El pequeño monstruo que se convirtió en Germán el Sabio,
por Fabrice Hadjadj
Por INFOVATICANA | 27 de Noviembre de 2021
¿Quién habría imaginado que las incomprensibles palabras de Hermannus Contractus serían escuchadas por papas y emperadores?
(Tempi)- Hoy en día no le dejarían nacer, ya sea por compasión forzada, ya sea porque una flor que no está destinada a abrirse no debe convertirse en un capullo. Dirían que su cuerpo expresa el rechazo al nacimiento. Con sus piernecitas plegadas como las de una rana, sus bracitos retraídos como alas de pollo, se encoge como si, fuera del vientre de su madre, quisiera conservar la posición fetal. «¿Por qué me dejaste salir?», acusa en silencio. «¡Mírame! Fui hecho para ser concebido en una calavera, similar a una idea que muere sin convertirse en algo en el mundo, similar a los proyectos que pasan como sueños…». Pero ocurre que la propia pesadilla se convierte en una feliz realidad. Aquí está, un montón de carne tirada en el establo de un monasterio en el lago de Constanza. Tiene quizás cuarenta años. Hace el gesto acordado para que el hermano Bertoldo lo lleve a su celda como si fuera un bebé. Ha escuchado en su interior las primeras palabras y notas de un cántico a la Virgen. Las dictará a través de la masa de una boca que forma más saliva que sílabas.
En el siglo XI no existían las ecografías, ese gravoso conocimiento de nuestro tiempo por el que pretendemos ver en el vientre de las madres como en una bola de cristal. El 18 de julio del año de gracia de 1013, cuando Hiltrude de Alsthausen dio a luz podía esperar cualquier cosa, incluso su propia muerte. Pero no se esperaba esta bolita morada con los muslos tan apretados que pasa un rato antes de que la comadrona declare con voz todavía vacilante: «Es un niño…».
Pronto se da cuenta de que nunca podrá caminar. A decir verdad, nunca será capaz de sentarse. Y sus labios crispados ante su primer grito emitirán sonidos que un oído poco atento tomará por gemidos a medio camino entre el bramido de un ciervo y el gruñido de un cerdo. Su madre no duda en sentirse unida a él. Aunque parece carecer de fuerza, ella le da el nombre de Hermann, que significa «el hombre fuerte». Su padre, el señor suabo Wolfrad, decide confiarlo a los monjes de Reichenau. Lo acogieron como un hombre pobre y, al mismo tiempo, como el hijo de un hombre rico. Es dura esta ley de Dios que obliga a reconocer a un hermano en semejante deshecho, es dura, pero se consuelan con el hecho de que Wolfrad paga por él una rica pensión. Nadie se imagina que el deshecho pronto demostrará ser una rara perla. ¿Quién iba a imaginar que Hermannus Contractus, Hermann el Contrahecho (o el Cojo) sería también llamado Germán el Sabio, y que tanto el papa León IX como el emperador Enrique III acudirían a él en busca de consejo?
«Sus miembros estaban tan rígidos», escribe Bertoldo, «que no podía moverse sin ayuda, ni siquiera ponerse de lado. Aunque su lengua estaba paralizada y solo era capaz de pronunciar palabras inconexas y apenas inteligibles, era, para sus alumnos, un maestro inspirado y entusiasta». Su sabiduría debió de ser profunda y gozosa para que tanta gente compitiera en la interpretación de la efervescencia de sus babas.
Como en el cuento, la rana se transformó en príncipe; pero a diferencia de él, conservó la apariencia de rana. Hermann es el inventor de un astrolabio, una calculadora, numerosos relojes y varios instrumentos de cuerda. En la biblioteca hay un tratado suyo sobre geometría, otro sobre los vicios (que Bertoldo define como jucundulus, es decir, «jovial»), y un tercero sobre música, ya que, silbando el «la» y batiendo el ritmo con el dedo meñique, es un gran maestro de coro. También está su Chronicon, una historia desde el nacimiento de Cristo hasta la época de Hermann, porque al fin y al cabo cada uno de nosotros constituye el final último del tiempo. Todos los hechos del pasado han confluido para que seamos nosotros, los encargados del presente, responsables de todo lo padecido y celebrado para llevarlo al día más allá de los días.
Por último, y lo más importante, Hermann escribió un epitafio para su madre, la que dio a luz al monstruo, y compuso la Salve Regina, la que dio a luz a Dios. Morirá un año después. Nace en él este canto: Salve Regina, mater misericordiæ… Madre de misericordia. Es casi redundante. «Misericordia» en hebreo se dice rahamim, que significa «entrañas», «vientre». Y la misericordia es para los miserables. Las entrañas de María son para las entrañas de Hiltrude. Poco importaría que el pequeño monstruo se hubiera convertido en un hijo pródigo. Si los labios de Hermann no hubieran sido más elocuentes que dos caracoles que no dejan ningún rastro, aun así el Verbo se haría carne por él y aún así toda la historia confluiría hacia su improbable nacimiento, para que la misericordia vuelva a agarrarnos por las entrañas.
Publicado por Fabrice Hadjadj en Tempi.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.
Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:
Breve biografía
San Hermann Contractus
Fiesta: 25 de septiembre
Nacido el 18 de febrero de 1013 en Altshausen (Suabia), St. Hermann Contractus nació lisiado e incapaz de moverse sin ayuda. Fue una inmensa dificultad para él aprender a leer y escribir, sin embargo persistió y pronto se manifestaron su voluntad de hierro y su notable inteligencia.
Al descubrir la brillantez de la mente de su hijo, su padre, el Conde Wolverad II, lo envió a la edad de siete años a vivir con los monjes benedictinos en la isla de Reichenau al sur de Alemania.
Vivió toda su vida en la isla, tomando sus votos monásticos en 1043.
Estudiantes de todas partes de Europa acudieron en masa al monasterio de la isla para aprender de él, pero era igualmente famoso por sus virtudes monásticas y su santidad.
Hermann hizo una crónica de los primeros mil años del cristianismo, fue matemático, astrónomo y poeta, y también fue el compositor de la Salve Regina y Alma Redemptoris Mater, ambos himnos a la Virgen María.
Murió en la isla el 21 de septiembre de 1054.
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