Historia de la Devoción a
Jesús de la Buena Esperanza
La imagen del Señor de la Buena Esperanza, es copia de una antiquísima y muy milagrosa estatua, que la ciudad de Quito se gloría de poseer.
La historia del Señor de la Buena Esperanza se remonta al año 1652, cuando cierto día en Quito (Ecuador) sin guía alguno atravesaba las calles una mula cargada con enorme bulto. Llegó a las gradas de la portería del convento de San Agustín y se echó en el suelo, y ya no pudieron levantarla a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron. Abierto el cajón, cuyo peso parecía abrumarla, se encontró dentro la estatua de Jesús de la Buena Esperanza.
Quisieron conducirla al templo, pero inútilmente; pues aumentaba el peso de la estatua en proporción al número de los que intentaban cargarla. Alguien propuso entonces llevarla no al templo sino a la portería, y el acto se ejecutó con suma facilidad.
La reunión de tan prodigiosas circunstancias no podía dejar de conmover hondamente al católico pueblo de Quito, e innumerables personas acudieron a arrodillarse ante la sagrada imagen. Los milagros y los favores del cielo, obtenidos por intermedio del Señor de la Buena Esperanza, respondieron desde el primer día, a la devota fe del pueblo y se multiplicaron hasta el punto de convertir la portería del convento San Agustín en el más célebre, frecuentado y rico santuario del Ecuador.
Entre los ornamentos con que la piedad de la gente adornó la venerada estatua, mencionamos sólo las sandalias de oro macizo y piedras preciosas, por haber dado lugar a un notabilísimo milagro, que aumentó sobremanera el renombre del Señor de la Buena Esperanza. Y tan notable fue este milagro, que desde entonces su recuerdo está unido a la propia imagen, con la cual se representa.
Un sencillo y piadoso padre de familia (Gabriel Cayancela), vivía en Quito en total miseria, y ya sin auxilio humano, recurrió una tarde al Señor de la Buena Esperanza para suplicarle por su situación, haciendo su oración estaba cuando el sacristán le advierte que salga porque va a cerrar la iglesia. Sale pronunciando palabras que muestran al sacristán lo horrible de su situación, y prometiendo en su interior volver muy temprano a continuar sus plegarias.
Todavía no amanecía, y a la puerta de la casa de Gabriel se encontraba el cadáver de una señora asesinada la noche antes, y poco después el pobre sale de su casa, sin ver el charco de sangre lo pisa y todo ensangrentado llega al templo y continúa solitario y fervoroso su oración. En lo profundo de su oración se encontraba cuando, de repente, un milagro viene a llenar de gozo su corazón atribulado.
El Señor de la Buena Esperanza deja caer en las manos del suplicante e infeliz padre de familia una de las ricas sandalias. Sin pensar más que en su necesidad, va a venderla a una joyería. Era demasiado conocida la rica alhaja y el joyero hizo aprehender como ladrón sacrílego al vendedor.
Imposible es describir la indignación pública contra el que aparecía como infame profanador de tan venerada imagen, indignación que no conoció límites cuando, según todas las apariencias, se vio que el ladrón era al mismo tiempo vil asesino.
Rápidamente se sustentaron las acusaciones y fue condenado a muerte. Como último favor pidió y obtuvo el ser conducido ante la milagrosa imagen. Allí en sentidísimo lenguaje, dijo al Señor que su prodigioso don se había convertido en regalo de muerte; que iba al patíbulo, por haber recibido de Él, los medios para salir de su miseria. Entre conmovido e indignado el pueblo escuchaba tales palabras, cuando Jesús de la Buena Esperanza tiende hacia el reo el pie que conservaba con sandalia, y deja caer ésta en sus manos.
La entusiasta admiración de la multitud, al grito unísono de milagro, dio libertad al condenado. La autoridad le compró al peso de oro, aquella sandalia y fue enorme la cantidad de monedas que resistió el platillo de la balanza, antes de inclinar el otro en que la sandalia se encontraba. Salió el pobre de su necesidad y el milagro quedó para siempre representado en el Señor de la Buena Esperanza, que desde entonces fue el recurso de particulares y corporaciones en el Ecuador.
Visita a
Jesús de la Buena Esperanza
Oh Jesús de la Buena Esperanza,
Redentor de mi alma,
Señor de cielos y tierra,
vengo a Ti atraído
por tu paternal amor.
¿Quién sino Tú
podrá curar mis dolencias?
Me acerco a tu santo templo
como a la fuente de tus bondades.
Favoréceme con tus auxilios,
purifícame con tu mirada
como lo hiciste con tu apóstol Pedro,
sáname de las mortales heridas
que el pecado ha dejado en mi alma.
Yo bien sé que todos
los que han solicitado
ante tu imagen tus divinos favores
han sido socorridos y que no hay quién
no haya experimentado tus consuelos,
ni salido de tu presencia sin esperanzas.
Lleno de la mayor confianza
te pido por la Santa Iglesia
hoy perseguida y calumniada,
por el Papa, por los obispos,
por los sacerdotes, por los pobres
y por la dificultad
en que actualmente me encuentro
y que Tú sabes cuál es.
Rendidamente la coloco
en tus manos misericordiosas
para que la bendigas y la santifiques.
Estoy dispuesto a aceptar
ante todo lo que dispongas
porque eso será lo mejor para mí.
Si lo que te pido no ha de ser
para bien de mi alma,
dame entonces la gracia
de entenderlo así
y aceptarlo gustosamente.
Sé, pues, mi sostén,
mi guía, mi bien, mi esperanza.
Amén.
Oración a
Jesús de la Buena Esperanza
Oh Jesús Nazareno
brazo fuerte y protector mío,
no me abandones en tan apurado trance,
Padre mío, protege a esta alma
pobre y abandonada.
No desoigas Jesús mío
las súplicas de este corazón
triste y afligido,
lleno de amor por Ti
que eres mi padre y protector,
mis súplicas llenas de amor
no pueden menos que llegar a Ti,
que eres el brazo fuerte y protector,
que todo lo puedes.
Jesús mío, Jesús de mi alma,
Jesús crucificado,
espejo de luz, ven a mí
con tu corona de espinas,
con tu costado abierto,
con tu soga
en la garganta y la cintura.
Jesús mío, que tus ojos vean
y tus oídos escuchen
el favor tan especial
que te pido en ésta oración.
Amén.