Por Redaccioninfovaticana | 22 de Abril de 2023
(Mathieu Bock-Côté en La Nef)
Tras haber descartado las certezas metafísicas, el hombre contemporáneo en su forma woke pretende descartar las certezas físicas y liberarse de los cuerpos, haciendo de toda una generación sus cobayas.
A veces creo que nuestra época ha perdido la razón, que es el escenario de un colapso psíquico excepcional, como si asistiéramos a la desrealización del mundo. Golpeado por la revolución woke, el hombre contemporáneo ya no duda solo de las grandes certezas metafísicas que habían hecho fecunda la civilización occidental a lo largo de los siglos; ha habido muchas revoluciones filosóficas a lo largo de la historia. Pero ahora duda de las grandes certezas físicas que estaban en el origen de su experiencia del mundo: duda de la existencia de la dualidad de los sexos se piensa en lo masculino y lo femenino como dos categorías ideológicas reaccionarias, que encierran al individuo en una identidad encorsetada, moldeada por prejuicios naturalizados.
Hay que deconstruir los sexos para liberar lo que ahora se llama fluidez identitaria, para volver a una versión del ser humano anterior a la Caída, anterior a la división de la humanidad en sexos, pueblos y civilizaciones. Solo así el ser humano entraría realmente en la era de la autonomía, y la modernidad cumpliría su promesa inaugural de liberar al ser humano de todas las ataduras imaginables, siendo ahora el cuerpo el nuevo obstáculo en el camino hacia la emancipación, en la medida en que le recordaría su finitud y que no puede ser todo lo que le gustaría ser.
De ahí la tentación de desencarnar al individuo. El dispositivo tecnológico en el que el hombre contemporáneo está llamado a plasmar su identidad favorece esta virtualización de la existencia o, dicho de otro modo, la decorporación de la identidad. La subjetividad, que puede alimentarse con todas las fantasías imaginables, se vuelve tiránica: un hombre puede así decidir que es una mujer, simplemente porque dice sentirse como tal aunque su biología diga lo contrario (dejando de lado la siguiente cuestión: si lo masculino y lo femenino son puras construcciones sociales que no remiten a ninguna realidad, ¿por qué querría un individuo cambiar de sexo?) Pero, ¿no es el cuerpo un residuo prehistórico y reaccionario? Y a quien no reconoce esta manifestación de autodeterminación de género se le acusa de «transfobia».
En la medida en que el individuo no tiene realmente un sexo -se le asigna uno al nacer de forma autoritaria y casi arbitraria-, es importante permitirle salir cuanto antes de esta situación recurriendo a la administración, que deberá reconocer el cambio de género como si fuera evidente. La administración también puede crear un género indeterminado, para aquellos que simplemente quieren evitar el masculino y el femenino, o crear, como se puede ver en muchas empresas, un número casi infinito de géneros, como muestra el signo + en LGBTQI2T+. El lenguaje también debe integrar esta realidad, como puede verse a través del lenguaje inclusivo, o si se prefiere, su conversión a una escritura inclusiva.
La sociedad también debe tener como misión debilitar al máximo la identidad de género de la nueva generación desde la infancia, para liberar a los jóvenes de la ilusión de la dualidad sexual; de ahí los experimentos pedagógicos en los que se les invita a experimentar el otro sexo en la escuela, suspendiendo su identidad de género, como también había propuesto Disney en sus parques temáticos, para distanciarse de sí mismos y convertirse en otra persona. También por eso vemos cada vez más drag queens desfilando en las escuelas: se presentan como activistas para promover lo que podríamos llamar una versión lúdica de la teoría de género. Con el mismo espíritu, la literatura infantil se centra cada vez más en la cuestión de la identidad de género.
En cuanto un niño o un adolescente expresa dudas sobre su identidad -lo cual, por cierto, es propio de la adolescencia-, es probable que los activistas trans radicales le inviten a interpretarlo como un malestar con su identidad de género. Regularmente, en los medios de comunicación, las experiencias de transición se contarán como historias de liberación. Si consulta a un psicólogo, es probable que le pregunten lo mismo, como si la ideología trans radical hubiera penetrado en el vocabulario de los profesionales de la salud. A la inversa, si el joven, hipnotizado durante un tiempo por la posibilidad de la transición, decide «retirarse», se le acusará de traición y corre el riesgo de perder el contacto con el entorno que le había acogido empujándole aún más hacia esta experiencia, que no deja de evocar una psicología sectaria.
La joven generación se ha transformado en un conejillo de indias histórico: ya no se trata solo de acoger, según las exigencias de la tolerancia liberal, a los jóvenes que tienen auténticas dudas sobre su identidad sexual, como se ha encontrado al margen en todas las épocas, sino de hacer de la indeterminación sexual la nueva norma identitaria. Pero esto va más allá: la fantasía de autoengendramiento de la humanidad se une aquí a las promesas de la tecnología, que cree en la plasticidad integral del ser humano y no encuentra en la biología un obstáculo insalvable para sus ambiciones demiúrgicas. El constructivismo social se basa en la idea de que si todo está construido, todo puede deconstruirse y reconstruirse, lo que transforma a la sociedad en un campo de reeducación y asigna a la política una tarea infinita de ingeniería social que reclama pericia terapéutica.
Una revolución religiosa
La fantasía del hombre nuevo encuentra en el progreso de la tecnología médica la ocasión de renovarse. En el pasado, se pretendía que el hombre nuevo naciera de una revolución política, que sería la ocasión para la desalienación radical del ser humano. Ahora se pretende que nazca directamente en los laboratorios, donde es posible transformar a un hombre en mujer, o a una mujer en hombre, tras una operación de cambio de sexo y después de que el individuo en cuestión se haya sometido a una terapia que le habrá permitido reprogramarse hormonalmente, operación posible en particular gracias a la labor de la industria farmacéutica, que más globalmente desempeña un papel primordial en la regulación química de las emociones humanas, en un mundo alterado sociológica y antropológicamente. El régimen diversitario encuentra en la farmacopea el soma imaginado en su día por Aldous Huxley [en su obra Un mundo feliz], el medio de aturdir a las masas desestabilizadas.
Es difícil no ver en esta revolución una revolución religiosa. El ser humano ya no se acepta a sí mismo a la manera de un individuo inscrito en una filiación, que evidentemente tendrá la posibilidad de construir su identidad, sino a partir de un dato que nunca podrá reducir a la nada. El ser humano quiere ahora ser su propio creador. Está habitado por una fantasía de autoengendramiento que transforma radicalmente su relación con la realidad. Como he dicho antes, quiere volver al magma original anterior a la caída, anterior a la fragmentación de la humanidad. Solo así podrá crearse a sí mismo -el transhumanismo toma aquí el relevo y promete al ser humano que un día podrá superar la muerte.
Esta revolución invade todos los ámbitos de la realidad, lo que no deja de plantear problemas prácticos: la presencia de un hombre condenado por violar a mujeres que, de repente, se declara mujer en el momento de su condena y pide ser encarcelado en una prisión de mujeres sigue ofendiendo al sentido común. La participación de un hombre biológico que se declara mujer en competiciones deportivas femeninas crea un desequilibrio que pone en desventaja a las «mujeres biológicas». La idea de que un hombre pueda ir al ginecólogo y una mujer contraer cáncer de próstata sigue confundiendo a algunos. La idea de que un hombre pueda estar «embarazado» escandaliza a los reacios. La idea de que pueda considerarse odiosa la afirmación según la cual las mujeres tienen hijos no consigue penetrar la conciencia pública.
Así que hay quienes son reacios a creer que la realidad no es una construcción ideológica como cualquier otra. Habrá que perseguirlos. El régimen es claro: recordar la realidad no es más que incitar al odio. Porque la realidad es una ficción reaccionaria. Los que creen en ella son los que han perdido la cabeza. Fóbicos, reaccionarios de extrema derecha, no merecen otra cosa que ser desterrados de la ciudad, para evitar que contaminen al hombre común con sus creencias proscritas. Esto se llamará el tratamiento psiquiátrico de la disidencia. No se crea una sociedad inclusiva sin romper algunos huevos.
Publicado por Mathieu Bock-Côté en La Nef
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
Fuente texto tomado de INFOVATICANA.COM:
Mi nota personal
El Demonio está infiltrado en la Humanidad... su mayor deseo es provocar este caos existencial y absurdo. Que todos los seres humanos puedan "desafiar" a Dios cuando nos creó a todos, a Su Imagen y Semejanza... Ninguno de nosotros podemos enfrentarnos a la Santa Voluntad de Dios, cuando nos asignó el "SEXO": Hombre y Mujer nos creó.
De tal forma, si yo soy Mujer, NUNCA cambiaré mi SEXO, porque estaría en contra de mi naturaleza, mi aspecto físico, mi conciencia, mi voluntad, mi ser integral (cuerpo, alma, espíritu y corazón). SOY MUY FELIZ al recibir de Dios su precioso regalo: me creó Mujer, y de esta forma honro su Santa Voluntad, cuando mi comportamiento, sentimientos, pensamientos y forma de obrar están realzando mi dignidad de haber sido creada y engendrada como UNA MUJER.
La "LOCURA DE GÉNEROS ES DIABÓLICA"... ¿Ustedes no se dan cuenta? ¿Que el Demonio se está burlando de todos los travestis, gays, lesbianas, transgéneros? ¿Cuando "desafiando" a Dios cumplen con sus tentadoras influencias diabólicas?
Él Demonio sabe muy bien que al atraerlos a esta nueva forma de "CREACIÓN INDIVIDUAL", donde ellos "se creen dueños de sus propios cuerpos", para personificar unos "seres extravagantes", cuyas hormonas con las que nacieron, luchan por sobresalir y se produce este CAOS PSICOLÓGICO Y FÍSICO, porque el cuerpo humano y su naturaleza "no pueden amoldarse ni encajar" en estructuras ajenas y postizas.
¿Cómo es posible que ellos mismos al verse al espejo no observan los "espantajáros" en que se han convertido y que son la "burla" de otras personas?
Empezando por sus propias "comunidades gay", que son todo un "circo" sin fin de vulgaridad, obscenidad, locura, y sobre todo, de pecados mortales al igual que Sodoma y Gomorra, que reclamaron al Cielo la Justicia Divina.
Después, "no se extrañen" cuando en el mundo entero hay tantos "CASTIGOS DE DIOS", a través de: pandemias, SIDA (AIDS), enfermedades de transmisión sexual, catástrofes naturales, como terremotos, tsunamis, huracanes, inundaciones, incendios forestales, rayos, erupción de volcanes, etc.
Favor leer estos artículos relacionados: