Por: Javier Ordovás | Fuente: Catholic.Net
Eres elegante incluso cuando nadie te ve.
No se trata de dar una definición más de elegancia; ya hay muchas y todos tenemos una visión intuitiva de lo que es una persona elegante.
Cuando hablamos de elegancia normalmente nos referimos a la forma de vestir, pero sabemos que no es solamente eso, la elegancia nace del interior de la persona y se manifiesta naturalmente al exterior. La elegancia envuelve todo el ser de la persona.
Por otra parte, es interesante y curioso saber que la elegancia guarda relación directa con alcanzar un excelente resultado de la forma más simple posible.
Por ejemplo, en la prueba de un teorema matemático se dice que tiene elegancia matemática si es sorprendentemente simple pero eficaz y constructivo. Igualmente, un programa informático es elegante si se utiliza una pequeña cantidad de códigos, de una manera muy ingeniosa, para un gran efecto. La elegancia es el atributo de ser excepcionalmente eficaz y sencillo.
Y más interesante, todavía, saber que la elegancia tiene su origen en el sentido de la propia dignidad, en la autoestima debidamente fundamentada.
El camino que se inicia con la valoración de la propia dignidad, pasa por la vergüenza, pasa por el pudor y la compostura, para llegar finalmente a la elegancia.
El punto de coincidencia entre la elegancia científica, le elegancia moral y la estética está precisamente en la sencillez.
La elegancia es un valor que rige una conducta social en el actuar caracterizada por el esmero, la distinción, el buen gusto, la mesura, la discreción, la cortesía y los detalles con clase.
La elegancia es, sin lugar a duda, muestra de buena educación. La persona elegante cuida y valora a las personas y a las cosas. La elegancia no tiene edad, no pertenece a una sola condición o status social; la elegancia no es exclusiva de las mujeres, sino que es privilegio de todos los públicos, de todas las edades, sexo, temperamento, nivel social y económico.
La elegancia de una mujer puede dar pie a que el hombre descubra al caballero que lleva dentro. Una dama elegante se muestra en el hablar, en el caminar, al sentarse, al agacharse, al levantarse y, lógicamente, en la forma de vestir.
Una persona elegante vive la sociabilidad, la sobriedad, la mesura, la pulcritud, la modestia, el respeto, la prudencia y la afabilidad.
La persona elegante no es la que se viste al último grito de la moda, sino la que derrocha una conducta correcta.
La conducta vulgar y las expresiones groseras son muy frecuentes; ¿será que nos estamos acostumbrando a lo ordinario? Nuestros ambientes, tanto familiares como laborales están empleando la vulgaridad, la ordinariez, la falta de delicadeza, la falta de educación, de buenos modales, y todo esto se ha convertido en algo común, reforzado por lo que nos brinda el cine, la música, la televisión o los videojuegos. El materialismo, el consumismo, el alejamiento de Dios y de lo espiritual, son detonantes para el descuido de nuestra elegancia como personas.
Tenemos que despertar la elegancia porque la aceleración y la ausencia de educación en valores, ha bajado el listón de nuestro tono humano.
Veamos un recorrido lógico de esa educación para la elegancia
En primer lugar, un enfoque correcto de la vergüenza que tiene que ver directamente con la protección de la propia intimidad y de la autoestima.
Después, el pudor como expresión corporal espontánea del derecho a la intimidad y a la propia dignidad.
La manera quizá más grave de desposeer a la persona de su dignidad es violar su intimidad, exponerla a la vergüenza pública y privarla de seguir siendo dueña y señora de aquello que es sólo suyo: lo íntimo. Reservar a su verdadero dueño el don y el secreto que no deben ser comunicados más que a aquel a quien uno ama. Amar, es donar la propia intimidad. Por eso ante el amado somos transparentes y auténticos siempre.
El pudor es la regla que preside la interioridad. El impúdico suele ser un sinvergüenza, pues no conoce el límite entre lo decente y lo indecente, entre lo que es oportuno y conveniente mostrar y lo que no. La modestia en el vestir, hablar y exponerse es compañera inseparable del pudor.
Y, finalmente la compostura que es el paso previo a la elegancia, es no desentonar; el siguiente paso es entonar correctamente, es el toque de la elegancia.
La compostura incluye limpieza, ausencia de lo sucio y manchado que podrían afear a la persona. Contiene pulcritud, que es un aseo cuidadoso, el cuidado de la propia presencia, estar la persona "compuesta" y preparada, en disposición de aparecer públicamente, ante quien en cada caso corresponda. Compostura es orden, saber estar que no se refiere sólo a la disposición material de objetos y vestidos, sino al moverse del modo conveniente, en el momento adecuado y, sobre todo, con los gestos adecuados. Esto es el decoro, algo así como el orden de los gestos y de las palabras, su oportunidad y mesura.
La elegancia nos da una personalidad distinguida, selecta y con buen gusto, con naturalidad, sin afectación. La arrogancia y la vanidad son groseras. La distinción se aplica al actuar y al lenguaje no vulgar y corriente. Selección es la cualidad del que sabe elegir lo mejor. Gusto o buen gusto es la capacidad de la persona de sentir y apreciar lo que es bello.
Cuando somos elegantes, lo somos incluso cuando nadie nos ve.
Llevando el razonamiento hasta el extremo podríamos decir que la persona elegante es la que cumple sus obligaciones para con sus semejantes y para sí mismo, puesto que el hecho de formar parte del género humano ya nos da el linaje, el privilegio, la excelencia de ser hijos de Dios.
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
http://es.catholic.net/op/articulos/68630/la-elegancia-esta-solo-en-vestir-.html
Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
http://es.catholic.net/op/articulos/68630/la-elegancia-esta-solo-en-vestir-.html