Nacida
en 1347, Catalina (nombre que significa "Pura"), era la menor del
prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en
entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la
primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa.
Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de
ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.
Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios más humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.
Con
su ejemplo de humildad, obediencia y caridad ante su familia, los
conquistó y entonces le permitieron ser miembro de la Tercera Orden de
Santo Domingo y tener un cuarto privado. Allí comenzó a hacer actos de
mortificación heroicos. Se alimentaba principalmente de hierbas y vestía
con telas muy crudas. Asistía con gran generosidad a los pobres, a los
enfermos, consolaba a los presos. Su sometimiento de la propia voluntad
al Señor, aún en sus penitencias, daba verdadero valor a lo que hacía.
Pero sus experiencias místicas no le quitaban las pruebas. Sufría por su
temperamento al que dominaba con gran paciencia y por los baños
calientes que le ordenaron los médicos. En medio de sus dolencias oraba
sin cesar para expiar sus ofensas y purificar su corazón.
Confianza y amor
a la Virgen María
a la Virgen María
Desde
niña, empezó a orar a la Reina de Siena, y a menudo se le oía rezar el
Ave María bajando las escaleras de su casa. Un día cuando tenía 6 años
de edad y mientras caminaba por las calles de Siena con su hermano,
elevó su mirada y de repente vio sobre el techo de la Iglesia de Santo
Domingo, al Rey de Reyes sobre un espléndido trono, vestido como el Papa con su corona Papal; y con Él estaban San Pedro, San Pablo y San Juan.
Jesús mirando con ternura a Catalina, despacio y solemnemente la
bendijo, haciendo tres veces la señal de la Cruz sobre ella con su mano
derecha, como lo hace un obispo. Desde ese momento Catalina dejó de ser
una niña, se enamoró profundamente de su amado Salvador:
"Esa visión y esa bendición fueron tan poderosas que después ella no pudo pensar en nada más que en los ermitaños, y en cómo imitarlos".
Al año siguiente, ante un cuadro de Nuestra Señora, se ofreció al Señor que la había bendecido. En este momento tan crucial oró a la Virgen:
"Esa visión y esa bendición fueron tan poderosas que después ella no pudo pensar en nada más que en los ermitaños, y en cómo imitarlos".
Al año siguiente, ante un cuadro de Nuestra Señora, se ofreció al Señor que la había bendecido. En este momento tan crucial oró a la Virgen:
"¡Santísima Virgen, no mires mi debilidad, sino dame la gracia de tener como esposo a Aquel a quién yo amo con toda mi alma, tu Santísimo Hijo, Nuestro Único Señor, Jesucristo! Le prometo a Él y a Ti, que nunca tendré otro esposo"
Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios más humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.
Modelo de virtud antes de
sus 15 años de edad
Finalmente,
derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la
tercera orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía
16 años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos,
a los menesterosos y a los enfermos, a quienes cuidó en las epidemias
de la peste. En la terrible peste negra, conocida en la historia con el
nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la
población de Siena.
Recibe el hábito
de la Tercera Orden Dominica
de la Tercera Orden Dominica
En
la noche anterior a su profesión en la orden, después de pasar por una
severa prueba en la cual el demonio se le apareció como un caballero muy
guapo y elegante, y le ofreció un traje de seda con joyas brillantes,
Catalina se tiró sobre el crucifijo y gritó:
"¡Mi único, mi amado esposo. Tú sabes que jamás he deseado a nadie más que a Ti. Ven en mi ayuda, mi amado Salvador!"
De pronto, frente a Catalina estaba la Madre de Dios, teniendo en sus manos un traje de oro, y con su voz suave y tierna, la Virgen le dijo:
"Este vestido, hija mía, lo he traído del corazón de mi Hijo. Estaba escondido en la herida de su costado como en una canasta de oro, y te lo hice con mis propias manos"
Entonces con ferviente amor y humildad, Catalina inclinó la cabeza, mientras la Virgen le imponía este vestido celestial.
Por
fin, en 1635, a los 18 años (según algunos escritores a los 20 años),
recibió el hábito de la Tercera Orden Dominica. Durante tres años
después de recibir el hábito, Catalina vivió, en la santa soledad de su
pequeño cuarto y en su capilla favorita. Allí pasó un entrenamiento
estricto basado en la auto-negación y desarrollo espiritual bajo la
dirección personal de Cristo y de su Madre. No hablaba sino con Dios, la
Virgen y su confesor.
El Niño Jesús
Catalina
tenía gran devoción al Niño Jesús. Una noche de Navidad, mientras oraba
con sus hermanas de la Tercera Orden en la Iglesia de Santo Domingo, se
le concedió una visión muy impresionante. La Virgen María de rodillas
adorando en oración ferviente al recién nacido, el Divino Niño.
Catalina estaba tan sobrecogida que suplicó humildemente a la Virgen
que le permitiera cargar al Niño por un momento. Con una sonrisa
afectuosa, la Virgen tomó el Niño y se lo entregó a Catalina, quien
teniéndolo en sus brazos, lo besó y le susurró en el oído los nombres de
todos sus seres queridos.
Severos ataques del demonio
La serpiente, viendo su vida angelical, la asaltaba buscando destruir su virtud. Llenaba su imaginación con las más sucias representaciones y asaltaba su corazón con las más bajas y humillantes tentaciones. Después su alma quedaba en una nube de oscuridad, la más severa prueba imaginable. Se veía a sí misma cientos de veces al borde del precipicio, pero siempre sostenida por una mano invisible.
Sus armas eran:
- La oración ferviente.
- La humildad.
- Resignación.
- Confianza en Dios.
Así venció las pruebas que sirvieron mucho para purificar su corazón. Nuestro Señor la visitó después y ella le dijo:
"¿Dónde estabas, mi divino Esposo, mientras yo yacía en tan temible condición de abandono?"
Jesús le contestó:
"Estaba contigo"
"¿Cómo? -replicó ella-, ¡¿entre las sucias abominaciones en que infectaban mi alma?!"
Él le dice:
"Eran desagradables y sumamente dolorosas para ti. Este conflicto, por lo tanto, fue tu mérito, y la victoria sobre ellas, fue debido a mi presencia"
El
enemigo también la invitaba al orgullo, sin escatimar ni violencia ni
estrategia alguna para seducirla a sus vicios. Pero la humildad era su
defensa. Dios la recompensó con su caridad para los pobres y muchos
milagros.
Nupcias con Jesús
Un día jueves después de que Catalina había orado todo el día con extraordinaria fe, Nuestro Señor se le apareció y le dijo:
"Ya que por amor a Mi has renunciado a todos los gozos terrenales y deseas gozarte sólo en Mi, he resuelto solemnemente celebrar Mi esposorio contigo y tomarte como mi esposa en la fe"
Mientras
el Señor hablaba, aparecieron muchos Ángeles, su Santísima Madre, San
Juan, San Pablo y Santo Domingo (ella era de su orden). Y mientras el
Rey David tocaba una dulce música en su arpa, nuestra amorosa Madre tomó
la mano de Catalina y la puso en la mano de su Hijo. Entonces Jesús,
puso un anillo de oro en el dedo de Catalina, y dijo:
"Yo, tu Creador y Salvador, te acepto como esposa y te concedo una fe firme que nunca fallará. Nada temas. Te he puesto el escudo de la fe y prevalecerás sobre todos tus enemigos"
La corona de espinas
En
una visión, el Señor le presentó dos coronas, una de oro y la otra de
espinas, invitándola a escoger la que más le gustara. Ella respondió:
"Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conformada a tu pasión y a tu dolor, encontrando en el dolor y el sufrimiento mi respuesta y deleite"
Entonces, con decisión tomó la corona de espinas y la presionó con fuerza sobre su cabeza.
Experiencias místicas
con la Virgen
con la Virgen
Dos
veces, en fiestas litúrgicas especiales, la Virgen le ayudó
milagrosamente. Durante una Misa de año nuevo, Catalina estaba tan
sobrecogida por la emoción, que cuando se puso de pie para ir a recibir
la comunión estuvo a punto de caer. La Virgen, con sus manos tiernas y
al mismo tiempo fuertes, la sostuvo hasta que se recuperó.
Un día de la Asunción,
que tradicionalmente era la fiesta más grande del año en Siena, la
ciudad de la Virgen, Catalina estaba muy enferma en cama, y deseaba
intensamente por lo menos poder ver la catedral. De pronto se encontró
en el atrio de la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, y pudo
caminar perfectamente y participar en la Misa solemne dedicada a la
Virgen.
Virgen, esposa mística de Cristo, Segunda mujer proclamada Doctora de la Iglesia, Dominica Terciaria, Consejera de Papas, Autora del "Diálogo" |
A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los 25 años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el Papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñón para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.
Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado "Diálogo de la Divina Providencia",
donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se
enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus 375 cartas son
consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa
los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera
una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el
uso de la lengua italiana.
Santa
Catalina tenía un profundo amor a la Eucaristía, a la Santísima Virgen y
a los pobres. Tuvo muchas experiencias místicas, entre ellas:
- El desposorio con Cristo
- Profecías
- Estigmas
- Ayunos de largos períodos (en los cuales se alimentaba solamente de la Eucaristía)
Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de 33 años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El Papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María Sopra Minerva en Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y protectora del pontificado.
El Papa Pablo VI, en 1970, la proclamó Doctora de la Iglesia. Ella, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita de Lissieux, son las tres únicas mujeres que ostentan este título.
Fuente - Texto tomado de CATOLICO.ORG:
Fuente - Texto tomado de EWTN: