Psicología
Mitomanía: la mentira puede convertirse en una enfermedad
La mitomanía es un trastorno patológico que consiste en falsear la realidad como vía de escape para obtener aprobación o admiración.
La mitomanía o mentira patológica, término acuñado por Anton Delbrueck, y posteriormente utilizado por Ernest Dupré, puede definirse como la expresión de acontecimientos inventados no del todo improbables, de cuyo relato el autor obtiene una ventaja.
Literalmente procede de “mythos”, palabra griega que significa mentira y de “manía” o compulsión.
Dentro de las personas que padecen este trastorno, algunas llegan a admitir que mienten, por lo que tienen conciencia de hacerlo. Sin embargo, en otros casos no ocurre así.
Lo característico de estas personas es que las mentiras no son consecuencia de encontrarse en una situación especialmente comprometida o en que exista presión social, a modo de excusa para hacer lo que uno quiere, en lugar de lo que quieren los demás evitando enfrentamientos.
Nadie nace mentiroso, se trata de una forma de adaptación al ambiente. La mitomanía, en este sentido, puede relacionarse en cierto modo con la denominada pseudología fantástica, bastante frecuente en los niños, e incluso con los “falsos recuerdos”, entendiendo por tales experiencias de sucesos que nunca ocurrieron, pero que la persona que los cuenta cree que han tenido lugar. Una especie de mentira, a veces sobre la base de las propias fantasías, contada tantas veces que se convierte en verdad para el sujeto que la cuenta.
Adicción a mentir
Podría decirse que la adicción a mentir es precisamente lo que diferencia a un mitómano de un mentiroso.
Cuando un mentiroso usa una mentira tiene una finalidad. Trata de protegerse, defenderse…
Cuando un mitómano miente, no existe una motivación específica. En la mayoría de las ocasiones, el mitómano miente sin que exista ningún tipo de necesidad para ello. Es como si sintieran como reales cosas que no lo son, o se creyesen sus propias mentiras y las viesen como realidades.
Consecuencias de la mitomanía
Mentir compulsivamente, no resulta inocuo. Por un lado, mentir con frecuencia puede ser un síntoma de una enfermedad mental. Pero además, las constantes mentiras generan en el entorno una falta de confianza. Lo que tiene como grave consecuencia que repercute en las relaciones, las amistades y la familia del mitómano.
Sin embargo, no se trata de un trastorno incurable. Para su tratamiento, la psicoterapia o ayuda psicológica parece la mejor opción. Si bien, es extremadamente raro que el tratamiento comience a iniciativa del mitómano.
Los especialistas apuntan como posibles causas de la mitomanía:
- La mentira es para el mitómano una especie de refugio frente a la realidad.
- Insatisfacción.
- Gracias a las mentiras, la persona mira su situación con otros ojos. Se ve engrandecido/a.
- Pueden sufrirse trastornos de la personalidad. Como trastorno límite de la personalidad o trastorno de personalidad narcisista. En especial, personas superficiales o frívolas, inconstantes e irresponsables.
- Pueden sufrirse otro tipo de enfermedades mentales.
- Necesidad de afecto, aprobación o admiración.
- Necesidad de llamar la atención.
- Las mentiras pueden también mostrar al mitómano como una víctima constante.
- Entornos en los que la realidad y las apariencias no van de la mano.
- Como en la mayoría de los problemas de comportamiento, otra causa de la mitomanía puede ser la autoestima baja.
Algunos mitómanos exageran las cosas buenas en su vida, otros las cosas negativas. Por ello, el conocimiento de la historia personal de la persona puede ayudar a identificar patrones de mentira.
Fuente - Texto tomado de MUYSALUDABLE.ES:
https://muysaludable.sanitas.es/salud/psicologia/mitomania-la-mentira-puede-convertirse-una-enfermedad/
La mentira: un mal para todos
Dios quiere ayudarnos a arrancar de nuestra vida el gran daño sembrado por miles de mentiras que circulan en el mundo humano.
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
La sociedad existe sólo cuando está edificada sobre principios irrenunciables. Uno de ellos es el de la confianza mutua.
Vivimos con otros, en casa o en la calle, en el trabajo o en el autobús, en un parque o en un equipo de deporte, porque existe entre nosotros confianza mutua. Porque pensamos que hay respeto, honestidad, acogida. Porque creemos que el familiar o el amigo no nos engañan, son sinceros.
Pero la confianza y toda la vida social quedan gravemente heridas por culpa de la mentira. Porque la mentira implica engaño, traición, injusticia. Porque la mentira nace cuando uno quiere “usar” la buena fe de otros para satisfacer un pequeño gusto egoísta o para alcanzar una enorme “ganancia” a costa de los demás.
En el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2482) es recogida la famosa definición de san Agustín sobre la mentira:
“La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar” (san Agustín, De mendacio 4, 5)
Un poco más adelante:
El Catecismo (n. 2484) explica que la mentira puede ser pecado venial o pecado mortal; es pecado mortal cuando a través de la mentira se dañan gravemente las virtudes de la caridad y de la justicia.
Además, el Catecismo explica que la mentira perjudica enormemente a la sociedad, precisamente por dañar la confianza entre los hombres:
“La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene en germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales” (n. 2486).
Estamos de acuerdo: la mentira provoca daños enormes, hiere profundamente la confianza entre los hombres. Pero... ¿Cómo vencerla? ¿Cómo eliminar esa tentación continua que nos lleva a engañar, a manipular las palabras para conseguir una “victoria” (más dinero, un ascenso laboral), para desahogar la sed de venganza, para herir por la espalda a nuestro prójimo?
Hay que mirar dentro, en el corazón, para descubrir cuál es la raíz de la mentira: el amor desordenado a uno mismo que lleva al desprecio de Dios y del hermano. La mentira inicia en el interior, en la ambición corrosiva, en el rencor siempre encendido, en la envidia, en la sed de venganza. Otras veces, la mentira nace desde un falso sentido de conservación: para ocultar un pecado, para evitar un castigo, para no desdibujar la buena imagen que otros tengan de nosotros.
Al mentir, en definitiva, decimos sí al egoísmo y no al amor. Es decir, nos hacemos un daño inmensamente más grande que el pequeño (pequeñísimo, porque siempre es miserable) beneficio que uno pueda conseguir con la mentira.
Queda, además, el otro aspecto de la mentira: el daño que otros reciben. Cuando un esposo se siente engañado, cuando un padre ve cómo el hijo aumenta cada día la dosis de mentiras, cuando un compañero de trabajo nota que la confianza depositada en el “amigo” se ha esfumado como bruma ante el sol... nace en los corazones una pena profunda: alguien que creíamos bueno nos ha engañado, nos ha mentido, nos ha traicionado.
Frente a ese daño, hay que reaccionar. El mentiroso necesita ponerse ante Dios, de rodillas, humildemente, para reconocer con plena sinceridad el pecado cometido. Luego, pedirá fuerzas, y reparará: suplicará perdón a Dios y a quienes ha engañado, promoverá el bien del prójimo herido, incluso se comprometerá para no permitir que nadie, en su presencia, promueva mentiras, injurias o calumnias contra otras personas.
La víctima también necesita reaccionar. Ante quien nos ha mentido una, dos, cien veces, surge un sentimiento casi instintivo de autoprotección, en ocasiones incluso de rabia o de desprecio. Ante esas reacciones, que nos parecen “naturales”, un cristiano sabe que debe perdonar, que debe vencer el mal con el bien, que debe rescatar al mentiroso con su mano tendida, con su caridad auténtica.
Por eso a veces nuestro silencio, nuestra cercanía, nuestro perdón, incluso nuestro afecto (que no debe ser interpretado como complicidad, sino como deseo sincero de recuperar la confianza) pueden ser el inicio de la curación. Quien ha mentido, precisamente por el daño tan grande que ha cometido contra Dios, contra sí mismo, contra los demás, necesita encontrar que el amor es más fuerte que el mal, que la confianza en quien ha sido engañado vuelve a aparecer como señal de una bondad capaz de superar cualquier pecado.
Dios quiere ayudarnos a arrancar de nuestra vida el gran daño sembrado por miles de mentiras que circulan en el mundo humano. Quiere, sobre todo, que empecemos a vivir como hombres sinceros, honestos, enamorados. Capaces de mirar a nuestro hermano con el mismo cariño con el que le mira Dios, con el mismo deseo de vivir unidos, bajo la Verdad de Cristo, en el camino que construye un mundo más bueno y más enamorado.
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET: