viernes, 29 de octubre de 2021

¡INSÓLITO! El Papa Francisco y Joe Biden hablan de casi todo, salvo del aborto



Por Carlos Esteban | 29 de Octubre de 2021


No hubo directo, una decisión de última hora, pero tenemos algo de vídeo de la audiencia (más de 70 minutos) concedida por el Santo Padre al presidente Biden, y la nota con los temas que han tratado, entre los que destaca por su ausencia el aborto.

“En el transcurso de sus cordiales conversaciones, se ha hablado del compromiso común con la protección y el cuidado del planeta, de la situación sanitaria y la lucha contra la pandemia del Covid-19, así como del tema de los refugiados y la asistencia a los migrantes”, se lee en la nota facilitada por la Santa Sede. “También se hizo referencia a la protección de los derechos humanos, incluido el derecho a la libertad de religión y de conciencia”.


Ninguna mención al aborto


Ahora, esta ausencia es más que medianamente desconcertante. El Santo Padre no solo ha hecho numerosas declaraciones condenando el aborto -lo que no debería ser noticia en un Papa-, sino que parece genuinamente preocupado y horrorizado por una práctica que ha comparado a la contratación de un asesino a sueldo. Y he aquí que se reúne durante más de un hora con el hombre que ocupa la magistratura más poderosa del planeta (en teoría), que está impulsando el esfuerzo más agresivo de la historia de su país por extender el aborto y que, para redondear, resulta estar bajo la obediencia del Santo Padre al proclamarse católico, y “devoto católico”, por más señas. ¿Cómo es posible que se pase por alto algo así?




Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:






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Narciso nació a finales del siglo I en Jerusalén y se formó en el cristianismo bebiendo en las mismas fuentes de la nueva religión. Debieron ser sus catequistas aquellos que el mismo Salvador había formado o los que escucharon a los Apóstoles.

Era ya presbítero modelo con Valente o con el Obispo Dulciano. Fue consagrado obispo, trigésimo de la sede de Jerusalén, en el 180, cuando era de avanzada edad, pero con el ánimo y dinamismo de un joven. En el año 195 asiste y preside el concilio de Cesarea para unificar con Roma el día de la celebración de la Pascua. A Narciso (“sabor” en griego) se atribuye el milagro de la transformación del agua en aceite para las lámparas de su Iglesia, que se habían quedado secas el día de la Pascua. El rigor y la firmeza con la que operó provocaron la ira de sus calumniadores.

Permitió Dios que le visitara la calumnia. Tres de sus clérigos —también de la segunda o tercera generación de cristianos no pudieron resistir el ejemplo de su vida, ni sus reprensiones, ni su éxito. Se conjuraron para acusarle, sin que sepamos el contenido, de un crimen atroz. ¡Parece fábula que esto pueda pasar entre cristianos!

Viene el perdón del santo a sus envidiosos difamadores y toma la decisión de abandonar el gobierno de la grey, viendo con humildad en el acontecimiento la mano de Dios. Secretamente se retira a un lugar desconocido en donde permanece ocho años.

Dios, que tiene toda la eternidad para premiar o castigar, algunas veces lo hace también en esta vida, como en el presente caso. Uno de los maldicientes hace penitencia y confiesa en público su infamia. Regresa Narciso de su autodestierro y permanece ya acompañando a sus fieles hasta bien pasados los cien años (llegaría a cumplir 116 años). En este último tramo de vida le ayuda Alejandro, obispo de Flaviada en la Capadocia, que le sucede.




El vicio capital de la envidia presenta un cuadro de tristeza permanente ante la contemplación de los bienes materiales o morales que otros poseen. En lo moral, es pecado porque la caridad es amar y, cuando se ama, hay alegría con los bienes del amado. Cuando hay envidia no hay amor, hay egoísmo, desorden, pecado.




El envidioso vive acongojado así sin vida por el bien que advierte en el otro y que él anhela tener. En ocasiones extremas puede llegar a convertirse en una anomalía psíquica peligrosa ya que lleva a la ceguera y desesperación cuyas consecuencias van de la maledicencia al crimen, pasando por la calumnia y la traición: el envidioso se considera incapaz de alcanzar las cualidades ajenas; la estimación que los demás disfrutan es considerada como un robo del cariño que él merece; en la eficacia del trabajo ajeno, acompañado de éxito y merecidos triunfos, el envidioso ve intriga y apaño.

Ayer y hoy hubo y hay envidiosos. A los prójimos toca sufrir pacientemente las consecuencias:


Sin olvidar que la envidia
fue la causa humana
que llevó al Señor al Calvario






¡Gracias, San Narciso,
porque me das ejemplo
de paciencia ante la cruz!


Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Fuente - Texto tomado de VATICANINSIDER.LASTAMPA.IT:

Lo siento, Santo Padre, pero no le creo



Por Carlos Esteban | 29 de Octubre de 2021


Su Santidad ha grabado un videomensaje (en italiano, que parece haber sustituido al latín como idioma oficial de la Iglesia Universal) para la BBC en el que, como es costumbre, habla de la pandemia, del cambio climático y de la necesidad del globalismo, que califica de “horizonte luminoso”. Pero lo que dice no cuadra en absoluto.

Aún cuando no me cuadrara, si se tratara de un asunto de doctrina dudoso, podría rendir el juicio. Pero aquí, como sucede cada vez más a menudo en las alocuciones del pontífice, habla de cuestiones que se salen de su competencia y en las que, por tanto, su juicio no vale más que el de cualquier otro.

Viene a decir que la pandemia ha demostrado que este mundo de países que deciden autónomamente sobre las cosas que les afectan no funciona, y que la solución es avanzar hacia un modelo en el que las decisiones se tomen cada vez más de forma coordinada o por parte de organismos supranacionales.

Con todo respeto, Santidad: lo que parece deducirse a simple vista es sencillamente lo contrario de lo que plantea. Empieza diciendo: “Nuestras seguridades se han derrumbado, nuestro apetito de poder y nuestro afán de control se están desmoronando. Nos hemos descubierto débiles y llenos de miedos, sumergidos en una serie de “crisis”: sanitarias, ambientales, alimentarias, económicas, sociales, humanitarias, éticas”.

Quien haya seguido mínimamente el desarrollo de esta crisis -es decir, el planeta entero- recordará que no nos hemos “descubierto débiles y llenos de miedo” espontáneamente, sino que han sido nuestros gobernantes, perfectamente coordinados y siguiendo fielmente las directrices de un organismo supranacional como es la Organización Mundial de la Salud (dirigida por el etíope acusado de genocidio Tedros Adhanom), los que han creado verdaderas campañas de terror sobre una ‘pandemia’ – sobre una pandemia con una modestísima y muy localizada letalidad.

De hecho, si esta crisis ha demostrado algo, no ha sido la necesidad de una mayor gobernanza global, sino exactamente lo contrario. Lo que ha llamado la atención de cualquiera ha sido el modo en que, con poquísimas excepciones, todos los países del mundo, con gobernantes de distintas ideologías y orígenes, han aplicado las mismas recetas, con muchísima frecuencia desastrosas o, como poco, innecesarias.

Es decir, cualquier puede haber visto en la reacción a la pandemia precisamente lo que ansía el Papa, es decir, un primer ensayo parcial de un gobierno mundial, y el resultado ha sido como para olvidarse para siempre del intento: pobreza, destrucción de empleos y producción, enriquecimiento de los más ricos, recorte de libertades y derechos, censura universal. Nada, en fin, que uno pueda calificar de ‘luminoso’.

Desde el principio se nos quiso convencer de que la pandemia ‘demuestra’ lo contrario de lo que muestra, es decir, que no se puede luchar contra el virus a nivel nacional, porque los virus no entienden de fronteras. Curioso, porque toda la reacción histérica, defendida implícitamente por el propio Papa, ha sido poner muros al virus y no crear puentes para él. La epidemiología no es, nos pongamos como nos pongamos, un argumento a favor de la ausencia de fronteras. La palabra “cuarentena” lo expresa bastante bien.

Es más: estoy personalmente convencido de que esta epidemia hubiera pasado sin pena (demasiada pena) ni gloria de no haber cedido los estados soberanos a un organismo supranacional tan corrupto como la OMS cuando declaró la pandemia, tras haber cambiado su definición. Y tengo, al menos, un indicio clamoroso, denunciado en su día por los periodistas: la declaración de pandemia de gripe porcina, que los Estados ignoraron y por eso usted, lector, probablemente ni siquiera recuerde.

Si en esta ocasión los Estados hubieran actuado pensando solo en el bienestar de su pueblo y sus necesidades nacionales, estoy casi completamente seguro, el covid hubiera sido una enfermedad más, de la que morirían algunos porque morirse es, al fin, lo que nos toca a todos, pero sin pánico, sin protocolos absurdos, sin ocultación de datos, sin mentiras, sin encierros masivos, sin caras tapadas, sin toques de queda, sin cierre de negocios, sin medidas excepcionales y sin, en fin, todo lo que de verdad ha convertido a este virus en un genocida.


Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:






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