Recuerdan en EE.UU. historia de soldado que sobrevivió a guerra de Corea por intervención milagrosa del Arcángel San Miguel
Washington (Lunes 31 de Diciembre de 2018 - Gaudium Press)
Durante la Guerra de Corea, combatida en los años 1951 a 1953, se registró una notable intervención milagrosa del Arcángel San Miguel, venerado en la Iglesia como Príncipe de las Milicias Celestiales, que significó la supervivencia de un soldado anónimo que registró su testimonio en una carta enviada a su madre. El Capellán P. Walter Muldy tuvo acceso a esta comunicación y ratificó la veracidad del relato con el líder de la unidad del soldado protagonista, de forma que pudo compartir públicamente el hecho portentoso en un programa de radio emitido el 23 de diciembre de 1964.
El joven combatiente, perteneciente a la Marina de los Estados Unidos, tenía por costumbre invocar diariamente a San Miguel empleando una oración conocida como «Miguel de la Mañana», que invoca al Santo Arcángel para preservar al devoto de tentaciones, ahuyentar al demonio y mantener sano y salvo al suplicante. En el día de los acontecimientos, el clima adverso causó que el soldado quedara separado de su grupo y a merced de siete enemigos que lo descubrieron.
«Pensé que conocía a todos los hombres de la patrulla, cuando a mi lado surgió otro marino que no había conocido antes. Era más grande que cualquier otro marino que había visto», relató el soldado, quien afirmó que la presencia del imponente soldado desconocido le generaba una sensación de seguridad. «Nunca te había visto antes, pensé que conocía a todos los hombres de la unidad», le comentó mientras avanzaban separados del grupo. «Me uní a último minuto. El nombre es Miguel».
El soldado se sorprendió, ya que su propio nombre era Miguel, y así se lo hizo saber a su interlocutor. «Lo sé. Miguel, Miguel de la mañana»… Mientras el soldado pensaba en cómo podría conocerlo y saber también acerca de la oración que hacía cada día, su acompañante le alertó: «Vamos a tener algo de problemas adelante». La tormenta de nieve se hizo tan densa que perdió de vista al misterioso soldado, pero al llamarlo sintió su mano aferrando su brazo y consolándolo: «Esto va a cesar pronto».
Al calmarse la tormenta, el soldado descubrió que estaba muy separado del resto de los soldados y que, al contrario, se encontraba en territorio enemigo y de frente ante siete enemigos armados que le apuntaron de manera inmediata. «A tierra, Miguel», gritó el soldado, intentando cubrirse de las ráfagas. Su acompañante continuó de pie, en lo que parecía ser una muerte segura. «Esos hombres no podían haber fallado, no a esa distancia», relató. «Esperaba verlo volar literalmente en pedazos. Pero ahí estaba de pie, sin hacer esfuerzo de disparar».
En medio de los disparos, juzgó que aquel soldado se había paralizado de miedo y se incorporó a tumbarlo al suelo para que no muriera, recibiendo él mismo un disparo en ese momento. Mientras sentía que agonizaba, sintió que el soldado lo aferraba para consolarlo. De repente, el misterioso acompañante se puso de pie nuevamente, de frente al fuego enemigo. «Tal vez yo estaba en shock», indicó el soldado, quien recuerda ver que en ese momento el rostro del soldado se iluminaba de forma impresionante. «Tal vez era el sol en mis ojos, pero parecía cambiar mientras lo observaba. Se hizo más grande, sus brazos se extendieron a sus lados. Tal vez era la nieve cayendo de nuevo, pero había un brillo en torno a él como las alas de un ángel. En sus manos había una espada, una espada que brillaba con un millón de luces».
Esta visión es el último recuerdo del soldado hasta el momento en que fue rescatado por sus compañeros. Al preguntarles dónde estaba Miguel, ellos no sabían de quién les hablaba. «Miguel, Miguel, el marino grande que caminaba con nosotros justo antes de que la nieve nos separara». El sargento le informó que no había ningún soldado de esas características en el equipo y que él mismo lo vio avanzar solo hasta que desapareció en la nieve. Pero el superior también tenía sus propias preguntas. El soldado no había disparado su rifle, pero sus siete enemigos habían fallecido. Ninguno de ellos tenía heridas de bala. En su lugar, parecían haber sido ejecutados con una espada.
«Esto es todo lo que puedo contar», concluyó el soldado en su relato. «Como lo dije, puede haber sido el sol en mis ojos, pudo ser el frío o el dolor. Pero esto es lo que ha sucedido».
Con información de uCatholic.
Fuente - Texto tomado de ES.GAUDIUMPRESS.ORG:
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