domingo, 3 de diciembre de 2023

Santa Bárbara - Virgen y Mártir Siglo III - Fiesta Diciembre 4

 

Santa Bárbara


Una antigua tradición escrita en griego en el siglo VII cuenta lo siguiente acerca de Santa Bárbara:

Según la leyenda habría nacido en Nicomedia, cerca del mar de Mármara. Era hija de un tipo de tremendo malgenio llamado Dióscoro. Como ella no quería creer en los ídolos paganos de su padre, éste la encerró en un castillo, al cual le había mandado colocar dos ventanas. En ausencia de su padre, Bárbara es convertida al catolicismo.




La santa mandó a los obreros a que añadieran una tercera ventana para acordarse de las Tres Divinas personas de la Santísima Trinidad. Pero ésto enfureció más a su incrédulo papá.

El furioso Dióscoro, como su hija no aceptaba casarse con ningún pagano o no creyente, permitió que la martirizaran los enemigos de la religión, cortándole la cabeza con una espada. 

Su martirio fue el mismo que el de San Vicente Mártir: habría sido atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos de cerámica cortantes, quemada con hierros al fuego... Cada versión distinta cambia, añade o quita torturas. 




Por eso la pintan con una espada, y con una palma (señal de que obtuvo la palma del martirio) y con una corona porque se ganó el reino de los cielos.

Y dice la antigua tradición que cuando Dióscoro bajaba del monte donde habían matado a su hija, le cayó un rayo y lo mató. Por eso a Santa Bárbara le reza la gente para verse libre de los rayos de las tormentas. Dicen que junto a ella fue martirizada su amiga Juliana, y que en su sepulcro se obraron muchos milagros.

También añade la antigua tradición que lo último que Santa Bárbara pidió a Dios fue que bendijera y ayudara a todos los que recordaran su martirio.


Fuente - Texto tomado de EWTN:

San Juan Damasceno - Obispo y Doctor de la Iglesia - Año 749 - Fiesta Diciembre 4

    



Se le llama "Damasceno", porque era de la ciudad de Damasco (en Siria).

Su fama se debe principalmente a que él fue el primero que escribió defendiendo la veneración de las imágenes.

Era hijo de un alto empleado del Califa de Damasco, y ejerció también el importante cargo de ministro de Hacienda en esa capital. Pero de pronto dejó todos sus bienes, los repartió entre los pobres y se fue de monje al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén, y allí se dedicó por completo a leer y escribir. Juan se dio cuenta de que Dios le había concedido una facilidad especial para escribir para el pueblo, y especialmente para resumir los escritos de otros autores y presentarlos de manera que la gente sencilla los pudiera entender.

Al principio sus compañeros del monasterio se escandalizaban de que Juan se dedicara a escurrir versos y libros, porque ese oficio no se había acostumbrado en aquella comunidad. Pero de pronto cambiaron de opinión y le dieron plena libertad de escribir (dice la tradición que este cambio se debió a que el superior del monasterio oyó en sueños que Nuestro Señor le mandaba dar plena libertad a Damasceno para que escribiera).




En aquel tiempo un emperador de Constantinopla, León el Isaúrico, dispuso prohibir el culto a las imágenes, metiéndose él en los asuntos de la Iglesia, cosa que no le pertenecía, y demostrando una gran ignorancia en religión, como se lo probó en carta famosa el Papa Gregorio II. Y fue entonces cuando le salió al combate con sus escritos San Juan Damasceno. Como nuestro santo vivía en territorios que no pertenecían al emperador (Siria era de los Califas mahometanos), podía escribir libremente sin peligro de ser encarcelado. Y así fue que empezó a propagar pequeños escritos a favor de las imágenes, y estos corrían de mano en mano por todo el imperio.




El iconoclasta León el Isaúrico, decía que los católicos adoran las imágenes (se llama iconoclasta al que destruye imágenes). San Juan Damasceno le respondió que nosotros no adoramos imágenes, sino que las veneramos, lo cual es totalmente distinto. Adorar es creer que una imagen es un Dios que puede hacernos milagros. Eso sí es pecado de idolatría. Pero venerar es rendirle culto a una imagen porque ella nos recuerda un personaje que amamos mucho, por ejemplo:










Los católicos no adoramos imágenes (no creemos que ellas son dioses o que nos van a hacer milagros. Son sólo yeso o papel o madera, etc.) pero sí las veneramos, porque al verlas recordamos cuánto nos han amado Jesucristo o la Virgen o los santos. Lo que la S. Biblia prohíbe es hacer imágenes para adorarlas, pero no prohíbe venerarlas (porque entonces en ningún país podían hacerse imágenes de sus héroes y nadie podría conservar el retrato de sus padres).

San Juan Damasceno decía en sus escritos:




"Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen"


Dicen autores muy antiguos que el emperador León, por rabia contra San Juan Damasceno por lo bien que escribía en favor de las imágenes, mandó a traición que le cortaran la mano derecha, con la cual escribía.




Pero el santo que era devotísimo de la Santísima Virgen, se encomendó a Ella con gran fe y la Madre de Dios le curó la mano cortada y con esa mano escribió luego sermones muy hermosos acerca de Nuestra Señora.


Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:

Juicio moral sobre el terrorismo


El terrorismo es un rostro cruel de la cultura de la muerte que desprecia la vida humana por pretender el poder a cualquier precio.


Por: Conferencia Episcopal Española | Fuente: Catholic.net 


¿Soy yo acaso el guardián
de mi hermano? (Gn 4, 9)




Con esta frase Caín se niega a aceptar la responsabilidad de la suerte de Abel y esconde la tragedia de un asesinato que quiere ocultar. Si Adán buscó esconderse de Dios después de haber pecado, Caín busca escapar de la responsabilidad ante su crimen. Un elemento fundamental de la actividad terrorista es tratar de eludir el juicio moral de sus acciones justificándolas ideológicamente. Esto se hace, en particular, mediante el método que se denomina de la transferencia de la culpa, que consiste en culpabilizar a quienes se oponen al terrorismo de ser los causantes de la violencia que los terroristas mismos ejercen.





La Doctrina de la Iglesia nos da luz en este punto y nos permite calificar netamente al terrorismo como una realidad perversa en sí misma, que no admite justificación alguna apelando a otros males sociales, reales o supuestos. Es más, hace posible que apreciemos hasta qué punto el terrorismo es una estructura de pecado generadora ella misma de nuevos y graves males.


a) El terrorismo es intrínsecamente perverso, nunca justificable




El Magisterio de la Iglesia es unánime al declarar que el terrorismo, tal como lo hemos definido anteriormente, es intrínsecamente malo, y que, por tanto, no puede ser nunca justificado por ninguna circunstancia ni por ningún resultado [1]. En este sentido, volvemos a repetir la condena que hicimos en 1986, en la Instrucción Pastoral Constructores de la paz:

“El terrorismo es intrínsecamente perverso, porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población y tiende a imponer violentamente el amedrentamiento, el sometimiento del adversario y, en definitiva, la privación de la libertad social” [2].

El terrorismo merece la misma calificación moral absolutamente negativa que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente, prohibida por la ley natural y por el quinto mandamiento del Decálogo: no matarás (Ex 20, 13). Los católicos saben que no pueden negar, o pasar por alto, este juicio sin contradecir su conciencia cristiana y, en consecuencia, sin ir contra la lógica de la comunión de la Iglesia [3].

Denunciar la inmoralidad del terrorismo forma parte de la misión de la Iglesia como un modo de defender la dignidad de la persona en un asunto de la máxima repercusión social. No se puede aceptar en el caso del terrorismo la posibilidad reconocida por la Doctrina social de la Iglesia de la legitimidad de una revolución violenta cuando se la considera el único medio de defensa ante una injusta opresión sistemática y prolongada [4].

La calificación moral del terrorismo, absolutamente negativa, se extiende, en la debida proporción, a las acciones u omisiones de todos aquellos que, sin intervenir directamente en la comisión de atentados, los hacen posibles, como a quienes forman parte de los comandos informativos o de su organización, encubren a los terroristas o colaboran con ellos; a quienes justifican teóricamente sus acciones o verbalmente las aprueban. Debe quedar muy claro que todas estas acciones son objetivamente un pecado gravísimo que clama al cielo (Gn 4, 10) [5].

El llamado “terrorismo de baja intensidad” o “kale borroka” merece igualmente este juicio moral negativo. En primer lugar, porque sus agentes actúan movidos por las mismas intenciones totalitarias del terrorismo propiamente dicho. En segundo lugar, porque las actuaciones de este terrorismo de baja intensidad están frecuentemente coordinadas con las del terrorismo de ETA, ya que en la lucha callejera se preparan sus futuros agentes, como demuestra la experiencia, y con ella se destruye abusivamente el patrimonio común, se perturba la paz de los ciudadanos y se amenaza su seguridad y libertad. Ninguna consideración puede justificar esta forma de violencia, mantenida artificialmente, con el fin de sostener la influencia del terrorismo y extender socialmente sus ideas.

La presencia de razones políticas en las raíces y en la argumentación del terrorismo no puede hacer olvidar a nadie la dimensión moral del problema. Es ésta la que debe guiar e iluminar a la razón política al afrontar el problema del terrorismo. El olvido de la dimensión moral es causa de un grave desorden que tiene consecuencias devastadoras para la vida social. Siempre existirán pretendidas o reales razones políticas que resulten capaces de seducir el juicio de algunos presentando como comprensible e incluso plausible el recurso al terrorismo. Pero lo que es necesario aclarar es que nunca puede existir razón moral alguna para el terrorismo. Quien, rechazando la actuación terrorista, quisiera servirse del fenómeno del terrorismo para sus intereses políticos cometería una gravísima inmoralidad. Esto supondría aceptar una vez más el principio inmoral: “El fin justifica cualquier medio” (cf. Rm 3, 8) [6].




Tampoco es admisible el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna responsabilidad en la sociedad. No se puede ser “neutral” ante el terrorismo. Querer serlo resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público. La necesidad moral de las condenas no se mide por su efectividad a corto ni largo plazo, sino por la obligación moral de conservar la propia dignidad personal y la de una sociedad agredida y humillada.


b) El terrorismo es una ”estructura de pecado”




Al emitir el juicio de moralidad sobre el terrorismo, es necesario precisar (como hemos hecho) que se trata de un acto intrínsecamente perverso. Pero con esta afirmación no está aún suficientemente explicitada la maldad moral del terrorismo.

La multiplicación y continuidad de acciones criminales, el intento de justificarlas mediante la propaganda política y la transferencia de la culpa, que pretende presentar tales acciones como respuesta a una violencia originaria, dan lugar a una estructura de violencia moralmente perversa. Esta conjunción entre el terror y la ideología va más allá de las acciones criminales concretas que los terroristas perpetran. Además, persigue y, desgraciadamente, consigue con frecuencia, una perversión sistemática de las conciencias. Por tanto, al hablar del terrorismo debemos entenderlo como una estructura de pecado. “Las “estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un pecado social” [7]. Siguiendo la doctrina de Juan Pablo II, una estructura de pecado es el resultado de una efectiva intención de alcance social que se dirige no sólo a la comisión de actos intrínsecamente malos, sino que busca la deformación generalizada de las conciencias para la extensión de su maldad de modo estable. O, en palabras del propio Papa, estructura de pecado es:

“La suma de factores negativos, que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, y parece crear, en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar” [8].

Más en concreto, se pueden aplicar al terrorismo las siguientes afirmaciones de Juan Pablo II, referidas a la “cultura de la muerte”, reiteradamente denunciada por él. La maldad del terrorismo no se circunscribe sólo a los actos que realiza.

“También se cuestiona, en cierto sentido, la ′conciencia moral′ de la sociedad. Ésta es de algún modo responsable, no sólo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la “cultura de la muerte”, llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas “estructuras de pecado” contra la vida. La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida” [9].

La presencia del terrorismo difunde en su entorno una verdadera “cultura de la muerte” en la medida en que desprecia la vida humana, rompe el respeto sagrado a la vida de las personas, cuenta con la muerte injusta y violenta de personas inocentes como un medio provechoso para conseguir unos fines determinados e impulsar de este modo un falso desarrollo de la sociedad. La vida humana queda así degradada a un mero objeto, cuyo valor se calcula en relación con otros bienes supuestamente superiores [10].

En definitiva, el terrorismo es un rostro cruel de la “cultura de la muerte” que desprecia la vida humana por pretender el poder “a cualquier precio” [11], y que coloniza las conciencias instalándose en ellas como si se tratara de un modo normal y humano de ver las cosas.


c) La extensión del mal: odio y miedo sistemáticos







El terrorismo busca dos efectos directos y negativos en la sociedad: el miedo y el odio. El miedo debilita a las personas. Obliga a muchos a abdicar de sus responsabilidades, al convertirse en objeto de posibles acciones violentas. No nos referimos sólo a los asesinatos, sino también a las amenazas, insultos y actos violentos que hacen imposible en la vida cotidiana la convivencia en paz y libertad, hasta el extremo de comprometer la propia legitimidad de los procedimientos democráticos. No pocos son víctimas de una espiral de terror o de extorsión económica, soportadas dolorosamente. Ceder al chantaje de la violencia, por temor, lleva a la sociedad (individuos, grupos, instituciones, partidos políticos) a no enfrentarse con suficiente claridad al terrorismo y a su entorno, de forma que los terroristas monopolizan, con frecuencia, el dinamismo de la vida social y el significado político de algunos acontecimientos. Además, se llega a aceptar como inevitables violencias menores que extienden el clima de crispación y confrontación.

El miedo favorece el silencio. En una sociedad en la que la violencia y su presencia cercana acumulan la tensión, determinados asuntos no pueden abordarse en público por miedo a graves consecuencias. Esto se nota sobre todo en el uso tergiversado del lenguaje. El peor de los silencios es el que se guarda ante la mentira [12], pues tiene un enorme poder de disolver la estructura social. Un cristiano no puede callar ante manipulaciones manifiestas. La cesión permanente ante la mentira comporta la deformación progresiva de las conciencias.

Junto con el miedo, el terrorismo busca intencionadamente provocar y hacer crecer el odio para alimentar una espiral de violencia que facilite sus propósitos [13]. En primer lugar, atiza el odio en su propio entorno, presentando a los oponentes como enemigos peligrosos. Fomenta con insistencia el recuerdo de los agravios sufridos y exagera las posibles injusticias padecidas. Ya se sabe que presentar un enemigo a quien odiar es un medio eficaz para unir fuerzas, por un sentido grupal de defensa en común.

En este contexto, la legítima represión de los actos de terrorismo por parte del Estado es interpretada como una opresión insufrible de un poder violento o de una potencia extranjera. Por el contrario, la verdad que debemos recordar es que la autoridad legítima debe emplear todos los medios justos y adecuados para la defensa de la convivencia pacífica frente al terrorismo.

Más allá de su propio entorno, los terroristas tratan también de provocar el odio de quienes consideran sus enemigos, con el fin de desencadenar en ellos una reacción inmoderada que les sirva de autojustificación y les permita continuar con su estrategia de extensión del terror y de transferencia de la culpa.

La espiral del odio y del terror se manifiesta, en particular, en sensibilidades exacerbadas a las que les es difícil hacer un análisis de la realidad. Genera así un clima de crispación en el que cualquier detalle hace surgir una respuesta violenta, también la violencia verbal. La implantación del odio y de la tensión en la vida social es, evidentemente, un triunfo notable del terrorismo. Reaccionar con odio indiscriminado frente a los crímenes de ETA, en la medida en que divide a la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables, es favorecer los fines de los terroristas, aceptar sus tesis del conflicto irremediable, preparar y facilitar la aceptación y el reconocimiento de las pretensiones rupturistas.

Otra consecuencia perniciosa de la espiral del odio y del miedo que el terrorismo genera es la “politización” perversa de la vida social, es decir, la consideración de la vida social únicamente en función de intereses de poder. De este modo la tensión se extiende a los hechos más nimios de la vida cotidiana: todo resulta relevante para la descalificación de aquellos cuya opción política no coincida con los planteamientos auspiciados por los terroristas. Esta presión del día a día juega un papel decisivo en la deformación de las conciencias que conduce a relativizar el juicio moral que el terrorismo merece.

Un aspecto especialmente importante en el que se evidencia esta perversa “politización” es el olvido que, con frecuencia, sufren las víctimas del terrorismo y su drama humano. Atender a las personas golpeadas por la violencia es un ejercicio de justicia y caridad social y un camino necesario para la paz. Tampoco los presos por terrorismo dejan de ser objeto de una “politización” ideológica que oscurece su problema humano. La Iglesia reconoce sin ambages la legitimidad de las penas justas que se les imponen por sus crímenes, a la vez que defiende, con no menos fuerza, el respeto debido a su dignidad personal inadmisible.

El terrorismo se muestra como una “estructura de pecado”, y es una cultura, un modo de pensar, de sentir y de actuar, aún en los aspectos más corrientes del vivir diario, incapaz de valorar al hombre como imagen de Dios (cf. Gn 1, 27; 2, 7). Y cuando esa cultura arraiga en un pueblo, todo parece posible, aún lo más abyecto, porque nada será sagrado para la conciencia.

Al pronunciar nuestro juicio moral queremos mostrar que es posible una valoración neta y definitiva del terrorismo, por encima de las circunstancias coyunturales de un momento histórico.

De la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española: Valoración moral del terrorismo. Noviembre de 2002.


Notas:


[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2297; cf. Juan Pablo II, Mensaje en el Aniversario del 11-S, (14.9.2002).

[2] Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral Constructores de la paz, 96, Edice, Madrid 1986, 55; cf. Juan Pablo II, Homilía en Drogheda (Irlanda) (29.9.1979).

[3] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica, Evangelium vitae, 57, afirmación que goza de la calificación de doctrina de fe divina y católica; cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal aclaratoria de la fórmula conclusiva de la profesión de fe (29.VI.1998), 5 y 11: Ecclesia 2.902 (18. VII. 1998) 1086-1089.

[4] Cf. Pablo VI, Carta Encíclica Populorum progressio 31; cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Libertatis conscientiae, 79.

[5] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1867.

[6] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 80.

[7] Catecismo de la Iglesia Católica, 1869.

[8] Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, 36; Id., Exhortación Apostólica Reconciliatio et Poenitentia, 16.

[9] Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium vitae, 24.

[10] El Papa Juan Pablo II ha recordado cómo del olvido de Dios se sigue el desprecio de la vida humana; Carta Encíclica Evangelium vitae, 22: “... cuando se pierde el sentido de Dios, también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado, como afirma lapidariamente el Concilio Vaticano II: «La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida» [Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 36]. El hombre no puede ya entenderse como «misteriosamente otro» respecto a las demás criaturas terrenas; se considera como uno de tantos seres vivientes, como un organismo que, a lo sumo, ha alcanzado un estadio de perfección muy elevado. Encerrado en el restringido horizonte de su materialidad, se reduce de este modo a «una cosa», y ya no percibe el carácter trascendente de su «existir como hombre». No considera ya la vida como un don espléndido de Dios, una realidad «sagrada» confiada a su responsabilidad y, por tanto, a su custodia amorosa, a su «veneración». La vida llega a ser simplemente «una cosa», que el hombre reivindica como su propiedad exclusiva, totalmente dominable y manipulable”.

[11] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, 37.

[12] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 1.

[13] Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (12.1.1979): “vencer el virus de la violencia manifestado en formas de terrorismo y represalias invita a desterrar el odio”.


Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Santa Misa - Primer Domingo de Adviento - Diciembre 3 de 2023





Igualmente, ofrezcamos el rezo del Santo Rosario y el Santo VíaCrucis a Dios, por intercesión de la Virgen María, por el fin de los fenómenos naturales y terribles acontecimientos a nivel mundial. También por las intenciones de todos y cada uno de ustedes:












Unámonos todos como Iglesia Militante y Peregrina, y asistamos virtualmente a la Santa Misa, junto a Jesús en su Calvario, con profunda fe y recogimiento.


Elevemos a Dios nuestras oraciones y peticiones personales, también por las de nuestros familiares, amigos y el mundo entero.


Igualmente, pidamos perdón por nuestros pecados, procuremos la conversión de nuestras vidas, y cuando la Iglesia Católica lo permita y abra nuevamente las puertas de los templos, busquemos a Dios a través del Sacramento de la Reconciliación "Penitencia o Confesión", y recibamos la gracia de su perdón y su amoroso abrazo de Padre, que recibe a sus hijos pródigos que regresan a Él, ÚNICO PADRE que sí nos ama verdaderamente.


Recordemos lo más sublime: recibir en estado de gracia al Señor Dios en su Presencia Real, en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía (Hostia Consagrada), en la totalidad de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el santísimo sacrificio incongruento, como memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.







Dios nos colme de abundantes bendiciones a todos, la Santísima Virgen María interceda por nosotros, y San José, protector de la Iglesia Católica Universal, defienda a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas del demonio y de todos sus enemigos, además de toda adversidad.


Muchas gracias a todos ustedes por su gentil atención.


Video tomado de YOUTUBE:


Fuente - Texto de la Comunión Espiritual tomada de ACIPRENSA.COM:
https://www.aciprensa.com/recursos/comunion-espiritual-682

San Francisco Javier - Misionero - Año 1552 - Fiesta Diciembre 3

  



Francisco nació cerca de Pamplona (España) en el castillo de Javier, en el año 1506. Fue enviado a estudiar a la Universidad de París, y allá se encontró con San Ignacio de Loyola, el cual se le hizo muy amigo y empezó a repetirle la famosa frase de Jesucristo:




"¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?"


Este pensamiento lo fue liberando de sus ambiciones mundanas y de sus deseos de orgullo y vanidad, y lo fue encaminando hacia la vida espiritual. Aquí se cumplió a la letra la frase del Libro del Eclesiástico:




"Encontrar un buen amigo es como encontrarse un gran tesoro"


La amistad con San Ignacio transformó por completo a Javier. Francisco fue uno de los siete primeros religiosos con los cuales San Ignacio fundó la Compañía de Jesús o Comunidad de Padres Jesuitas. Ordenado sacerdote colaboró con San Ignacio y sus compañeros en enseñar catecismo y predicar en Roma y otras ciudades. El Sumo Pontífice pidió a San Ignacio que enviara algunos jesuitas a misionar en la India. Fueron destinados otros dos, pero la enfermedad les impidió marchar, y entonces el santo le pidió a Javier que se quisiera embarcar para tan remotas tierras. Él obedeció inmediatamente y emprendió el larguísimo viaje por el mar. En el barco aprovechó esas interminables semanas, para catequizar lo más posible a los marineros y viajeros.


San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier


Con San Javier empezaron las misiones de los jesuitas. Son impresionantes las distancias que Francisco Javier recorrió en la India, Indostán, Japón y otras naciones. A pie, solamente con el libro de oraciones, como único equipaje, enseñando, atendiendo enfermos, obrando curaciones admirables, bautizando gentes por centenares y millares, aprendiendo idiomas extraños, parecía no sentir cansancio. Por las noches, después de pasar todo el día evangelizando y atendiendo a cuanta persona le pedía su ayuda, llegaba junto al altar y de rodillas encomendaba a Dios la salvación de esas almas que le había encomendado. Si el sueño lo rendía, se acostaba un rato en el suelo junto al sagrario, y después de dormir unas horas, seguía su oración. De vez en cuando exclamaba:


"Basta Señor: si me mandas tantos consuelos me vas a hacer morir de amor"


Con razón su palabra tenía efectos fulminantes para convertir. Era que llegaba precedida de muchas oraciones y acompañada de costosos sacrificios. Algunas noches no era capaz de levantar su mano derecha. Tan cansada estaba de tanto bautizar a los que se habían convertido con sus predicaciones. La gente lo consideraba un verdadero santo y le llevaban sus enfermos para que los bendijera. Cuando se conseguían curaciones milagrosas, él consideraba que ésto se debía a otras causas y no a su santidad, o a su poder de intercesión. Desde 1510 Goa era una ciudad portuguesa en la India. Y allá puso su centro de evangelización nuestro santo (en esa ciudad se conservan ahora sus restos). Empezó a ganarse la buena voluntad de las gentes con su gran amabilidad, a uno de sus compañeros le escribía:




"Hágase amar y así logrará influir en ellos. Si emplea la amabilidad y el buen trato verá que consigue efectos admirables"


Estableció clases de catecismo para niños y adultos. Popularizó la costumbre de confesarse y comulgar. Enseñaba la religión por medio de hermosos cantos que los fieles repetían con verdadero gusto. Por 13 veces consecutivas hizo larguísimos viajes por la nación enseñando la religión cristiana a esos paganos, que nunca habían oído hablar de ella. Francisco se esmeraba por asemejarse lo más posible a la vida pobre de las gentes que le escuchaban. Visitó muchas islas y en cada una de ellas enseñó la religión cristiana. Sus viajes eran penosos y sumamente duros, pero escribía:




"En medio de todas estas penalidades e incomodidades, siento una alegría tan grande y un gozo tan intenso que los consuelos recibidos no me dejan sentir el efecto de las duras condiciones materiales y de la guerra que me hacen los enemigos de la religión"


Podría repetir la frase de San Pablo:


"Sobreabundo en gozo en medio de mis tribulaciones"


Su gran anhelo era poder misionar y convertir a la gran nación china. Pero allá estaba prohibida la entrada a los blancos de Europa. Al fin consiguió que el capitán de un barco lo llevara a la isla desierta de San Cian, a 100 km. de Hong-Kong, pero allí lo dejaron abandonado, y se enfermó y consumido por la fiebre, en un rancho tan maltrecho, que el viento entraba por todas partes, murió el 3 de diciembre de 1552, pronunciando el nombre de Jesús. Tenía sólo 46 años. Cuando más tarde quisieron llevar sus restos a Goa, encontraron su cuerpo incorrupto (y así se conserva). Francisco Javier fue declarado santo por el Sumo Pontífice en 1622 (junto con Santa TeresaSan IgnacioSan Felipe Neri y San Isidro).

El Papa Pío X nombró a San Francisco Javier como Patrono de todos los Misioneros, porque fue sin duda uno de los misioneros más grandes que han existido. Ha sido llamado: "El gigante de la historia de las misiones". La oración del día de su fiesta dice así:


"Señor, tú has querido
que varias naciones
llegaran al conocimiento de la
verdadera religión por medio de la
predicación de San Francisco Javier"


Ésto es un gran elogio. Empezó a ser misionero a los 35 años y murió de sólo 46. En 11 años recorrió la India (país inmenso), el Japón y varios países más. Su deseo de ir a Japón era tan grande que exclamaba:


"Si no consigo barco, iré nadando"


Fue un verdadero héroe misional.


Francisco Javier:
maravilloso misionero,
pídele a Dios que conceda
un espíritu como el tuyo
a todos los misioneros del mundo.

Piensa en el final de tu vida y
evitarás muchos pecados
(S. Biblia Ecl. 7, 36)


Fuente - Texto tomado de EWTN:
https://www.ewtn.com/es/catolicismo/santos/francisco-javier-14878

Germán el Sabio - Un santo discapacitado despreciado por la humanidad pero amado por Dios y la Virgen María

  



El pequeño monstruo que se convirtió en Germán el Sabio,
por Fabrice Hadjadj


Por INFOVATICANA | 27 de Noviembre de 2021


¿Quién habría imaginado que las incomprensibles palabras de Hermannus Contractus serían escuchadas por papas y emperadores?

(Tempi)- Hoy en día no le dejarían nacer, ya sea por compasión forzada, ya sea porque una flor que no está destinada a abrirse no debe convertirse en un capullo. Dirían que su cuerpo expresa el rechazo al nacimiento. Con sus piernecitas plegadas como las de una rana, sus bracitos retraídos como alas de pollo, se encoge como si, fuera del vientre de su madre, quisiera conservar la posición fetal. «¿Por qué me dejaste salir?», acusa en silencio. «¡Mírame! Fui hecho para ser concebido en una calavera, similar a una idea que muere sin convertirse en algo en el mundo, similar a los proyectos que pasan como sueños…». Pero ocurre que la propia pesadilla se convierte en una feliz realidad. Aquí está, un montón de carne tirada en el establo de un monasterio en el lago de Constanza. Tiene quizás cuarenta años. Hace el gesto acordado para que el hermano Bertoldo lo lleve a su celda como si fuera un bebé. Ha escuchado en su interior las primeras palabras y notas de un cántico a la Virgen. Las dictará a través de la masa de una boca que forma más saliva que sílabas.

En el siglo XI no existían las ecografías, ese gravoso conocimiento de nuestro tiempo por el que pretendemos ver en el vientre de las madres como en una bola de cristal. El 18 de julio del año de gracia de 1013, cuando Hiltrude de Alsthausen dio a luz podía esperar cualquier cosa, incluso su propia muerte. Pero no se esperaba esta bolita morada con los muslos tan apretados que pasa un rato antes de que la comadrona declare con voz todavía vacilante: «Es un niño…».

Pronto se da cuenta de que nunca podrá caminar. A decir verdad, nunca será capaz de sentarse. Y sus labios crispados ante su primer grito emitirán sonidos que un oído poco atento tomará por gemidos a medio camino entre el bramido de un ciervo y el gruñido de un cerdo. Su madre no duda en sentirse unida a él. Aunque parece carecer de fuerza, ella le da el nombre de Hermann, que significa «el hombre fuerte». Su padre, el señor suabo Wolfrad, decide confiarlo a los monjes de Reichenau. Lo acogieron como un hombre pobre y, al mismo tiempo, como el hijo de un hombre rico. Es dura esta ley de Dios que obliga a reconocer a un hermano en semejante deshecho, es dura, pero se consuelan con el hecho de que Wolfrad paga por él una rica pensión. Nadie se imagina que el deshecho pronto demostrará ser una rara perla. ¿Quién iba a imaginar que Hermannus Contractus, Hermann el Contrahecho (o el Cojo) sería también llamado Germán el Sabio, y que tanto el papa León IX como el emperador Enrique III acudirían a él en busca de consejo?

«Sus miembros estaban tan rígidos», escribe Bertoldo, «que no podía moverse sin ayuda, ni siquiera ponerse de lado. Aunque su lengua estaba paralizada y solo era capaz de pronunciar palabras inconexas y apenas inteligibles, era, para sus alumnos, un maestro inspirado y entusiasta». Su sabiduría debió de ser profunda y gozosa para que tanta gente compitiera en la interpretación de la efervescencia de sus babas.

Como en el cuento, la rana se transformó en príncipe; pero a diferencia de él, conservó la apariencia de rana. Hermann es el inventor de un astrolabio, una calculadora, numerosos relojes y varios instrumentos de cuerda. En la biblioteca hay un tratado suyo sobre geometría, otro sobre los vicios (que Bertoldo define como jucundulus, es decir, «jovial»), y un tercero sobre música, ya que, silbando el «la» y batiendo el ritmo con el dedo meñique, es un gran maestro de coro. También está su Chronicon, una historia desde el nacimiento de Cristo hasta la época de Hermann, porque al fin y al cabo cada uno de nosotros constituye el final último del tiempo. Todos los hechos del pasado han confluido para que seamos nosotros, los encargados del presente, responsables de todo lo padecido y celebrado para llevarlo al día más allá de los días.

Por último, y lo más importante, Hermann escribió un epitafio para su madre, la que dio a luz al monstruo, y compuso la Salve Regina, la que dio a luz a Dios. Morirá un año después. Nace en él este canto: Salve Regina, mater misericordiæ… Madre de misericordia. Es casi redundante. «Misericordia» en hebreo se dice rahamim, que significa «entrañas», «vientre». Y la misericordia es para los miserables. Las entrañas de María son para las entrañas de Hiltrude. Poco importaría que el pequeño monstruo se hubiera convertido en un hijo pródigo. Si los labios de Hermann no hubieran sido más elocuentes que dos caracoles que no dejan ningún rastro, aun así el Verbo se haría carne por él y aún así toda la historia confluiría hacia su improbable nacimiento, para que la misericordia vuelva a agarrarnos por las entrañas.


Publicado por Fabrice Hadjadj en Tempi.


Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.


Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:


Breve biografía


San Hermann Contractus


Fiesta: 25 de septiembre


Nacido el 18 de febrero de 1013 en Altshausen (Suabia), St. Hermann Contractus nació lisiado e incapaz de moverse sin ayuda. Fue una inmensa dificultad para él aprender a leer y escribir, sin embargo persistió y pronto se manifestaron su voluntad de hierro y su notable inteligencia.

Al descubrir la brillantez de la mente de su hijo, su padre, el Conde Wolverad II, lo envió a la edad de siete años a vivir con los monjes benedictinos en la isla de Reichenau al sur de Alemania.

Vivió toda su vida en la isla, tomando sus votos monásticos en 1043.

Estudiantes de todas partes de Europa acudieron en masa al monasterio de la isla para aprender de él, pero era igualmente famoso por sus virtudes monásticas y su santidad.

Hermann hizo una crónica de los primeros mil años del cristianismo, fue matemático, astrónomo y poeta, y también fue el compositor de la Salve Regina y Alma Redemptoris Mater, ambos himnos a la Virgen María. 

Murió en la isla el 21 de septiembre de 1054.




Fuente - Texto tomado de CATHOLICNEWSAGENCY.COM:


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