lunes, 27 de enero de 2025

Santo Tomás de Aquino - Presbítero y Doctor de la Iglesia - Fiesta 28 de Enero

    



Dios le concedió una sabiduría
e inteligencia extraordinarias,
en las que profundizó portentosamente
y comunicó luego con generosidad


Santo Tomás de Aquino, nace en el Castillo de Rocaseca, cerca de Nápoles (Italia) en 1225. Cerca del Castillo donde nació estaba el famoso convento de los monjes Benedictinos llamado Monte Casino. Allí lo llevaron a hacer sus primeros años de estudios. Los monjes le enseñaron a meditar en silencio. Es el más piadoso, meditabundo y silencioso de todos los alumnos del convento. Lo que lee o estudia lo aprende de memoria con una facilidad portentosa. Continúa sus estudios por cinco años en la Universidad de Nápoles. Allí supera a todos sus compañeros en memoria e inteligencia. Conoce a los padres Dominicos y se entusiasma por esa Comunidad. Quiere entrar de religioso pero su familia se opone.

El religioso huye hacia Alemania, pero por el camino lo sorprenden sus hermanos que viajan acompañados de un escuadrón de militares y lo ponen preso. No logran quitarle el hábito de dominico, pero lo encierran en una prisión del Castillo de Rocaseca. Tomás aprovecha su encierro de dos años en la prisión, para aprenderse de memoria muchísimas frases de la S. Biblia, y para estudiar muy a fondo el mejor tratado de Teología que había en ese tiempo, y que después él explicará muy bien en la Universidad.

Sus hermanos al ver que por más que le ruegan y lo amenazan, no logran quitarle la idea de seguir de religioso, le envían a una mujer de mala vida para que lo haga pecar. Tomás toma en sus manos un tizón encendido y se lanza contra la mala mujer, amenazándola con quemarle el rostro si se atreve a acercársele. Ella sale huyendo y así al vencer él las pasiones de la carne, logró la Iglesia Católica conseguir un gran santo. Si este joven no hubiera sabido vencer la tentación de la impureza, no tendríamos hoy a este gran Doctor de la Iglesia. Esa noche contempló en sueños una visión Celestial que venía a felicitarlo y le traía una estola o banda blanca, en señal de la virtud, de la pureza que le concedía Nuestro Señor.




Liberado ya de la prisión lo enviaron a Colonia (Alemania), a estudiar con el más sabio Padre Dominico de ese tiempo: San Alberto Magno. Al principio los compañeros no imaginaban la inteligencia que tenía Tomás, y al verlo tan robusto y siempre tan silencioso en las discusiones le pusieron de apodo: "El buey mudo". Pero un día uno de sus compañeros leyó los apuntes de este joven estudiante, y se los presentó al sabio profesor. San Alberto al leerlos les dijo a los demás estudiantes:


"Ustedes lo llaman el buey mudo. Pero este buey llenará un día con sus mugidos el mundo entero"


Y así sucedió en verdad después. Sus compañeros de ese tiempo dejaron este comentario:


"La ciencia de Tomás es muy grande, pero su piedad es más grande todavía. Pasa horas y horas rezando, y en la Misa, después de la elevación, parece que estuviera en el Paraíso. Y hasta se le llena el rostro de resplandores de vez en cuando mientras celebra la Eucaristía"




A los 27 años, en 1252, ya es profesor de la famosísima Universidad de París. Sus clases de teología y filosofía son las más concurridas de la Universidad. El rey San Luis lo estima tanto que lo consulta en todos los asuntos de importancia. Y en la Universidad es tan grande el prestigio que tiene y su ascendiente sobre los demás, que cuando se traba una enorme discusión acerca de la Eucaristía, y no logran ponerse de acuerdo, al fin los bandos aceptan que sea Tomás de Aquino el que haga de árbitro y diga la última palabra, y lo que él dice es aceptado por todos sin excepción. En 1259 el Sumo Pontífice lo llama a Italia y por siete años recorre el país predicando y enseñando, y es encargado de dirigir el Colegio Pontificio de Roma para jóvenes que se preparan para puestos de importancia especial. En 4 años escribe su obra más famosa: "La Suma Teológica", obra portentosa en 14 tomos, donde a base de la Sagrada Escritura, de filosofía y teología y doctrina de los santos va explicando todas las enseñanzas católicas. Es lo más profundo que se haya escrito en la Iglesia Católica. En Italia la gente se agolpaba para escucharle con gran respeto como a un enviado de Dios, y lloraban de emoción al oírle predicar acerca de la Pasión de Cristo, y se emocionaban de alegría cuando les hablaba de la Resurrección de Jesús y de la Vida Eterna que nos espera.

El Romano Pontífice le encargó que escribiera los himnos para la Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, y compuso entonces el Pangelingua y el Tantumergo y varios otros bellísimos cantos de la Eucaristía (dicen que el Santo Padre encargó a Santo Tomás y a San Buenaventura que cada uno escribiera unos himnos, pero que mientras oía leer los himnos tan bellos que había compuesto Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo lo que él mismo había redactado, porque los otros le parecían más hermosos). Después de haber escrito tratados hermosísimos acerca de Jesús en la Eucaristía, sintió Tomas que Jesús le decía en una visión:


"Tomás, has hablado bien de Mí. ¿Qué quieres a cambio?"


Y el santo le respondió:


"Señor: lo único que yo quiero es amarte, amarte mucho, y agradarte cada vez más"


Pocos meses antes de morir tuvo una visión acerca de lo sobrenatural y celestial, y desde entonces dejó de escribir. Preguntado por el Hermano Reginaldo acerca de la causa por la cual ya no escribía más, exclamó:




"Es que, comparando con lo que vi en aquella visión, lo que he escrito es muy poca cosa"


Tan importante son sus escritos que en el Concilio de Trento (o sea la reunión de los obispos del mundo), los tres libros de consulta que había sobre la mesa principal eran:


  1. La Sagrada Biblia
  2. Los Decretos de los Papas
  3. La Suma Teológica de Santo Tomás


Decía nuestro santo:


"Que él había aprendido más, arrodillándose delante del crucifijo, que en la lectura de los libros"


Su secretario Reginaldo afirmaba que la admirable ciencia de Santo Tomás provenía más de sus oraciones que de su ingenio. Este hombre de Dios rezaba mucho y con gran fervor para que Dios le iluminara y le hiciera conocer las verdades que debía explicar al pueblo. 

Su humildad: Cumplía exactamente aquel consejo de San Pablo: "Consideren superiores a los demás". Siempre consideraba que los otros eran mejores que él. Aún en las más acaloradas discusiones exponía sus ideas con total calma; jamás se dejó llevar por la cólera aunque los adversarios lo ofendieran fuertemente y nunca se le oyó decir alguna cosa que pudiera ofender a alguno. Su lema en el trato era aquel mandato de Jesús:


"Tratad a los demás como deseáis que los demás os traten a vosotros"


Su devoción por la Virgen María era muy grande. En el margen de sus cuadernos escribía: "Dios te salve María". Y compuso un tratado acerca del Ave María.


Su Muerte




El Sumo Pontífice lo envió al Concilio de Lyon, pero por el camino se sintió mal y fue recibido en el monasterio de los monjes cistercienses de Fosanova. Cuando le llevaron por última vez la Sagrada Comunión exclamó:




"Ahora te recibo a Ti mi Jesús, que pagaste con tu sangre el precio de la redención de mi alma. Todas las enseñanzas que escribí manifiestan mi fe en Jesucristo y mi amor por la Santa Iglesia Católica, de quien me profeso hijo obediente"


Murió el 7 de marzo de 1274 a la edad de 49 años. Fue declarado santo en 1323 apenas 50 años después de muerto. Y sus restos fueron llevados solemnemente a la Catedral de Toulousse un 28 de enero. Por eso se celebra en este día su fiesta.


Himno Adóro Te Devote
Oración de Santo Tomás de Aquino




Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista,
el tacto, el gusto; pero basta el oído
para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero
que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
sin embargo, creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás
pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que das vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva
y que siempre saboree Tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno,
límpiame a mí, inmundo, con Tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego,
que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo Tu Gloria.
Amén.


El Anticristo de Santa Hildegarda de Bingen - Doctora de la Iglesia

  



P. Javier Olivera Ravasi, IVE - Septiembre 26 de 2014 - 2:25 AM


Aunque no es nuestro ámbito específico el de la Parusía o el fin de los tiempos, hemos decidido publicar aquí las siguientes líneas.

A raíz de diversas consultas de nuestros lectores; pero no sólo por ello: sucede que la última de las doctoras de la Iglesia, es casi desconocida en el mundo hispanohablante y, en caso de serlo, lo es parcial o tergiversadamente. Reconocemos que, aunque no somos especialistas en el tema (simplemente devotos divulgadores de su doctrina) hemos tenido la gracia de contactarnos con quienes sí han estudiado en profundidad la vida y obra de la doctora alemana: las profesoras Azucena Fraboschi (traductora e intérprete de su pensamiento con numerosos trabajos sobre ella y fundadora y directora de un Centro de Estudios hildegardiano, el 1º de América de habla hispana) y la Prof. María Delia Buisel, de quien nos reconocemos discípulos. A sus trabajos nos remitimos.

Pero antes que nada digamos sólo dos palabras de qué es esto de llamar a alguien “Doctor/a de la Iglesia”; no se trata de quien ha hecho un “doctorado”, naturalmente, sino de un título que la Iglesia (el Papa o un concilio ecuménico) otorga oficialmente a ciertos santos para reconocerlos como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. El título de doctor representa, además del oficio litúrgico, la recomendación de su doctrina, sobre todo en orden a la enseñanza.

En el caso de Hildegarda, fue en octubre de 2012 cuando Benedicto XVI otorgó este título tanto a ella como a San Juan de Ávila, el eminente teólogo español. Vale recordar que, en la actualidad, 35 son los Doctores de la Iglesia, entre los cuales sólo cuatro son las mujeres que poseen ese título: Santa Teresa de ÁvilaSanta Catalina de SienaSanta Teresa de Lisieux y Santa Hildegarda de Bingen.

Pero vayamos a la visión que la santa tiene respecto del Anticristo, que es lo que nos ocupa.

Son dos las obras donde la abadesa de Bingen trata acerca del Anticristo, a saber: en Scivias (“Conoce los caminos”), y en El libro de las obras divinas (en la primera de ellas que se dedica más específicamente al tema). La obra, compuesta entre los años 1141 y 1151, está dividida en tres partes cuyos temas son la Creación, la Redención y la Santificación (la obra de cada una de las Personas de la Trinidad), e incluye en total 26 visiones, cuya descripción y glosa, en la que se alternan como sujeto del discurso la propia abadesa y la Luz Viviente –Dios–, está acompañada por las pinturas que no son meramente decorativas sino que corresponden, e ilustran el contenido de las visiones.

Veamos detenidamente la imagen completa.


Scivias 3, 11, Venida del impío y plenitud de los tiempos (el Anticristo)


Se trata de la culminación del conflicto entre el bien y el mal, representado por el Anticristo, con la indestructibilidad de la Iglesia y la venida de Cristo. El trasfondo es el del Apocalipsis, y aparecen las figuras señeras del Antiguo Testamento: Elías y Enoc.

Detallemos lo que le ha sido revelado a Hildegarda, en imágenes y palabras de un modo esquemático:

1) En el cuadrante superior izquierdo, se encuentra la referencia a cinco bestias (el perro que brilla pero no quema representa a las personas mordaces, el león amarillo son las personas agresivas, el caballo de color claro son los contumaces en el pecado, el cerdo negro son los lascivos y el lobo gris son los que engañan) que Hildegarda ve en el norte, y que tienen su mirada dirigida hacia el occidente, donde se alza una colina con cinco picos.


Detalle de las cinco bestias


2) En el cuadrante superior derecho aparece sobre el ángulo del edificio que representa a la Iglesia (tanto terrenal cuanto celestial) el joven (Cristo, piedra angular) que ya se había manifestado en otra visión, vestido de púrpura, resplandeciente como la aurora, con una lira o cítara sobre sus rodillas, en actitud de bendecir; sus pies son más blancos que la leche. Éste es uno de los temas que revisten particular importancia para Hildegarda: los pies o bien el calzado blanco simbolizan la pureza conservada y refulgente.


Cristo, la piedra angular


3) En la parte inferior de ambos cuadrantes está presente una mujer coronada que es figura de la Iglesia, fusionada con un torso lleno de escamas, y de sus genitales surge una monstruosa cabeza (el Anticristo) con ojos de fuego, orejas como de asno, nariz y fauces como de león. Era común representar de tal suerte al demonio, pero aquí se está figurando a la Iglesia, bien que acosada por la fornicación, la rapiña y otros vicios.


La Iglesia, dando a luz al Anticristo


4) Finalmente, la cabeza se mueve y trata de alcanzar el cielo, pero en medio de gran estruendo cae de la montaña; una niebla apestosa envuelve todo y aterroriza a la gente que clama por la misericordia de Dios.


Apoteosis y caída del Anticristo


Vayamos a su propia descripción:

“Después miré hacia el Aquilón, y he aquí que se alzaban cinco bestias, de las que una semejaba un perro de fuego, pero no ardiente; una sola como un león rojizo; otra semejante a un pálido caballo; la cuarta, como un cerdo negro; y la última similar a un lobo grisáceo, todas volviéndose al Occidente. Y allí, en el Occidente ante las bestias, apareció una cierta colina teniendo cinco picos: así que de la boca de cada bestia partía una cuerda que se había extendido hasta su correspondiente cima, todas de color negro, salvo la que salía de la boca del lobo, que parecía, por una parte negra y, por la otra blanca.

Y he aquí que en el Oriente, vi de nuevo a aquel joven, vestido con una túnica purpúrea, sobre el mismo ángulo en que lo había contemplado antes (donde se unían las dos murallas del edificio, la luminosa y la pétrea); pero ahora me era visible desde el ombligo hacia abajo: del ombligo, al lugar que evidencia al varón, brillaba cual alborada, y allí mismo yacía como una lira con sus cuerdas en posición transversal; desde ese lugar hasta un espacio de dos dedos por encima de sus talones estaba lleno de sombras; y desde ese espacio por encima de sus talones, sus pies resplandecían enteramente blancos, más aún que la leche.

Pero también aquella imagen de mujer que había contemplado antes frente al altar, ante los ojos de Dios, volvió a manifestárseme ahora en el mismo sitio, mas esta vez pude verla desde el ombligo hacia abajo: del ombligo al lugar donde se distingue la mujer, tenía numerosas manchas escamosas.

Allí mismo, había una cabeza monstruosa y negrísima: ojos de fuego y orejas como las de un asno, narices y boca igual que las de un león y enormes fauces abiertas en las que rechinando, afilaba pavorosamente sus horribles colmillos acerados.

Pero desde donde se hallaba esa cabeza hasta sus rodillas era la imagen blanca y roja, como magullada por mucha golpiza; y desde las rodillas hasta dos franjas blancas horizontales que tenía inmediatamente por encima de sus talones estaba llena de sangre.

He aquí que esa cabeza monstruosa se liberó de su lugar, en medio de un fragor tan inmenso, que todos los miembros de la imagen de la mujer se sacudieron violentamente. Entonces una enorme masa de cuantioso estiércol se unió a la cabeza, que subió por ella como por un monte, tratando de alcanzar las alturas del cielo.

Mas he aquí que un golpe de trueno, restallando inesperado, fulminó con tal fuerza a la cabeza, que rodó monte abajo y rindió su espíritu a la muerte.

Repentinamente una niebla hedionda cubrió al monte todo y envolvió la cabeza en una inmundicia tal, que los pueblos que allí estaban se sobrecogieron llenos de indecible pánico; esta niebla subsistió durante un tiempo alrededor del monte. Viéndola los hombres que cerca se hallaban, presa de terror, se decían unos a otros: ‘Ay, ay, ¿qué podrá ser esto? ¿qué os parece que es? ¡Ay, desdichados de nosotros! ¿Quién nos salvará? Pues no sabemos cómo hemos podido ser engañados. ¡Oh! Señor Todopoderoso, ten piedad de nosotros. Rápido, apresurémonos y volvamos, volvamos corriendo al testamento del Evangelio de Cristo, ay, que hemos sido amargamente engañados, ¡ay, ay de nosotros!’

Y de pronto los pies de la imagen de la mujer se volvieron blancos, relumbrando esplendorosos, más que el fulgor del sol”.

Es importante tener en cuenta que en ningún momento la abadesa de Bingen intenta poner fecha a los tiempos escatológicos (“Pero no corresponde que conozcáis lo que acontecerá entonces, ni el tiempo ni el momento, como tampoco podéis saber qué sucederá después de los siete días de una semana; sólo el Padre, Quien también ha puesto todas estas cosas en Su poder, conoció esto. Sobre los días de la semana, o sobre los tiempos de los tiempos del mundo nada más has de saber, oh hombre”), ni identifica o asimila la figura del Anticristo a algún personaje histórico concreto; el segundo es que, como acabamos de leer, el Corruptor surge del seno mismo de la Iglesia, no es un personaje extrínseco a ella: no es un antipapa ni un emperador germano, ni los sarracenos. El tercer punto es que ofrece una descripción del Anticristo absolutamente inusual en su tiempo (descripción de la que están ausentes el Dragón y la Bestia de Apoc. 12-13, frecuente recurso de su época), y tal vez en toda la Edad Media.


Sin embargo, da varios datos acerca de la doctrina del Anticristo:


“Conquista para sí a mucha gente, diciéndoles que realicen libremente sus deseos, que no se mortifiquen demasiado con vigilias o con ayunos, proponiéndoles que amen solamente a su dios (cosa que él simula ser) hasta que liberados así del infierno lleguen a la vida. Por eso, de esta manera engañados dicen: ‘¡Oh desdichados de aquéllos que vivieron antes de estos tiempos, porque afligieron su vida con duros tormentos, ignorando la compasión de nuestro dios!’ Pues él, confirmando su doctrina con falsas señales, les muestra tesoros y riquezas y les permite enriquecerse según sus deseos, de manera tal que ellos piensan que de ningún modo les conviene mortificar sus cuerpos y castigarlos. Sin embargo, les manda observar la circuncisión y el judaísmo, según las costumbres de los judíos, haciendo más leves (de acuerdo con la voluntad de ellos) los preceptos más duros de la Ley, que el Evangelio convierte en gracia en virtud de la digna penitencia. Y dice: ‘Yo borraré los pecados de quien se convierta a mí, y vivirá conmigo eternamente.’ También rechaza el Bautismo y el Evangelio de Mi Hijo, y se burla de todos los preceptos confiados a la Iglesia. Y nuevamente, con diabólica irrisión, dice a quienes le sirven: ‘Ved quién y cuán insensato ha sido el que a través de sus mentiras estableció esta observancia para la gente sencilla”.

Con una muy perversa manipulación del ser humano y del desorden de sus apetencias (secuela del pecado original), el Anticristo propone a quienes lo escuchan una forma de vida que se ubica en las antípodas de la doctrina de Cristo y de Su Iglesia: ahora será posible servir a Dios y a Mamón (el dinero, Mat. 6, 24), transitar por el camino ancho desechando el estrecho (Mat. 7, 13-14), vivir la condescendencia de un engañoso amor que abandona al hombre a sí mismo y a ¿sus propias fuerzas?, en lugar del amor exigente que lo urge a realizarse como lo que verdaderamente es. En el libro de las obras divinas 3, 5, 30 aparece muy clara la seductora argumentación del Hijo de la Perdición sobre el tema:


“En realidad el Anticristo, poseído por el diablo, cuando abra su boca para su perversa enseñanza destruirá todo lo que Dios había establecido en la Ley Antigua y en la Nueva, y afirmará que el incesto, la fornicación, el adulterio y otros tales no son pecado”.




Ahora Cristo, Su Evangelio y Su Iglesia son una mentira necia y cruel, que en tanto mentira debe ser ignorada; por consiguiente ha de volverse al judaísmo y su Ley, bien que suavizada, ignorando aquello de “No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darles cumplimiento” (Mat. 5, 17), un cumplimiento que por la presencia del Espíritu da frutos de vida, y no obras muertas.

Vale tener en cuenta aquí que, aunque Fraboschi no lo señale, este “judaísmo” del que habla la santa, bien podría ser la carnalización de la religión, es decir, la mundanización de la Iglesia, del mismo modo en que la Sinagoga del tiempo de Cristo esperaba un mesías carnal que solucionase los problemas de Israel: la paz, la economía, la fraternidad universal, etc. Y esto lo decimos nosotros, no su traductora o la santa doctora alemana.

El Hijo de la Maldición tiene, en las visiones de Hildegarda, un claro designio: arrastrar consigo a toda la Humanidad, como nos narra:

“De pronto una niebla hedionda cubre todo el monte envolviendo a esa cabeza en una inmundicia tal que las gentes que se encuentran presentes son presas del más grande terror: porque un hedor extremadamente asqueroso e infernal llenará todo el lugar de la exaltación del Hijo de la Iniquidad, en el que aquel depravado criminal hervía en medio de tanta inmundicia que por el justo juicio de Dios no habrá en adelante memoria ni de su inicio ni de su fin: pues aquellos pueblos, viendo su cadáver postrado en tierra, sin voz e invadido por la putrefacción, conocerán que habían sido engañados. La niebla permanece cerca del monte durante un breve tiempo: ya que aquel hedor que envuelve la diabólica exaltación la muestra asquerosa, para que los hombres que han sido seducidos por él se aparten de su error y retornen a la Verdad al ver aquella pestilencia e inmundicia. Viendo esto, las personas que están allí son agitadas por un inmenso temor: un tremendo horror asalta a quienes ven estas cosas, de manera tal que profieren lúgubres clamores y dolorosos lamentos, y dicen que muy penosamente se apartaron de la verdad”.


¿Habrá llegado el Anticristo?
No lo sabemos, pero por los signos, estamos cerca


La victoria final de Dios es segura, pero deberán pasar todas estas cosas.

Es como enunciaba el gran Rubén Darío:

¿Qué hay de nuevo?… Tiembla la tierra.

En La Haya, incuba la guerra.

Los reyes han terror profundo.

Huele a podrido en todo el mundo.


Se cumplen ya las profecías

del viejo monje Malaquías.

En la iglesia el diablo se esconde.

Ha parido una monja… (¿En dónde?…)


La fe blanca se desvirtúa

y todo negro «continúa».

En alguna parte está listo

el palacio del Anticristo.

Se cambian comunicaciones

entre lesbianas y gitones.

Se anuncia que viene el Judío Errante…

¿Hay algo más, Dios mío?…

***

Como decíamos más arriba, no es éste el tipo de temas que acostumbramos tocar aquí; si lo hemos hecho ha sido sólo para divulgar el pensamiento de esta santa doctora, que bastante silenciada y desconocida está por parte de fieles e infieles, de dentro y de fuera de la Iglesia. ¿Será por las visiones que tuvo?


Fuente - Texto tomado de INFOCATÓLICA.COM:
http://infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1409260225-el-anticristo-de-santa-hildeg