viernes, 10 de octubre de 2025

Decálogo de la Serenidad - Por San Juan XXIII



Decálogo de la Serenidad


Juan XXIII, fue sin duda, el ser humano que más me ha enseñado sobre la vida y sobre el alma.


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Razones desde la otra orilla


Uno de mis «vicios» es mi especialísimo cariño a Juan XXIII, que fue, sin duda, el ser humano que más me ha enseñado sobre la vida y sobre el alma.

Y una de las cosas que más me asombraron siempre en él era aquella extraña, casi milagrosa, serenidad que mantenía ante los problemas y ante las tormentas de su vida, que no fueron pocas, aunque él lo disimulase. Yo recuerdo, por ejemplo, aquel día de octubre de 1962 en que pareció que el Concilio Vaticano iba a dividirse en dos, cuando la mayoría de los obispos centroeuropeos y del Tercer Mundo se «cargó» el más importante de los esquemas preparados por la Curia Romana y los prelados más conservadores. La situación era bastante desconcertante, porque el número de votos contra el esquema superaba la mitad, pero no alcanzaba los dos tercios. Con lo que (como un documento no podía ser aprobado ni derribado más que por más de dos tercios) el texto seguía jurídicamente en pie, aun estando en minoría, pero todos sabíamos que tenía una vida artificial, pues nunca alcanzaría los dos tercios para ser aprobado. Sólo una intervención del Papa modificando el reglamento podía hacer salir del atasco, y era mucho pedirle a Su Santidad Juan XXIII que también él se pusiera contra los autores del texto (sus más íntimos colaboradores, elegidos por él). Aquella tarde el secretario del Papa llamó por teléfono al colegio Pío, Latino para decir que, aunque el Pontífice tenía señalado el día siguiente para ir a inaugurarlo, «como aquella tarde hacía un sol precioso», le apetecía darse un paseo. Y que si podía, de paso, inaugurarlo aquella misma tarde. Así lo hizo.

Yo estuve allí. Y recuerdo que el Papa hizo la homilía más hermosa que jamás le escuché y que, en ella, nos recitó de memoria una preciosa oración a la Virgen que él solía rezar siempre de niño. Estuvo el Papa feliz y no dejó de sonreír ni un solo segundo. Y yo me preguntaba: «Pero, este hombre, ¿qué es?, ¿un frívolo? Con el follón que tiene montado en el Concilio, ¿lo que le preocupa es darse un paseo porque hace un sol precioso y hablar infantilmente de la Virgen María?». A la mañana siguiente tuvo la respuesta: El Papa creaba una nueva comisión mixta para elaborar un nuevo esquema, y en ella integraba a los conservadores y a los más avanzados, sin humillar a nadie, pero permitiendo al Concilio seguir su camino. Y aquella mañana mi pregunta fue otra: ¿De dónde sacaba el papa Juan XXIII esa asombrosa serenidad que le permitía no perder nunca la calma? Años más tarde, cuando se publicó su Diario del alma, entendimos muchas de las claves de su vida. Y ésta entre otras.

Descubrimos que esa serenidad la sacaba, ante todo, de su alma de santo en contacto con el Sobrenatural, pero también de su inteligente sabiduría humana. Concretamente allí, con ese libro, explicaba el Papa (mucho antes de serio) que él nunca se proponía las cosas a plazo largo, porque la idea de tener que hacer «siempre» una cosa le habría descorazonado, y que, en cambio, era capaz de hacer lo más difícil si se lo proponía sólo por doce horas, pero repitiendo cada día ese propósito.

A esta luz había escrito, de muy joven, este decálogo que yo ofrezco hoy a mis lectores:


1. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez.

2. Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo.

3. Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.

4. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.

5. Sólo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6. Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

7. Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

8. Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

9. Sólo por hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo.

10. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.


Desde luego, si sólo por hoy soy capaz de cumplir tres o cuatro de estos mandamientos, y si mañana repito alguno de estos y cumplo alguno más, y pasado mañana hago míos otros dos o tres, terminaré teniendo no la serenidad de Juan XXIII (porque esa es una quiniela gorda que sólo toca dos o tres veces por siglo), pero sí la suficiente serenidad para ir cumpliendo mi oficio y ser feliz


Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

San Juan XXIII - El Papa de la Bondad - Fiesta Octubre 11

 

SAN JUAN XXIII (1881-1963)


Textos de L'Osservatore Romano


Nació en el seno de una familia numerosa campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.

Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.

De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: San Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), San Francisco de Sales y el entonces Beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.




En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.

En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo Central de las Obras Pontificias para la Propagación de la Fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era:


 

«Obediencia y paz»

Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.




Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.

Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico y convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó:


 

«El Papa de la bondad»

Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.


Oración a San Juan XXIII


San Juan XXIII


Dios, Padre amado,
que nos diste
como Santo Padre
a San Juan XXIII,
llamado por todos
el Papa de la paz
y el Papa bueno,
te pedimos, Padre,
por su intercesión
ser portadores en esta tierra
del don maravilloso
de tu paz y ser por tanto
hombres y mujeres de diálogo,
comprensión y tolerancia.

Ayúdanos, Señor,
a ver a todos los que nos rodean
como hermanos e hijos
de un mismo Dios
y a buscar en todo
momento el entendimiento
sin desvirtuar tu luz y tu verdad.

Queremos, como San Juan XXIII,
que nos reconozca el mundo entero
porque, como discípulos tuyos,
nos amamos unos a otros.

Gracias por este ejemplo de virtudes.
Y unidos a todos los santos del Cielo
y en especial a este Papa bueno,
te suplico, Padre, esta gracia
particular que necesito (.......).
Gracias te doy de antemano, Señor,
porque estoy seguro de que me
será concedida por el ruego
de tan gran intercesor.
Amén.

Padre nuestro, Avemaría y Gloria.


Fuente - Texto tomado de FRANCISCANOS.ORG:

Fuente - Texto tomado de NEWS.VA ESPAÑOL:
https://www.facebook.com/news.va.es

María Corina Machado: una Nobel de la Paz para Venezuela y el desafío moral de nuestro tiempo



¿De qué lado se pondrá la Iglesia?


Por INFOVATICANA | 10 de Octubre de 2025


Por: Rafael López


Este 10 de octubre, el mundo ha sido testigo de un momento histórico: el Comité Noruego del Nobel ha otorgado el Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado, líder de la oposición democrática venezolana, por su «trabajo incansable al promover derechos democráticos al pueblo de Venezuela» y por su lucha por una transición pacífica de la dictadura a la democracia.

Para la Iglesia Católica —que ha acompañado los procesos sociales en América Latina durante siglos, que ha alzado su voz contra dictaduras, pobrezas e injusticias— esta noticia plantea una pregunta directa y urgente: ¿Cuál es la posición ética que debemos asumir ante la lucha de María Corina Machado?


¿Dónde está el lado correcto de la historia… y dónde está la Iglesia?


El discurso del Comité no es simplemente una felicitación. Es una denuncia clara y frontal contra el régimen venezolano, al que acusa de fraude, represión, militarización y empobrecimiento sistemático de su pueblo. Denuncia también el exilio forzado de millones, la judicialización de la política, la persecución de disidentes y la manipulación de los resultados electorales. Y, frente a este oscuro escenario, exalta la figura de una mujer que eligió las papeletas sobre las balas, la resistencia pacífica sobre la violencia, el exilio interior sobre la fuga.

No se trata ya solo de una figura política. Machado ha sido reconocida en el mismo nivel que otros líderes que, sin empuñar armas, han sido faros de esperanza y cambio para sus pueblos: Martin Luther King Jr., Malala Yousafzai, Lech Wałęsa, Nelson Mandela. Su lucha es moral, es civil, es profundamente humana. ¿Hacia dónde debe mirar entonces la Iglesia este momento?


Un silencio que pesa


En Venezuela, muchas veces, la Iglesia ha sido voz de consuelo. Otras, ha sido voz crítica. Pero también ha habido momentos en que ha predominado un silencio prudente, o incluso ambiguo. Hoy, esa ambigüedad ya no es una opción moralmente válida.

El Comité del Nobel ha sido claro: «La democracia es una precondición para la paz duradera». Y añade que María Corina “ha demostrado que las herramientas de la democracia son también las herramientas de la paz”. ¿No es eso lo que enseña también el Evangelio? ¿No es eso lo que han proclamado las Encíclicas sociales desde Rerum Novarum hasta Fratelli Tutti?


¿De qué lado de la historia quiere estar la Iglesia?


La Iglesia Católica —particularmente en América Latina— se ha jugado en otras épocas por los derechos de los pobres, por la justicia frente a dictaduras, por la verdad frente a regímenes represivos. Lo hizo en Chile, lo hizo en Argentina, lo hizo en El Salvador. Hoy, esa misma fidelidad se nos exige en Venezuela.

No se trata de adoptar un partido político ni de emitir comunicados diplomáticos. Se trata de afirmar, con claridad pastoral y valentía profética, que quien lucha por los derechos de su pueblo, de forma pacífica, persistente, honesta, merece no solo nuestro respeto, sino nuestro apoyo.

La Iglesia ha de estar del lado de quienes, como María Corina, “se rehúsan a guardar silencio”, como dice el Comité. Debe acompañar a los millones de venezolanos que vieron en su liderazgo una esperanza real. Debe rechazar la mentira, la manipulación, la represión.

Hoy el mundo ha reconocido a una mujer valiente. Y nosotros, como creyentes, como discípulos de la Verdad, ¿callaremos?




Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:


Video tomado de YouTube: