sábado, 19 de junio de 2021

¿Existe el Infierno? La verdad revelada: auténtico peligro mortal y eterno



¿Por qué hablar del infierno? 


Porque nos lo piden los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Si hay un peligro mortal ante nosotros, el amor exige que quienes lo saben alerten a todos cuanto antes. El infierno es no sólo un peligro mortal sino también eterno. Es en realidad la desgracia total y definitiva que nos puede ocurrir.


“El que desprecia el infierno o lo olvida, no escapará de él”: San Juan Crisóstomo


Dios es amor




"(Dios) quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P. 3,9). Por ese amor infinito envió a su único Hijo, Quien se hizo hombre y murió por nuestra salvación. Pero si no nos convertimos a Él en el tiempo limitado que tenemos en la tierra, si nos obstinamos en seguir viviendo en pecado mortal, entonces iremos al infierno. No podremos culpar a Dios. Él ya lo hizo, nos abrió las puertas del cielo, pero no nos forzará a entrar.

Los que niegan el infierno no conocen la Palabra de Dios. Se dejan llevar por un mundo que se burla u opta por ignorar las realidades más importantes. Pero les ocurrirá como a los compatriotas de Noé que se reían mientras él construía el arca para sobrevivir el diluvio. Todos los que se burlan también morirán y no podrán escapar la realidad.


El temor al infierno




Los cristianos no debemos basar nuestra buena conducta en miedo del infierno sino en el amor a Dios. Pero es saludable recordar que hay un justo castigo. El temor nos ayuda a evitar aquello que nos causa daño. En momentos de ceguera y debilidad, cuando la tempestad de la tentación es recia, pensar en el infierno es saludable y provechoso, como también debemos pensar en el amor de Dios. El cristiano debe reconocer la realidad. El temor es parte de la realidad humana que debemos saber integrar sanamente en nuestra persona. Ignorar una realidad que tememos sólo logra postergarla hasta que ésta ya no se pueda esconder y entonces nos invade y domina. 


Jesucristo habló claramente
del infierno
En el Nuevo Testamento se le llama "gehenna"




Mateo 5:22. "Pues yo os digo: todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano 'imbécil', será reo ante el Sanedrín; y el que le llame 'renegado', será reo de la gehenna de fuego".


Mateo 5:29. "Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna".


Mateo 10:28. "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna".




Mateo 23:33. "¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?"


Santiago 3:6. "Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos". 


Von Balthasar y Addrienne Von Speyr describieron el infierno como el estado del hombre que experimenta una terrible e infinita soledad y falta de felicidad por haberse separado de Dios.


El Catecismo de la Iglesia Católica


1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos:


"Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3,15).

Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos. (cf. Mt 25, 31-46).


Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".




1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt. 5, 22.29; 13, 42.50; Mc. 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf Mt 10, 28).




Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt. 13, 41-42), y que pronunciará la condenación: "¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt. 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf DS 76; 409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: 




"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14).

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (LG 48).


1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P. 3:9).


Visión del infierno de Santa
Faustina Kowalska, según lo escribió en su diario:




"Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es!


Los tipos de torturas que vi:

  1. La primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios;
  2. La segunda es el eterno remordimiento de conciencia;
  3. La tercera es que la condición de uno nunca cambiará; (160)
  4. La cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios;
  5. La quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto;
  6. La sexta tortura es la compañía constante de Satanás;
  7. La séptima es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.


Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos.


Hay torturas especiales destinadas para las almas particulares:


Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. 




Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. (161) Estoy escribiendo ésto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi.


Pero noté una cosa:


Que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aún más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.


"Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía
hasta el fin del mundo,
entre los mayores sufrimientos, 
antes que ofenderte con el
menor de los pecados"


¿Cómo se entiende la ausencia
de Dios en el infierno
si Dios está en todas partes?




El infierno no ocurre por la ausencia de Dios, sino porque el hombre se autoexcluye definitivamente de la comunión con Dios. 

Dios sostiene en vida a todos los condenados. Sin Dios nada puede existir.

Dios está en todas partes pero no es amado en todas partes. El infierno no es por ausencia de Dios sino por la falta de comunión con Él.


Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG: