Se acerca la Navidad, tiempo en el que, después de las fatigas del año, todos queremos entrar en un clima de paz. En este sentido, me gustaría compartir algunas ideas, obvias y sencillas, que podemos reflexionar en esta Navidad.
1. Todos queremos la paz. La paz responde a una necesidad profunda de la persona y de la sociedad; en su sentido último, es la realización del desarrollo integral y para todos al que aspiramos. Por tanto, no permitamos que ninguna manipulación interesada nos clasifique entre amigos y enemigos de la paz; el dividirnos es ya un atentado contra la paz.
2. El mejor y único camino para llegar a la paz cuando hay una confrontación es el diálogo. Dialogar no es hablar interminablemente, repitiendo cada parte lo que piensa y quiere; tampoco es un hábil juego de palabras equívocas que abre espacio a la mentira o a la impunidad. Es llegar juntos a la verdad. De ahí que el diálogo tiene que hacerse con intención recta, con transparencia y buscando en todo el bien común. De lo contrario, es otra guerra donde en lugar de las armas de fuego se usan la astucia, el chantaje y la trampa.
3. La violencia que padecemos va más allá de la actuación de un grupo armado ilegal. Si los medios de comunicación visualizaran lo que significan la agresividad en los hogares, la extorsión en los barrios, las consecuencias del microtráfico y la drogadicción que crecen cada día, la codicia de ciertos sectores económicos, la afrenta social de personas tiradas en la calle, la agresión contra los niños y las mujeres, la inequidad que deja a los pobres en una desventura escandalosa, la corrupción en todas sus formas, sabríamos dónde hay que poner el foco del trabajo por la paz.
4. Si la violencia tiene múltiples causas, actores y ámbitos no se puede caer en el simplismo de llamar paz a una negociación con un sector de un grupo armado. La paz no es fruto sólo de la derrota militar o de la negociación con un grupo guerrillero. La diversidad de factores que generan violencia requiere una transformación social y cultural del país. Sin ella, la violencia continúa reproduciendo los odios de ayer a las generaciones del mañana y evoluciona multiplicando las formas y los espacios en los que se hace presente. Inequidad, corrupción y agresividad endémica no admiten tratamientos parciales. Es preciso construir una comunidad organizada, con “libertad y orden”, como señala nuestro escudo nacional.
5. La paz requiere una Colombia nueva. Colombia, como es natural, es un país que no ha terminado de configurarse. A veces, parecemos grupos humanos superpuestos sin una amalgama social y cultural, ensayando cada cuatro años un proyecto nacional. No surgirá un proyecto válido y estable del país sin el aporte de todos o, peor aún, con algunos al margen de este proceso. El ámbito para “negociar” la paz es toda la nación. Un pueblo no podrá refrendar y comprometerse con lo que antes no ha analizado, propuesto y asumido. Es un camino difícil, pero el único efectivo.
6. De tal forma polariza, traumatiza y degenera la violencia que terminamos por verla como algo normal y como la única salida a las diferencias y a la normal confrontación de las libertades. Es así como hasta para trabajar la paz con un grupo se generan discordias, divisiones y beligerancias con otros; se “borra con el codo lo que se hace con la mano”. Esto destruye los ideales, los valores y las normas que hacen posible la acción colectiva a favor del bien común; es decir, desintegra la sociedad y potencia la misma violencia. No tiene lógica que una propuesta de paz acreciente la guerra.
7. Es preciso valorar el esfuerzo de dialogar con un grupo armado como un medio para reducir la violencia y, sobre todo, como un empeño de educación y de concertación para llegar a la paz. Esta presentación podría ser más realista, unir las voluntades a nivel nacional y propiciar un paso adelante en la superación de tantos años de violencia. Para negociar, cada una de las partes debe llegar con un plan que lo acepten todos sus miembros. Cada negociación implica un proceso anterior de diálogo en cada una de las partes; acuerdos con grupos armados suponen primero acuerdos con grupos políticos. Sin unidad en lo fundamental se termina en un mal planteamiento de la paz, que es peor que la guerra.
8. Sin perdón, reconciliación y renovación profunda del corazón no hay paz. La violencia siempre engendra violencia, acumula odio para cuando sea posible la venganza. Para romper los ciclos, las transformaciones, la adaptación y aún las ventajas de la violencia permanente, construidos durante tantos años, es necesario un proceso integral de reconciliación que incluya “verdad, justicia y reparación”, superando ofensas y venganzas mutuas. Esto pide lucidez y generosidad, para, en un acto de benevolencia, acogernos los unos a los otros, sabiendo que sólo si llegamos a la paz ganamos todos.
9. La raíz de la violencia está, finalmente, en el egoísmo. El mundo está lleno de guerras porque cada uno quiere imponerse por encima de los demás; la violencia está en la sociedad porque primero está en el corazón de cada persona. De ahí la necesidad de que cada uno de nosotros se abra a Dios y a su plan en favor de la humanidad. De lo contrario, por encima de todos los esfuerzos que se hagan a favor de la paz, cada uno seguirá siendo una fábrica de inequidad, corrupción, mentira y violencia. Que esta Navidad, comenzando por el compromiso personal de cada uno, sea en verdad “tiempo de paz”.
Monseñor Ricardo Tobón Restrepo - Arzobispo de Medellín (Antioquia - Colombia - Sudamérica)
Fuente - Texto tomado del Semanario Periódico Misión N° 34 - Diciembre de 2014