jueves, 22 de septiembre de 2011

San Pío de Pietrelcina - Fiesta Septiembre 23



Los éxtasis y las visiones

Los éxtasis son un carisma muy especial que consisten en perder por unos minutos la noción del tiempo y del sitio donde uno está, y trasladarse mentalmente hacia el reino sobrenatural y a la vida divina del cielo. En estos éxtasis se presentan frecuentemente visiones de seres celestiales, como Jesucristo, la Virgen y los santos. El Padre Pío le contaba a su director espiritual que a él le permitió Dios tener éxtasis desde los cinco años. Pero también desde esa edad el diablo se le aparecía en forma de bestias horribles.


Las apariciones

En el noviciado y en el convento de Venafro y también en Pietrelcina, tuvo varias apariciones. En sus éxtasis se le aparecían Jesucristo, la Santísima Virgen, su Ángel Custodio y San Francisco. Esos éxtasis duraban media hora y a veces más. A su director espiritual le contaba por carta lo que había visto y oído en esas apariciones y añadía: "Después de ver y oír todo ésto ha quedado mi alma en una paz y una alegría tales, que todos los goces de este mundo parecen nada comparados con lo que allí se goza".

Los resultados: Después de estas visiones quedaba el Padre Pío más y más convencido de su propia nada y de su indignidad y con un desprendimiento total  de las cosas terrenas. Sentía un hondo pesar al constatar que sean tan poquitas las personas que buscan a Dios, y un consuelo inmenso al darse cuenta de la infinita bondad de Nuestro Señor, y en su alma brotaba un anhelo incontenible de dar gracias al Creador por sus grandes bondades para con nosotros.




Su trato con el Ángel de la Guarda

La gente llegó a convencerse de que el Padre Pío lo sabía todo y que su Ángel Custodio lo mantenía informado de lo que necesitaba saber. Esta creencia era exagerada, pero lo que sí es cierto es que en la vida del santo sacerdote hubo intervenciones muy especiales de su Ángel de la Guarda. Veamos algunos ejemplos:

Mensajes por los aires. Cuando le prohibieron comunicarse por carta con sus penitentes, varias personas le preguntaban: "¿Y ahora qué hacemos para hacerle llegar nuestros mensajes?" Y él respondía: "Mándenlos por medio del Ángel de la Guarda"Una devota tomó a la letra esta recomendación y un día al ver que no podría llegar a tiempo a la Santa Misa del Padre (que era muy temprano), le dijo al Ángel: "Por favor, dígale al Padre Pío que me espere unos minutos, y en señal de que sí me hizo este favor, escóndale el solideo o gorro que se pone en la cabeza para el frío". Aquella madrugada el padrecito demoró más que de costumbre para salir a celebrar y no salió mientras no hubo llegado la señora del mensaje. Después de la misa buscaba algo que se le había perdido. "¿Qué busca Padre?", le dijo la señora aquella. "Busco mi solideo y no lo encuentro". Al fin halló que estaba metido dentro de su hábito.

Mensajes puntuales. Varias personas le preguntaban: "Padre, ¿ha recibido el mensaje que le enviamos por medio de su Ángel?". Y él respondió: "¡Claro que sí!  ¿O es que se imaginan que el Ángel es tan perezoso y olvidadizo como ustedes?"



Mensajes de disgusto. Raquelina Russo fue al convento a hacerle una consulta al Padre Pío y él le mandó decir que ni podía ni quería recibirla ese día. Ella se volvió furiosa a su casa y le dijo al Ángel de la Guarda: "Por favor, dígale al Padre Pío que estoy muy disgustada por esa manera tan maleducada con la que me ha recibido. Que por el disgusto no comulgaré mañana". Al poco rato llegó una persona a casa de Raquelina, con un mensaje del Padre Pío: "Que mañana no comulgue". Ella quedó como pretrificada. Al día siguiente fue al convento, y al encontrarse con el Padre, éste le dijo: "¿Con que se vale del Ángel de la Guarda como si él fuera un mandadero suyo, para mandarme regaños y desahogar sus rabietas?". Ella, toda confundida, le dijo: "Padre, ¿pero es que ha venido el Ángel a traerle mis mensajes?"  "Claro que sí. Pero afortunadamente él no es tan malgeniado como usted".

Buen traductor. Le llegaban cartas en francés, en griego y en alemán, y él sin saber estos idiomas los entendía. Alguien le preguntó cómo hacía, y el santo fraile le respondió con la mayor naturalidad: "El Ángel de la Guarda me las traduce".

Se le aparecían las almas del purgatorio. En 1926, estando el Padre Pío en su celda, a medianoche vio que llegaba su gran amigo el Padre José Antonio, del cual había oído que estaba muy grave. Le preguntó: "Pero Padre José, ¿no me habían dicho que estaba muy enfermo?". El otro le respondió: "Vengo a decirle que mis males y mis penas ya se acabaron". Y desapareció. Poco después le llegó la noticia de que el Padre José Antonio había muerto esa noche.

Pidiendo socorro. Una noche de invierno de 1917 estaba el Padre Pío junto al fuego calentándose un poco, cuando de pronto vio que llegaba un anciano y se sentaba a su lado. Le preguntó qué se le ofrecía y el otro respondió: "Yo soy fulano de tal (y le dijo su nombre). Morí una noche en un incendio en este convento. Estoy en el purgatorio por mis pecados". El padrecito le prometió que ofrecería por su alma la santa misa y el otro desapareció. Por varios días quedó el Padre Pío sumamente nervioso, y al verlo tan afanado le preguntó el superior las causas de este nerviosismo y él le contó la aparición que había tenido. El superior se fue a la alcaldía y allá encontró un dato: que unos años antes había llegado una noche un pordiosero a pedir hospedaje en el convento, y que se quedó a dormir en un corredor donde había fuego encendido y aquella noche hubo un incendio en el convento y el pordiosero murió asfixiado por el humo.



Un novicio penando. Una noche de 1922 se fue el Padre Pío al coro a rezar, y de pronto oyó un estruendo en el altar. Observó bien que los candeleros habían caído por el suelo. Se acercó y entonces se le presentó un joven religioso y le dijo: "Yo fui un novicio que era sumamente descuidado en todo lo que era el arreglo del altar, y estoy penando por ello". El Padre prometió celebrar misas por su alma, y el otro desapareció. Salió el santo religioso temblando de emoción al corredor donde estaban los demás religiosos, y le dijo al Sr. Brumato, que allí estaba: "Amigo, por favor, vaya al altar y mire qué ha sucedido allí". El otro fue y encontró los candeleros derribados por el suelo y las velas partidas. El caso impresionó fuertemente a los demás religiosos.

Fuente - Texto tomado del Libro San Pío de Pietrelcina - El Padre Pío - P. Eliécer Sálesman.