domingo, 2 de octubre de 2011

San Francisco de Asís - Fiesta Octubre 4


Nació en Asís (Italia) en 1182 y murió el 3 de octubre de 1226 a la edad de 44 años. Santo italiano que fue diácono, fundador de la Orden Franciscana y de una segunda orden conocida como Hermanas Clarisas, ambas surgidas bajo la autoridad de la Iglesia Católica en la Edad Media. Su vida religiosa fue austera y simple, por lo que animaba a sus seguidores a hacerlo de igual manera. Es el primer caso conocido en la historia de Estigmatizaciones visibles y externas.

La expulsión de los demonios de Arezzo



Francisco, hombre evangélico, pacífico y pacificador, al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo anunciándole la paz con estas palabras: "El Señor os de la paz". Tal saludo lo aprendió por revelación divina, como él mismo lo confesó más tarde en su Testamento. De ahí que, según la palabra profética de Isaías y movido en su persona del espíritu de los profetas, anunciaba la paz, predicaba la salvación y con saludables exhortaciones, reconciliaba en una paz verdadera a quienes, siendo contrarios a Cristo, habían vivido antes lejos de la salvación.

Y así sucedió que en cierta ocasión llegó Francisco a Arezzo, cuando toda la ciudad se hallaba agitada por unas luchas internas tan espantosas, que amenazaban hundirla en una próxima ruina. Alojado en el suburbio, vio sobre la ciudad unos demonios que daban brincos de alegría y azuzaban los ánimos perturbados de los ciudadanos para lanzarse a matar unos a otros. Con el fin de ahuyentar aquellas insidiosas potestades aéreas, envió delante de sí, como mensajero, al hermano Silvestre, varón de colombina simplicidad, diciéndole:
"Marcha a las puertas de la ciudad y, de parte de Dios omnipotente, manda a los demonios, por santa obediencia, que salgan inmediatamente de allí".
Se apresuró el hermano Silvestre a cumplir las órdenes del Padre y, prorrumpiendo en alabanzas ante la presencia del Señor, llegó a la puerta de la ciudad y se puso a gritar con voz potente:
"De parte de Dios omnipotente y por mandato de su siervo Francisco, marchaos  lejos de aquí, demonios todos".
Al punto quedó apaciguada la ciudad, y sus habitantes, en medio de una gran serenidad, volvieron a respetarse mutuamente en sus derechos cívicos. Expulsada, pues, la furiosa soberbia de los demonios, que tenían como asediada la ciudad, por intervención de la sabiduría de un pobre, es decir, de la humildad de Francisco, tornó la paz y se salvó la ciudad.

La predicación a las aves

Asaltó a Francisco una angustiosa duda, que le atormentaba en gran manera y muchos días, sobre si debía entregarse del todo al ejercicio de la oración o, más bien, ir a predicar por el mundo. Veía las muchas ventajas de la oración, para la que creía haber recibido una mayor gracia que para la palabra. Pero veía también que el Hijo unigénito de Dios descendió del seno del Padre para amaestrar al mundo con su ejemplo, y predicar el mensaje de salvación a los hombres. Y, por más que durante muchos días anduvo dando vueltas al asunto con sus hermanos, Francisco no acertaba a ver con toda claridad cuál de las dos alternativas debería elegir como más acepta a Cristo.

Así, pues, llamó a dos de sus compañeros y los envió al hermano Silvestre y a la santa virgen Clara, encareciéndoles que averiguasen la voluntad del Señor sobre el particular. Tanto el venerable sacerdote como la virgen consagrada a Dios, coincidieron de modo admirable en lo mismo, a saber, que era voluntad divina que el heraldo de Cristo saliese afuera a predicar. Tan pronto como volvieron los hermanos y le comunicaron a Francisco la voluntad del Señor, se levantó en seguida, se ciñó y sin ninguna demora emprendió la marcha.

Acercándose a Bevagna, llegó a un lugar donde se había reunido una gran multitud de aves de toda especie. Al verlas el santo de Dios, corrió presuroso a aquel sitio y saludó a las aves como si estuvieran dotadas de razón. Todas se le quedaron en actitud expectante, con los ojos fijos en él, de modo que las que se habían posado sobre los árboles, inclinando sus cabecitas, lo miraban de un modo insólito al verlo aproximarse hacia ellas. Y, dirigiéndose a las aves, las exhortó encarecidamente a escuchar la palabra de Dios, y les dijo:
"Mis hermanas avecillas, mucho debéis alabar a vuestro Creador, que os ha revestido de plumas y os ha dado alas para volar, os ha otorgado el aire puro y os sustenta y gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte".
Mientras les decía estas cosas y otras parecidas, las avecillas, gesticulando de modo admirable, comenzaron a alargar sus cuellecitos, a extender las alas, a abrir los picos y mirarle fijamente. Entre tanto, el varón de Dios, paseándose en medio de ellas con admirable fervor de espíritu, las tocaba suavemente con la fimbria de su túnica, sin que por ello ninguna se moviera de su lugar, hasta que, hecha la señal de la cruz y concedida su licencia y bendición, remontaron todas a un mismo tiempo el vuelo. Todo esto lo contemplaron los compañeros que estaban esperando en el camino. Vuelto a ellos el varón simple y puro, comenzó a inculparse de negligencia por no haber predicado hasta entonces a las aves.

El milagro de la ovejita

San Buenaventura refiere que, cierto día, estando el Santo en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles, una persona tuvo a bien regalarle una ovejita, y la recibió con mucho agradecimiento, porque le complacía ver en ella la imagen de la mansedumbre. Después de recibida, mandó San Francisco a la ovejita que atendiese a las alabanzas que se tributaban a Dios, y no turbase la paz de los religiosos con sus balidos. El animal, como si hubiese entendido al siervo de Dios, observaba con fidelidad su mandato pues tan pronto como oía el canto de las divinas alabanzas en el coro, se aquietaba, y si alguna vez se metía en la capilla, quedábase inmóvil en un rinconcito sin causar la menor molestia.

Pero el prodigio era ver cómo después del rezo divino, si se celebraba el santo Sacrificio de la Misa, al tiempo de elevar el sacerdote la Sagrada Hostia, la ovejita, sin ser enseñada de nadie, se ponía de pie e hincaba las rodillas en señal de reverencia a su Señor.

Fuente - Texto tomado de WIKIPEDIA:

Fuente - Texto tomado de FRANCISCANOS.ORG:

Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG: