C.L. / ReL / 31 de mayo de 2015
Cerca
de Lille, casi en la frontera francesa con Bélgica, entre las
localidades de La Couture y Neuve-Chapelle, se hallaba asentada la 2ª
División de Infantería del Cuerpo Expedicionario Portugués.
Llevaban
ya un tiempo en sus trincheras aquella primavera de 1918 y muchos de
los soldados lusos se habían acostumbrado a rezar al Cristo clavado en
una cruz de madera que, desde su enorme altura, llevaba cuatro años
contemplando los horrores de la Primera Guerra Mundial en los campos
europeos.
El
fotógrafo Arnaldo Garcês inmortalizó a sus pies, en octubre del año
anterior, a un soldado de los que guardaban la posición en tiempos más
tranquilos y aún podían acercarse al crucero, situado en una
encrucijada.
Diezmados por la artillería
Pero
el 9 de abril se presagiaba un enfrentamiento total. Los alemanes, en
plena ofensiva, se marcaron como objetivo ese lugar. Antes de que
avanzaran los fusileros, sometieron a la zona a un auténtico infierno de
fuego de artillería. Durante horas cayeron las bombas hasta reducir a
cenizas Neuve-Chapelle, y no sólo esa localidad se despertó muerta
cuando se levantó la nube de humo y polvo: allí yacían también los
cadáveres de más de siete mil soldados portugueses.
Entonces
empezó a perfilarse algo más: entre la tierra y las rocas levantadas,
superviviente a llamas arrasadoras y a trincheras arrasadas, derruidos
el crucero y la cruz, se erguía aún enhiesto el Jesús cuya visión
postrera servía de consuelo a los moribundos. Aunque rotos brazos y
piernas y llagado (de nuevo) el cuerpo a base de metralla y balas
perdidas, el Cristo de las Trincheras, en apariencia derrotado, se
inscribía en las mejores páginas de la historia militar portuguesa.
Habían aguantado la posición cuanto pudieron, hasta caer casi todos,
incluido el crucifijo que, con el tiempo, habían hecho suyo.
Los
portugueses lograron reagruparse y mantener las líneas, y al hacerlo no
se olvidaron de su divino acompañante. Como a un herido más, éste con
las piernas y un brazo mutilados y un disparo en el pecho, recogieron al
Cristo para llevarlo a un lugar donde pudiese ser conservado y
venerado, y se mantuvo con ellos el resto de la batalla.
Lo sentían como suyo, y fue suyo
Cuarenta
años después, quienes habían estado allí no olvidaban aquella imagen, y
los soldados consideraban timbre de gloria haber combatido a su lado en
la conocida como batalla de La Lys. Así que en 1957 el gobierno de
Antonio de Oliveira Salazar se dirigió al gobierno de René Coty y pidió
que le fuese cedido para su custodia, pasando a ser patrimonio de la
Liga de Combatientes y símbolo del patriotismo nacional.
La
imagen llegó a Lisboa el 4 de abril de 1958, acompañada por ex
combatientes y una delegación de diputados franceses encabezada por el
coronel Louis Christian. Fue expuesta para la veneración pública cuatro
días en la Escuela del Ejército, y su paso por las calles de Lisboa fue
apoteósico.
El
9 de abril, tras una ceremonia de honores presidida por el coronel
Santos Costa, ministro de Defensa, instaló en su ubicación actual, la
sala capitular del majestuoso Monasterio de Nuestra Señora de la
Victoria, más conocido como Monasterio de Batalha, donde una guardia
permanente rinde tributo al soldado desconocido.
Fuente - Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM:
https://www.religionenlibertad.com/cultura/42732/siete-mil-soldados-cayeron-esa-noche-solo-quedo-en-pie-desfigurado.html