lunes, 7 de mayo de 2018

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya - Advocación Mariana - Fiesta Mayo 8



En el año 79 ocurrió la famosa erupción del Volcán Vesubio que sepultó a la pagana ciudad de Pompeya (Sur de Italia). Allí la aristocracia Romana gustaba pasar tiempo de recreo y fue sorprendida por la súbita destrucción.

A comienzos del siglo XIX se instalaron en la cercanía familias de campesinos que erigieron una humilde capilla. En 1872 llegó el abogado Bartolo Longo (beatificado el 26 de octubre de 1980), quien trabajaba para la Condesa Fusco, dueña de ésas tierras. Longo descubrió que, después de la muerte del sacerdote, ya no habían misas en la capilla y pocos seguían firmes en la fe. 

Salva a esta gente Bartolo.
Propaga el Rosario

Una noche Longo vio en sueños a un amigo muerto años atrás que le dijo :
"Salva a esta gente, Bartolo. Propaga el Rosario. Haz que lo recen. María prometió la salvación para quienes lo hagan"
Longo trajo de Nápoles muchos Rosarios para repartir. Bartolo también animó a varios vecinos para que le ayuden a reparar la capilla. La gente comenzó a venir a rezar allí el Rosario, cada vez en mayor número. 

En 1878, Longo obtuvo de un convento de Nápoles un cuadro de Nuestra Señora entregando el Santo Rosario a Santo Domingo y Santa Rosa de Lima. Estaba deteriorado así que un pintor lo restauró. Éste cambió la figura de Santa Rosa por la de Santa Catalina de Siena. Puesta sobre el altar del Templo, aún inconclusa, la Sagrada imagen comenzó a obrar milagros. 

El 8 de mayo de 1887, el Cardenal Mónaco de la Valleta colocó a la venerada imagen una diadema de brillantes bendecida por el Papa León XIII y el 8 de mayo de 1891, se llevó a cabo la Solemne Consagración del nuevo Santuario de Pompeya, que existe actualmente.


Súplica a la Reina
del Santo Rosario de Pompeya


En el nombre del Padre
y del Hijo
y del Espíritu Santo.

Oh Augusta Reina de las Victorias,
oh Soberana del Cielo y de la Tierra,
ante cuyo nombre se alegran
los cielos y tiemblan los abismos,
oh Reina gloriosa del Rosario,
nosotros, tus hijos devotos,
reunidos en tu Templo de Pompeya,
(en este día solemne 1),
derramamos los afectos de nuestro corazón,
y con confianza de hijos,
te manifestamos nuestras miserias.

Del trono de clemencia,
donde te sientas como Reina,
vuelve, oh María, tu mirada piadosa
sobre nosotros, sobre nuestras familias,
sobre Italia, Europa, el mundo entero.

Ten compasión de nuestras penas
y trabajos que amargan nuestra vida.
Mira, oh María, cuántos peligros
en el alma y en el cuerpo,
cuántas calamidades
y aflicciones nos oprimen. 
Oh Madre, implora para nosotros
de tu divino Hijo, la misericordia
y vence con la clemencia
el corazón de los pecadores.
Son nuestros hermanos
e hijos tuyos que cuestan
la sangre al dulce Jesús
y entristecen tu sensibilísimo corazón.
Muéstrate a todos como eres,
Reina de paz y de perdón.

Dios te salve, María.

(1) Sólo el 8 de mayo y el 1er. domingo de octubre.

Es verdad que nosotros,
que somos tus hijos, somos los primeros,
con nuestros pecados, en volver
a crucificar a Jesús en nuestro corazón
y en traspasar nuevamente tu corazón.

Lo confesamos:
somos merecedores de los más duros castigos,
sin embargo, recuérdate que en el Gólgota
recogiste, con la Sangre divina,
el testamento del Redentor moribundo,
que te declaraba Madre nuestra,
Madre de los pecadores. 
Tú, por lo tanto, como Madre nuestra,
eres nuestra Abogada, nuestra Esperanza.
Y nosotros, gimiendo,
extendemos hacia ti
nuestras manos suplicantes,
gritando: ¡Misericordia! 

Oh Madre Buena,
ten piedad de nosotros, de nuestras almas,
de nuestras familias, de nuestros parientes,
de nuestros amigos, de nuestros difuntos,
sobre todo de nuestros enemigos
y de tantos que se dicen cristianos y ofenden,
no obstante, el Corazón amable de tu Hijo.

Hoy te imploramos piedad
por las naciones en lucha, por toda Europa,
por todo el mundo, para que arrepentido,
vuelva a tu corazón. 
¡Misericordia para todos,
oh Madre de Misericordia!

Dios te salve, María.

¡Dígnate, oh María,
de escucharnos con benevolencia!
Jesús ha puesto en tus manos
todos los tesoros de sus gracias
y de sus misericordias.
Tú estás, Reina coronada,
a la derecha de tu Hijo,
resplandeciente de gloria inmortal,
por encima de todos los coros de los Ángeles.
Tú extiendes tus dominios
por toda la extensión de los cielos
y a ti han sido sometidas la tierra
y todas sus criaturas.

Tú eres, por gracia, omnipotente.
Tú, por tanto, puedes ayudarnos.
Si tú no nos quisieras ayudar,
porque somos hijos ingratos
y no merecedores de tu protección,
no sabríamos a quién dirigirnos.
Tu corazón de Madre no permitirá
ver que nosotros,
que somos tus hijos, nos perdamos.
El niño que vemos en tus rodillas
y la mística corona que contemplamos en tu mano,
nos inspiran confianza en que seremos escuchados.
Y nosotros confiamos plenamente en ti,
nos abandonamos como hijos débiles
entre los brazos de la más tierna de las madres,
y, hoy mismo, esperamos de ti
las deseadas gracias.

Dios te salve, María. 

Pidamos la bendición a María


Una última gracia te pedimos,
oh Reina, que no puedes negarnos
(en este día solemnísimo 1):
concede a todos nosotros tu amor celestial
y en modo especial tu bendición materna.
No te dejaremos hasta que no nos hayas bendecido.

Bendice, oh María,
en este momento al Sumo Pontífice.
A los antiguos esplendores de tu Corona,
a los triunfos de tu Rosario,
por lo que te llamamos Reina de las Victorias,
agrega todavía este, oh Madre:
concede el triunfo a la Religión
y la paz a la sociedad humana.

Bendice a nuestros Obispos,
a los Sacerdotes y particularmente
a todos aquellos que celan
el honor de tu Santuario.

Bendice, finalmente,
a todos los asociados
al Templo de Pompeya
y a cuantos cultivan y promueven
la devoción del Santo Rosario.

Oh Rosario bendito de María,
dulce cadena que nos une a Dios,
vínculo de amor que nos une a los Ángeles,
torre de salvación contra los asaltos del infierno,
puerto seguro en el naufragio común,
nosotros no te dejaremos jamás. 
Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía;
para ti, pues, el último beso
de la vida que se apaga. 
Y la última mención de nuestros labios
será tu dulce nombre,
oh Reina del Rosario de Pompeya,
oh Madre nuestra querida,
oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana, consoladora de los tristes. 
Te bendigan en todas partes,
hoy y siempre, en la tierra y en el cielo.
Amén. 

Dios te salve, Reina y Madre... 

(1) Sólo el 8 de mayo y el 1er. domingo de octubre 

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Fuente - Texto tomado de SANTUARIO.IT: