
Por INFOVATICANA | 17 de Septiembre de 2025
Santa Hildegarda de Bingen nació en 1098 en Bermersheim, en el valle del Rin (actual Renania-Palatinado, Alemania), en el seno de una familia noble. Fue la décima hija de Hildeberto de Bermersheim y Matilde de Merxheim-Nahet, y según la mentalidad medieval de la época fue ofrecida a Dios como “diezmo”, destinada desde su nacimiento a la vida religiosa.
A los catorce años se enclaustró en el monasterio de Disibodenberg junto a la condesa Judith de Spanheim, quien la había instruido en el rezo del salterio, en la lectura del latín, en la Sagrada Escritura y en el canto gregoriano. En 1114 profesó bajo la regla benedictina y, tras la muerte de Judith en 1136, fue elegida abadesa de la comunidad.
Experiencias místicas y visiones
Desde niña, Hildegarda experimentó visiones acompañadas de luz, colores y música, que interpretó como mensajes divinos. En 1141, a los 42 años, recibió la orden sobrenatural de poner por escrito sus experiencias. Así nació su primera gran obra, el Scivias (Conoce los caminos), con la ayuda del monje Volmar y la religiosa Ricardis de Stade.
Insegura sobre la naturaleza de estas revelaciones, escribió a San Bernardo de Claraval pidiendo consejo. El abad la animó a aceptar con humildad el don recibido, e incluso intercedió ante el papa Eugenio III, quien aprobó públicamente parte de sus escritos durante el sínodo de Tréveris (1147-1148). Desde entonces, Hildegarda fue reconocida como “profetisa teutónica” y comenzó una intensa correspondencia con papas, reyes y nobles de su tiempo, entre ellos Federico Barbarroja y Leonor de Aquitania.
Escritora, médica y compositora
Además del Scivias, Hildegarda redactó tratados de medicina y ciencias naturales (Physica y Causae et Curae), donde plasmó conocimientos de herbolaria y terapias de su época. También compuso la Symphonia armoniae caelestium revelationum, una colección de himnos y cantos litúrgicos, y otras obras teológicas como el Liber vitae meritorum y el Liber divinorum operum.
En 1150 fundó el monasterio de Rupertsberg, y en 1165 otro en Eibingen, que visitaba semanalmente. Su fama atrajo la atención del emperador Barbarroja, quien en 1163 concedió protección imperial a perpetuidad al convento.
Predicadora y reformadora del clero
Sorprendió a sus contemporáneos por salir del claustro y predicar en diversas ciudades de Alemania, denunciando la corrupción del clero, llamando a la conversión y combatiendo la herejía cátara. También intervino en las disputas del cisma de Occidente, amonestando proféticamente al emperador y a los antipapas.
Su firmeza la llevó incluso a desafiar a los prelados de Maguncia en 1178, cuando se negó a exhumar el cuerpo de un noble enterrado en suelo sagrado pese a haber estado excomulgado. Defendió su postura en una carta sobre el sentido teológico de la música en la liturgia, y logró que se levantara el entredicho impuesto a su comunidad.
Muerte, culto y canonización
Santa Hildegarda murió el 17 de septiembre de 1179, a los 81 años. Crónicas de la época narran que en el momento de su muerte apareció en el cielo una cruz luminosa formada por dos arcos de colores.
Aunque su canonización formal se demoró, su culto se difundió ampliamente. Fue venerada como santa desde el siglo XIII, incluida en el Martirologio romano y en las letanías locales. En 2012, el papa Benedicto XVI la proclamó Doctora de la Iglesia y extendió su culto a la Iglesia universal.
Hoy se la recuerda como mística, profetisa, escritora, médica, compositora y una de las grandes mujeres de la cristiandad medieval, cuya voz profética sigue interpelando a la Iglesia y al mundo. Su fiesta litúrgica se celebra el 17 de septiembre.
Fuente: Aciprensa
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