Por Redaccioninfovaticana | 28 de Noviembre de 2023
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Hoy les ofrecemos este extracto del libro El secreto de Benedicto XVI, de Antonio Socci. Según muchos observadores, la Iglesia está atravesando la crisis más grave de su historia. Vuelven a surgir con más fuerza las preguntas sobre lo que de verdad sucedió en 2013, con la sorprendente “renuncia” de Benedicto XVI, su decisión de ser “Papa emérito” y la convivencia de dos Papas.
¿Por qué Benedicto XVI se había convertido en un signo de contradicción? ¿Qué estaba sucediendo a nivel geopolítico? ¿Quiénes estaban alimentando una “revolución” dentro de la Iglesia católica? ¿Realmente el Papa dimitió?
El (verdadero) poder del papa (emérito)
Incomprendido y denigrado por esta decisión, Benedicto XVI, en realidad, explicó el porqué de su decisión con palabras muy explícitas pero que, desgraciadamente, no han sido captadas, porque las pronunció con sencillez, porque remiten a la esencia espiritual del papado y fueron percibidas como frase de circunstancia. Cuando en realidad son palabras llenas de significado.
Estas son. En la Dedicatio dice brevemente:
«Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria».
Solo si consideramos la oración como la más potente y la más eficaz de las acciones que el hombre puede emprender, podremos comprender el extraordinario sentido de estas palabras.
Si, por el contrario, la consideramos simplemente un acto de devoción, inocuo o incluso inútil, una ocupación para viejos o enfermos, un acto de desesperación de quien se ve impotente ante la dureza de la vida, un mensaje en una botella abandonado a las olas y destinado a no ser leído por nadie, entonces veremos la renuncia de Benedicto XVI según el mundo, es decir como la decisión de descansar de un jubilado.
No encontramos, en cambio, ante una verdadera llamada por parte de Dios. La llamada a una misión. Es cuanto Benedicto XVI explicó abiertamente en un último Angelus, el 24 de febrero de 2013.
La lectura del Evangelio planteaba el episodio de la Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor. El papa reflexiona con profundidad sobre aquel misterioso evento y explica:
«Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy importante. Ante todo, el primado de la oración, sin la cual todo el compromiso del apostolado y la caridad se reduce a puro activismo».
A continuación, entra directamente en la cuestión personal:
«Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento dirigida a mí, de modo particular, en este momento de mi vida. ¡Gracias! El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas».
Son palabras muy significativas: «El señor me llama a “subir al monte”», no para «abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto» es para que yo pueda seguir sirviéndola de otra forma.
No sé si quienes han escuchado o leído este discurso se han dado cuenta del peso de estas palabras, pero podemos estar seguros de que quien las pronunció tenía plena conciencia de ellas. Si la elección del «papado emérito» hubiese sido su proyecto, su idea, ¿la habría atribuido el Papa Benedicto a Dios, habría dicho «me llama a subir al monte» y «me pide»? Yo creo que no, en absoluto. Es muy importante tenerlo en cuenta.
En su última audiencia, el 27 de febrero de 2013, volvió a explicar:
«En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. […] No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestas del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro».
Benedicto XVI nos dice, entonces, que la luz le ha llegado de Dios en la oración y la decisión es la de «permanecer», pero «de una manera nueva junto al Señor Crucificado».
La suprema realeza de Cristo se manifiesta al despojarse de la deidad, hasta el aniquilamiento supremo, es decir, la cruz. Precisamente a imitación de Cristo se sintió llamado su vicario en tierra:
«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la cruz, y una muerte de cruz» (Fil 2, 5-8).
La obediencia del Hijo que se anula a sí mismo (kénosis) coincide con el supremo acto salvífico del Redentor. La obediencia del aniquilarse ─ofreciéndose a sí mismo─ es a lo que el papa ha sido llamado para una misión que es el misterio de Dios.
Analizándolo bien, ya desde la homilía de comienzo de pontificado, Benedicto XVI había afirmado que su programa era precisamente el de no hacer su propia voluntad, sino obedecer siempre y solo a la voluntad de Dios:
«¡Queridos amigos! En este momento no necesito presentar un programa de gobierno. […] Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia».
Por lo tanto, escuchando y dando crédito al pontífice como merece, no debemos considerar la decisión del papado emérito como fruto de un proyecto de Benedicto XVI, sino como un gesto de obediencia que ─imaginamos─ además tiene que haberle costado muchísimo.
En efecto, este hombre tan sabio, uno de los ingenios más grandes de nuestra época, vive su relación con Dios (incluso como papa, sobre todo como papa) con el confiado abandono de un niño:
«Desearía invitaros a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son los que nos permiten caminar cada día, incluso en la dificultad».
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Este fragmento ha sido extraído del libro El secreto de Benedicto XVI (2018) de Antonio Socci, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:
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