Ayer, en el Vaticano, se celebró un acto penitencial que promete pasar a la historia, pero no precisamente por su carácter espiritual.
En un giro inesperado, se confesaron lo que podríamos denominar «los nuevos pecados sinodales», un repertorio que haría que hasta los más experimentados teólogos se rascaran la cabeza en señal de perplejidad. Aparentemente, los viejos y buenos siete pecados capitales ya no están de moda; ahora lo que se lleva es pedir perdón por cuestiones mucho más… contemporáneas.
Uno a uno fueron pasando varios cardenales para entonar el ‘mea culpa’ por estos nuevos pecados. Purpurados como Gracias, Tucho Fernández, Ouellet, Cerny o Cristóbal López Romero fueron algunos de los que manifestaron su perdón en nombre de todos por pecar contra la sinodalidad o la ‘madre Tierra’.
¿Qué fue de la gula, la pereza y compañía?
Parece que los pecados de antaño se han quedado pequeños. ¿Acaso alguien menciona hoy en día la gula, cuando uno puede confesar el pecado contra la creación? Sí, porque comerte ese chuletón de vaca vieja madurado es ahora una afrenta al planeta. Olvídate de la antigua concepción de la lujuria; lo realmente indignante es el pecado de no haber encontrado todavía el papel de la mujer en la Iglesia. No sabemos bien cómo se configuran estas categorías, pero suena lo suficientemente moderno como para que no preguntes.
Orgullo o ¿pecado de la sinodalidad?
Entre los siete pecados capitales, el orgullo ocupaba un lugar central, pero ahora ha sido desterrado por algo más posmoderno: el pecado contra la sinodalidad. Sí, has leído bien. Pecar contra la falta de escucha, la comunión y la participación de todos. Si no sabías que esto era un problema, no te preocupes, al parecer ni el propio Vaticano lo tenía claro hasta hace poco.
Esencialmente, ahora se puede pecar por no organizar suficientes reuniones donde todos se sientan escuchados. Debes hacer caso a tu vecino quien te dice de modo imperativo cómo debes organizar tu casa. La falta de «sinodalidad» es el nuevo villano en el catecismo del siglo XXI.
La lujuria cede su puesto a…
los pueblos indígenas
El clásico pecado de la lujuria, ese que ha protagonizado tantas reprimendas eclesiásticas, ha sido superado por otro tipo de transgresión: el pecado contra los pueblos indígenas. Porque ya no importa tanto tu moralidad sexual, lo que realmente cuenta es cómo te relacionas con las culturas originarias. No hay mayor señal de progreso espiritual que arrepentirse por ofensas que probablemente no cometiste, pero que, oye, mejor prevenir. Por no hablar cuando encima importantes historiadores desmontan falsas leyendas negras contra los indígenas por las que el Papa ha llegado a pedir perdón
El viejo pecado de la envidia parece un juego de niños frente al pecado contra los migrantes. Si alguna vez te molestó que tu vecino comprara un coche más lujoso, olvídalo, lo que deberías lamentar es tu actitud hacia las crisis migratorias. Eso sí, nadie te explica exactamente cómo debes comportarte para no pecar aquí, pero no importa, lo relevante es que la culpa es algo adaptable y expansible, como bien lo demuestran los nuevos tiempos. Da igual que seas víctima de la delincuencia masiva y que tu barrio se convierta en un estercolero donde abunda la droga y la inseguridad.
Pecar contra la doctrina es lanzarla como piedra
El pecado de la ira ya no se reduce a perder los estribos, sino a algo mucho más elaborado: el pecado de la doctrina utilizada como piedra para ser arrojada. Aparentemente, defender con demasiada vehemencia las enseñanzas de la Iglesia puede ser considerado una falta. Porque, claro, no queremos incomodar a nadie. Si alguna vez pensaste que la doctrina estaba para ser defendida, parece que ahora es mejor llevarla con suavidad, como quien entrega flores en lugar de piedras.
Recordemos a los cardenales que, hubo Uno que defendió la Verdad con tanta vehemencia que terminó clavado en una cruz por la salvación del mundo.
Y la pereza… ¿qué fue de ella?
Por último, la pereza, ese vicio tan despreciado en el cristianismo tradicional, ha sido elegantemente sustituido por el pecado contra la paz. Pero no te confundas, esto no se refiere a tomarse las cosas con calma o a evitar el conflicto, sino a la gran empresa de salvar al mundo del caos que nosotros mismos, como colectividad, hemos creado. Un objetivo digno, aunque algo difuso y, francamente, agotador.
Lo cierto es que leyendo a San Mateo uno se tranquiliza:
«No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada. 35 Porque he venido a poner en conflicto “al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra».
En definitiva, parece que los nuevos pecados sinodales son un reflejo de nuestra época: más abstractos, más colectivos y mucho más difíciles de evitar que los tradicionales. Quizá sea solo cuestión de tiempo antes de que tengamos una lista aún más larga y complicada de lo que está mal. Mientras tanto, aquellos nostálgicos de la vieja escuela que solo querían confesar sus pequeñas ofensas cotidianas pueden sentirse fuera de lugar en este panorama de alta moralidad global.
Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse si esta actualización del pecado no es simplemente una respuesta de marketing a los tiempos que corren. Después de todo, nada atrae más atención mediática que un buen rebranding moral, especialmente si viene acompañado de términos tan sofisticados como «sinodalidad».
Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM: