jueves, 31 de octubre de 2019

San Quintín - Mártir - Año 287 - Fiesta Octubre 31




Fue Quintín hijo de un senador romano muy apreciado de la gente. Se hizo amigo del Papa San Marcelino, quién lo bautizó.

El más grande deseo de Quintín era hacer que muchas personas conocieran y amaran a Jesucristo y poder derramar su sangre por defender la religión. Cuando el Papa San Cayo organizó una expedición de misioneros para ir a evangelizar a Francia, Quintín fue escogido para formar parte de ese grupo de evangelizadores.

Dirigido por el jefe de la misión, San Luciano, fue enviado Quintín a la ciudad de Amiens, la cual ya había sido evangelizada en otro tiempo por San Fermín, por lo cual hubo un nutrido grupo de cristianos que le ayudaron allí a extender la religión. Quintín y sus compañeros se dedicaron con tan grande entusiasmo a predicar, que muy pronto ya en Amiens hubo una de las iglesias locales más fervorosas del país.

Nuestro santo había recibido de Dios el don de sanación, y así al imponer las manos lograba la curación de ciegos, mudos, paralíticos y demás enfermos. Había recibido también de Nuestro Señor un poder especial para alejar los malos espíritus, y eran muchas las personas que se veían libres de los ataques del diablo al recibir la bendición de San Quintín. Esto atraía más y más fieles a la religión verdadera. Los templos paganos se quedaban vacíos, los sacerdotes de los ídolos ya no tenían oficio, mientras que los templos de los seguidores de Jesucristo se llenaban cada vez más y más.

Los sacerdotes paganos se quejaron ante el gobernador Riciovaro, diciéndole que la religión de los dioses de Roma se iba a quedar sin seguidores si Quintín seguía predicando y haciendo prodigios. Riciovaro, que conocía a la noble familia de nuestro santo, lo llamó y le echó en cara que un hijo de tan famoso senador romano se dedicara a propagar la religión de un crucificado. Quintín le dijo que ese crucificado ya había resucitado y que ahora era el rey y Señor de cielos y tierra, y que por lo tanto para él era un honor mucho más grande ser seguidor de Jesucristo que ser hijo de un senador romano.




El gobernador hizo azotar muy cruelmente a Quintín y encerrarlo en un oscuro calabozo, amarrado con fuertes cadenas. Pero por la noche se le soltaron las cadenas y sin saber cómo, el santo se encontró libre, en la calle. Al día siguiente estaba de nuevo predicando a la gente.

Entonces el gobernador lo mandó poner preso otra vez y después de atormentarlo con terribles torturas, mandó que le cortaran la cabeza, y voló al cielo a recibir el premio que Cristo ha prometido para quienes se declaran a favor de Él en la tierra. 





"Hay que ser:
Pronto para escuchar
y lento para responder"
(S. Biblia Ec. 5,11)


Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:

San Alonso Rodríguez S.J. - Viudo - Portero - Religioso - Año 1617 - Fiesta Octubre 31



Gracias Señor por estos modelos admirables
que nos presentas en tus santos.
Haz que queramos imitarlos
y que seamos capaces
de seguir sus buenos ejemplos


Alonso significa: "pronto para hacer el bien"
(del germano al: el bien. Ons: prontitud)


Viudo, religioso (1533-1617)
Fiesta: 31 de Octubre


Humilde portero de la escuela Jesuita en Mayorca por 45 años, comunicó a San Pedro Claver S.J. en 1605 un mensaje de Nuestro Señor llamando a éste a ser misionero en el continente Americano.

El santo de hoy es un caso típico. Viudo, comerciante, portero por 45 años de un colegio. Poco instruido en las ciencias del mundo, pero un verdadero místico.


Alonso, nació en Segovia (España) en 1533, fue el tercer hijo de la numerosa familia de Diego Rodríguez, un comerciante acomodado de Segovia, España.

Cuando nuestro santo aún era un niño, tuvo la suerte de que llegó a su ciudad a predicar el Beato Pedro Fabro (discípulo muy amado de San Ignacio de Loyola) con otros jesuitas y se hospedó en la casa de los padres de Alonso. Llegaron a predicar una misión en Segovia. Al terminar la misión, el huésped les propuso que fuesen a descansar unos días en su casa de campo. Alonso, que tenía entonces unos diez años, partió con ellos y el Beato Pedro Fabro se encargó de prepararle para la primera comunión. Esta amistad con un gran apóstol le fue de enorme provecho para su santificación.

A los catorce años, Alonso partió con su hermano mayor a estudiar en el colegio de los jesuitas de Alcalá, pero su padre murió menos de un año después y Alonso tuvo que volver, para ayudar a su madre en la administración de los negocios. Cuando Alonso tenía veintitrés años, su madre se retiró de la administración y le dejó encargado de ella. Tres años más tarde, Alonso contrajo matrimonio con María Suárez.

Los negocios iban mal, y la dote de la mujer de Alonso no era suficiente para mejorarlos. El joven no era mal comerciante, pero la situación no le ayudaba. La hijita de Alonso murió poco después de nacer; su esposa la siguió al sepulcro, después de dar a luz a un niño. Dos años más tarde, murió también la madre de Alonso. El dolor de la muerte de sus seres queridos se convirtió en una oportunidad de abrirse a la gracia para hacer en todo la voluntad de Dios. Hasta entonces, había cumplido como cristiano pero ahora Dios le llamaba a más. Vendió su negocio a fin de obtener lo suficiente para sostenerse y se fue a vivir, con su hijito, a la casa de sus dos hermanas solteras, Antonia y Juliana, que eran muy piadosas. Le enseñaron el arte de rezar bien, y de hacer meditación y oración mental. Las enseñanzas de estas dos sencillas mujeres le fueron de inmensa importancia para su vida. Al poco tiempo, Alonso oraba dos horas cada mañana y, por la tarde, reflexionaba sobre los misterios del rosario.

Pronto empezó a descubrir la imperfección de su vida pasada, viéndola a la luz de las enseñanzas de Jesucristo. En un momento de meditación alcanzó a contemplar un poco los goces que nos esperan en el cielo, y en esos días hizo una confesión general de toda su vida y empezó una existencia totalmente dedicada a la oración, a la mortificación, a la meditación y a obras de caridad a favor de los pobres. De esta manera Dios le pudo demostrar la pobreza de su vida pasada a la luz de Cristo. Le faltaba todavía ser un creyente fervoroso y heroico.





A raíz de una visión de la felicidad del cielo, hizo una confesión general. Desde entonces, empezó a practicar duras mortificaciones y a confesarse y comulgar una vez por semana.

Algunos años más tarde, murió su hijo y Alonso, que se encontraba muy adolorido, sintió una agonía de muerte, pero enseguida Nuestro Señor le iluminó con la lectura de una página del Libro de la Sabiduría en la S. Biblia (Capítulo 4) que dice que a muchos jóvenes se los lleva Dios a la otra vida para evitarles terribles peligros que les podían llegar en esta vida contra su santidad y su salvación. Con esto Alonso se consoló inmensamente porque comprendía que su hijito tan amado, al morir tan joven se había librado de muchos peligros de ofender a Dios. Y esa muerte tan dolorosa lo movió a renunciar a todo e irse de religioso.

Alonso pidió su admisión a los padres jesuitas de Segovia que lo aceptaran en su comunidad. Estos le disuadieron dado a que tenía ya casi cuarenta años, su salud era bastante mala, su educación no era suficiente para el sacerdocio, además era viudo. No se acostumbraba recibir gente de esa clase. Sin perder ánimo, Alonso fue a Valencia, a su antiguo amigo, el P. Luis Santander, S.J., quien le recomendó que empezase a aprender el latín para ordenarse cuanto antes. Le servía de consuelo que el fundador de los jesuitas, San Ignacio de Loyola, también había entrado tarde en la vida religiosa.

Alonso empezó a asistir a la escuela con los niños, lo cual constituía no poca mortificación. Como había dado a sus hermanas y a los pobres casi todo el dinero que tenía, hubo de entrar a servir como criado y aún se vio obligado a pedir limosna, de cuando en cuando. En la escuela conoció a un hombre de su edad y de aspiraciones semejantes a las suyas, el cual trató de persuadirle a que renunciase a ser jesuita y se fuese con él a vivir como ermitaño. Alonso le hizo una visita en su ermita de la montaña, pero súbitamente cayó en la cuenta de que se trataba de una tentación contra su verdadera vocación y volvió enseguida a Valencia, donde dijo al P. Santander:

"Os prometo que jamás en mi vida volveré a hacer mi propia voluntad. Haced de mí lo que queráis"

El 31 de enero de 1571, el provincial de los jesuitas, sin saber por qué, cambió de parecer, desoyendo el parecer de sus subordinados, aceptó a Alonso Rodríguez como hermano lego. Esa iba a ser la profesión que lo llevaría a la santidad. Permaneció en Valencia seis meses para terminar el noviciado, y luego fue enviado al colegio de los jesuitas del Monte Sión en Palma de Mallorca donde pronto fue nombrado portero. Allí en ese cargo se ganará la gloria del cielo atendiendo durante 45 años con la más exquisita bondad a toda clase de huéspedes y transeúntes. San Alonso desempeñó ese oficio hasta que la edad y los achaques se lo impidieron.

Ser portero en un gran colegio no es tarea fácil, y menos lo era en aquellos tiempos en los que no había ni teléfono, ni otros medios de fácil comunicación de que disponemos hoy en día. Y los que lo conocieron y trataron dejaron constancia de que jamás alguien recibió del hermano Alonso un trato hosco o maleducado o frío, sino que por el contrario, todos se sentían tratados como si fueran grandes personajes. Allí llegaban montones de alumnos (con su algarabía juvenil), padres de familia, proveedores del colegio, religiosos viajeros que venían a pedir hospedaje por unos días, visitantes, médicos, obispos, militares, empleados del gobierno, vendedores y multitud de pordioseros y cada cual se sentía tratado por el hermano Alonso con una amabilidad que no estaban acostumbrados a recibir en otras partes.

Alonso Rodríguez se propuso ver a Jesús en cada visitante que llegaba, y tratar muy bien a Jesús que llegaba disfrazado de prójimo. Cuando alguien le preguntaba por qué no era más duro y áspero con ciertos tipos inoportunos, le respondía:

"Es que a Jesús que se disfraza de prójimo, nunca lo podemos tratar con aspereza o mala educación"

Seguramente que Nuestro Señor al llegar al cielo le habrá repetido aquello que en el Evangelio prometió que dirá a quienes tratan bien a los demás:






"Ven siervo bueno y fiel. Entra en el gozo de tu Señor, porque cuando me disfracé de huésped me trataste sumamente bien. El buen trato que les diste a los demás, aún a los más humildes, lo recibo como si me lo hubieras dado a Mí en persona" (Mt. 25, 40)

Sus compañeros jesuitas dejaron escrita esta observación verdaderamente admirable:


"Declaramos que jamás vimos en el hermano Alonso Rodríguez un comportamiento que no fuera el de un verdadero santo"

Algo admirable en verdad. El P. Miguel Julián resumió, en una frase, la fama de santidad que alcanzó el hermanito en ese puesto:


"Este hermano no es un hombre, sino un ángel"

San Alonso consagraba a la oración todos los instantes que le dejaba libre su oficio. Aunque llegó a vivir en constante unión con Dios, su camino espiritual estuvo muy lejos de ser fácil.

Inspiración para todos


Algunos sacerdotes que le conocieron durante varios años, declararon que jamás le habían visto hacer ni decir nada que no estuviese bien. En 1585, cuando tenía cincuenta y cuatro años, hizo los últimos votos, los que renovó en la misa todos los días de su vida. La existencia de un portero no tiene nada de envidiable y, menos tratándose de la portería de un colegio, donde se necesita una dosis muy especial de paciencia. Sin embargo, el oficio tiene sus compensaciones, ya que el portero conoce a muchas personas y es una especie de eslabón entre el exterior y el interior.


Todos conocieron, respetaron y veneraron al hermano Alonso. En busca de cuyo consejo acudían los sabios y los sencillos y su reputación se extendió mucho más allá de los muros del colegio. De entre tantísimos amigos que Alonso trató en su oficio de portero en los 45 años en Monte Sión, el más santo e importante de todos fue San Pedro Claver que, en 1605, estudiaba en el colegio. Este gran apóstol vivió tres años con Alonso en aquella casa, y una noche el fervoroso portero oyó en visión que le decían:




"Pedro Claver está destinado a hacer un gran bien en Sudamérica"

Desde entonces el santo portero se propuso animar a Pedro a que viajara como misionero a América, y lo logró. Pedro Claver bautizó a más de 300.000 negros en Cartagena, y nunca pudo olvidar los buenísimos consejos que le dio su fiel amigo Alonso, en Mallorca. En América fue donde San Pedro Claver ganó el título de "el apóstol de los negros".

San Pablo decía que para que no se llenara de orgullo Dios le permitió ataques terribles en su carne. Y así le sucedió también al buen Alonso. Sobre todo en sus últimos años, el santo atravesó por largos períodos de desolación y aridez y se veía afligido de graves dolores en cuanto hacía el menor esfuerzo por meditar. De vez en cuando le llegaban sequedades tan espantosas en la oración que para él, rezar era un verdadero tormento. Todo lo que fuera piedad le producía repulsión. Pero así y con esas sequedades seguía rezando. Como si eso no bastase, le asaltaron las más violentas tentaciones, como si tantos años de mortificación no hubiesen servido de nada. La respuesta de Alonso fue intensificar aún más la penitencia, sin desesperar jamás. Rezaba todo el día, viajando de un sitio a otro de la casa llevando razones y mensajes, o atendiendo en su portería a todo el que llegaba. Alonso rezaba siempre. Siguió en el cuidadoso cumplimiento de sus obligaciones, convencido de que, llegado el momento escogido por Dios, volvería a gozar de las dulzuras y éxtasis de la oración. Y así fue. Llegó a tener entonces consolaciones "tan intensas, que no podía levantar los ojos del alma a Jesús y María sin verles como si estuviesen presente".

Un día cuando sus tentaciones impuras se le habían vuelto casi enloquecedoras, al pasar por frente a una imagen de la Sma. Virgen le gritó en latín:





"Sancta Maria, Mater Dei, memento mei" (Santa María Madre de Dios, acuérdate de mí)

E inmediatamente sintió que las tentaciones desaparecían. Desde entonces se convenció de que la Santísima Virgen tiene gran poder para alejar a los espíritus impuros, y se dedicó a encomendarse a Ella con mayor fervor. Le rezaba varios rosarios cada día y en honor de la Madre de Dios rezaba salmos diarios. Y la Virgen María fue su gran Protectora y defensora hasta la hora de su muerte y se le apareció varias veces, llenándolo de increíble felicidad.




San Alonso profesó siempre una profunda devoción a la Inmaculada Concepción. En sus dolorosas enfermedades se sentía asistido por Jesús y María y decía que había días en que los sentía tan presentes junto a él como si hubiera vivido en Nazaret cuando ellos dos estaban viviendo allá. Esto le producía intensas alegrías espirituales.

Con autorización de sus superiores fue escribiendo todo lo que recordaba de sus experiencias espirituales, y en esa su autobiografía hay detalles que demuestran cómo este sencillo e ignorante porterito de un colegio llegó a altísimos grados en la vida mística. Con razón las gentes de todas las clases sociales iban al colegio a pedirle sus consejos, a consultarle sus dudas y a recibir consuelos para sus penas.

San Alonso sufrió muchas penas en su vida y recibió de Dios muchos carismas (visiones, milagros). Se destacó por su humildad, su gran amor a la Virgen Santísima y sus sabios consejos para seguir a Jesucristo.


Escritos


San Alonso dejó varias obras, que escribió por orden de sus superiores, entre ellas las Memorias Autobiográficas, escritas desde 1604 hasta 1616 y algunos escritos que tratan argumentos de ascética con profunda penetración, fruto de una sabiduría que no sacó de los libros. Su doctrina es sólida y sencilla, sus exhortaciones tienen el fervor que se podía esperar de un santo de su talla, y el contenido de esos libros prueba que San Alonso era un alma mística. 


Entrega incondicional


Cuando tenía ya más de setenta años y estaba muy enfermo, un día el superior para ver qué tanta era su obediencia le dijo:

"Le ordeno que se vaya de misionero a América del Sur"

Inmediatamente Alonso empacó sus pocas ropas, listo a embarcarse en el primer barco que llegara. San Alonso se dirigió a la puerta y pidió al portero que le abriese, diciendo:


"Tengo orden de partir a las Indias"

Así lo habría hecho si el rector no le hubiese mandado llamar de nuevo para que se volviera a su puesto.

En mayo de 1617, el P. Julián, rector de Monte Sión, que sufría de una fiebre reumática, rogó a San Alonso que orase por él:



"Hermano Alonso, pídale a Dios y a la Virgen que me curen de este mal tan molesto"

El santo estuvo toda la noche rezando, y no dejó de rezar pidiendo aquel favor, sino cuando al amanecer supo que el Padre Superior había amanecido totalmente curado. El rector pudo celebrar la Misa.

El 29 de octubre de 1617 sintiéndose sumamente lleno de dolores y de angustias, sintiendo aproximarse su fin, el santo recibió la comunión y, al punto, cesaron todos sus sufrimientos espirituales y corporales. Se llenó de paz y de alegría, y quedó como en éxtasis. Del 29 al 31 de octubre estuvo en éxtasis y después comenzó su terrible agonía. El 31 de octubre despertó (media hora antes del fin), recobró el conocimiento, miró amablemente a sus hermanos, besó con toda emoción su crucifijo, pronunció en voz alta el nombre de Jesús:



"Jesús, Jesús, Jesús"

Y expiró. El virrey y toda la nobleza de Mallorca asistieron a sus funerales, así como el obispo y una multitud de pobres y enfermos, cuyo amor y fe premió el cielo con milagros.

San Alonso fue canonizado junto con San Pedro Claver el 15 de enero de 1888.


Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:

Fuente - Texto tomado CORAZONES.ORG:

Oraciones contra los poderes de las tinieblas - Apéndice II - Ritual Romano de Exorcismos



Súplicas que pueden ser utilizadas privadamente por los fieles en la lucha contra el poder de las tinieblas



Ritual Romano de exorcismos y otras súplicas, Apéndice II.
Versión castellana de la edición típica, 2005


Oraciones contra el poder de las tinieblas


1. Señor Dios, apiádate de mi, siervo tuyo, que, a causa de muchas insidias, me he vuelto como un objeto perdido; sálvame de la mano de mis enemigos y ven a buscarme si estoy perdido, acógeme cuando me encuentres, y no me abandones, así podré agradarte por siempre, porque sé que me has redimido con tu fuerza.

Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén


2. Dios todopoderoso, que das cobijo a los afligidos en tu casa y conduces a los cautivos a la prosperidad, mira mi aflicción y ven en mi auxilio; derrota al enemigo malvado, para que, una vez vencida la acción del adversario, la libertad me conduzca a la paz, de modo que restablecido en la piedad serena, proclame que eres admirable, Tú que diste fuerza a tu pueblo.

Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.


3. Oh Dios, creador y defensor del género humano, que formaste al hombre a tu imagen y lo recreaste mas admirablemente con la gracia del Bautismo, dirige tu mirada sobre mi, siervo tuyo, y sé propicio a mis súplicas. Te pido que nazca en mi corazón el esplendor de tu gloria para que, eliminado plenamente todo temor, pueda alabarte con ánimo y espíritu sereno, junto a mis hermanos en tu Iglesia.

Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.


4. Oh Dios, origen de toda misericordia y de toda bondad, que quisiste que tu Hijo sufriera por nosotros el suplicio de la Cruz para librarnos del poder del enemigo; mira propicio mi humillación y dolor, y concédeme, pues me renovaste en la fuente bautismal, que, habiendo vencido el ataque del Maligno, me colme la gracia de tu bendición.

Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.


5. Oh Dios, que por la gracia de la adopción, quisiste que yo fuera hijo de la luz, te pido que me concedas no verme envuelto en las tinieblas de los demonios sino que pueda por siempre permanecer plenamente en el esplendor de la libertad recibida de Ti.

Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.


Invocaciones a la Trinidad





Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Sólo a Dios honor y gloria.

Bendigamos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo; sea alabado y ensalzado por los siglos de los siglos.

Te invocamos, te alabamos, te adoramos, Oh Santa Trinidad. Esperanza nuestra, salvación nuestra, honor nuestro, Oh Santa Trinidad. Líbrame, sálvame, vivifícame, Oh Santa Trinidad. Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que vendrá.

A Ti el honor y la fuerza, oh Santa Trinidad, a Ti la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a Ti la acción de gracias
por los siglos de los siglos, oh Santa Trinidad.

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de mí.


Invocaciones a Nuestro Señor Jesucristo




a)

Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí.
Jesús, imagen del Padre, ten piedad de mí.
Jesús, Sabiduría eterna, ten piedad de mí.
Jesús, resplandor de la luz eterna, ten piedad de mí.
Jesús, Palabra de vida, ten piedad de mí.
Jesús, Hijo de la Virgen María, ten piedad de mí.
Jesús, Dios y hombre, ten piedad de mí.
Jesús, Sumo Sacerdote, ten piedad de mí.
Jesús, heraldo del reino de Dios, ten piedad de mí.
Jesús, camino, verdad y vida, ten piedad de mí.
Jesús, pan de vida, ten piedad de mí.
Jesús, vid verdadera, ten piedad de mí.
Jesús, hermano de los pobres, ten piedad de mí.
Jesús, amigo de los pecadores, ten piedad de mí.
Jesús, médico del alma y del cuerpo, ten piedad de mí.
Jesús, salvación de los oprimidos, ten piedad de mí.
Jesús, descanso de los abandonados, ten piedad de mí.
Tú que viniste a este mundo, ten piedad de mí.
Tú que libraste a los oprimidos por el diablo, ten piedad de mí.
Tú que estuviste colgado en la cruz, ten piedad de mí.
Tú que aceptaste la muerte por nosotros, ten piedad de mí.
Tú que yaciste en el sepulcro, ten piedad de mí.
Tú que descendiste a los infiernos, ten piedad de mí.
Tú que resucitaste de entre los muertos, ten piedad de mí.
Tú que subiste a los cielos, ten piedad de mí.
Tú que enviaste el Espíritu Santo sobre los Apóstoles, ten piedad de mí.
Tú que te sientas a la derecha del Padre, ten piedad de mí.
Tú que vendrás a juzgar a vivos y muertos, ten piedad de mí.


b)

Por tu encarnación. Líbrame, Señor.
Por tu nacimiento. Líbrame, Señor.
Por tu bautismo y santo ayuno. Líbrame, Señor.
Por tu pasión y cruz. Líbrame, Señor.
Por tu muerte y sepultura. Líbrame, Señor.
Por tu santa resurrección. Líbrame, Señor.
Por tu admirable ascensión. Líbrame, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo. Líbrame, Señor.
Por tu gloriosa venida. Líbrame, Señor. 


Otras invocaciones al Señor




Cuando se nombra la cruz, puede el fiel oportunamente hacer la señal de la cruz.

Sálvame, Cristo Salvador, por la fuerza de la Cruz Tú que salvaste a Pedro en el mar, ten piedad de mí.

Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.

Por tu Cruz ✞ sálvanos, oh Cristo Redentor, Tú que muriendo destruiste nuestra muerte y resucitando restauraste la vida.

Tu Cruz ✞ adoramos, Señor, Tu gloriosa pasión contemplamos: ten misericordia de nosotros, Tú que padeciste por nosotros.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Cruz ✞ has redimido al mundo.


Invocaciones a Santa María Virgen





Bajo tu protección nos acogemos,
Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos siempre de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.

Consoladora de los afligidos, ruega por nosotros.
Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.

Dígnate aceptar mis alabanzas, oh Virgen santa;
hazme fuerte contra tus enemigos.

Madre mía, confianza mía.

María, Virgen Madre de Dios, ruega a Jesús por mí.

Dignísima Reina del mundo, Virgen perpetua María,
intercede por nuestra paz y salvación,
tú que engendraste a Cristo Señor,
Salvador de todos.

María, Madre de gracia, Madre de misericordia,
defiéndenos del enemigo,
y ampáranos en la hora de la muerte.

Socórreme, oh piadosísima Virgen María,
en todas mis tribulaciones, angustias y necesidades,
alcánzame de tu Hijo querido
la liberación de todos los males
y de los peligros de alma y cuerpo.

Acuérdate, oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir,
que ni uno solo de cuantos han acudido
a tu protección e implorado tu socorro,
haya sido desamparado por ti.
Yo pecador, animado con esta confianza,
acudo a ti, oh Madre, Virgen de las Vírgenes;
a ti vengo, ante ti me presento con dolor.

No desprecies, Madre del Verbo, mis súplicas,
antes bien inclina a ellas tus oídos
y dígnate atenderlas favorablemente.


Invocación a San Miguel Arcángel



San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
Se nuestro amparo contra la perversidad
y asechanzas del demonio.

Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú príncipe de la milicia celestial
arroja al infierno con el divino poder
a satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.

Amén


Letanías





Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros / por mí.
San Miguel, ruega por nosotros / por mí.
San Gabriel, ruega por nosotros / por mí.
San Rafael, ruega por nosotros / por mí.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros / por mí.
San Juan Bautista, ruega por nosotros / por mí.
San José, ruega por nosotros / por mí.
San Pedro, ruega por nosotros / por mí.
San Pablo, ruega por nosotros / por mí.
San Juan, ruega por nosotros / por mí.
Todos los santos Apóstoles, rogad por nosotros / por mí.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros / por mí.

(Pueden añadirse los nombres de otros Santos y Beatos)


De todo mal, Líbranos / me, Señor.
De todo pecado, Líbranos / me, Señor.
De las insidias del diablo, Líbranos / me, Señor.
De la muerte eterna, Líbranos / me, Señor.
Cristo, óyenos / me.
Cristo, escúchanos / me.

Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG:

¡Espeluznante! - Visión del Infierno - Por Sor Josefa Menéndez (desde 1921 a 1923)





El infierno de Sor Josefa Menéndez



Jesucristo se le apareció a menudo durante los años 1921, 1922 y 1923 a la hermana Josefa Menéndez, una monja de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.

Sus Memorias están publicadas en un libro de más de 500 páginas titulado: El Camino del Amor Divino.

En este Libro se explica "el empeño de Jesús en salvar nuestras almas por el encuentro con Su amor antes de 'la aproximación de los últimos días del mundo'".

En la vida de Sor Josefa tuvo lugar un fenómeno muy raro en la vida de los santos: conocer en carne propia los sufrimientos del infierno.

Dios permitió al diablo que la bajase hasta el infierno. Allá, pasa largas horas, algunas veces una noche entera, en una indescriptible agonía. A pesar de que fue llevada al infierno más de un centenar de veces, a ella le parece que cada vez es la primera, y cada una le semeja tan larga como una eternidad. Soporta todas las torturas del infierno, con una sola excepción: el odio a Dios. No fue el menor de estos tormentos oír las estériles confesiones de los condenados, sus gritos de odio, de dolor y de desesperación. A pesar de todo, cuando tras una larga espera vuelve a la vida, destrozada y agotada, con su cuerpo agonizante por el dolor, ella no se fija en el sufrimiento, por muy severo que sea, si con ello consigue salvar un alma de aquella espeluznante caverna de tormentos.

A medida que empieza a respirar mejor, su corazón estalla de alegría al saber que aún puede amar al Señor. Sor Josefa escribe con gran reticencia sobre el tema del infierno. Ella lo hizo solamente para conformar los benditos deseos de Nuestro Señor.


Nuestra Señora le dijo el 25 de octubre de 1922: 




"Todo lo que Jesús te da a ver y a sufrir de los tormentos del infierno es para que puedas hacerlos conocer al mundo. Por lo tanto, olvídate enteramente de ti misma, y piensa en la gloria de la salvación de las almas".


Ella repetidamente testifica sobre el mayor tormento del infierno:

"Una de estas almas condenadas gritó con desesperación:

"Esta es mi tortura... que deseo amar, y no puedo hacerlo; no hay nada que salga de mi excepto odio y desesperación. Si uno de nosotros pudiese hacer tanto como un simple acto de amor... esto ya no sería el infierno, pero no podemos. Vivimos en el odio y la malevolencia" (23 de marzo de 1922).

Otro de estos desgraciados dijo: "El mayor de estos tormentos aquí es que no podemos amar a Dios. Mientras tenemos hambre de amor, estamos consumidos con el deseo de Él, pero ya es demasiado tarde".

Ella registra también las acusaciones hechas contra sí mismos por estas infelices almas:

"Algunos gimen a causa del fuego que quema sus manos. Quizás ellos eran ladrones, porque dicen: "¿Donde está nuestro botín ahora?... Malditas manos... ¿Por qué deseé poseer lo que no era mio... y que en cualquier caso, sólo podría haber poseído por unos pocos días?"

Otros maldicen sus lenguas, sus ojos... cualquier miembro que fuese la ocasión con la que pecaron...

"¡Ahora, oh cuerpo, estás pagando el precio de los placeres con que te regalaste a ti mismo!... ¡¡¡Y todo ello lo hiciste por tu propia y libre voluntad...!!!" (2 de abril de 1922).

"Me pareció que la mayoría se acusaba a sí mismos de pecados de impureza, de robo, de comercio fraudulento; y la mayor parte de los condenados están en el infierno por estos pecados" (6 de abril de 1922). 

"Algunos acusan a otras personas, otros a las circunstancias, y todos maldicen las ocasiones de su condenación" (Septiembre de 1922).

"Vi a mucha gente del mundo terrenal caer dentro del infierno, y ahora las palabras no pueden describir ni por asomo sus horribles y espantosos gritos:


'Condenado para siempre... Yo me engañaba a mí mismo... Estoy perdido... ESTOY AQUÍ PARA SIEMPRE JAMÁS"




"Hoy vi un vasto número de gente caer dentro del ardiente abismo... Parecían unos vividores acostumbrados a los placeres del mundo, y un demonio gritó con estruendo:

"El mundo está maduro para mí... Yo sé que la mejor manera de conseguir el control de las almas es acrecentar su deseo por la diversión y el disfrute de los placeres... "Ponme a mí en primer lugar..."; "Yo antes que los demás..."; "Y sobre todo nada de humildad para mí, sino que déjame disfrutar a mis anchas..." Esta clase de palabras asegura mi victoria... y ellos mismos se lanzan en multitudes al fondo del infierno" (4 de octubre de 1922)




"Hoy", escribe Josefa, "no bajé al infierno, sino que fui transportada a un lugar donde todo estaba oscuro, pero en el centro había un enorme y espantoso fuego rojo. Me dejaron inmóvil y no podía hacer ni el más mínimo movimiento. Alrededor de mí había siete u ocho personas, sus cuerpos negros estaban desnudos, y yo podía verlos sólo por los reflejos del fuego. Estaban sentados y hablaban.

"Un diablo dijo a otro:

"Tenemos que ser muy cuidadosos para que no nos perciban. Podríamos ser fácilmente descubiertos"




El diablo respondió: 

"Insinuaos procurando que el descuido y la negligencia se apoderen de ellos, pero manteniéndoos en la sombra, para que no os descubran... gradualmente, ellos se volverán más y más descuidados, indiferentes al bien y al mal, sin ningún tipo de compasión ni amor, y vosotros seréis capaces de inclinarlos hacia el mal. Tentad a estos otros con la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su propio interés, CON ADQUIRIR RIQUEZAS SIN TRABAJAR... de forma legal o no. Excitad a aquellos otros hacia la sensualidad y el amor al placer. Dejad que el vicio los ciegue" (Aquí usaron palabras obscenas)...




"Y con el resto... explorad sus corazones... así conoceréis sus inclinaciones... haced que amen apasionadamente... Actuad sin ningún escrúpulo... no descanséis... no tengáis piedad... El mundo debe ir hacia la condenación... y que las almas no se me escapen"De vez en cuando, los discípulos de Satán respondían:

"Somos tus esclavos... trabajaremos sin descanso. Sí, muchos luchan contra nosotros, pero trabajaremos noche y día. ¡Conocemos tu poder!"

Hablaban todos a la vez, y el que yo entendí que era Satán usaba palabras espantosas. En la distancia, pude oír un bullicio de fiesta, el tintileo de las copas, y gritó:




"¡Dejad que ellos mismos se junten en sus comidas! Eso lo pondrá todo más fácil para nosotros. Dejadlos que vayan a sus banquetes. El amor al placer es la puerta por la que vosotros os apoderaréis de ellos... Y esas almas ya no serían capaces de escapar de mí".

Añadió cosas tan horribles que nunca podrían ser escritas ni dichas. Luego, como sumergidos en un remolino de humo, se desvanecieron. (3 de febrero de 1923).

El demonio gritaba rabiosamente por un alma que se le escapaba:

"Llenad su alma de miedo, llévadla a la desesperación. ¡Si ella pone su confianza en la misericordia de Ése... (aquí usó palabras blasfemas contra Nuestro Señor), todo estará perdido! Pero no; llévala a la desesperación, no la dejéis ni por un instante, por encima de todo, haced que se desespere..."




Entonces el infierno resonó con gritos frenéticos, y cuando finalmente el diablo me arrojó fuera del abismo, se fue amenazándome. Entre otras cosas, decía:

"¿Es posible que tales enclenques criaturas tengan más poder que yo, que soy tan poderoso?... Debo enmascarar mi presencia, trabajar en la sombra, cualquier esquina será buena para tentarlos... susurrando a un oído... en las hojas de un libro... debajo de una cama... Algunas almas no me prestan atención, pero hablaré y hablaré, y a fuerza de hablar, alguna palabra quedará... ¡Sí, debo ocultarme en lugares en los que no pueda ser descubierto!" (7 y 8 de febrero de 1923).




Josefa, en su retorno desde el infierno, notó lo siguiente:

"Vi varias almas caer dentro del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años, maldiciendo a sus padres por no haberle hablado del temor de Dios ni por haberla avisado de que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy corta, decía ella, pero llena de pecado, porque ella le concedió hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de su autosatisfacción, especialmente había leído malos libros" (22 de marzo de 1923).




"Los ruídos de confusión y blasfemias no cesan ni por un sólo instante. Un nauseabundo olor asfixia y corrompe todo; es como el quemarse de la carne putrefacta, mezclado con alquitrán y azufre... una mezcla a la que nada en la Tierra puede ser comparable" (4 de septiembre de 1922).

Otra vez, escribe:

"Las almas estaban maldiciendo la vocación que habían recibido, pero no seguido... la vocación que habían perdido, porque no tenían la voluntad de vivir una vida oculta y mortificada..." (18 de marzo de 1922).

"La noche del miércoles al jueves 16 de marzo, serían las diez, empecé a sentir como los días anteriores ese ruido tan tremendo de cadenas y gritos. En seguida me levanté, me vestí y me puse en el suelo de rodillas. Estaba llena de miedo. El ruido seguía; salí del dormitorio sin saber a dónde ir ni qué hacer. Entré un momento en la celda de Nuestra Beata Madre... Después volví al dormitorio y siempre el mismo ruido. Sería algo más de las doce cuando de repente vi delante de mí al demonio que decía:

"Atadle los pies... atadle las manos"

"Perdí conocimiento de dónde estaba y sentí que me ataban fuertemente, que tiraban de mí, arrastrándome. Otras voces decían:

"No son los pies los que hay que atarle... es el corazón".

Y el diablo contestó:

"Ése no es mío".

"Me parece que me arrastraron por un camino muy largo. Empecé a oír muchos gritos, y en seguida me encontré en un pasillo muy estrecho. En la pared hay como unos nichos, de donde sale mucho humo pero sin llama, y muy mal olor. Yo no puedo decir lo que se oye, toda clase de blasfemias y de palabras impuras y terribles. Unos maldicen su cuerpo... otros maldicen a su padre o madre... otros se reprochan a ellos mismos el no haber aprovechado tal ocasión o tal luz para abandonar el pecado. En fin, es una confusión tremenda de gritos de rabia y desesperación. Pasé por un pasillo que no tenía fin, y luego, dándome un golpe en el estómago, que me hizo como doblarme y encogerme, me metieron en uno de aquellos nichos, donde parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me pasaban agujas muy gordas por el cuerpo, que me abrasaban.

En frente de mí y cerca, tenía almas que me maldecían y blasfemaban. Es lo que más me hizo sufrir... pero lo que no tiene comparación con ningún tormento es la angustia que siente el alma, viéndose apartada de Dios.

Me pareció que pasé muchos años en este infierno, aunque sólo fueron seis o siete horas... Luego sentí que tiraban otra vez de mí, y después de ponerme en un sitio muy oscuro, el demonio, dándome como una patada me dejó libre. No puedo decir lo que sintió mi alma cuando me di cuenta de que estaba viva y que todavía podía amar a Dios. Para poderme librar de este infierno y aunque soy tan miedosa para sufrir, yo no sé a qué estoy dispuesta. Veo con mucha claridad que todo lo del mundo no es nada en comparación del dolor del alma que no puede amar, porque allí no se respira más que odio y deseo de la perdición de las almas (...)"

"Cuando entro en el infierno, oigo como unos gritos de rabia y de alegría, porque hay un alma más que participa de sus tormentos. No me acuerdo entonces de haber estado allí otras veces, sino que me parece que es la primera vez. También creo que ha de ser para toda la eternidad y eso me hace sufrir mucho, porque recuerdo que conocía y amaba a Dios, que estaba en la Religión, que me ha concedido muchas gracias y muchos medios para salvarme... ¿Qué he hecho para perder tanto bien...? ¿Cómo he sido tan ciega...? ¡Y ya no hay remedio...! También me acuerdo de mis Comuniones, de que era novicia, pero lo que más me atormenta es que amaba a Nuestro Señor muchísimo... Lo conocía y era todo mi tesoro... No vivía sino para Él... ¿Cómo ahora podré vivir sin Él...? Sin amarlo.., oyendo siempre estas blasfemias y este odio... siento que el alma se oprime y se ahoga... Yo no sé explicarlo bien porque es imposible".

Más de una vez presencia la lucha encarnizada del demonio para arrebatar a la misericordia divina tal o cual alma que ya creía suya. Entonces los padecimientos de Josefa entran, a lo que parece, en los planes de Dios, como rescate de estas pobres almas, que le deberán la última y definitiva victoria, en el instante de la muerte.

"El diablo estaba muy furioso porque quería que se perdieran tres almas... Gritaba con rabia:

"¡Que no se escapen...! ¡que se van...! ¡Fuerte...! ¡fuerte!"

Esto así, sin cesar, con unos gritos de rabia que contestaban, de lejos, otros demonios. Durante varios días presencié estas luchas.

Yo supliqué al Señor que hiciera de mí lo que quisiera, con tal que estas almas no se perdiesen. Me fui también a la Virgen y Ella me dio gran tranquilidad porque me dejó dispuesta a sufrirlo todo para salvarlas, y creo que no permitirá que el diablo salga victorioso (...)"

El demonio gritaba mucho:

"¡No la dejéis...! ¡estad atentos a todo lo que las pueda turbar...! ¡Que no se escapen... haced que se desesperen...!"

Era tremenda la confusión que había de gritos y de blasfemias. Luego oí que decía furioso:

"¡No importa! Aún me quedan dos... Quitadles la confianza... Yo comprendí que se le había escapado una, que había ya pasado a la eternidad, porque gritaba: Pronto... De prisa... Que estas dos no se escapen... Tomadlas, que se desesperen... Pronto, que se nos van"

En seguida, con un rechinar de dientes y una rabia que no se puede decir, yo sentía esos gritos tremendos: ¡Oh poder de Dios que tienen más fuerza que yo...! ¡Todavía tengo una.., y no dejaré que se la lleve...!"

El infierno todo ya no fue más que un grito de desesperación, con un desorden muy grande y los diablos chillaban y se quejaban y blasfemaban horriblemente. Yo conocí con esto que las almas se habían salvado. Mi corazón saltó de alegría, pero me veía imposibilitada para hacer un acto de amor. Aún siento en el alma necesidad de amar... No siento odio hacia Dios como estas otras almas, y cuando oigo que maldicen y blasfeman, me causa mucha pena; no sé qué sufriría para evitar que Nuestro Señor sea injuriado y ofendido. Lo que me apura es que pasando el tiempo seré como los otros. Esto me hace sufrir mucho, porque me acuerdo todavía que amaba a Nuestro Señor y que Él era muy bueno conmigo. Siento mucho tormento, sobre todo estos últimos días. Es como si me entrase por la garganta un río de fuego que pasa por todo el cuerpo, y unido al dolor que he dicho antes. Como si me apretasen por detrás y por delante con planchas encendidas...

No sé decir lo que sufro... es tremendo tanto dolor... Parece que los ojos se salen de su sitio y como si tirasen para arrancarlos... Los nervios se ponen muy tirantes. El cuerpo está como doblado, no se puede mover ni un dedo... El olor que hay tan malo, no se puede respirar, pero todo esto no es nada en comparación del alma, que conociendo la bondad de Dios, se ve obligada a odiarle y, sobre todo, si le ha conocido y amado, sufre mucho más..."

Josefa despedía este hedor intolerable siempre que volvía de una de sus visitas al infierno o cuando la arrebataba y atormentaba el demonio: olor de azufre, de carnes podridas y quemadas que, según fidedignos testigos, se percibía sensiblemente durante un cuarto de hora y a veces media hora. Y cuya desagradable impresión conservaba ella misma mucho más tiempo todavía.

"Oí a un demonio, del cual había escapado un alma, forzado a confesar su impotencia.

'Desconcertante... ¿cómo pueden hacer para que se me escapen tantas? Eran mías' (y enumeró sus pecados)... 'Trabajé muy duramente, y aún así se escaparon entre mis dedos... Alguien debe estar sufriendo y reparando por ellos'" (15 de enero de 1923).


Fuente - Texto tomado de DOCPLAYER.ES:
http://docplayer.es/50713372-El-infierno-de-sor-josefa-menendez.html