La fiesta de San José se celebra el 19 de marzo desde el pontificado de Sixto IV (1471 - 1484). En 1870 el Bienaventurado Papa Pío IX lo declaró patrono de la Iglesia Universal, y San Pío X aprobó en 1909 la Letanía en alabanza del santo.
San José
Patrono de la Iglesia
Defensor de la Sagrada Familia
Patrono de la Iglesia
Defensor de la Sagrada Familia
Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.
Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la Santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad -al que de por sí va unida la comunión de bienes- se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.
De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.
Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario, en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia, como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.
(SS. León XIII, Encíclica "Quamquam pluries" 1889)
Consagración a San José
ante las tribulaciones
ante las tribulaciones
¡Oid, querido San José,
una palabra mía!...
Yo me veo abrumada de aflicciones y cruces, y a menudo lloro...
Despedazada bajo el peso de estas cruces, me siento desfallecer, ni tengo fuerzas para levantarme y deseo que mi Bien me llame pronto. En la tranquilidad, empero, entiendo que no es cosa difícil el morir... pero sí el bien vivir.
¿A quién, pues, acudiré sino a Vos, que sois tan bueno y querido, para recibir luz... consuelo... y ayuda?
A Vos, pues, consagro toda mi vida, y en vuestras manos pongo las congojas, las cruces, los intereses de mi alma... de mi familia... de los pecadores... para que, después de una vida tan trabajosa, podamos ir a gozar para siempre con Vos de la bienaventuranza del Paraíso. Amén.
Jaculatoria:
San José,
Protector de atribulados y de los moribundos,
rogad por nosotros
Protector de atribulados y de los moribundos,
rogad por nosotros
José significa "Dios me ayuda"
De San José únicamente sabemos los datos históricos que San Mateo y San Lucas nos narran en el Evangelio. Su más grande honor es que Dios le confió sus dos más preciosos tesoros: JESÚS Y MARÍA. San Mateo nos dice que era descendiente de la familia de David.
Una muy antigua tradición dice que el 19 de marzo sucedió la muerte de nuestro Santo y el paso de su alma de la tierra al cielo.
Los santos que más han propagado la devoción a San José han sido:
- San Vicente Ferrer
- Santa Brígida
- San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones)
- San Francisco de Sales (que predicó muchas veces recomendando la devoción al Santo Patriarca)
- Santa Teresa (que fue curada por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada, enfermedad que ya era considerada incurable). Le rezó con fe a San José y obtuvo de manera maravillosa su curación. En adelante esta santa ya no dejó nunca de recomendar a las gentes que se encomendaran a él. Y repetía: "Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo". Hacia el final de su vida, la mística fundadora decía: "Durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran Santo, y verán que grandes frutos van a conseguir". Y es de anotar que a todos los conventos que fundó Santa Teresa les puso por patrono a San José.
San Mateo narra que San José se había comprometido en ceremonia pública a casarse con la Virgen María. Pero que luego al darse cuenta de que Ella estaba esperando un hijo sin haber vivido juntos los dos, y no entendiendo aquel misterio, en vez de denunciarla como infiel, dispuso abandonarla en secreto e irse a otro pueblo a vivir. Y dice el Evangelio que su determinación de no denunciarla, se debió a que "José era un hombre justo", un verdadero santo. Este es un enorme elogio que le hace la Sagrada Escritura. En la Biblia, "Ser Justo" es lo mejor que un hombre puede ser.
Nuestro Santo tuvo unos sueños muy impresionantes, en los cuales recibió importantísimos mensajes del cielo.
- Sueño (en Nazareth). Un ángel le contó que el Hijo que iba a tener María era obra del Espíritu Santo y que podía casarse tranquilamente con Ella, que era totalmente fiel. Tranquilizado con ese mensaje, José celebró sus bodas. La leyenda cuenta que 12 jóvenes pretendían casarse con María, y que cada uno llevaba en su mano un bastón de madera muy seca. Y que en el momento en que María debía escoger entre los 12, he aquí que el bastón que José llevaba, milagrosamente floreció. Por eso pintan a este Santo con un bastón florecido en su mano.
- Sueño (en Belén). Un ángel le comunicó que Herodes buscaba al Niño Jesús para matarlo, y que debía salir huyendo a Egipto. José se levantó a medianoche y con María y el Niño se fue hacia Egipto.
- Sueño (en Egipto). El ángel le comunicó que ya había muerto Herodes y que podían volver a Israel. Entonces José, su Esposa y el Niño volvieron a Nazareth.
La Iglesia Católica venera mucho los cinco grandes dolores o penas que tuvo este Santo, pero a cada dolor o sufrimiento le corresponde una inmensa alegría que Nuestro Señor le envió.
1. Dolor: Ver nacer al Niño Jesús en una pobrísima cueva en Belén, y no lograr conseguir ni siquiera una casita pobre para el nacimiento. A este dolor correspondió la alegría de ver y oír a los ángeles y pastores llegar a adorar al Divino Niño, y luego recibir la visita de los Magos de Oriente con oro, incienso y mirra.
3. Dolor: La huida a Egipto. Tener que huir por entre esos desiertos a 40 grados de temperatura, y sin sombras ni agua, y con el Niño recién nacido. A este sufrimiento le correspondió la alegría de ser muy bien recibido por sus paisanos en Egipto y el gozo de ver crecer tan Santo y Hermoso al Divino Niño.
4. Dolor: La pérdida del Niño Jesús en el Templo y la angustia de estar buscándolo por tres días. A este sufrimiento le siguió la alegría de encontrarlo sano y salvo y de tenerlo en su casa hasta los 30 años y verlo crecer en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.
5. Dolor: La separación de Jesús y de María al llegarle la hora de morir. Pero a este sufrimiento le siguió la alegría, la paz y el consuelo de morir acompañado de los dos seres más Santos de la tierra. Por eso invocamos a San José como Patrono de la Buena Muerte, porque tuvo la muerte más dichosa que un ser humano pueda desear: acompañado y consolado por Jesús y María.
Hay una antigua tradición que cuenta el bellísimo episodio de su desposorio con la Virgen María. Consta que María estaba en el Templo, ya en edad de casarse. También Ella pertenecía a la estirpe de David. Entre sus pretendientes fueron seleccionados algunos, de las mejores familias, de los más virtuosos de Israel. Cada uno llevaba en su mano un bastón de madera seca. Al momento de la elección, el bastón de José floreció milagrosamente, naciendo bellos lirios en su punta, símbolo de la pureza que él había prometido guardar siempre. Este hecho le dio seguridad a María, que también había hecho promesa de virginidad. El guardián de la Sagrada Familia quedó maravillado con la decisión de su esposa, una vez él mismo había tomado igual decisión.
San José es llamado el "Santo del Silencio", puesto que no conocemos palabras proferidas por él mismo, sino tan sólo sus obras y actos de fe, amor y protección hacia su amadísima esposa, la Virgen María, y el Niño Jesús.
Fue un escogido de Dios y desde el comienzo recibió la gracia de ir discerniendo los designios divinos sobre sí, por estar llamado a guardar los más preciosos tesoros del Padre Celestial: Jesús y María.
Era el hombre al que la Providencia había dado los labios suficientemente puros y una humildad lo bastante grande para algo tan formidable como responder a Dios. ¡La criatura plasmada por las manos del Creador le daba consejos! Era el predestinado a ejercer una verdadera autoridad sobre la Santísima Virgen y el Niño Jesús, el privilegiado que alcanzó una altísima intimidad con Jesús y María, el bienaventurado a quien se otorgó la gracia de expirar entre los brazos de Dios, su Hijo, y de la Madre de Dios, su Esposa.
Para conocer más de la vida de San José, debemos remitirnos a los primeros capítulos de los Evangelios de San Mateo y San Lucas: su genealogía y su descendencia de la casa de David (Mt 1, 1-5 y Lc 3, 23-38), y el hecho de ser esposo de María Santísima, la Virgen Madre del Mesías (Mt 1, 18 y Lc 1, 27).
El Santo del Silencio
Fue un escogido de Dios y desde el comienzo recibió la gracia de ir discerniendo los designios divinos sobre sí, por estar llamado a guardar los más preciosos tesoros del Padre Celestial: Jesús y María.
San José también es considerado Patrono de la Vida Interior, por ser un ejemplo de espíritu de oración, sufrimiento y admiración. Siendo jefe de familia, admiraba a su esposa virgen, concebida sin mancha del pecado de Adán, y al fruto de sus entrañas, Dios hecho Hombre, mucho mayores que él mismo.
No se sabe exactamente cuándo murió San José, pero la Iglesia considera que fue antes de iniciarse la vida pública de Nuestro Señor Jesucristo, pues en las Bodas de Caná Él estaba únicamente en compañía de su Madre María.
La muerte de San José se dio en medio de la alegría y el consuelo de estar al lado de Jesús y María, convirtiéndose así en Patrono de la Buena Muerte.
¿Cuántas veces tuvo en brazos San José al Divino Infante? El día entero viviendo con el Niño Jesús, observándolo rezar, hablar, hacer todos los actos de su vida común... En esa contemplación continua, para la que tenía un alma maravillosamente apta, recibía gracias extraordinarias y se dejaba moldear. A veces, el Niño Jesús se detenía frente a él para decirle:
La muerte de San José se dio en medio de la alegría y el consuelo de estar al lado de Jesús y María, convirtiéndose así en Patrono de la Buena Muerte.
Una criatura
dando consejos al Creador
dando consejos al Creador
¿Cuántas veces tuvo en brazos San José al Divino Infante? El día entero viviendo con el Niño Jesús, observándolo rezar, hablar, hacer todos los actos de su vida común... En esa contemplación continua, para la que tenía un alma maravillosamente apta, recibía gracias extraordinarias y se dejaba moldear. A veces, el Niño Jesús se detenía frente a él para decirle:
"Te pido un consejo: ¿cómo debo hacer tal cosa?"
San José se conmovía, considerando que quien estaba pidiéndole un consejo ¡era el propio Hijo de Dios!
Era el hombre al que la Providencia había dado los labios suficientemente puros y una humildad lo bastante grande para algo tan formidable como responder a Dios. ¡La criatura plasmada por las manos del Creador le daba consejos! Era el predestinado a ejercer una verdadera autoridad sobre la Santísima Virgen y el Niño Jesús, el privilegiado que alcanzó una altísima intimidad con Jesús y María, el bienaventurado a quien se otorgó la gracia de expirar entre los brazos de Dios, su Hijo, y de la Madre de Dios, su Esposa.
Oración a San José
por el Papa León XIII
A ti, bienaventurado San José,
acudimos en nuestra tribulación;
y después de invocar el auxilio
de tu Santísima Esposa
solicitamos también confiados tu patrocinio.
Por aquella caridad que con la
Inmaculada Virgen María, Madre de Dios,
te tuvo unido, y por el paterno amor
con que abrazaste al Niño Jesús,
humildemente te suplicamos
vuelvas benigno los ojos a la herencia
que con su Sangre adquirió Jesucristo,
y con tu poder y auxilio
socorras nuestras necesidades.
Protege, Providentísimo Custodio
de la Sagrada Familia
la escogida descendencia de Jesucristo;
aparta de nosotros toda mancha
de error y corrupción; asístenos propicio,
desde el cielo, fortísimo libertador nuestro,
en esta lucha con el poder de las tinieblas:
y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús
del inminente peligro de la vida, así ahora,
defiende a la Iglesia Santa de Dios
de las asechanzas de sus enemigos
y de toda adversidad, y a cada uno
de nosotros protégenos
con el perpetuo patrocinio, para que,
a tu ejemplo y sostenidos por tu auxilio,
podamos santamente vivir
y piadosamente morir y alcanzar
en el cielo la eterna felicidad.
Fuente - Texto tomado del Libro San José Custodio del Redentor
Caballeros de la Virgen - Heraldos del Evangelio - Julio del 2007
Caballeros de la Virgen - Heraldos del Evangelio - Julio del 2007
Fuente - Oración tomada de Aciprensa:
http://www.aciprensa.com/sanjose/oracion6.htm