Por Carlos Esteban | 29 de Octubre de 2021
Su Santidad ha grabado un videomensaje (en italiano, que parece haber sustituido al latín como idioma oficial de la Iglesia Universal) para la BBC en el que, como es costumbre, habla de la pandemia, del cambio climático y de la necesidad del globalismo, que califica de “horizonte luminoso”. Pero lo que dice no cuadra en absoluto.
Aún cuando no me cuadrara, si se tratara de un asunto de doctrina dudoso, podría rendir el juicio. Pero aquí, como sucede cada vez más a menudo en las alocuciones del pontífice, habla de cuestiones que se salen de su competencia y en las que, por tanto, su juicio no vale más que el de cualquier otro.
Viene a decir que la pandemia ha demostrado que este mundo de países que deciden autónomamente sobre las cosas que les afectan no funciona, y que la solución es avanzar hacia un modelo en el que las decisiones se tomen cada vez más de forma coordinada o por parte de organismos supranacionales.
Con todo respeto, Santidad: lo que parece deducirse a simple vista es sencillamente lo contrario de lo que plantea. Empieza diciendo: “Nuestras seguridades se han derrumbado, nuestro apetito de poder y nuestro afán de control se están desmoronando. Nos hemos descubierto débiles y llenos de miedos, sumergidos en una serie de “crisis”: sanitarias, ambientales, alimentarias, económicas, sociales, humanitarias, éticas”.
Quien haya seguido mínimamente el desarrollo de esta crisis -es decir, el planeta entero- recordará que no nos hemos “descubierto débiles y llenos de miedo” espontáneamente, sino que han sido nuestros gobernantes, perfectamente coordinados y siguiendo fielmente las directrices de un organismo supranacional como es la Organización Mundial de la Salud (dirigida por el etíope acusado de genocidio Tedros Adhanom), los que han creado verdaderas campañas de terror sobre una ‘pandemia’ – sobre una pandemia con una modestísima y muy localizada letalidad.
De hecho, si esta crisis ha demostrado algo, no ha sido la necesidad de una mayor gobernanza global, sino exactamente lo contrario. Lo que ha llamado la atención de cualquiera ha sido el modo en que, con poquísimas excepciones, todos los países del mundo, con gobernantes de distintas ideologías y orígenes, han aplicado las mismas recetas, con muchísima frecuencia desastrosas o, como poco, innecesarias.
Es decir, cualquier puede haber visto en la reacción a la pandemia precisamente lo que ansía el Papa, es decir, un primer ensayo parcial de un gobierno mundial, y el resultado ha sido como para olvidarse para siempre del intento: pobreza, destrucción de empleos y producción, enriquecimiento de los más ricos, recorte de libertades y derechos, censura universal. Nada, en fin, que uno pueda calificar de ‘luminoso’.
Desde el principio se nos quiso convencer de que la pandemia ‘demuestra’ lo contrario de lo que muestra, es decir, que no se puede luchar contra el virus a nivel nacional, porque los virus no entienden de fronteras. Curioso, porque toda la reacción histérica, defendida implícitamente por el propio Papa, ha sido poner muros al virus y no crear puentes para él. La epidemiología no es, nos pongamos como nos pongamos, un argumento a favor de la ausencia de fronteras. La palabra “cuarentena” lo expresa bastante bien.
Es más: estoy personalmente convencido de que esta epidemia hubiera pasado sin pena (demasiada pena) ni gloria de no haber cedido los estados soberanos a un organismo supranacional tan corrupto como la OMS cuando declaró la pandemia, tras haber cambiado su definición. Y tengo, al menos, un indicio clamoroso, denunciado en su día por los periodistas: la declaración de pandemia de gripe porcina, que los Estados ignoraron y por eso usted, lector, probablemente ni siquiera recuerde.
Si en esta ocasión los Estados hubieran actuado pensando solo en el bienestar de su pueblo y sus necesidades nacionales, estoy casi completamente seguro, el covid hubiera sido una enfermedad más, de la que morirían algunos porque morirse es, al fin, lo que nos toca a todos, pero sin pánico, sin protocolos absurdos, sin ocultación de datos, sin mentiras, sin encierros masivos, sin caras tapadas, sin toques de queda, sin cierre de negocios, sin medidas excepcionales y sin, en fin, todo lo que de verdad ha convertido a este virus en un genocida.
Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:
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