sábado, 7 de mayo de 2016

Solemnidad La Ascensión del Señor - Fiesta Mayo 8 de 2016



Después de su Pasión y Muerte, Jesús se presentó a los apóstoles que había elegido, dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Les prometió que serían bautizados en el Espíritu Santo:



"Recibiréis -les dijo- la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra"
Y entre las muchas instrucciones que les fue dando, San Mateo recuerda que les habló así:



"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado. Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"
Por último, a los cuarenta días de su Resurrección, el Señor Jesús llevó a sus discípulos fuera de Jerusalén, a la cima del Monte de Los Olivos, cerca de Betania, y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos, fue elevado al cielo, una nube lo ocultó a sus ojos, y se sentó a la diestra de Dios.



Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras Jesús se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
"Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo"
Entonces se volvieron con gran gozo a Jerusalén y perseveraban todos constantes en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de María, la Madre de Jesús.

¡Qué diferencia entre
la escena del Calvario
y ésta de la Ascensión! 


Pero aquélla era necesaria para llegar a ésta, pasando por la Resurrección. Son pasos fuertes de la vida de Cristo, que deben serlo también de la nuestra, no tanto en su cronología cuanto en su dimensión de factores y perspectivas de nuestro caminar cotidiano: morir con Cristo día a día a nuestro hombre viejo, para que crezca en nosotros nuestra nueva condición de hijos de Dios, lanzados hacia la casa del Padre por el camino que Jesús nos abrió.

A los discípulos, el acontecimiento debió dejarles un sabor agridulce:
  • De gozo y alegría por el triunfo del Señor, que ahora volvía al seno de la Trinidad, pero como Verbo Encarnado, hombre como nosotros, para interceder por nosotros.
  • Y de pena y tristeza por lo que tenía de despedida y separación. Además, Jesús les había prometido el Espíritu, y ellos tenían que prepararse a recibirlo permaneciendo unidos y constantes en la oración.
El deseo y la esperanza de que esa promesa se cumpliera se volvían más vivos y ardientes en su ánimo al recordar la misión que Jesús les había encomendado:

"Como el Padre me envió, así os envío Yo... Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra... Id, evangelizad y bautizad a todas las gentes..."

¿Cómo ser fieles al Señor
y no defraudarle?

La respuesta no tiene otro punto de partida:

La perseverancia en la oración
y la gracia del Espíritu Santo


Ciertos acontecimientos de los hijos causan en sus madres sentimientos de satisfacción y pesadumbre a la vez, por lo que significan de logro y mejora, y de ausencia y distanciamiento. María, después de lo que sufrió al pie de la cruz, tuvo que gozar lo indecible al ver a su Hijo resucitado y al presenciar su gloriosa Ascensión a los cielos, para sentarse a la derecha del Padre, con el cuerpo que había recibido de su seno maternal; pero el triunfo del Hijo significaba también la separación y ausencia física, que no podían suplir ni los desvelos de ella hacia los discípulos ni las atenciones de éstos, y en particular de San Juan, hacia ella. Una vez más, la Virgen vivió la situación inmersa en un clima de plena confianza en Dios y de absoluto abandono a su voluntad, para secundar en todo sus designios.


A los 40 días después de la Resurrección habiendo instruido a sus Apóstoles sobre la nobilísima misión de establecer el Reino de Dios en el mundo. Jesús iba a subir al cielo, donde le esperaban las glorias celestiales. Bendijo a su querida Madre, a los Apóstoles y discípulos y se despidió de ellos. Una nube lo ocultó de sus miradas. Le acompañaban innumerables espíritus, los primeros frutos de la redención, que Él había sacado del Limbo. Las jerarquías angélicas salían al encuentro del Salvador del mundo.

Al situarse junto al Padre, toda la corte celestial entonó un himno glorioso de alabanza, como el que oyó Juan en sus visiones:



"Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, la honra, la gloria y la alabanza" (Ap. 5, 12).
Jesús entró en los cielos para tomar posesión de su gloria. Mientras estaba en la tierra, gustaba siempre de la visión de Dios; pero únicamente en la Transfiguración se manifestó la gloria de su Humanidad Sacratísima, que, por la Ascensión, se colocó al lado del Padre celestial y quedó ensalzada sobre toda criatura humana. La noche antes de morir oraba Jesús al Padre diciendo:



"Te he glorificado en la tierra, cumpliendo la obra que me habías encargado. Ahora tú, Padre, dame junto a Ti la misma Gloria que tenía a tu lado desde antes que comenzara el mundo" (Juan 17, 4)
Por estar unida al Verbo Divino, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, la Humanidad de Jesús disfruta del derecho a la gloria eterna. Comparte con el Padre la infinita felicidad y poder de Dios. Justa recompensa por todo lo que hizo y mereció en la tierra. Humanidad elevada al Cielo por encima de toda criatura, porque en la tierra por debajo de todo se humilló. Cuando acabe la lucha en esta vida, Jesús nos dará la gracia de compartir eternamente el gozo de su victoria.



Jesús subió a los cielos para ser nuestro Mediador ante el Padre. Allí está intercediendo por nosotros. Subió para rendir cuentas al Padre celestial de la gran obra que había acabado en la tierra. La Iglesia nació, la gracia brota en abundancia de su Cruz en el Calvario y se distribuye por los Sacramentos, la duda de justicia es pagada, la muerte y el infierno son vencidos, el Cielo es abierto y el hombre es puesto en el camino de salvación, Jesús merecía este glorioso recibimiento, al regresar a su hogar.

La Ascensión, además, es garantía de nuestra propia subida al Cielo, después del Juicio de Dios. Fue a prepararnos sitio en su Reino y prometió volver a llevarnos con Él.

Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11


1. He hablado en mi primer libro, ¡oh Teófilo!, de todo lo más notable que hizo y enseñó Jesús, desde su principio.

2. Hasta el día en que fue recibido en el cielo, después de haber instruído por el Espíritu Santo a los apóstoles, que Él había escogido.

3. A los cuales se había manifestado también después de su pasión, dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles en el espacio de cuarenta días, y hablándoles de las cosas tocantes al reino de Dios.

4. Y por último, comiendo con ellos, les mandó que no partiesen de Jerusalén, sino que esperasen el cumplimiento de la promesa del Padre, la cual, dijo:
"Oísteis de mi boca:
5. Y es, que Juan bautizó con el agua, mas vosotros habéis de ser bautizados, o bañados, en el Espíritu Santo dentro de pocos días.
6. Entonces los que se hallaban presentes, le hicieron esta pregunta:
"Señor, ¿sí será éste el tiempo en que has de restituir el reino a Israel?"
7. A lo cual respondió Jesús:
"No os corresponde a vosotros el saber los tiempos y momentos que tiene el Padre reservados a su poder soberano.

8. Recibiréis, sí, la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y me serviréis de testigos en Jerusalén, y en toda la Judea, y Samaria, y hasta el cabo del mundo"
9. Dicho ésto, se fue elevando a vista de ellos por los aires, hasta que una nube le encubrió a sus ojos.

10. Y estando atentos a mirar cómo iba subiéndose al cielo, he aquí que aparecieron cerca de ellos dos personajes con vestiduras blancas.

11. Los cuales les dijeron:
"Varones de Galilea, ¿por qué estáis ahí parados mirando al cielo?  Este Jesús, que separándose de vosotros se ha subido al cielo, vendrá de la misma suerte que le acabáis de ver subir allá".
Palabra de Dios
Gloria a Ti, Señor Jesús


Fuente - Texto tomado de EWTN: