jueves, 1 de noviembre de 2012

Conmemoración de los Fieles Difuntos - Fiesta Noviembre 2


Historia

La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El Libro 2° de los Macabeos en el Antiguo Testamento dice:

"Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2 Mac. 12, 46).

Y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas, con los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.

En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. En tiempos de San Isidoro (636) en España había una celebración parecida al sábado anterior al sexagésimo día antes del Domingo de Pascua (Domingo segundo de los tres que se contaban antes de la primer de Cuaresma), o antes de Pentecostés.

En Alemania cerca del año 980, según el testimonio de Widukind, abad de la Corvey, hubo una ceremonia consagrada a la oración de los difuntos el día 1 de noviembre, fecha aceptada y bendecida por la Iglesia. San Odilón u Odilo en el 980, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada "Conmemoración de los Fieles Difuntos". De allí se extendió a otras congregaciones de benedictinos y entre los cartujos; la Diócesis de Lieja la adoptó cerca del año 1000, en Milán se adoptó el siglo XII, hasta ser aceptado el 2 de noviembre, como fecha en la que la Iglesia celebraría esta fiesta.

Reflexión
¿Qué podemos y debemos hacer por nuestros difuntos?


  1. No olvidarlos. No olvidar su cariño, su entrega, todo lo bueno que han hecho, que nos han hecho a nosotros, y que es como la herencia que nos dejaron. Por gratitud y fidelidad. También porque creemos que siguen viviendo en el otro mundo, que no ha terminado todo con su muerte.
  2. Rezar por ellos. Han tenido sus limitaciones y faltas. Han sido, igual que nosotros, pecadores y no santos. Necesitan del perdón de Dios. Por eso, rezar por ellos, para que Dios se compadezca de ellos y los haga participar de su gloria y felicidad eternas.  ¡Pensemos en la importancias de la Eucaristía!
  3. Confiar en ellos. Probablemente ya están cerca de Dios, sobre todo si han vivido como hombres honrados y caritativos, verdaderos cristianos. Pertenecen entonces a la comunidad de los santos. Hemos de alegrarnos por ello. Y hemos de pedirles que intercedan por nosotros y que nos acompañen en nuestra lucha diaria. Porque los santos son nuestros abogados ante Dios.
  4. Esperar el reencuentro con ellos. La fe cristiana nos dice que no los hemos perdido para siempre. Sino que vamos a verlos de nuevo en el otro mundo. Es la esperanza de que nos volveremos a reunir con ellos, en la Casa del Padre, y sin tener que separarnos ya nunca más. 
El sentido de la vida humana es peregrinar hacia nuestro hogar definitivo: el cielo. La vida terrena tiene carácter transitorio, pasajero. Sólo el amor permanece.

Fuente - Texto tomado de OBLATOS.COM: