domingo, 1 de abril de 2012

Domingo de Ramos - Lectura del Santo Evangelio Según San Marcos 14, 1-72; 15, 1-47


Capítulo XIV

Dos días después era la Pascua, cuando comienzan los ázimos: y los príncipes de los sacerdotes y los escribas andaban trazando cómo prender a Jesús con engaño y quitarle la vida. Mas no ha de ser, decían, en la fiesta, porque no se amotine el pueblo. Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, estando a la mesa, entró una mujer con un vaso de alabastro lleno de ungüento o perfume hecho de la espiga del nardo, de mucho precio, y quebrando el vaso, derramó el bálsamo sobre la cabeza de Jesús. Algunos de los presentes irritados interiormente, decían:
"¿A qué fin desperdiciar ese perfume, siendo así que se podía vender en más de trescientos denarios, y dar el dinero a los pobres?"
Con este motivo bramaban contra ella. Mas Jesús les dijo:
"Dejadla en paz, ¿por qué la molestáis? La obra que ha hecho conmigo es buena y loable: pues que a los pobres los tenéis siempre con vosotros, y podéis hacerles bien cuando quisiereis; mas a mí no me tendréis siempre. Ella ha hecho cuanto estaba en su mano; se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura y hacerme en vida este honor. En verdad os digo que doquiera que se predicare este evangelio por todo el mundo, se contará también en memoria y alabanza de esta mujer lo que acaba de hacer".
Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, salió a verse con los sumos sacerdotes, para entregarles a Jesús. Los cuales cuando le oyeron, se holgaron mucho, y prometieron darle dinero. Y él ya no buscaba sino ocasión oportuna para entregarle. El primer día, pues, de los ázimos en que sacrificaban el cordero pascual, dícenle los discípulos:
"¿A dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de la Pascua?"
Y Jesús envió a Jerusalén a dos de ellos, diciéndoles:
"Id a la ciudad, y encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle. Y en donde quiera que entrare, decid al amo de la casa, que el Maestro os envía a decir: ¿Dónde está la sala en que he de celebrar la cena de la Pascua con mis discípulos? Y él os mostrará una pieza de comer grande, bien mueblada: preparadnos allí lo necesario".
Fueron, pues, los discípulos, y llegando a la ciudad, hallaron todo lo que les había dicho, y dispusieron las cosas para la Pascua. Puesto ya el sol, fue Jesús allá con los doce. Y estando a la mesa, y comiendo, dijo Jesús:
"En verdad os digo, que uno de vosotros, que come conmigo, me hará traición".
Comenzaron entonces ellos a contristarse y a decirle uno después de otro:
"¿Seré yo acaso, Señor?"
Él les respondió:
"Es uno de los doce, uno que mete conmigo la mano o moja en un mismo plato. Verdad es que el Hijo del hombre se va, o camina a su fin, como está escrito de Él; pero, ¡ay de aquel hombre, por quien le Hijo del hombre será entregado a la muerte! Mejor sería para el tal hombre el no haber nacido".
Durante la cena, tomó Jesús pan, y bendiciéndolo lo partió, y dióselo, y les dijo:
"Tomad, éste es mi cuerpo".
Y cogiendo el cáliz, dando gracias se lo alargó; y bebieron todos de él. Y al dárselo, díjoles:
"Esta es la sangre mía, el sello del nuevo testamento, la cual será derramada por muchos. En verdad os digo, que de hoy más no beberé de este fruto de la vid, hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios".
Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte del Olivar. Antes de partir díjoles aún Jesús:
"Todos os escandalizaréis por ocasión de mí esta noche, según está escrito: Heriré al pastor, y se descarriarán las ovejas. Pero en resucitando me pondré a vuestro frente en Galilea en donde os reuniré otra vez".
Pedro le dijo entonces:
"Aún cuando fueres para todos los demás un objeto de escándalo, no lo serás para mí".
Jesús le replicó:
"En verdad te digo, que tú, hoy mismo en esta noche, antes de la segunda vez que cante el gallo, tres veces me has de negar".
Él no obstante se afirmaba más y más en lo dicho, añadiendo:
"Aunque me sea forzoso el morir contigo, yo no te negaré".
Y lo mismo decían todos los demás. En ésto llegan a la granja llamada Getsemaní. Y dice a sus discípulos:
"Sentaos aquí mientras que Yo hago oración".
Y llevándose consigo a Pedro, y a Santiago, y a Juan, comenzó a atemorizarse y angustiarse. Y díjoles:
"MI alma siente angustias de muerte; aguardad aquí y estad en vela".
Y apartándose un poco adelante, se postró en tierra; y suplicaba que, si se pudiese, se alejase de Él aquella hora:
"¡Oh Padre, Padre mío!, decía, todas las cosas te son posibles, aparta de mí este cáliz; mas no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú".
Viene después a los tres, y hallólos dormidos. Y dice a Pedro:
"¿Simón, tú duermes?, ¿aún no has podido velar una hora? Velad, y orad para que no caigáis en la tentación. El espíritu a la verdad está pronto, es esforzado, pero la carne es flaca".
Fuése otra vez a orar, repitiendo las mismas palabras. Y habiendo vuelto, los encontró de nuevo dormidos (porque sus ojos estaban cargados de sueño) y no sabían qué responderle. Al fin vino tercera vez, y les dijo:
"Ea, dormid y reposad... Pero basta ya: la hora es llegada; y ved aquí que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos de aquí, y vamos, que ya el traidor está cerca".
Estando todavía hablando, llega Judas Iscariote, uno de los doce, acompañado de mucha gente, armada con espadas y con garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes, por los escribas y por los ancianos. El traidor les había dado una seña, diciendo:
"A quien yo besare, Él es, prendedle y conducidle con cautela".
Así al punto que llegó, arrimándose a Jesús, le dijo:
"Maestro mío, Dios te guarde; y bésole".
Ellos entonces le echaron las manos, y le aseguraron. Entretanto uno de los circunstantes (Pedro) desenvainando la espada, hirió a un criado del Sumo sacerdote, y le cortó una oreja. Jesús empero, tomando la palabra, les dijo:
"¿Como si Yo fuese algún ladrón, habéis salido a prenderme con espadas y con garrotes? Todos los días estaba entre vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis. Pero es necesario que se cumplan las Escrituras".
Entonces sus discípulos, abandonándole, huyeron todos. Pero cierto mancebo le iba siguiendo envuelto solamente en una sábana o lienzo sobre sus carnes, y los soldados le cogieron. Mas él soltando la sábana, desnudo se escapó de ellos. Jesús fue conducido a casa del Sumo sacerdote, donde se juntaron todos los principales sacerdotes, y los escribas, y los ancianos. Pedro como quiera le fue siguiendo a lo lejos, hasta dentro del palacio del Sumo sacerdote, donde se sentó al fuego con los criados, y estaba calentándose, mientras tanto los príncipes de los sacerdotes, con todo el concilio, andaban buscando contra Jesús algún testimonio, para condenarle a muerte, y no le hallaban. Porque dado que muchos atestiguaban falsamente contra Él, los tales testimonios no estaban acordes, ni eran suficientes para condenarle a muerte. Comparecieron, en fin, algunos que alegaban contra Él este falso testimonio:
"Nosotros le oímos decir: Yo destruiré este templo hecho de mano de los hombres, y en tres días fabricaré otro sin obra de mano alguna".
Pero tampoco en este testimonio estaban acordes. Entonces el Sumo sacerdote levantándose en medio del congreso, interrogó a Jesús, diciéndole:
"¿No respondes nada a los cargos que te hacen éstos?"
Jesús, empero, callaba, y nada respondió. Interrogóle el Sumo sacerdote nuevamente, y le dijo:
"¿Eres Tú el Cristo, o Mesías, el Hijo de Dios bendito?"
A ésto le respondió Jesús:
"Yo Soy; y algún día veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la majestad de Dios, y venir sobre las nubes del cielo".
Al punto, el Sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, dice:
"¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos habéis oído la blasfemia: ¿qué os parece?"
Y todos ellos le condenaron por reo de muerte. Y luego empezaron algunos a escupirle, y tapándole la cara, dábanle golpes, diciéndole:
"Profetiza, o adivina quién te ha dado"
Y los ministriles le daban de bofetadas. Entretanto, hallándose Pedro abajo en el patio, vino una de las criadas del Sumo sacerdote; y viendo a Pedro que se estaba calentando, clavados en él los ojos, le dice:
"Tú también andabas con Jesús Nazareno".
Mas él lo negó, diciendo:
"Ni le conozco, ni se lo que te dices".
Y saliéndose fuera del zaguán, cantó el gallo. Reparando de nuevo en él la criada, empezó a decir a los circunstantes:
"Sin duda éste es de aquellos".
Mas él lo negó segunda vez. Un poquito después, los que estaban allí decían nuevamente a Pedro:
"Seguramente tú eres de ellos, pues eres también galileo".
Aquí comenzó a echarse maldiciones, y a asegurar con juramento:
"Yo no conozco a ese hombre de que habláis".
Y al instante cantó el gallo la segunda vez. Con lo que se acordó Pedro de la palabra que Jesús le había dicho:
"Antes de cantar el gallo por segunda vez, tres veces me habrás ya negado".
Y comenzó a llorar amargamente.

CAPÍTULO XV

Y luego que amaneció, habiéndose juntado para deliberar los Sumos sacerdotes, con los ancianos y los escribas, y todo el consejo o sanedrín, ataron a Jesús, y le condujeron y entregaron a Pilatos. Pilatos le preguntó:
"¿Eres Tú el rey de los judíos?"
A lo que Jesús respondiendo, le dijo:
"Tú lo dices, lo Soy"
Y como los príncipes de los sacerdotes le acusaban en muchos puntos. Pilatos volvió nuevamente a interrogarle, diciendo:
"¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan".
Jesús, empero, nada más contestó, de modo que Pilatos estaba todo maravillado. Solía él, por razón de la fiesta de Pascua, concederles la libertad de uno de los presos, cualquiera que el pueblo pidiese. Entre éstos había uno llamado Barrabás, el cual estaba preso con otros sediciosos, por haber en cierto motín cometido un homicidio. Pues como el pueblo acudiese a esta sazón a pedirle el indulto que siempre les otorgaba. Pilatos les respondió, diciendo:
"¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?"
Porque sabía que los príncipes de los sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Mas los pontífices instigaron al pueblo a que pidiese más bien la libertad de Barrabás. Pilatos de nuevo les habló, y les dijo:
"¿Pues qué queréis que haga del rey de los judíos?"
Y ellos volvieron a gritar:
"¡Crucificadle!"
Y les decía:
"¿Pues qué mal es el que ha hecho?"
Mas ellos gritaban con mayor fuerza:
"¡Crucificadle!"
Al fin Pilatos, deseando contentar al pueblo, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que fuese crucificado. Los soldados le llevaron entonces al patio del pretorio, y reuniéndose allí toda la cohorte. Vístenle un manto de grana a manera de púrpura, y le ponen una corona de espinas entretejidas. Comenzaron en seguida a saludarle diciendo:
"¡Salve, oh rey de los judíos!"
Al mismo tiempo herían su cabeza con una caña, y escupíanle, e hincando las rodillas le adoraban. Después de haberse así mofado de Él, le desnudaron de la púrpura, y volviéndole a poner sus vestidos, le condujeron afuera para crucificarle. Al paso alquilaron a un hombre que venía de una granja, llamado Simón Cireneo, padre de Alejandro y de Rufo, obligándole a que llevase la cruz de Jesús. Y de esta suerte le conducen al lugar llamado Gólgota, que quiere decir Calvario, u osario. Allí le daban a beber vino mezclado con mirra; mas Él no quiso beberlo. Y después de haberle crucificado, repartieron sus ropas, echando suertes sobre la parte que había de llevar cada uno. Era ya cumplida la hora de tercia, cuando le crucificaron. Y estaba escrita la causa de su sentencia con este letrero:
EL REY DE LOS JUDÍOS
Crucificaron también con Él a dos ladrones, uno a su derecha y otro a la izquierda; con lo que se cumplió la Escritura, que dice:
Y fue puesto en la clase de los malhechores
Los que iban y venían blasfemaban de Él, meneando sus cabezas, y diciendo:
"¡Hola!, Tú que destruyes el templo de Dios, y que lo reedificas en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz".
De la misma manera, mofándose de Él los príncipes de los sacerdotes, con los escribas, se decían el uno al otro: 
"A otros ha salvado, y no puede salvarse a sí mismo. El Cristo, el rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que seamos testigos de vista, y le creamos".
También los que estaban crucificados con Él, le ultrajaban. Y a la hora de sexta se cubrió toda la tierra de tinieblas hasta la hora de nona. Y a la hora de nona exclamó Jesús diciendo en voz grande y extraordinaria:
"ELOI, ELOI, ¿LAMMA SABACTANI?", que significa: "DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?"
Oyéndolo algunos de los circunstantes, decían:
"Ved cómo llama a Elías".
Y corriendo uno de ellos, empapó una esponja en vinagre, y revolviéndola en la punta de una caña, dábale a beber, diciendo:
"Dejad que cobre así algún aliento, y veremos si viene Elías a descolgarle de la cruz".
Mas Jesús, dando un gran grito, expiró. Y al mismo tiempo el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba abajo. Y el centurión que estaba allí presente, viendo que había expirado con gran clamor, dijo:
"Verdaderamente que este hombre era Hijo de Dios".
Había también allí varias mujeres que estaban mirando de lejos, entre las cuales estaba María Magdalena y María, madre de Santiago el menor y de José, y Salomé mujer de Zebedeo. Que cuando estaba en Galilea, le seguían y le asistían con sus bienes; y también otras muchas, que juntamente con Él habían subido a Jerusalén. Al caer el sol (por ser aquel día la parasceve, o día de preparación, que precede al sábado), fue José de Arimatea, persona ilustre y senador, el cual esperaba también el reino de Dios, y entró denodadamente a PIlatos, y pidió el cuerpo de Jesús. PIlatos, admirándose de que tan pronto hubiese muerto, hizo llamar al centurión, y le preguntó si efectivamente era muerto. Y habiéndole asegurado que sí el centurión, dio el cuerpo a José. José, comprada una sábana, bajó a Jesús de la cruz, y le envolvió en la sábana, y le puso en un sepulcro abierto en una peña, y arrimando una gran piedra, dejó así con ella cerrada la entrada. Entretanto, María Magdalena y María, madre de José, estaban observando dónde le ponían.

Palabra de Dios,
Gloria a Ti, Señor Jesús