jueves, 22 de noviembre de 2018

San Clemente I - Papa y Mártir - Fiesta Noviembre 23



San Clemente fue el tercer sucesor de San Pedro (después de Lino y Cleto) y gobernó a la Iglesia desde el año 93 hasta el 101.

El año 96 escribió una Carta a Los Corintios, que es el documento Papal más antiguo que se conoce (después de las Cartas de San Pedro). En esa carta da muy hermosos consejos, y recomienda obedecer siempre al Pontífice de Roma entre otras cosas dice:


"El que se conserva puro no se enorgullezca por ello, porque la pureza es un regalo gratuito de Dios y no una conquista nuestra"

Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados, a picar piedra con otros dos mil cristianos. Las actas antiguas dicen que éstos le decían:


"Ruega por nosotros Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo"

San Ireneo (que vivió en el siglo segundo) dice que Clemente vio a los santos apóstoles Pedro y Pablo y trató con ellos. Las actas antiguas añaden que allá en Crimea convirtió a muchísimos paganos y los bautizó. Los obreros de la mina de mármol sufrían mucho por la sed, porque la fuente de agua más cercana estaba a diez kilómetros de distancia. El santo oró con fe y apareció allí muy cerca una fuente de agua cristalina. Esto le dio más fama de santidad y le permitió conseguir muchas conversiones más. Un día las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter.


Él dijo que no adoraba sino al verdadero Dios
Entonces fue arrojado al mar, y para que los cristianos no pudieran venerar su cadáver, le fue atado al cuello un hierro pesadísimo. Pero una gran ola devolvió su cadáver a la orilla.

San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma en el año 860 los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad en la Ciudad Eterna, y allá se conservan.

De la carta de
San Clemente I, Papa, a los Corintios
Acción de gracias y petición
del pueblo cristiano


En la oración y en las súplicas, pediremos al Artífice de todas las cosas que guarde, en todo el mundo, el número contado de sus elegidos, por medio de su Hijo amado, Jesucristo; en Él nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su gloria.

Nos llamaste para que nosotros esperáramos siempre, Señor, en tu Nombre, pues Él es el principio de toda criatura. Tú abriste los ojos de nuestro corazón, para que te conocieran a ti, el solo Altísimo en lo más alto de los cielos, el Santo que habita entre los santos. A ti, que abates la altivez de los soberbios, que deshaces los planes de las naciones, que levantas a los humildes y abates a los orgullosos; a ti, que enriqueces y empobreces; a ti, que das la muerte y devuelves la vida.

Tú eres el único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne, que penetras con tu mirada los abismos y escrutas las obras de los hombres; tú eres ayuda para los que están en peligro, salvador de los desesperados, criador y guardián de todo espíritu.

Tú multiplicas los pueblos sobre la tierra y, de entre ellos, escoges a los que te aman, por Jesucristo, tu siervo amado, por quien nos enseñas, nos santificas y nos honras.


Te rogamos, Señor, que seas nuestra ayuda y nuestra protección: salva a los oprimidos, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muestra tu bondad a los necesitados, da la salud a los enfermos, concede la conversión a los que han abandonado a tu pueblo, da alimento a los hambrientos, liberta a los prisioneros, endereza a los que se doblan, afianza a los que desfallecen. Que todos los pueblos te reconozcan a ti, único Dios, y a Jesucristo, tu Hijo, y vean en nosotros tu pueblo y las ovejas de tu rebaño.

Por tus obras has manifestado el orden eterno del mundo, Señor, creador del universo. Tú permaneces inmutable a través de todas las generaciones: justo en tus juicios, admirable en tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación, providente en sustentar lo creado, bueno en tus dones visibles y fiel en los que confían en ti, el único misericordioso y compasivo.

Perdona nuestros pecados, nuestros errores, nuestras debilidades, nuestras negligencias. No tengas en cuenta los pecados de tus siervos y de tus siervas, antes purifícanos con el baño de tu verdad y endereza nuestros pasos por la senda de la santidad de corazón, a fin de que obremos siempre lo que es bueno y agradable ante tus ojos y ante los ojos de los que nos gobiernan.

Sí, oh Señor, haz brillar tu rostro sobre nosotros, concédenos todo bien en la paz, protégenos con tu mano poderosa, líbranos, con tu brazo excelso, de todo mal y de cuantos nos aborrecen sin motivo. Danos, Señor, la paz y la concordia, a nosotros y a cuantos habitan en la tierra, como la diste en otro tiempo a nuestros padres, cuando te invocaban piadosamente con confianza y rectitud de corazón.

Oración



Padre de bondad, que,
con amor y sabiduría,
quisiste someter la tierra
al dominio del hombre,
para que de ella sacara
su sustento y en ella
contemplara tu grandeza,
tu providencia, te damos
gracias por los dones
que de Ti hemos recibido
y te pedimos nos concedas
emplearlos en alabanza
tuya y en bien de nuestros hermanos.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Fuente - Texto tomado de EWTN: