Navidad - Objeto de la Fiesta
La Fiesta de Navidad tiene por objeto el nacimiento temporal del Hijo de Dios. El Verbo Eterno, igual en un todo al Padre y al Espíritu Santo, aquel por quien todo fue creado, se encarnó en el seno de la Virgen María y nació en Belén, en un miserable establo, para salvarnos a todos; éste es el tierno misterio que la Iglesia presenta a nuestra fe en la presente solemnidad, imitar a aquel Dios humilde, pobre y dolorido, ésto es lo que dice a nuestro corazón.
Hacía cuatro mil años que el hombre culpable y degradado había oído, al abandonar el paraíso terrenal, estas palabras de esperanza:
"El Hijo de la Mujer aplastará la cabeza de la serpiente"
Preciosas palabras que durante muchos siglos fueron el único consuelo de la raza humana en medio de sus innumerables sufrimientos. El Hijo de la Mujer por excelencia, el Vencedor del demonio, el Reparador de la pérdida sufrida, el Restaurador del género humano era el objeto de todos los deseos y de todos los suspiros, si bien jamás fue más ardiente y universalmente deseado que bajo el reinado del emperador Augusto, pues consumados estaban los tiempos señalados para su venida. Sin embargo, era preciso que su nacimiento tuviese lugar con todas las circunstancias vaticinadas por los Profetas; así es que el Cristo debía nacer en Belén, a fin de hacer notorio que pertenecía a la raza real de David.
José y María que pertenecían ambos a la real familia de David, se dirigieron a la ciudad de David, llamada Belén; al llegar allí inscribieron sus nombres, y los registros del imperio romano atestiguaron que Jesús, Hijo de María era descendiente de David, quedando comprobadas con un monumento auténtico las profecías que lo habían anunciado.
Descripción de la gruta
Al llegar José y María a la ciudad de sus abuelos buscaron en vano alojamiento, pues ya fuese porque su pobre exterior nada prometiese a la avaricia, ya porque, como dice el Evangelio, las posadas estuviesen llenas, en todas partes contestaron: No hay lugar. Viéndose obligados a salir de la ciudad y a buscar un abrigo en una gruta que hacía las veces de establo, en la que María dio a luz al Redentor del mundo. Cuando José y María penetraron en la gruta se encontraban en ella un buey y un asno, cuyo aliento sirvió para dar calor al recién nacido; es cierto que la Escritura no menciona esta circunstancia, más se apoya en una tradición común, presentada como cierta por los Padres de la Iglesia que mejor podían saberlo, como son: San Epifanio, San Jerónimo, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Niza y Prudencio; también Baronio defiende con éxito esta tierna tradición.
En la gruta dio María a luz a su Divino Hijo, sin experimentar ninguno de los dolores que sufren las otras madres, y quedando virgen antes y después del parto. ¿Quién es capaz de imaginar el gozo y el respeto con que vio y adoró al Creador del mundo, hecho hombre por amor a nosotros? Qué felicidad para Ella cuando al contemplar Al que los Ángeles adoran, pronunció por primera vez las palabras que hasta entonces sólo habían sido dichas por el Eterno Padre:
¡Hijo mío!
¡Con qué veneración tocó al que sabía era su Señor! ¿Quién podrá decir los sentimientos de su virginal y maternal corazón, cuando le envolvió en pobres pañales, y le acostó en el pesebre sobre la paja? ¡Con cuántos tiernos besos lo cubrió! ¡Con qué santa emoción consideró su rostro y sus tiernas manos! ¡Con qué santa solicitud abrigó sus pequeños miembros!
San José, confidente del misterio, participaba, en cuanto le era dable, de los sentimientos de María. "Tomaba al Niño en sus brazos, dice San Bernardo, y le prodigaba cuantas caricias puede dictar un corazón abrasado de amor".
En el momento de cumplirse el milagro, quiso Dios que los hombres y los Ángeles, el cielo y la tierra, fuesen a tributar sus homenajes al Redentor común, mas, ¿quiénes serán los felices mortales favorecidos por Dios con semejante honor? Augusto, tú que dictas las leyes al universo entero, Herodes, tú que imperas en Judea, ricos que habitan en Jerusalén y en Belén, Emperadores, Reyes, Príncipes de la tierra, duerman en sus adorados palacios, pues no serán ustedes los que los Ángeles despertarán para conducirlos al pesebre; no son dignos de ello: el nuevo Rey necesita cortesanos que le comprendan, y ustedes no lo comprenderían, que amen la pobreza de cuna y ustedes no la amarían.
Adoración de los pastores
En las cercanías de la gruta había algunos pastores que velaban guardando sus ganados; de repente distinguen un vivo esplendor encima de sus cabezas y en medio de las tinieblas, y apareciendo un Ángel entre aquella gloria, les dice:
"No teman, porque he aquí que les anuncio un grande gozo que será para todo el pueblo; que hoy les ha nacido el Salvador, que es Cristo Señor, en la ciudad de David. Y ésta será la señal: hallarán al Niño en pañales y echado en un pesebre"
Y súbitamente apareció con el Ángel una tropa numerosa de la milicia celestial, que alababan a Dios y decían:
"Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad"
Después de retirarse los Ángeles, admirados los pastores dijeron los unos a los otros:
"Pasemos hasta Belén, y veamos ésto que ha acontecido, lo cual el Señor nos ha mostrado"
Y fueron apresurados, y hallaron a María y a José, y al Niño echado en el pesebre; y cuando vieron ésto entendieron lo que se les había dicho acerca de aquel Niño, y se volvieron glorificando y loando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, así como les había sido dicho.
La Navidad y la pobreza
Todo cristiano se encuentra ante al reto de la pobreza escogida por Nuestro Señor. Es el reto de la Navidad. El Mesías prometido no vino como se esperaba sino en pobreza radical. Al Niño Dios no lo encontramos sino en un pobre establo, acostado en un comedero de animales. La Virgen y San José estaban allí. Compartieron la realidad de Jesús. No hay otra manera de ser cristiano. Allí también fueron los pastores y los magos.
Un bebé es alguien muy hermoso, pero no es un juguete. Dar a luz no es algo casual. Tratemos de entender la preocupación, la angustia de un joven carpintero y su esposa al no tener lugar para el nacimiento. El parto de una mujer es siempre algo tremendo. El parto de María fue virginal, y tuvo unas gracias únicas que no podemos del todo comprender. Pero no por eso dejó de ser humana. El rechazo, la falta de lugar, de agua limpia, de luz, de ropas, de cama... Todo eso es la pobreza que abarcó su "SÍ". Pobreza real. Ella aceptó llena de amor el misterio.
La Virgen y San José se llenaron íntimamente de la LUZ que brilló en las tinieblas: JESÚS
Lucas 2:7 (Y dio luz a su Hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento)
¿Dónde encontramos a Jesús hoy? El cristiano sabe muy bien que Jesús nos invita a visitarlo en nuestros hermanos pobres. No puede ser sólo una visita, sino todo un reto a nuestra forma de vida, una decisión de solidaridad. Por eso el Niño Dios nos da miedo. Su invitación es muy radical. Preferimos hacer del pesebre una linda y lejana historia romántica, que armonice con nuestra opulencia. Pero la conciencia nos sigue pinchando y no tendremos paz ni felicidad hasta que de veras abramos el corazón.
Mateo 25:45 (Y Él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo)
Mateo 18:10 (Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque Yo os digo que sus Ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos)
Mateo 10:42 (Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa).
¿Cómo podremos responder?
Requiere amor. Dios nos da la gracia cuando ponemos en Él nuestro corazón. Hay que meditar el Evangelio y pedir la gracia. Entonces visitamos a los pobres. Una forma de hacerlo es por medio de alguna comunidad religiosa que trabaje con ellos. Pero no es suficiente dar "algo" de lejos. Pidamos que nos permitan servir con ellos a los pobres. Veremos cómo nace un deseo de ser verdaderamente libres.
Los pobres nos benefician mucho más de lo que nosotros a ellos. Por medio de ellos, Dios nos abre al amor. Entonces querremos responder a la necesidad porque el amor nos lo pide. Nacerá un gozo, el gozo de amar, de darse, que no se puede comparar con el placer de tener cosas. Es cierto que cuesta, hay que lanzarse y sacrificar muchas cosas, pero así se es libre y se es de Dios. El amor va a cambiar nuestra mentalidad. Pronto nos parecerá increíble que antes derrochábamos el dinero en tantas cosas. Ya no podremos hacerlo igual porque el amor es así, se hace uno con el amado, y a los pobres hay que amarlos si amamos a Jesús.
Esta Navidad pídele a Jesús nazca de veras en tu corazón. Entonces da los pasos necesarios para que la gracia opere. Vete a los pobres. Entra en esas casitas que no son diferentes al establo de Belén y verás lo que Dios hará en tu corazón.
Fuente - Texto tomado de ACIPRENSA.COM:
http://www.aciprensa.com/navidad/fiesta.htm
Fuente - Texto tomado de CATOLICO.ORG: