jueves, 1 de febrero de 2024

Historia y Devoción a Nuestra Señora de la Candelaria - Patrona de la ciudad de Medellín (Antioquia - Colombia)

   



Nuestra Señora de la Candelaria


Puede decirse que la devoción a Nuestra Señora de la Candelaria es muy antigua, pues hay vestigios de ella, ya desde el siglo IV, en Jerusalén. Se sabe que en el siglo VI se honraba a la Santísima Virgen, en el misterio de la purificación, con una fiesta especial en Constantinopla. Luego, encontramos esta advocación en la isla canaria de Tenerife, a partir del año 1393, cuando entró con fuerza en la devoción popular española. Los marinos la adoptaron por patrona y, por consiguiente, llegó y se extendió su culto en varios países de América, especialmente durante la época de la conquista y la colonia.

La historia de Medellín, desde sus orígenes, está profundamente vinculada con esta advocación mariana. En efecto, cuando fue fundada la ciudad, el 2 de noviembre de 1640, recibe el nombre de Villa Nueva del Valle de Aburrá de Nuestra Señora de la Candelaria; nombre que, en la consolidación definitiva de la ciudad el 2 de noviembre de 1675, se cambió en Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín. Desde entonces, bajo esta advocación, se ha suplicado la protección de la Virgen sobre Medellín. Su imagen aparece tanto en el escudo de la ciudad como en el de la Arquidiócesis.




La misma iconografía nos muestra que, con este título, se quiere honrar a María en su participación en el misterio de la Presentación del Señor, cuando Simeón proclama a Cristo “luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel” y a ella le anuncia la eminente cooperación que tendrá en la obra redentora. Por eso, aparece entre las columnas del templo, con el Hijo entre sus brazos, llevando el par de palomas que entonces ofreció y con la candela encendida que significa la identidad del que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Como la mujer descrita en el Apocalipsis, está coronada de estrellas y con la luna bajo sus pies (cf Lc 2,22-32; Jn 1,9; Ap 12,1).

El drama de la historia es que Dios envió la Luz al mundo y el mundo no la recibió (cf Jn 1,11). Al celebrar, el 2 de febrero, la solemnidad de la Presentación del Señor y honrar ese día a la Santísima Virgen María como nuestra Patrona en la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria, aprendamos de ella a recibir la luz que es Cristo. Luz que le da sentido a nuestra vida, luz que esclarece las fronteras entre el bien y el mal, luz que nos guía a través de las vicisitudes de la vida, luz que nos hace ver todo lo que nos une y nos hace responsables de los demás, luz que nos proyecta a la eternidad.

Acompañados por María, que entrega la Luz al mundo y que es tan querida por nuestro pueblo, en Medellín podríamos llegar a tener paz. La necesitamos, la estamos buscando, hemos hecho esfuerzos por construirla, pero todavía sufrimos muchas formas de violencia y no logramos superar las causas que la producen. Esta celebración debemos aprovecharla como una oportunidad para recordar algunas lecciones concretas y esenciales del Evangelio que nos urge aprender: valorar toda vida humana, respetar la dignidad de cada persona, compartir lo que tenemos para remediar el mal intolerable de la inequidad, perdonar las ofensas para que no se prolongue la espiral del odio, vivir la alegría de la fraternidad.

De otra parte, también siguiendo el ejemplo y contando con la intercesión de Nuestra Señora, nos urge crecer en la fe cristiana. Es decir, asumir con decisión y coherencia esa forma de vida que nos relaciona filialmente con Dios; que nos pone cada día en un proceso de creación personal, es decir, de santidad; que nos compromete con la construcción de una sociedad más justa y más humana; que nos hace capaces de experimentar aún en los momentos de tribulación el amor de Dios; que nos lleva a ser misioneros creativos e incansables de la posibilidad que tiene toda persona, a partir de la Resurrección del Señor, de ser libre y feliz.


Fuente - Texto tomado ARQMEDELLIN.CO:






Primera parroquia de Medellín. Inaugurada en 1776. La cúpula es de 1860 y las torres del frontis son de 1887. Fue catedral de la Arquidiócesis de Medellín entre 1868 y 1931. En 1970 recibió el título de Basílica Menor. Declarada Monumento Nacional en 1998.

De las millones de hostias que se fabrican al mes en este país de creyentes, practicantes, no practicantes y escépticos que dan gracias al Señor, más de cien mil son entregadas en la parroquia de Nuestra Señora de La Candelaria. La más antigua de Medellín, la más representativa, la más central de la ciudad, enmarcada entre la calle 49 y la carrera 50, donde todo esto empezó.

A La Candelaria no le faltan fieles. Aunque no tenga su propia feligresía, esa población flotante que vive, trabaja o transita por el Centro no la abandona. Comerciantes, amas de casa, mensajeros, obreros, empleados, desempleados, todos devotos, llenan las bancas durante cada una de las 228 eucaristías que se realizan al mes, y hacen uso debido de la confesión permanente y de la comunión que esta parroquia ofrece sin necesidad de asistir a misa, en las mañanas, cada quince minutos.

La celebración de otros sacramentos es más bien escasa. Los bautizos, que a comienzos del siglo XX superaron el millar por año, pasaron a ser unos cincuenta en los últimos tiempos; los matrimonios, si mucho, alcanzan a ser cinco al año y las exequias son exiguas.

Pero no siempre fue así. Cuando Medellín aún era un pueblo, todo pasaba por La Candelaria. Las fiestas patronales eran el evento popular más importante, y a veces se extendían hasta por ocho días en los que no faltaban viandas, tabaco, aguardiente, chirimía y fuegos artificiales.




Otra fue la fiesta en 1838, cuando se instaló el reloj que ha marcado las horas durante años y que en su momento era el único que existía. Cuentan los cronistas que el montaje del reloj, donado por Tyrrel Moore, fue celebrado con música, cohetes y repique de campanas en todas las iglesias de la ciudad; en los días siguientes, la multitud de curiosos se estacionaba en la plaza para ver girar los punteros y oír extasiada el toque de las horas.

Inquietud y regocijo similares generaron “Las Pascasias”, las campanas actuales, donadas por el empresario Pascasio Uribe. Según cuentan, don Pascasio las pidió a Nueva York con las siguientes especificaciones: una de veinticinco quilates con un peso de dos mil 500 libras, otra de veinte quilates y dos mil libras, y la tercera de quince quilates y mil 500 libras. En su monografía histórica de esta parroquia, monseñor Javier Piedrahita dice que las campanas costaron 7.746 pesos y la instalación 500. Ya imaginará el lector el jolgorio cuando sonaron por primera vez el 1 de febrero de 1890, víspera de las fiestas patronales.




La Candelaria tiene otros motivos de orgullo. Su famoso sagrario, por ejemplo. Su estructura, hecha en plata labrada, fue premiada y admirada por los emperadores Napoleón III de Francia, Guillermo I de Alemania y Francisco José de Austria en la Exposición Universal de París en 1867. Vino a parar aquí gracias a que el padre José Dolores Jiménez lo compró, luego de que la Catedral de Arequipa, adonde estaba destinado, no pudiera pagarlo.




Hoy el sagrario sigue siendo admirado, junto con el altar frontal, también de plata, y el cuadro de la Virgen de La Candelaria donado por la reina de España, doña Mariana de Austria, en 1675, cuando Medellín recibió el título de villa.


Fuente - Texto tomado de CENTRODEMEDELLIN.CO: