Por Eduardo M. Barrios
02 de septiembre de 2017 - 06:12 AM
Actualizado 03 de septiembre de 2017 06:26 PM
Sorprende que los hombres tomen muchas cosas a juego... excepto sus juegos. Por ejemplo, toman muy en serio los deportes. Cuando se toman demasiado a pecho se cae en el fanatismo.
La Psicología tiene un terreno promisorio en el estudio de ese fenómeno, el del apasionamiento desmedido e irracional por los deportes.
El fanático cae en un estado mental de exaltación que podría calificarse de locura parcial. Hay quien funciona muy cuerdamente en tantos ámbitos de su vida, pero experimenta una transformación monstruosa cuando de su deporte favorito se trata; eso recuerda a la metamorfosis del Dr. Jekyll en Mr. Hyde.
En el estadio donde se celebra el choque entre dos equipos, el caballeroso profesional pierde las inhibiciones. Si su equipo va ganando, salta y chilla como un chiquillo; y si va perdiendo, muestra frustración y cólera.
El fanático se adhiere incondicionalmente a su equipo. Lo malo es que con frecuencia se destapan las bajas pasiones, y el amor por lo propio puede ir acompañado de odio por los equipos contrarios hasta el punto de alegrarse si un jugador del bando opuesto se lesiona. Eso va en contra de la más elemental nobleza humana y cristiana.
También demuestran mal corazón los fanáticos ganadores que se burlan y se ensañan contra el equipo perdedor.
Todos los años fallece algún fanático en pleno juego por infarto del miocardio. Y todos los años se registran casos de violencia entre los fanáticos de los equipos en contienda. Hasta los ingleses, que tienen merecida fama de corteses, moderados e incluso flemáticos, se convierten en fanáticos violentos. Les dicen “hooligans”.
¿Dónde se encuentran las raíces del fanatismo?
San Ignacio de Loyola diría que en los afectos desordenados
El primer desorden consiste en el apego desordenado a la propia opinión o juicio. Si alguien opina que su equipo es el mejor y que merece ganar, no acepta las derrotas. También se suele identificar un equipo con la propia ciudad o país. Ahí el fanatismo surge de un mal entendido patriotismo. Si el equipo pierde un juego, el fanático siente que perdió su país o ciudad, como si de una guerra se tratase.
Puede considerarse desorden buscar compensaciones en las victorias deportivas. Imaginemos a un hombre con poco talento para el deporte. El juego le sirve de experiencia vicaria. Siente que él no es un simple espectador, sino un jugador más. De ahí que si el juego culmina en victoria, el fanático diga, “ganamos”; así, en plural.
Los fanatismos privan al hombre de su libertad. Se experimentan como adictos al espectáculo. Eso les quita tiempo para cultivar otros intereses de mayor valía, y les impide cumplir con muchos compromisos sociales; sienten que no pueden perderse ni un solo juego. Algo parecido sucede a algunas damas con las telenovelas; no pueden aceptar invitaciones si entran en conflicto con la hora de la transmisión.
Así como muchas personas han superado la adicción al tabaco o al alcohol con ayuda profesional, también los fanáticos o adictos a los juegos pueden buscar ayuda para liberarse de las cadenas del fanatismo deportivo.
Sacerdote jesuita.
Fuente - Texto tomado de ELNUEVOHERALD.COM: