miércoles, 19 de abril de 2023

Milagro de la Dolorosa: El día que la Virgen abrió y cerró los ojos en Ecuador - Virgen Dolorosa de Quito - Abril 20 de 1906

  



Pablo Cesio / Aleteia Ecuador | Abril 20 de 2020


Este 20 de abril se cumple un nuevo aniversario de un hecho que le cambió la vida a estudiantes y profesores de un colegio jesuita de Quito.

Era la noche del 20 de abril de 1906. En esa oportunidad, 36 estudiantes (entre 10 y 17 años) del Colegio San Gabriel de Quito (Ecuador), que se preparaba para cenar tuvo una experiencia que les cambiaría la vida para siempre y que sería recordada a lo largo de los años.




Es que, de un momento a otro, uno de los estudiantes, identificado como Carlos Herrmann, notó que el cuadro de la Virgen de los Dolores, que colgaba en la pared del comedor, empezó de manera extraordinaria a mover los párpados, a abrir y cerrar los ojos.

Lo primero que hizo, además de quedar conmovido, fue creer que se trataba de una impresión suya y empezó a cubrirse los ojos con las manos. Sin embargo, rápidamente le dijo a Jaime Chávez, uno de sus compañeros:


“Ve a la Virgen”


Jaime miró la imagen y también fue testigo del prodigio.

Como no podía ser de otra manera, el hecho comenzó a difundirse entre los presentes, quienes tuvieron diversas reacciones. Pero uno de ellos logró comunicarle lo sucedido al padre Andrés Roesh, prefecto de este colegio jesuita, y al inspector Luis Alberdi, recuerdan las redes de los jesuitas en Ecuador. 

A partir de lo acontecido y lo relatado, el prodigio –que duró unos 15 minutos- llegó a manos de las autoridades eclesiásticas de la época, quienes luego de un proceso de investigación y análisis concluyeron que no se trató de un efecto de ilusión sensorial y fue considerado como “materialmente cierto”.

Gracias a todo esto, lo acontecido en este colegio jesuita de Ecuador empezó a generar gran devoción y comenzó a conocerse como “el milagro de la Virgen Dolorosa”.

Este 20 de abril se cumplen 117 años de aquel prodigio.




Milagro de La Dolorosa del Colegio 


HISTORIA DEL ECUADOR


La noche del 20 de abril de 1906, 35 niños comprendidos entre los 10 y 17 años de edad, todos ellos estudiantes internos del Colegio San Gabriel de Quito -de los jesuitas-, se encontraban en el comedor de dicho plantel acompañados por el padre Andrés Roesch, Prefecto del Colegio, y el hermano Luis Alberdi.

De pronto y en medio de la natural inquietud juvenil de los niños, uno de ellos, Jaime Chávez, fijó sus ojos en el cuadro de La Dolorosa que colgaba en una de las paredes del comedor y pudo notar, entre asustado y emocionado, que la imagen de la Virgen abría y cerraba suavemente los ojos.

Temerosamente llamó la atención a otro de los niños, quien al notar lo que sucedía lo comunicó a otros, y así todos fueron viendo el prodigio. Pronto avisaron lo que sucedía al padre Roesch, quien de momento no hizo caso tomándolo como una broma propia de los niños, pero ante la insistencia de éstos, levantó la mirada hacia el cuadro para ver, pasmado, la realidad de lo que estaba sucediendo.

El milagro continuó por más de quince minutos: La Virgen miraba a los niños con sus dulces ojos, abriendo y cerrando varias veces sus párpados.

Luego de esto, el padre Prefecto llevó a los niños a la capilla para rezar el rosario, según la tradición del colegio, dejando en la silenciosa oscuridad del comedor, el cuadro milagroso que acababa de manifestarse a los alumnos y religiosos.




RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LOS FIELES DE ECUADOR
 CON MOTIVO DE LA CORONACIÓN
DE LA DOLOROSA DEL COLEGIO, EN QUITO





Domingo 22 de abril de 1956


Amadísimos hijos, —católicos ecuatorianos y, más en especial, católicos quiteños— que con suma devoción y entusiasmo colocáis hoy una corona sobre las sienes de vuestra «Dolorosa del Colegio», al cumplirse los cincuenta años de las manifestaciones con que Ella os mostró su predilección:

¿Qué idea ha sido esta, hijos amadísimos, de celebrar con fiestas y con júbilo a Quien ante vosotros se muestra con los ojos llenos de lágrimas? ¿Quién os ha enseñado a coronar con una corona de oro a la que tiene en las manos una corona de espinas?

Lloró la Virgen y sus llantos y dolores fueron primero profetizados en las palabras del Santo anciano (Lc 2, 35), y luego vigorosamente descritos con sublime concisión en aquella Señora, que estaba de pié junto al patíbulo de su Divino Hijo (Jn 19, 25); y estas lágrimas nos obtuvieron salvación y gracia.

Según referencias de los testigos, mostró la Virgen, —aún en medio de su eterna felicidad y como señal de su materna solicitud por la salvación de sus hijos— angustia y tristeza, hasta el punto de parecer que estaba para romper a llorar, al ver vuestra catolicísima nación asolada por la persecución, manchada de sangre, arrastrada a tales extremos por el odio sectario que podría decirse en peligro aquella vieja y santa herencia de fe, especialmente si se conseguía llevar a cabo el propósito de descristianizar la educación de vuestros hijos. Y ¿quién podrá dudar de que fueron aquellas angustias y aquellas tristezas las que impetraron del cielo las fuerzas necesarias para poner un dique a las potencias del mal y preparar esta primavera de las almas, cuyos frutos ahora vosotros tenéis el gozo de contemplar?

Son lágrimas, pero lágrimas preciosas, que bien merecen, hijos amadísimos, vuestra gratitud más sincera; son dolores, pero dolores cuyos frutos vosotros estáis gozando y en los que justamente habéis de ver una singular manifestación de amor maternal. Bien están, pues, las fiestas y el júbilo, bien la corona de oro, aunque todo os recuerde una vez más aquel contraste sublime, que hace de las alegrías de la maternidad una fuente de lágrimas, y que convierte a toda madre, consciente de su misión, en una heroína del deber.

Pero todos vuestros agasajos y solemnidades podrían quedar en simple ruido, que el viento se lleva, si vuestra piadosa consideración no se detuviese un momento a pensar: lloró la Virgen, pero ¿no llorará acaso también hoy, y quién sabe si por culpa nuestra?

Porque, efectivamente, amadísimos hijos, ¿con qué ojos podría Ella ver, por ejemplo, una vida de fe reducida acaso a una serie de manifestaciones exteriores y privada de aquel espíritu interior, que todo lo valoriza y sin el cual lo exterior no significa ni vale nada? ¿Qué efecto le habrá de producir un corazón orgulloso y altanero, que al pobre y al humilde les mira de arriba abajo y parece que no sabe sino ser superior a quienquiera que se atreva a comparecer en su presencia? ¿Encontrará Ella el amor que se debe a su Divino Hijo, la obediencia a la Iglesia, la observancia de los mandamientos y de los preceptos? Lloró la Virgen, hijos amadísimos, y no obraríamos con la sinceridad con que queremos obrar, si no os dijésemos que mucho tememos que llore todavía; sin poder dudar, claro está, del consuelo y de la alegría que le procuráis con vuestra piedad filial, especialmente en estos momentos.

Y ha sido Quito, la legendaria e histórica Quito, que recostada en la ladera del orgulloso Pichincha y coronada de cumbres volcánicas, se diría que duerme un sueño de gloria en la paz templada de su alta meseta; ha sido Quito, la de la encantadora «Azucena», que Nos mismo tuvimos la singular satisfacción de elevar al máximo honor de los altares, la que hoy ha preparado a su Madre Dolorosa este triunfo, pagando una vieja deuda de gratitud en la que más que el oro y que las piedras preciosas lo que cuenta, como en todo don filial, es el corazón con que se ofrece. Ciudad feliz, porque, como dice el Espíritu Santo, honrar a la propia Madre es lo mismo que juntar un gran tesoro (cf. Ec 3,5); dichosa ciudad y dichoso país, si sabéis ser fieles a lo que en tan solemne ocasión habéis prometido, porque, como podríamos decir parafraseando las expresiones de un gran Doctor de la Iglesia, bien está que el primer pensamiento haya sido honrar a vuestra Madre, y luego haya venido el propósito de huir del pecado y vivir una vida mejor; pero si un día tales propósitos se olvidaran, ni se da gracias como se debe, ni valen nada las honras y alabanzas.

Recíbelas Tú benignamente, oh Dolorosa del Colegio, o, como más universalmente eres conocida, Dolorosa de Quito; recíbelas Tú, y que sean precisamente Tus dolores, que sean Tus lágrimas las que descendiendo sobre esa tierra fértil, hagan prosperar y madurar frutos de perfección cristiana y de santidad. Es un pueblo que te ama y que no quiere verte llorar más; es un pueblo dispuesto a llorar él sus pecados con tal de que Tú sonrías; es un pueblo de hijos tuyos, de devotísimos hijos tuyos que hoy te ofrece esa corona, como prenda tangible de reconciliación, como memoria perenne del amor que Te profesa, como señal de reconocimiento de Tu soberanía maternal. Es un pueblo predilecto que, aunque te haya costado lágrimas, puede asegurarte que no son lágrimas perdidas, sino que precisamente por ellas confía plenamente en Tu bondad y en Tu intercesión ante Tu preciosísimo Hijo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos. Amén.

Para terminar, una Bendición especial a Nuestro amadísimo Hijo y Prelado vuestro, a cuyas manos hemos confiado la imposición de la corona, que bien hubiéramos querido imponer Nos mismo con las Nuestras; una Bendición a esa ciudad y a toda la nación ecuatoriana; una Bendición a toda la América de lengua española y, más en particular, a todos aquellos que en estos momentos, de un modo o de otro, oigan Nuestra voz.


Fuente - Texto tomado de ES.ALETEIA.ORG:
https://es.aleteia.org/2020/04/20/milagro-de-la-dolorosa-el-dia-que-la-virgen-abrio-y-cerro-los-ojos-en-ecuador/


Fuente - Texto tomado de ENCICOLPEDIADELECUADOR.COM:
http://www.enciclopediadelecuador.com/historia-del-ecuador/milagro-la-dolorosa-del-colegio/


Fuente - Texto tomado de VATICAN.VA:

Santa Sara de Antioquía - Mártir - Fiesta Abril 20

  



Etimológicamente:
Sara = Aquella que es una princesa,
nombre de origen bíblico


Esta santa padeció el martirio durante la persecución del emperador Diocleciano.

Era la mujer de un alto oficial de la armada del emperador Diocleciano (284-305) de nombre Sócrates, entonces residentes en Antioquía y ambos cristianos; pero Sócrates, por temor a perder su puesto en el ejército, renegó de la fe cristiana mientras que Sara, por el contrario, continuó profesándola fielmente. 

Tuvieron dos hijos a los cuales, por la persecución, no pudo hacerlos bautizar en Antioquía, por lo que decidió trasladarse a Alejandría de Egipto. Se embarcó entonces con sus dos hijos con este propósito, pero la travesía peligró a causa del mar agitado que, llegando a cierto punto, arremetía contra la embarcación con tanta furia que todos temían un naufragio.

Sara, preocupada por la salvación de sus dos hijos, tanto la corporal como la espiritual, se hizo con el cuchillo una incisión en el pecho y con la sangre que le corría signó con la señal de la cruz la frente de sus niños y después los sumergió por tres veces en el agua del mar, invocando con una fórmula a la Santísima Trinidad

Pasada la tempestad, el mar se calmó y el viaje prosiguió hasta tocar puerto en Alejandría, donde Sara se dirigió al obispo San Pedro (300-310) para hacer bautizar a sus hijos, no creyendo que fuese suficiente el gesto hecho en alta mar. 

El obispo se encontraba precisamente administrando el sacramento del Bautismo a los fieles, por lo que Sara se puso en la fila con sus hijitos a esperar su turno; llegado éste, el agua del lavatorio de improviso se secó, por lo que Sara se volvió a formar otra vez. Por tres veces lo intentó pero en todas las ocasiones el agua se secó. 

Al término de la ceremonia el obispo se acercó a Sara y le pidió una explicación; ella le contó las peripecias de su viaje y que por la urgencia había realizado el rito del bautismo; de esta manera, el obispo comprendió la situación y aseguró a Sara que el Bautismo por ella administrado en el momento del peligro había sido totalmente válido y que por ello era inútil repetirlo. 

Partió de regreso Sara a Antioquía; llegada a casa, comentó el episodio a su marido, quien a su vez lo contó a Diocleciano. 

El emperador mandó llamar a Sara y la interrogó en modo casi brutal que ella, después de una sola respuesta, se quedó en un mutismo completo. Preso de la ira, Diocleciano la condenó a ser quemada viva junto con sus dos hijos. 

La única fuente que refiere su vida es el ´Sinassario Alessandrino´, conmemorándola el 20 de abril.


Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Mons. Suetta: «Un pastor nunca debe eludir el grave deber de decir la verdad en su integridad» «Aún a costa de sufrir oposición y persecución»



Mons. Antonio Suetta, obispo de San Remo-Ventimiglia (Italia) ha concedido una entrevista a La Nuova Bussola en la que reconoce que los obispos hablan hoy mucho menos que en tiempos pasados sobre cuestiones doctrinales y morales, sobre todo cuando toca enfrentarse a tendencias que imperan en el mundo de la política, la cultura, los medios de comunicación e incluso en la escuela. El prelado advierte que lo que se conoce como «pastoralismo» es ajeno a la fe católica.


18 de Abril de 2023 / 6:32 PM


(LNB/InfoCatólica) La Nuova Bussola ha entrevistado a Mons. Suetta, uno de los obispos italianos que más se caracteriza por defender la fe y la cosmovisión católica en Italia.


Excelencia, ¿le parece realista la observación de que los obispos, tanto juntos como a título individual, salvo contadas excepciones, guardan silencio incluso cuando deberían hablar?


Sin duda se nota cómo, en comparación con hace algunas décadas, las intervenciones sobre cuestiones doctrinales y morales tienden a disminuir y a producirse, cuando sucede, de forma más tenue, tanto por lo que se refiere al episcopado en sus estructuras nacionales como a los obispos a título individual. Con excepción de algunos temas, principalmente cuestiones sociales contingentes, es raro oír pronunciamientos que se refieran a opciones político-institucionales o a tendencias de costumbres incuestionablemente preconizadas por el mundo de la comunicación social, de la cultura y de la escuela.


En su opinión, ¿depende esto de factores contingentes o personales o de una nueva forma de entender la función del obispo en la Iglesia? En este último caso, su silencio sería más preocupante.


No se puede negar que un estilo pastoral queda invalidado por la imagen «de puntillas», deseosa de situarse «al lado» de las personas en una perspectiva más dialogante y «tolerante» en nombre de una esperada y mayor inclusión y respeto del papel de la conciencia y de la gradualidad de los itinerarios existenciales individuales.

Tal sensibilidad, estimulada constantemente por la promoción generalizada de actitudes homologadoras y por una antipatía cada vez mayor hacia propuestas veraces que a menudo degeneran en posturas persecutorias y marginadoras, puede conducir, por desgracia, a la atrofia de funciones esenciales en el ministerio de un obispo. Esto debe ser motivo de preocupación y de reflexión adecuada.


Lo primero que dice un obispo recién elegido cuando entra en la (nueva) diócesis es que ha venido a escuchar y a aprender. Es una actitud comprensible, pero que a menudo pasa a un segundo plano frente a la enseñanza de la verdadera doctrina, que es el principal objetivo del obispo. ¿Se olvidan un poco los obispos de que tienen esta tarea de enseñar?


En efecto, nos exponemos al riesgo de adoptar acríticamente una jerga derivada de lugares comunes, tan extendida y omnipresente como vacía y a veces engañosa, o al menos reductora. Huelga decir que toda experiencia de vida y de fe constituye para las personas y las comunidades una preciosa oportunidad de crecimiento, conocimiento y aprendizaje. Y, desde este punto de vista, es verdaderamente hermoso que un pastor se reconozca en un camino y en una historia de personas marcadas por la gracia del Señor y por el don de la fraternidad. San Agustín lo expresó sucintamente en una frase, que ha permanecido famosa: «para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano».

El hecho de ser plena y principalmente miembro del Pueblo de Dios no puede hacer olvidar al obispo la tarea nativa de enseñar la doctrina, como nos recuerda el Decreto conciliar Christus Dominus: «En el ejercicio de su ministerio de enseñar anuncian a los hombres el Evangelio de Cristo, que es uno de los principales deberes de los obispos, y lo hacen, con la fuerza del Espíritu, invitando a los hombres a la fe o confirmándolos en la fe viva. Que les propongan el misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades que no se pueden ignorar sin ignorar a Cristo mismo; y que, al mismo tiempo, señalen a las almas el camino revelado por Dios, que conduce a los hombres a la glorificación del Señor y, por tanto, a su felicidad eterna» (n. 12).


El «pastoralismo» es una enfermedad de la Iglesia actual. La pastoral es fruto de la caridad en la verdad y de la verdad en la caridad, mientras que el pastoralismo asigna a la pastoral una primacía que no tiene ni puede tener. ¿Qué piensa usted? Este «pastoralismo», muy presente en la teología contemporánea, ¿daña la conciencia episcopal de su carisma eclesial?


Para entender bien el concepto de «actividad pastoral», hay que remontarse a un componente del «triple munus de Cristo», que es el gobierno. Esta triple configuración con la persona y la misión de Jesús –don bautismal para todos los hijos de Dios– es objeto de una conformación específica con Cristo Cabeza y Pastor, que connota el sacramento del Orden y, en su plenitud, el Obispo, que es, en virtud de la sagrada ordenación, Maestro, Sacerdote y Pastor. El gobierno, como bien ha demostrado la doctrina conciliar, no es una cuestión meramente jurídica, sino que deriva de la gracia sacramental y está profundamente conectado con los demás aspectos del munus. De aquí se deduce que la actividad pastoral no puede ser una mera «estrategia» organizativa, ligada a los cambios de los tiempos, sino que está llamada a traducir el tesoro doctrinal de la revelación divina y la gracia fecunda de la liturgia en opciones para la guía de la Iglesia.

La idea, típica del llamado pastoralismo, de que de las exigencias de una praxis «al paso con los tiempos» surgen los prerrequisitos para los cambios doctrinales es muy peligrosa y completamente ajena a la fe católica.


En la Iglesia se está debilitando la convicción de que los obispos tienen la tarea de enseñar no sólo en cuestiones de fe, sino también en cuestiones de moral. Esto puede deberse al continuo alejamiento de la teología católica del derecho natural y, como señaló Benedicto XVI hasta el final de su vida, del naturalismo católico. ¿Podría ser que los obispos piensen ahora que intervenir en las leyes desde un punto de vista moral es un acto ideológico y no un acto de fe?


Espero que no, pero el riesgo del relativismo omnipresente e imperante siempre está al acecho. Estoy de acuerdo en que la aversión y el rechazo de la doctrina filosófica de la ley natural tienden a socavar la viabilidad de un diálogo adecuado y fructífero con la cultura y los órganos institucionales y legislativos. El texto de la Constitución pastoral Gaudium et spes aclara eficazmente:


«Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aún sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.

Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida». (n. 36).


Estoy profundamente convencido de que, aún a costa de sufrir oposición y persecución, un pastor nunca debe eludir el grave deber de decir la verdad en su integridad, tanto proponiendo la auténtica doctrina de la fe como refutando con valentía los errores y las situaciones –a veces aún más peligrosas– de confusión.

Las palabras del difunto Card. Giacomo Biffi: «El primer y más grande acto de caridad que se puede hacer con el hombre es decirle las cosas como son».


Fuente - Texto tomado de INFOCATÓLICA.COM:




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