lunes, 5 de febrero de 2024

San Pablo Miki y Compañeros - Mártires del Japón - Fiesta Febrero 6

  



"Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico"


Fueron 26, martirizados el mismo día, 5 de febrero del año 1597. En el año 1549 San Francisco Javier llegó al Japón y convirtió a muchos paganos.

Ya en el año 1597 eran varios los miles de cristianos en aquel país. Y llegó al gobierno un emperador sumamente cruel y vicioso, el cual ordenó que todos los misioneros católicos debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en vez de huir del país, lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir ayudando a los cristianos. Fueron descubiertos y martirizados brutalmente. Los que murieron en este día en Nagasaki fueron 26: tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos.

Los mártires jesuitas fueron: San Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador, San Juan Goto y Santiago Kisai, dos hermanos coadjutores jesuitas. Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, un mexicano que había ido a misionar al Asia. San Gonzalo García que era de la India, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los franciscanos en el Japón y San Francisco de San Miguel.

Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado.

A los 26 católicos les cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos.




Al llegar a Nagasaki les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la distancia de un metro y medio.




La Iglesia Católica los declaró santos en 1862. Testigos de su martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera:


"Una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano Gonzalo rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría"


Al Padre Pablo Miki le parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso que le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad de los Padres Jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación añadió las siguientes palabras:




"Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar"


Luego, vueltos los ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se puso a cantar los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía decir continuamente:


"Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía"


Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre. Luego los verdugos sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con lo que en unos momentos pusieron fin a sus vidas.

El pueblo cristiano horrorizado gritaba:


¡Jesús, José y María!


Fuente - Texto tomado de EWTN:
https://www.ewtn.com/es/catolicismo/santos/pablo-miki-15039

Más Pascendi y menos Fiducia - ¿Confusión y cisma en la Iglesia?



Por Redaccioninfovaticana | 3 de Febrero de 2024


UNA CATÓLICA PERPLEJA


No me digan que la actual situación en la cima de la jerarquía eclesiástica católica no es para estar perplejos. Un prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que es una auténtica vergüenza; y el responsable de haberle nombrado para el cargo –por desconocimiento del individuo o por cualesquiera otras razones– no sólo le mantiene en el mismo, sino que le confirma, añadiéndole cargos. Al final, en una estructura jerárquica, y la Iglesia lo es, la responsabilidad última no es la de la persona no adecuada para el cargo al cual ha sido nombrada, sino de su superior. Además de que de los ministros de la Iglesia se espera ejemplaridad moral y rectitud doctrinal.

La situación es también de total confusión a todos los niveles de la organización y la vida eclesial. Lo es desde principios del siglo XX, pero hasta tiempos muy recientes, los papas comprendían que eran custodios de la tradición que habían recibido, encargados por el mismo Cristo de confirmar en la fe a sus hermanos. Así, el Pontífice, aunque tal vez sobredimensionado el papado desde el siglo XIX, servía de dique de contención a la creciente violencia de las aguas modernistas que golpeaban contra los muros de San Pedro y contra los corazones de todos los fieles.

Entre otros grandes documentos, San Pío X escribió en 1907 la Encíclica Pascendi Dominici Gregis, contra la herejía del modernismo. En cambio, hoy tenemos documentos emitidos desde la Santa Sede que afirman que puede haber situaciones de pecado objetivo agradables a Dios, y se exige a sacerdotes que bendigan uniones que objetivamente conducirán a las personas a la condenación, de acuerdo a la Revelación, la Tradición y todo el Magisterio eclesial previo. Con sofismo incluido: “no bendecimos las uniones, sino a personas que vienen a pedir que las bendigamos juntas”, decía el Papa hace unos días a miembros de la CDF.

Leo la información sobre la Iglesia en portales católicos cada mañana, pero hace tiempo que intento ignorar todo lo que sale de Roma. Es doloroso y confunde a los pequeños. No leo ni escucho lo que dice el Santo Padre, sino la interpretación de personas que considero tienen buen criterio eclesial. Muchos obispos parecen no tener problema en girarse los pectorales al son de las ocurrencias vaticanas, pero para un gran número de fieles la situación genera gran desconcierto y dolor. Profeso obediencia y amor filial a la cátedra de Pedro, porque “ubi Petrus, ibi Ecclesia”. Pero también esto, a mí como a tantos de ustedes, me está creando muchos problemas de conciencia y la necesidad de orar mucho y obtener luz formándome en lo que a la correcta obediencia se refiere. Porque, ¿qué ocurre cuando quien ocupa la cátedra se aparta de Pedro? Escribía con total claridad recientemente el sacerdote Rodrigo Menéndez Piñar en InfoCatólica: “es claro que cualquier católico que no sienta en sus afectos ─su sensibilidad, sus emociones, sus sentimientos─ una contrariedad en situaciones semejantes tiene un problema grave. Dicho a la inversa, el sentimiento de desafección será un signo de salud espiritual en el fiel católico, que, por supuesto, deberá procurar que lo conduzca a la oración, a la penitencia y a la búsqueda de una formación más profunda y sólida y no a la simple descalificación de tal Fulano.

La conclusión es clara: Si Fulano se aparta de Pedro, entonces, Ubi Petrus, non ubi Fulanus, Ibi Ecclesia (https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=48477). En tal situación, vivimos más tranquilos creyendo lo que siempre ha creído la Iglesia y haciendo como los medievales, que raramente recibían noticias de las ocurrencias de los papas reinantes. Y teniendo la confianza de que, aunque no lo veamos en carne mortal, la Iglesia tendrá la capacidad en el futuro de corregir los errores de cualquier época pasada, como ocurrió con el papa Honorio cincuenta años después de su muerte (https://www.youtube.com/watch?v=8qDHxgIQpOU). La Iglesia Católica ha sido infiltrada hasta lo más alto.

Uno de los rasgos más evidentes de los documentos que emanan de la Santa Sede durante este pontificado es la auto-referencialidad, porque está claro que no puede hallarse en toda la tradición de la Iglesia, ni en la Sagrada Escritura ni en el Magisterio el respaldo a sus afirmaciones y posturas rupturistas. Juan Pablo II intentó consolidar las reformas conciliares desde una perspectiva conservadora, mientras que Benedicto XVI pretendió “abrir” a la Iglesia post-conciliar a la gran Tradición eclesial. Por su parte, la impresión que da Francisco es la de un católico que acabe de despertar de una larga hibernación comenzada en 1969. Todo hoy ha de estar “en línea con el Concilio”; pero no con sus textos y ni siquiera con el Misal de 1969 de Pablo VI, sino con el funesto espíritu (modernista) del Concilio Vaticano II, en cuyo nombre todos los anteriores concilios pareciera que deben ser ignorados o negados.

A este respecto, decía Peter Kwasniewski que “Francisco es la encarnación de la peor pesadilla de San Pío X”. Dice el profesor Kwasniewski que “San Pío X había definido el modernismo como ´la síntesis de todas las herejías´. Para muchos líderes actuales de la Iglesia y laicos, sin embargo, es la ortodoxia la que es ´la síntesis de todas las herejías´ y el modernismo el que es la fe católica pura y simple”. El camino hasta aquí ha sido largo y data de varios siglos atrás, habiendo supuesto que nada de la vida católica quedó sin tocar después del Vaticano II (https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=32280). Ya no construimos sobre roca, sino sobre arenas movedizas. Parece que, en la Iglesia, a imitación del mundo, cuanto más nuevo es algo, mejor, más auténtico, más real. Entre esto y el arqueologismo con la excusa de volver a la “simplicidad y pureza” de la fe “primitiva”, nos cargamos 2000 años de historia y tradición, con su desarrollo orgánico.

Y esta cuestión del desarrollo orgánico es clave para comprender adecuadamente los cambios en la Iglesia con el paso del tiempo. A este respecto, permítanme recomendar una preciosa encíclica del mismo Pío X que desconocía, la “Editae Saepens” (disponible en inglés, italiano y latín en la página web del Vaticano): https://www.vatican.va/content/pius-x/en/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_26051910_editae-saepe.html, sobre San Carlos Borromeo y la verdadera reforma en la Iglesia. Porque en ningún momento estamos considerando que un organismo vivo pueda estar inmóvil durante 2000 años. Una de las definiciones que encontramos en la RAE de la palabra “reforma”, es “volver a formar, rehacer, restituir”, e incluso, “modificar algo con la intención de mejorarlo”. En la Editae Saepens, la noción de “reforma” en la Iglesia que expone San Pío X es la primera, en su sentido de restauración, opuesto a una reforma considerada como innovación, que era la pretendida por los modernistas. Las palabras del Papa Sarto sobre San Carlos Borromeo, la “reforma protestante” y el Concilio de Trento suenan totalmente actuales a la vista de los acontecimientos en la Iglesia desde mediados del siglo XX. Plinio Corrêa de Oliveira afirmaba en los años del Concilio Vaticano II que se estaba produciendo una revolución cultural en la Iglesia.

Y en 1990, el entonces Cardenal Ratzinger advertía en el encuentro anual organizado por Comunión y Liberación en Rimini que “cuanto más se extiende en la Iglesia el ámbito de las cosas decididas y hechas por ella misma, más estrecho se vuelve para todos nosotros. En él, la gran dimensión liberadora no está constituida por lo que hacemos nosotros mismos, sino por lo que se nos da a todos. Lo que no surge de nuestra voluntad e invención, sino que es una precedencia nuestra, un llegar a nosotros de lo inimaginable, de lo que «es más grande que nuestro corazón». La reformatio, necesaria en todo momento, no consiste en que siempre podamos remodelar «nuestra» Iglesia como queramos, que podamos inventarla, sino en que siempre apartemos de nuevo nuestras propias construcciones de apoyo en favor de la pura luz que viene de arriba y que es al mismo tiempo irrupción de la pura libertad» (https://it.clonline.org/news/attualit%C3%A0/2019/08/06/joseph-ratzinger-meeting-rimini-una-compagnia-sempre-reformanda).

Parece que quieran convencernos de que la Iglesia comenzó en los años 1960, al mismo tiempo que insisten en la “hermenéutica de la continuidad”; tal como yo lo veo, son afirmaciones totalmente incompatibles. Es importante distinguir muy bien entre los conceptos de desarrollo orgánico, reforma, revolución e innovación para comprender lo que ocurre en la Iglesia. A este respecto, el Cardenal Robert Sarah afirmaba en 2021 que “está en juego la credibilidad de la Iglesia: ¿en qué nombre puede la Iglesia atreverse a dirigirse al mundo si acepta una ruptura y cambio de orientación? La única legitimidad de la Iglesia es su consistencia en su continuidad”.


Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:




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