaben, además, contamos con la más poderosa Ayuda Celestial de su Madre, la Santísima Virgen María, a Quien detestan y temen todos los demonios.
¡Ánimo. Con Dios venceremos!
¡Satanás siempre será aplastado por la Santísima Virgen María y no podrá con el Poder Absoluto de Dios Todopoderoso!
Dios nos bendiga a todos.
Video tomado de YOUTUBE:
Les adjunto este otro video misterioso:
¡MUY RARO!
Giulio Colombi, amigo y traductor
de Benedicto XVI,
muere al día siguiente que el Papa
Video tomado de YOUTUBE:
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A continuación,
transcribo apartes
de la misteriosa aparición
de S.S. Benedicto XVI
después de muerto...
(Información altamente sensible)
Febrero 2 de 2023 - 11:00 p.m.
Papa Benedicto XVI dijo:
"Nuestro Señor quiere que escribas lo que han querido ocultar tras mi muerte, y es preciso que lo hagas. Y tengo mucho qué decir":...
La historia es larga y lo que voy a relatar provocará un huracán, que sacudirá los cimientos de la Iglesia y principalmente al gobierno central: la Curia Vaticana. Mis enemigos se sienten triunfadores de sus logros, pero su alegría no durará mucho. Dicen entre ellos: "Por fin lo silenciamos. Su voz incomodaba a nuestros intereses. ¡Qué alivio!" Pero no cuentan con la voluntad de Dios. Ellos no esperan que yo hable, no piensan en esa posibilidad. Piensan que los muertos no hablan, pero se olvidan que Dios es Justicia, y en ocasiones permite, como en mi caso, que hable aunque sea desde la eternidad, y declare a favor de la "Verdad, que es Cristo". Yo estoy con Dios y vivo eternamente. Nuestro Señor tiene el arte de escribir derecho en renglones torcidos, y ha permitido que tras mi muerte me manifestara a varias almas, para dar testimonio que hay vida después de la muerte y, que, por más que quisieron silenciarme, la Verdad sale a la luz, aunque sea Post Mortem...
Durante las exequias fúnebres de mi gran amigo San Juan Pablo II, sentí gran confusión en mi corazón. Un secreto que ocultaron a los medios, y que pocos conocen es que, al Gran San Juan Pablo II le realizaron un procedimiento en la garganta, con la única finalidad de silenciarlo y así deteriorar su salud, para evitar que tomara decisiones poco convenientes a la masonería eclesiástica, que ocupaba altos cargos en el gobierno central, y no como aseguraron a los medios de comunicación en su momento. El Papa Juan Pablo II tenía en mente un plan de gobierno diferente que, no incluía hacer cambios excepto que fuera necesario. Al principio se mostró escéptico ante un estudio, que se hizo al interior de la curia vaticana. Informe que arrojó información muy importante y bastante comprometedora, que exigía cambios inmediatos, ya que amenazaba la estabilidad de la Iglesia. Información que conoció al detalle su predecesor el Papa Juan Pablo I, quien fue asesinado no solo por tener este conocimiento, sino porque empezó una limpieza que incluía ciertos cambios, al interior del gobierno central y el Banco Vaticano. Motivo más que suficiente para eliminarlo. Solo después del atentado que le hicieron, el Gran Juan Pablo II fue quien cambió de parecer. Compartió conmigo (dice Benedicto) esa información y nos pusimos a trabajar. Yo era en ese entonces prefecto para la Doctrina de la Fe. Lastimosamente las cosas no resultaron como se pensaba. El daño hecho era irreparable. Y muy complicado remover cargos de altas jerarquías eclesiásticas, y si bien es cierto, ya se habían hecho algunos movimientos: la masonería que reinaba en el colegio cardenalicio y en los diferentes dicasterios, había extendido sus tentáculos a través de alianzas, no solo al interior del Vaticano sino fuera del Vaticano. Sin embargo, se hizo lo que se pudo y no lo que se hubiera querido hacer. Es muy difícil trabajar con un gobierno en contra; tal como me sucedió a mí y con pocos aliados, ante una mayoría que se levanta abiertamente relativista y modernista. En sus muchas facetas comprendimos tempranamente, que un clima de abierta rebeldía y desobediencia al Papa, y todo esto amenazaba un gran cisma al interior de la Iglesia. A lo largo de mi vida y particularmente durante mi pontificado, he vivido momentos terribles y dolorosos, algunos de ellos (conocidos solo de Dios). Nunca se pensó que el mal podía escalar tan alto, y ahora Satanás se siente poderoso y dueño de todo. Conocí que al interior del Vaticano se mueve una mafia muy peligrosa de cardenales masones, con intereses ocultos. Son traidores de la Iglesia, ocupando cargos muy importantes, nombrando aliados para luego destruir, desde dentro la Iglesia y la fe católica. Cardenales y obispos que no temen a Dios y asesinan fríamente, sin ningún cargo de conciencia en las almas. Todo por el poder y el dinero, alejándose cada vez más de la verdadera misión, que Nuestro Señor Jesucristo nos ha encomendado...
Mi sufrimiento como sumo pontífice, comenzó desde el primer día de mi elección. Cuando salí al balcón y vi el clamor de un mar de almas, supe cuál era mi destino. Dios tenía prisa de mí, al revestirme como sucesor de Pedro, sentí escalofrío a través de todo mi cuerpo. Me sentí como un cordero manso llevado al matadero.
A lo largo de mi vida comprendí que, los caminos del Señor no son cómodos, y están sembrados de rosas y cardos. Y es peligroso pensar, que se puede transitar por cualquier camino y que todos conducen a la Verdad. Es un gran error que, quien actualmente dirige a la Iglesia (me refiero a Francisco), promueva este tipo de herejías y divisiones en su interior. De alguna manera se está aceptando la comunión con el relativismo. Ideología que yo condené infinidad de veces, y las ideologías revolucionarias que pretenden imponer a la fuerza los poderes del mundo.
Los graves errores que la Iglesia está promoviendo, desde la profanada silla de Pedro, está llevando al suicidio a las almas. En un acto violento e infernal, el mal ya está hecho y no tiene reversa. Sólo Dios puede salvar Su Iglesia de caer en el precipicio. Y ésto lo tuve claro, durante las sesiones del Concilio Vaticano II. Allí pude tener una visión a futuro, de los errores que desde allí comenzaban a surgir y a promoverse, gracias a la mala interpretación del Concilio, y a los muchos lobos vestidos de púrpura que se habían infiltrado, y que ciertamente, habían entrado por las fisuras de la Iglesia, durante el pontificado de Juan XXIII.
Toda mi vida, luché en contra del relativismo, y en muchos de mis escritos, condené este tipo de teorías revolucionarias, enemigas de Dios. Con dolor pude constatar personalmente, cómo la mayoría de los señores cardenales, exceptuando algunos pocos, habían adoptado esta ideología y que precisamente, por ello buscaban afanosamente una reforma al interior de la Iglesia. Reforma que incluía: "eliminarme". Porque yo era su mayor impedimento.
Podía sentir su odio desmedido hacia mí, y si no hubiese sido por la Misericordia de Dios, que me acompañó siempre, muy seguramente hubiera sucumbido ante tales ataques. Fueron varias las oportunidades que tuvieron para "asesinarme", pero Dios me sostuvo, porque aún no había llegado "mi hora". Hasta el día, en que llegado mi tiempo, "debía ser quitado de en medio".
Era consciente que con "mi muerte", las ovejas se dispersarían... pero, tenía la certeza de que el Divino Pastor las reuniría de nuevo en su Redil. Yo sólo era un instrumento, nada más, dentro del Plan de Salvación. Y pronto vendría "La Gran Purificación". Es Nuestro Señor Jesucristo, Quien realmente lleva el Control de Su Iglesia.
Gran confusión se ha generado tras mi muerte. De alguna manera Dios lo ha permitido, para dejar al descubierto la maldad del corazón, de aquellos que se dicen ser "verdaderos discípulos de Cristo", y que en realidad vienen a ser "los Judas" de este tiempo, creando más confusión y división en la Iglesia.
A mis 95 años decían, entre muchas calumnias: "Este es el papa que no quería serlo". Yo mismo lo escuché de labios de algunos cardenales. Me sentía cansado y fatigado. Se me había privado de toda clase de alivios y consuelos. Caminaba junto a Nuestro Señor, camino al calvario, cuesta arriba, abrazados a la cruz redentora. Sabía que mi tiempo pronto llegaría. Pasé por la experiencia de la cárcel. Experimenté la cárcel de la soledad, del miedo de no poder hablar abiertamente, sino a través de claves y parábolas. Experimenté la cárcel de verme custodiado por un carcelero, que sabía que no era de "fiar". Me vi abrumado y sin consuelo. Sin embargo, traté de imitar a Nuestro Maestro lo mejor que pude, y no rechacé la copa amarga que se me ofrecía. Ayudado siempre de la Gracia de Dios, poniendo toda mi confianza en Jesucristo y desconfiando de mis propias fuerzas, sabía que Judas Iscariote estaba a mi lado, día y noche. Y que pronto me vendería con un beso traidor. Aún así no lo rechacé, porque veía en todo la Mano Divina. Así como un cordero manso fui llevado al matadero, enmudecía y no abría mi boca sino para bendecir y perdonar. Judas Iscariote se sintió desconcertado de Jesús, el Divino Maestro, porque no cumplía sus expectativas de guerrero político, sino que era un hombre pacífico, humilde y lleno de mansedumbre. Yo me veía de alguna manera, reflejado en ese cuadro. Fui manso y humilde. Un hombre de paz. Y esto desconcertó a muchos, quienes me ponían zancadillas. Fueron muchos los que me pusieron a prueba.
Mi carcelero fingía ser mi amigo. Fingía arrepentimiento. Fingía estar a mi lado, pero Dios me dio al final de mi vida, un agudo discernimiento de espíritus y sabía que no podía confiar en él, ni en las personas que convivían conmigo, día y noche. Mi cárcel y exilio fue el Monasterio Mater Ecclesia, y había una razón particular para ello: Dios dispuso que estuviera dentro de casa, como su legítimo pastor y no fuera de casa. Sosteniendo la Iglesia: orando y viviendo en penitencia, desde una vida aparentemente oculta y silenciosa, privado de todo consuelo, excepto alguna visita que mi carcelero permitía, pues él debía estar sujeto a su señor, quien disponía la manera de tenerme aislado e incomunicado con el mundo, pero nunca pudo incomunicarme con Dios. A más sufrimiento, más cerca estaba del latir del corazón de Cristo. Mi vida se hizo una continua oración de súplica. Descubrí la manera de ser verdaderamente libre, y fue a través de la oración. Mi espíritu nunca estuvo prisionero, como algunos querían. Mi cuerpo frágil y débil por la edad, fue sometido a tortura, y las medicinas que acortaban mi salud, en lugar de mejorarla... poco a poco me acercaban a la "eternidad".
Yo era consciente de todo cuanto sucedía a mi alrededor... Dios en Su Bondad, me concedió lucidez, a pesar de estar en una situación tan penosa. Siendo el legítimo Vicario de Cristo, el único y verdadero pastor, fui preso por mis verdugos. Los mismos que un día me aclamaron pastor de pastores, fueron los mismos que poco tiempo después me crucificarían; igual que sucedió con Nuestro Señor Jesús, el Domingo de Ramos. Precisamente en la limitación y en la debilidad humana, estamos llamados a vivir la conformación a Cristo. Cada minuto que pasaba podía leer claramente mi vida a la luz de Cristo, paso a paso, veía el cumplimiento de las profecías. Y al final de mi vida, me veía más en el cielo que en la tierra. Estaba totalmente consciente que, estando junto a Dios podía hacer más en beneficio de la Iglesia, que quedándome aquí en este valle de lágrimas. Y éste solo pensamiento me animaba a continuar cargando la cruz, por amor a Aquel que se entregó totalmente por amor a mí en la cruz.
Esta es mi confesión pública. Yo Benedicto XVI, Vicario de Cristo. Último y legítimo sucesor del Apóstol San Pedro, a quien el Señor entregó las llaves del Reino de los Cielos, fui puesto en la cárcel como a Pedro por predicar la Verdad. Me hice odioso a los poderes del mundo y quebraron con crueldad manifiesta mi cuerpo de barro, pero liberaron mi espíritu inmortal, que ahora goza de la visión beatífica de Dios. Recompensa de aquellos que permanecemos fieles a su Hijo Jesucristo, a quien se ha dado todo honor y gloria por siglos sin término.
Con rapidez y astucia, dieron un golpe de estado y convocaron un cónclave por encima de mi autoridad, para elegir a mi supuesto sucesor... El cónclave tenía en mayoría cardenales masones. Un trabajo organizado de tiempo atrás, que se encargó de infiltrar el colegio cardenalicio, y del cual hay pruebas irrefutables con una vasta información. La infiltración se vio dirigida por aliados masones de los Estados Unidos, y bajo la orden del señor presidente de ese entonces, Barack Obama, se presionó el cónclave, exigiendo quién debía reemplazarme; porque las grandes élites mundiales y de China en particular, así lo exigían. Habían congelado el Banco Vaticano y llegaron incluso, a amenazarme de muerte si a la mañana siguiente no renunciaba al cargo. Fue una situación insostenible, que traspasó mi alma como una espada afilada. Claramente los medios de comunicación fueron manipulados desde El Vaticano, para destruir mi imagen y hacer que el mundo me odiara. Estados Unidos fue quien más ayudó en mi golpe de estado. Cada vez que decía una palabra, había un gran revuelo entre los señores cardenales, principalmente el clero de Alemania, quienes fueron de los primeros en levantar la mano contra mí. Y entonces me dije: 'un hijo levantando la mano a su padre'. Provocando un cisma feroz y animando a las demás comunidades a seguir su ejemplo de rebeldía contumaz. Tal situación llegó a un nivel tan insostenible y desalentador para mí, que en oración, el Santo Espíritu de Dios me inspiró a tomar la decisión de continuar mi Ministerio petrino de otra manera. Ya no tanto activo y público, como sí contemplativo y en oración. De esta manera, logré bajar la tensión dentro del gobierno central de la curia vaticana, tal y como me lo exigían, y así evitar el mayor de los cismas de todos los tiempos. Como sumo pontífice me vi solo, sin apoyo de nadie, exceptuando la ayuda de unos pocos cardenales fieles.
De repente me vi solo con Dios, y tuve la certeza que donde la palabra humana se hace ineficaz, solo queda un recurso: la oración. A Él recurrí. Me sumergí en oración viviendo en penitencia. Lo que para mis enemigos modernistas, amigos de la pederastia, y de todas aquellas ideologías revolucionarias que van en contra de la ley de Dios, y de toda moral cristiana era tortura, yo ayudado con la gracia Divina transformé: lo amargo en dulce. Y saqué provecho del sufrimiento en bien de toda la Iglesia y de su cuerpo Místico, confiado a mi cuidado.
Precisamente en la limitación y la debilidad humana, estamos llamados a vivir la conformación a Cristo. Manipularon mi hoja de vida y crearon de mí un ser despreciable para el mundo, que había que cambiar cuanto antes, pues hicieron correr el falso rumor: que yo protegía a los sacerdotes pederastas, cuando la realidad era muy distinta. Yo imitando a Cristo, el Divino Maestro, enmudecía y no abría la boca, confiaba en la intervención divina, me puse en manos del que juzga rectamente, y como cordero manso fui llevado al matadero, a derramar mi sangre en favor de la Iglesia. Como verdadero pastor de la Iglesia Católica, jamás di un paso atrás. Aunque la información manipulada y generosamente bien pagada a los diferentes medios de comunicación, hicieron de mí un traidor, decían mis enemigos: "que conmigo la Iglesia se endurecería, y que planeaba volver a la Iglesia a la época de antes del Concilio". Fui el papa más calumniado y desprestigiado. Mi nombre producía chasquido de dientes entre los pasillos de la curia vaticana. Entre las muchas infamias que se dijeron de mí fue: "que era un cobarde, que se bajaba de la cruz y que huía ante los lobos". Todo cuanto yo decía en público o en privado lo tergiversaban, con la única intención de dar un golpe de estado. Otros decían: "es el peor papa que hemos tenido". Y así fueron clavando una a una las espadas en mi corazón. Ante la dura realidad que veía, marcaba mi camino y el camino era seguir a Cristo hasta el calvario. Llegó a tal punto la desobediencia del colegio cardenalicio, que me fue imposible gobernar. Como pastor fui siempre respetuoso, cordial y educado en el trato con todos sin excepción. A cambio recibía desprecio, calumnias e insultos. Mi supuesto secretario personal no era mi confidente, al contrario, sabía que no era de confianza, era mi verdugo. Un micrófono abierto a mis enemigos. Fue Francisco quien ordenó tenerme incomunicado y fuertemente custodiado. Al parecer, temía que yo pudiera decir algo que perjudicara su imagen. Tenía miedo de que yo pudiera ser pública la verdad, y así arruinar sus planes ocultos de destrucción de la Iglesia Católica. Eso se lo manifesté a George cuando le dije: "Parece que el Papa Francisco ya no me tiene confianza". Las religiosas cuidadosamente seleccionadas y cautelosamente adiestradas que me acompañaban, tampoco eran de fiar. Yo me sentía muy solo. Literalmente estaba dentro de una cárcel, no fueron pocas las veces que lloré ante el Santísimo Sacramento, quedándome absorto con la mirada fija en Cristo, pidiendo fortaleza para no desfallecer, y sabiduría para hacer en todo la voluntad de Dios.
Mi secretario George, solo me observaba. Fue durante el segundo año de mi exilio en la cárcel y precisamente con ocasión del cumpleaños de mi secretario que dije estas palabras: "George, hoy es un día especial para ti". Me dijo: "Gracias Santidad". Y me miró fijamente. Continué diciéndole: "¿Sabes que mi verdadero programa de gobierno fue no hacer mi voluntad, sino ponerme junto a toda la Iglesia a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor, y dejarme conducir por Él?". Me respondió: "Sí, Santo Padre. Me consta". "George hoy quiero decirte que es Nuestro Señor Jesucristo, Quien en esta hora de nuestra historia, Quien en este momento de aparente inutilidad mía conduce a la Iglesia. En esta hora de nuestra historia y la llevará a feliz término, porque Él prometió que los poderes del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia. ¿Crees esto que te digo?" Me dijo: "Sí Santidad". Y se hizo un gran silencio en torno nuestro. Y nos quedamos mirando por primera y única vez. En su mirada vi un vestigio de amistad sincera. Fue aquí, cuando al interior de mi alma pedía al Señor por la conversión de George, y de todos mis enemigos. Y dije en lo profundo de mi corazón: 'Señor, perdónales porque no saben lo que hacen'. Ciertamente estuve en la escuela del Silencio de María, que todo lo guardaba en su corazón, y entre las muchas cosas que aprendí en este doloroso exilio: fue a guardar silencio. El silencio no es flaqueza. El silencio no es miedo o cobardía. El silencio es sabiduría de Dios. Es prudencia. Y el verdaderamente sabio es aquel que sabe callar y cuándo callar. Y no el que mucho habla. Y hay ocasiones en que el Espíritu Santo inspira cuándo hablar o callar. El silencio del justo apremia a la Justicia de Dios a actuar, porque nos ponemos en las Manos de Dios, el Justo Juez.
Cuando inicié mi pontificado expresé claramente que me ponía junto con la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, para hacer siempre su Santa Voluntad. Siempre dócil a su palabra. Siempre dispuesto a perdonar las veces que fuera necesario y dar una segunda oportunidad, porque son las almas lo que debe apremiar a un verdadero pastor. Siempre evitando juzgar para no ser juzgado, y dispuesto a corregir en el caso que fuere necesario. Y aunque reconozco que humanamente se tiene flaquezas y yo las tuve. También es cierto, que nunca me solté de la Mano de Dios. Siempre en La Barca. Y aunque fueron muchas las tormentas que la sacudían, nunca desconfíe del poder de Dios. A pesar de mis muchas falencias, siempre permanecí fiel al Señor, repitiendo en mi corazón las palabras de Pedro: "Señor, tú lo sabes. Tú sabes que te amo".
Fue muy doloroso para mi quebrantada humanidad, descubrir que me estaban envenenando lentamente, porque sin que se dieran cuenta, accidentalmente escuché a monseñor George Gänswein dar órdenes de parte de Francisco a las religiosas que me servían. Escuché que dijo Gänswein a las monjas: "Continúen dándole la medicina. Háganlo todo de tal manera que parezca muy natural. No levanten sospechas. No pregunten. Órdenes de arriba. No se preocupen que serán bien recompensadas". Yo hice como que no escuché nada (dice Benedicto) y desde allí, fue un tormento cada alimento o medicina que me daban. Evitaba comer por miedo a que estuviera envenenado, y esta falta de alimento resquebrajó aún más mi salud, que de por sí ya era frágil. Siempre bendecía las medicinas porque estaba seguro que las cambiaban. Mi vida en prisión que duró casi 10 años estaba por expirar. Dios tenía prisa de mí, aunque hubiera querido hablar, claramente no podía hacerlo, tampoco me hubieran creído. Habrían desvirtuado mis palabras. No tenía a nadie alrededor de mi entera confianza. Fue una situación altamente estresante. Entonces Dios me iluminó para que pudiera comunicarme de algún modo, a través de claves y parábolas. Fue a través de los libros, en la esperanza que al menos alguien comprendiera mi lenguaje.
Con motivo de mi cumpleaños 95, Francisco me visitó y me llevó una botella de vino y un dulce de leche. Y pidió quedarse a solas conmigo. Nunca pensé que el cinismo y la capacidad para hacer el mal fueran a ser tan elevados en él. Comprobé una vez más su odio por mí, por la Iglesia, y sobre todo, un odio desmedido hacia la Madre de Dios. Siempre me consideré un hombre pacífico y diplomático. ¿Qué podía hacer? Sólo sufrir en silencio, en medio de una gran soledad. Porque al final de mi vida en perfecta conformación a Cristo sufriente, también me ví abandonado de todo auxilio divino. Era parte de mi purificación. Así lo comprendí. Mi cargo como Vicario de Cristo requería una gran purificación. Mucho se me confió y dentro de poco tendría que dar cuentas a Dios de toda mi administración. No sólo debía dar cuenta de mi propia alma como cristiano y bautizado, sino de toda la Iglesia. ¡Qué gran responsabilidad! ¡Qué cruz tan pesada es ser papa! A partir de ese momento lo tuve todo claro, y ese conocimiento me generaba un doble sufrimiento.
En confesión, y con su forma aduladora habitual de una falsa hermandad, Bergoglio o mejor Francisco, me dijo en tono de burla y de la manera más cínica y despiadada: "que disfrutaba teniendo la Iglesia en sus manos. Que la iba a destruir por completo, y a sepultar la Eucaristía para siempre". Me dijo: "borraré a tu Dios de la faz de la tierra. Tengo muchos aliados que me ayudan no sólo desde dentro, sino desde fuera. La curia está arrodillada a mis pies, y el colegio de Cardenales son unos perros fieles. Tú lo sabes. No puedes negar que son fieles obedeciendo. Y se sonrió con picardía. Aquí te los he traído, y por si no lo sabes, te lo confirmo. Tómalo como una condescendencia de mi parte. No soy tan malo como dicen". Y volvió a sonreír, esta vez fríamente. Me dio terror su mirada. Y tenerlo enfrente de mí. Era como ver a Satanás. Me confesó que uno de sus objetivos era enlodar a la Madre de Dios. De ser posible: borrar los Dogmas y pisotear la Eucaristía. Me dijo que iba a exterminar el Rito extraordinario de un solo plumazo, y sólo dejaría el actual, con sus muchas profanaciones y sacrilegios. Al final había sido elaborado el nuevo Rito por un masón experto en liturgia. Confesó que había sentido placer cuando fue al Tepeyac, y la insultó en su cara a la Reina del Cielo (está hablando de México). Y luego disfrutó mucho la pantomima que hizo, con una supuesta consagración de Rusia y el mundo al Inmaculado Corazón de María. Me dijo acercándose aún más y con ironía: "¿quieres saber a quién invoqué frente a la imagen tan querida de la Virgen de Fátima?" Le respondí: "que no era necesario". Me dijo que de todas maneras me lo iba a decir, porque sabía que me iba a doler. Dijo: "Ave María Purísima. Invoqué al rey de las tinieblas. ¿Me comprendes?" Yo me quedé en total silencio. Luego dijo: "Ay abuelo. Reconozco que mucho me he divertido pero ya va siendo tiempo de terminar el teatro. Los católicos son ignorantes y sin cerebro, y conviene que continúen así: obedientes y sumisos a todo cuanto se les dice". Y volvió a sonreír. Me confesó que lo que más satisfacción le daba era verme sufrir. Me dijo que lo disfrutaba, y que yo era su premio. Que mi vida la tenía en sus manos. Que a la hora que él quisiera me desterraba para siempre. Que no era la primera vez que lo hacía. Y que la verdad eso a él no le importaba. Me dijo: "¿Sabes qué es la eutanasia?" Y sonrió sacudiendo la cabeza, y mirándome fijamente me dijo: "¿Estás sufriendo?" Yo estaba horrorizado de todo lo que le escuchaba decir. No podía creer tanta maldad. Lo que abundaba en su corazón era odio y solo abominaciones brotaban de sus labios. Al instante me dijo: "Santo Padre no te preocupes que pronto se acortará tu sufrimiento. Te lo prometo". Y me quedo mirando y le respondí: "¿No tienes temor de Dios?" Y me dijo: "Yo no conozco el miedo". Y agregó: "¿Temor? ¿Qué es el temor?" En ese momento se puso de pie y me dijo: "Suficiente la conversación por hoy. Ahora vamos a salir y tú vas a sonreír como de costumbre. Que se note el aprecio que nos tenemos. Nadie debe saber de esta conversación. Recuerda la gravedad del sigilo de la confesión. De lo contrario te irá peor. ¿Me hago entender, Santo Padre?" Yo guardé silencio y salimos. Todo cambió desde ese momento. Me sentí realmente abatido. Muy abatido ante lo que acababa de escuchar. Sólo Dios sabe cuánto sufrí esa noche y a partir de ese día. Su visita me había dejado realmente horrorizado. Y desde esa noche mi sueño se hizo aún más ligero. Casi siempre padecía de insomnio. Todo el tiempo hasta el final, escuchaba en mis oídos las palabras de Francisco, y cómo él me decía graciosamente: "La función debe continuar". Solo hasta ese momento me di cuenta de lo que realmente significaba aquella frase: "La función debe continuar". Lo que me dijo me quedó torturando en mi mente, hasta el día de mi muerte. Sus palabras sonando en mis oídos todo el tiempo, fueron un martirio para mí, y lo peor sin poder decir nada. Me sentía agonizar. Y esta confesión de Francisco me provocó el infarto que terminó con mi vida. Ni siquiera fue el veneno que me suministraban lentamente. Lo que realmente provocó mi muerte fue el dolor en mi corazón después de haber escuchado tal confesión. Ante ésto me decía a mí mismo: "es el destructor de la Iglesia y está claro que está bajo la influencia de Satanás". Entonces mi pensamiento voló a Fátima, y unas lágrimas brotaron de mis ojos. Tenía la certeza que mis días estaban contados, y que pronto se cerraría el telón de mi vida.
Lo que viene es bastante delicado. Mucho más delicado, y repito en esta visión tan larga de esa noche del 2 de febrero, se lo dijo el Papa Benedicto XVI (y así lo relata la hermana Benedicta):
El encargado de acortar esos días era mi carcelero. Mi aparente fiel secretario Gänswein. A él le habían encomendado esa tarea, y debía llevarla a cabo sin dejar la menor sospecha que fuera un asesinato. El día anterior a mi muerte, mi secretario recibió una llamada, era Francisco y le dijo esta frase: "Ya es hora". Y colgó. Yo escuché porque estaba cerca de mí. Y él creyó que yo estaba dormido. No me opuse a mis verdugos, y esperé pacientemente mi final. ¿Que más podía decir o hacer? Si estaba totalmente incomunicado y vigilado las 24 horas del día. Si quienes tienen realmente el control al interior de la curia vaticana, y que ahora son mayoría gracias a Francisco, manipulaban información y se publicaba una verdad convenientemente acomodada y generosamente bien pagada por el propio Vaticano. No es un secreto: que han habido muchos papas asesinados y envenenados a lo largo de la historia, por los propios cardenales masones infiltrados al interior del gobierno central.
Llegado a ser secretarios de Estados, a muchos de estos asesinatos los han hecho pasar como muerte natural o infartos. Y para borrar cualquier posible sospecha, los canonizan como para citar solo un ejemplo, están los expedientes del Papa Juan Pablo I, el Gran Juan Pablo II, a quien hicieron varios intentos fallidos, y al final lo silenciaron gracias a una intervención en la garganta innecesaria y convenientemente ejecutada. Por último estoy yo, y puedo asegurar que hay muchas maneras de asesinar.
En esto el santo padre me quedó mirando y me dijo: "Sé fuerte y continúa escribiendo. Aún me queda mucho que decir. Todo esto ya forma parte de la historia. Escribe hija".
Siempre vestí como papa con sotana blanca, en la esperanza que el mundo se diera cuenta que nunca renuncié, y que me vi presionado a actuar y tomar decisiones, en bien de la Iglesia. En las pocas comunicaciones que lograba tener, siempre usaba un lenguaje velado para no levantar sospechas de mis enemigos, que me vigilaban todo el tiempo. Convenía que fuera extremadamente prudente. Eran muchos mis enemigos y con muchos micrófonos. Ahora gozo de una gran paz, porque Dios es justo y su tiempo perfecto. Estos son tiempos en que muchos se creen dueños de la verdad y conocedores de ella. La verdad es una sola: Cristo. Y sólo a Él debemos permanecer siempre fieles, aunque cueste la vida como a mí.
Aquí viene la carta con el Dogma de la Virgen María Corredentora:
El 8 de diciembre de 2022, en un gesto de confianza y buena voluntad, avisé a mi secretario que había escrito varias cartas, y mi última declaración Encíclica: ¡OJO! María Corredentora, Mediadora y Abogada.
Se lo dije animado en gran medida por mi predecesor, el Gran San Juan Pablo II, fiel defensor de María Corredentora al pie de la Cruz. Le dije a mi secretario el lugar donde estaban. Su sorpresa no se hizo esperar. Me dijo: "¿Cartas?" Y a la vez me dijo con una sonrisa obligada, que me agradecía el voto de confianza. Le advertí, que estas cartas tenían carácter confidencial. Y estaban dirigidas en primera instancia, al gobierno central la "Curia Vaticana", a la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Liturgia. Al Colegio Cardenalicio, a los señores Cardenales (Gerard Ludwing Müller, Cardenal Raymond Leo Burke, el Cardenal Zen, el Cardenal Robert Sarah). A la fraternidad sacerdotal San Pío X y San Pablo. Redacté una carta dirigida a los sacerdotes y seminaristas, donde les invitaba a tratar siempre de ser sacerdotes ejemplares, animados por una oración constante e intensa, cultivando la castidad y la intimidad con Cristo. Enfatizando que el sacerdote debe ser, según el Corazón de Cristo, y que solo así el Ministerio Sacerdotal tendría éxito y fruto apostólico. Aconsejándoles: no dejarse tentar jamás por la lógica de la carrera y el poder. Palabras que con frecuencia solía decir a los sacerdotes y seminaristas. Por último, les exhortaba a no cometer el error de dar la comunión en la mano, y a reparar en atención al pedido de la Madre de Dios. También escribir (revela Benedicto a la hermana Benedicta) cartas a los institutos de vida consagrada. A los señores periodistas de todo el mundo, y a mi buen amigo teólogo Giulio Colombi. Por último, dirigí una carta abierta al pueblo de Dios. Le enfaticé a George que aquellas cartas debían ser públicas, tres días después de mi muerte. A lo que me dio su palabra.
En mi tarea de imitar de Cristo, que hasta el final tuvo consigo al traidor y pérfido Judas Iscariote, reflejo de los traidores que se verían dentro de la misma Iglesia, yo también tuve a George, a quien hasta el último momento le demostré sincero afecto, confianza y paciencia. Queriendo para bien de su alma, su conversión. Conocedor como estaba, que pronto vería en él cometer la peor de sus traiciones, y el mayor de los asesinatos.
Comentario del periodista (video):
"(Estamos en el día 38 de sede vacante papal... era a los 3 días y no se ha publicado absolutamente nada)"
Continúa la visión:
Seguro como estaba de la traición de mi secretario, opté prudentemente (¡Ojo!) por entregar copias de estas cartas a mi gran amigo Giulio Colombi, en su última visita, concedida por un milagro de Dios, a través de mi secretario Gänswein, después de mucho rogarle discretamente, y sin levantar sospechas, le expresé a Giulio rápidamente lo que sucedía, y le solicité que tras mi muerte que era inminente, hiciera públicos estos documentos e hiciera llegar copias a cada uno de los miembros del colegio cardenalicio, para que a su vez tomaran las decisiones correspondientes. Y tras mi muerte convocaran un cónclave legítimo. Con motivo de este acto de confianza que brindé a mi secretario, él disimuladamente y a traición, le comunicó todo a Francisco: lo de las cartas y la encíclica: "La Encíclica de María Correntora", que había escrito donde proclamaba dogmáticamente la corredención de la Madre de Dios. Sin que él se percatara, y gracias al volumen de su teléfono pude escuchar que Francisco dio la orden de quemarlo todo. Y agregó: "No conviene que dejes nada comprometedor". A lo que George respondió: "Así lo haré" y colgó. Él no se dio cuenta que yo lo había escuchado todo, pero ¡Ojo! porque Giulio Colombi tiene copia de absolutamente todo. Que algún periodista en Italia lo busque Andrea Cionci, por ejemplo, a quien le vamos a enviar toda esta información. Bien, a sabiendas de la traición de mi secretario George Gänswein y como una última oportunidad para él de reivindicarse con Dios. Le recomendé expresamente la Carta Encíclica, que terminé de redactar el 25 de marzo del año 2022 de mi puño y letra. Donde después de tres años, con sus días y noches, en profunda oración y pidiendo a Dios, se dignara iluminar a su siervo con su santo espíritu, conocedor de toda la documentación completa y precisa, que reposa en los archivos, y que acompaña este nuevo dogma Mariano. Declaraba solemne y dogmáticamente, el rol revelado a la bienaventurada Virgen María, como la Madre espiritual de todos los pueblos, bajo sus tres aspectos principales: Corredentora, Mediadora y Abogada. Permitiéndole ejercer plenamente su maternidad espiritual, Don que su hijo Jesucristo le dio en la cruz para la humanidad entera de todos los tiempos.
La Encíclica decía: "La Odise, la Santísima Virgen María es nuestra Madre en el orden de la gracia, Corredentora, Mediadora y Abogada, cuya maternidad es Universal, alcanzando a todos los pueblos y razas, desde la creación del mundo. A partir de la redención realizada por su Hijo Jesucristo y finalizaba diciendo: "Hoy más que nunca apremia la intercesión de la Madre de Dios, ante la crisis sin precedentes de fe, familia, sociedad y paz, que marcan la condición humana actual". Estoy convencido (agrega Benedicto), que esta definición papal de la maternidad espiritual de la Santísima Virgen María, será un remedio extraordinario a la actual crisis global, que amenaza hoy a la humanidad y firmaba (dice él):
Benedictus P.P. XVI
Pastor de pastores
Al terminar de redactar esta carta encíclica (dice Benedicto), se me concedió una señal de lo alto. En mi corazón tuve la certeza que mi carrera había llegado a su fin. Era lo último que debía hacer como sumo pontífice, y que comenzaba a partir de ese momento la cuenta regresiva. Me sentí en ese momento como la Omega cerrando un ciclo en la Iglesia. Y dando inicio a una nueva y fuerte persecución religiosa. Aquella última madrugada no podía dormir. Respiraba con dificultad. Mis noches de insomnio eran cada vez más prolongadas, y no era para menos, ya que la situación que estaba viviendo lo ameritaba. Me angustiaba la situación que estaba atravesando la Iglesia, pero era consciente que el Señor tenía todo bajo control. Mi estado de ánimo no era el mejor. Me sentía cansado y muy abrumado. Con todo lo que sabía que estaba sucediendo: la confesión de Francisco, atormentándome día y noche. Y que me era imposible hablar, dada mi situación y sobre todo el sigilo de la confesión sacerdotal. Que es inviolable en la tierra. Me atormentaba generar un escándalo sin precedentes. Mi comunicación con el mundo se mantuvo velada. Era casi un grito en el silencio. En mi larga y penosa agonía.
Entonces (y aquí viene otra revelación muy fuerte) fue cuando entró mi secretario Gänswein, en horas de la madrugada. Él creyó que estaba dormido, pues había pasado varias malas noches. Él estaba convencido que me había logrado engañar todos estos años, que obligadamente tuvimos que convivir juntos. Para su sorpresa, yo me encontraba despierto. Estaba rezando el Santo Rosario a mi buena y dulce Madre, mi compañera en este exilio: María Corredentora. Qué mejor compañera que Ella, siempre fiel a su Hijo Jesucristo y firme al pie de la cruz. George se me acercó y me dijo: "¿Santidad. No puede dormir? Debo suministrarle esta medicina".
Yo estaba preparado. Y Dios me hizo saber que había llegado mi hora de partir, entonces me quedé mirándolo fijamente a los ojos. Él me miró y rápidamente esquivó su mirada. Su mirada fue fría. Era como la mirada de un cadáver. Yo me armé de valor y le dije: "¿George, alguna vez has pensado en mi muerte?" Él me dijo: "No, Santidad". Yo le dije: "Debería de hacerlo, y examinar con frecuencia tu conciencia. Es muy saludable para el alma. La vida es muy corta y un día tendrás que dar cuenta a Dios de tu vida". Y él me dijo: "Santidad, ¿por qué estas palabras?" En un tono muy bajito, y con gran dificultad respiratoria le respondí: "Gänswein, ¿hace tiempo que estás conmigo y aún no me conoces? Lo que tienes qué hacer: hazlo ya y sin rodeos. Pero recuerda: que un día tendrás que dar cuentas a Dios. No lo olvides". Y nos quedamos mirando fijamente y en silencio.
Entonces mi secretario se sorprendió a sí mismo, y comprendió que yo había descubierto su engaño, y que al final el engañado fue él. Entonces me inyectó y me dijo al oído: "Es hora de terminar la función". Yo estaba preparado y en oración. Y contrario a sus deseos me encontraba en paz. Esa paz que sólo Dios puede dar al alma y alcancé a susurrarle: "Los perdono a todos de corazón". Y entrando en agonía... mis últimas palabras fueron: "Señor, te amo. Tú me conoces y sabes que te amo". Y me dormí. Como quien se duerme en los brazos de su madre.
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Ahora quiero pedirte un último favor.
"Lo escucho santidad". (Le responde la hermana Benedicta).
"Quiero que publiques este escrito entre los medios de comunicación, sin omitir ningún detalle. Tal como te lo he redactado, pues todo es de gran importancia para la Iglesia. No tengas miedo. Comprendo que es una misión delicada lo que te pido. ¿Puedo confiar en ti?"
Y la hermana le responde: "Santidad, por supuesto que puede contar conmigo. Yo seré su secretaria, si me lo permite".
Y él le dice: "Hazlo y no temas a las posibles represalias que pueda generar este escrito. Deseo que llegue a la Curia Vaticana. A todos y cada uno de los miembros del Colegio cardenalicio".
"Santo Padre, ¿puedo hacerle una pregunta?" Le dice la hermana.
Y él responde:
"Escucho"
"Tras su muerte se hizo público un testamento espiritual, supuestamente suyo, ¿es cierto? ¿es suyo?"
Responde el Papa Benedicto:
"Con respecto a mi testamento espiritual, te diré que ha sido publicado de manera incompleta. Cada pontífice es libre de escribir un testamento espiritual. Yo quise escribirlo en dos partes. Decidí hacerlo así por las delicadas amenazas que pesaban sobre mí en ese momento. Y sobre todo, por la amenaza del cisma dentro de la Iglesia. Fue una situación tan complicada que llegaron incluso, a amenazarme con ponerme en la cárcel verdadera, si yo no accedía a las demandas. Aunque él ya estaba preso. Presión que se veía (clara), provenía de los Estados Unidos, y del gobierno de China. Esta fue la razón por la que no podía escribir un testamento completo. Y se me ocurrió hacerlo en dos partes, la parte que hicieron pública la llamé Alfa. Y la segunda parte del testamento la llamé Omega. Esta segunda parte la quemaron, junto con las cartas y la encíclica que había escrito. Esta segunda parte es la que acabo de dictarte, y la que yo acabo de contarles. Por eso este documento es de Gran Importancia, y conviene que lo saques a la luz. Esta misión requiere de tu valentía.
"Comprendo Santidad" (le dice la monja).
Con respecto a mi secretario, te diré que volvió a usarme, para sacar provecho en su propio beneficio. Me refiero también al libro que ha publicado de su autoría. Muchas de sus confesiones son convenientemente acomodadas. Sólo busca ser un distractor y no dice nada de lo que en realidad debería decir, pero eso ahora es irrelevante. El verdadero testamento... más que un testamento. Es este documento que acabo de dictarte, y que dejo por escrito. Gracias a ti que eres la secretaria del Señor y ahora la mía. Antes de finalizar, deseo enviar un mensaje de fe a través de vuestra comunidad, a todas las comunidades religiosas, en este día, vosotras que cooperáis a la vida y a la misión de la Iglesia en el mundo. Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Que vuestra vida se convierta en un evangélico signo de contradicción, para un mundo que cada vez se aleja más de Dios y de su Amor. Un mundo que quiere caminar sin Dios, es un mundo sin esperanza. Revestíos frágiles doncellas de Jesucristo y portad las armas de la luz, como exhorta el Apóstol San Pablo, permaneciendo despiertas y vigilantes. Tened siempre presente que la alegría de la vida consagrada, pasa necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo; así fue para María Corredentora. En esta fiesta os deseo, que en vosotras (es la fiesta de la Candelaria 2 de febrero de 2023). En esta fiesta os deseo que en vosotras la Buena Nueva se viva. Testimonie, anuncie y resplandezca como palabra de verdad. Vosotras sois los pararrayos de la Iglesia. Permanecer firmes al pie de la cruz junto a María, la Madre de Dios. Dile a todos que yo estoy junto a Dios. Me voy pero me quedo, acompañando a la Iglesia en su purificación hasta el calvario. Para luego ser embellecida con la misma Gloria del Esposo.
Queridos amigos... Dios guía a su Iglesia. La sostiene siempre, y sobre todo en los momentos difíciles. No pierdas nunca esta visión de fe. Que la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. Que en el corazón de cada uno de vosotros esté siempre la gozosa certeza, de que el Señor está a nuestro lado. Él no nos abandona. Él está cerca de nosotros y nos cubre con su Amor. Invoco sobre toda la Iglesia la protección constante de María Corredentora, y de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, y a todos los hijos de Dios os imparto con afecto la bendición apostólica:
Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus.
Amen
"Santidad" (le dice la hermana Benedicta) "¿Y ahora su firma?"
Me dijo escribe:
Benedictus P.P. XVI
Su santidad desapareció dejando un suave aroma de violetas.
Mi corazón (dice la hermana Benedicta) quedó con una gran nostalgia y no pude contener las lágrimas. Cómo me hubiera gustado darle un abrazo...