martes, 18 de abril de 2023

San Expedito - Mártir - Fiesta 19 de Abril

  



San Expedito fue comandante de una legión romana y como tal defendió al Imperio ante las invasiones de los Bárbaros. Al convertirse en cristiano fue martirizado (posiblemente por orden del emperador Diocleciano) en Melitene, Armenia (hoy Malatya, Turquía). Junto con él murieron sus compañeros de armas: Caio, Gálatas, Hermógenes, Aristónico y Rufo. Muchos otros mártires dieron gloria a Dios en su época, entre ellos Santa Filomena y San Jorge.

Según la tradición, en el momento de la conversión, se le acercó el demonio, en forma de un cuervo que le gritaba:


"Cras, cras, cras" (en latín significa "mañana, mañana, mañana")


Así trataba de persuadirlo a que dejase su decisión para después, ya que el demonio sabe que lo que se deja para mañana hay mucha posibilidad de que se quede sin hacer. Pero Expedito aplastó al cuervo tentador con prontitud diciendo:




"¡HODIE, HODIE, HODIE! (HOY, HOY, HOY). No dejaré para mañana, a partir de HOY seré cristiano"


Así se convirtió en soldado de Cristo, utilizando desde ese momento su valor y disciplina para el Reino de Dios.

Aunque se desconoce el origen de su nombre, aparece en la Martiriología Romana junto a Hermógenes y compañeros. Su nombre es sinónimo con prontitud y se le tiene por gran y pronto intercesor.

A San Expedito se le invoca en problemas urgentes. Debemos saber que lo más importante es renunciar a la vida de pecado y decidirnos cabalmente por Cristo. Seamos pues inspirados por su prontitud y valor al seguir a Cristo en tan difíciles circunstancias cuando los cristianos eran perseguidos a muerte.


Que nosotros también digamos "HOY" a Jesús y aplastemos los engaños del tentador.


También se le venera como protector de jóvenes, estudiantes, enfermos, problemas laborales y de familia, y juicios.

En la iconografía, Expedito es representado como un soldado con una cruz en la que está escrito "HODIE" (HOY) y la hoja de palma (martirio). A sus pies hay un cuervo y la palabra "cras" (mañana).


ORACIÓN A SAN EXPEDITO
PARA VENCER LAS PRUEBAS


¡Señor Jesús acudo a tu auxilio!
¡Virgen Santísima socórreme!
San Expedito, tú que lleno de valor
abriste tu corazón a la gracia de Dios
y no te dejaste llevar por la tentación
de postergar tu entrega,
ayúdame a no dejar para mañana
lo que debo hacer hoy por amor a Cristo.

Ayúdame desde el cielo a renunciar
a todo vicio y tentación
con el poder que Jesús me da.
Que sea yo diligente, valiente
y disciplinado al servicio del Señor,
y no me acobarde ante las pruebas.

Tú que eres el santo de las causas urgentes,
te presento mi necesidad (intención).
Sobre todo te pido que intercedas
por mí para que persevere en la fe,
y así llegue al gozo del cielo
con Cristo, con la Virgen María,
los ángeles y los santos.
Amén.


ORACIÓN A SAN EXPEDITO




Mi San Expedito de las causas justas y urgentes,
intercede por mí ante Nuestro Señor Jesucristo,
para que venga en mi socorro en esta hora
de aflicción y desesperanza.

Mi San Expedito, tú que eres el santo guerrero.

Tú que eres el santo de los afligidos.
Tú que eres el santo de los desesperados.
Tú que eres el santo de las causas urgentes,
protégeme, ayúdame, otorgándome:
fuerza, coraje y serenidad.
¡Atiende mi pedido! (hacer el pedido).

Mi San Expedito, ayúdame

a superar estas horas difíciles,
protégeme de todos los que
puedan perjudicarme,
protege a mi familia,
atiende mi pedido con urgencia.
Devuélveme la paz y la tranquilidad.

Mi San Expedito.

Agradeceré tu intercesión
por el resto de mi vida,
propagando tu devoción
entre los que tienen fe,
cambiando mi vida
y mis costumbres,
glorificando desde ahora
a nuestro Padre
y anhelando un día
gozar contigo
de la eterna bienaventuranza.
Amén.


Padrenuestro, Avemaría y Credo


Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG:

HISTORIA REAL - Raymond Diocrès - El condenado al infierno: “Por el justo juicio de Dios, he sido condenado”



Imagen - De Vicente Carducho http://www.gabitos.com/museodelpradomadrid/template.php?nm=1329328103 2010-06-25 16:52:27,
Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37195307


Raymond Diocrès fue un profesor de la Universidad de París,
fallecido en 1084


El episodio más famoso de Diocrès, recreado en distintas obras artísticas, fue su funeral, en el que resucitó brevemente para asegurar que Dios le había juzgado y condenado. Uno de sus alumnos, Bruno de Colonia, asistió a tal milagro y decidió abandonar la vida civil e ingresar como monje.​

Las clases de Diocrès y su funeral figuran entre las escenas iluminadas de Las muy ricas horas del Duque de Berry. Pintores como Vicente Carducho, Gregorio Bausá o Eustache Le Sueur también recrearon escenas de su vida, especialmente las relacionadas con la vocación de san Bruno.


Texto tomado de ES.WIKIPEDIA.ORG:


“Por el justo juicio de Dios,
he sido condenado”


San Bruno, el fundador de la Cartuja fue testigo de uno de los prodigios que mayor revuelo causaron en su tiempo, no solo por lo extraordinario del suceso, sino por la gran cantidad de testigos cualificados que asistieron a él.

La Universidad de París lloraba la muerte de uno de sus más insignes profesores, Raymond Diocres, en el Año de Nuestro Señor de 1082. Si la Sorbona era ya una potencia en la Cristiandad, llamada a mediar en incontables disputas entre el Papado y los reyes y escuchada siempre con reverencia, Diocres era entonces su luminaria más admirada, consultado por estudiosos, príncipes y prelados, y dejando a su muerte fama no solo de sabiduría y erudición, sino de práctica de las virtudes en su máximo grado. Se decía entonces en París que, si un hombre había vivido una larga vida sin cometer un solo pecado mortal, ese era el maestro Raymond Diocres.

Naturalmente, si en vida había sido universalmente celebrado, su muerte conmocionó a la Cristiandad culta y sus exequias convocaron en la luego llamada ‘Capilla Negra’ junto a Notre Dame a lo más granado de la sociedad parisina junto a buena parte de sus alumnos. Y entre estos alumnos estaba el futuro San Bruno, con cuatro de sus hermanos de religión.

Como era costumbre, el cuerpo se depositó en el centro sobre una tarima, cubierto solo por una sábana blanca, alrededor de la cual se apiñaban los deudos. Empieza el Oficio de Difuntos y, conforme al ritual, el sacerdote oficiante se dirige al difunto con esta pregunta:


“Respóndeme: ¿Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades?”


La invocación es, por supuesto, retórica, y no se espera que el muerto responda. Pero eso es exactamente lo que sucedió. Clara y audible para todos los presentes salió de debajo del velo la voz de Diocres:


“Iusto Dei iudicio accusatus sum”, “por el justo juicio de Dios he sido acusado”


Pasado el primer susto, corren los más cercanos a levantar el velo y examinar al muerto, pensando en una muerte aparente. Pero no: el cadáver seguía frío y sin latido.

La conmoción entre los presentes es fácilmente imaginable, y el revuelo obligó a suspender por aquel día la ceremonia, mientras los prelados estudiaban qué camino seguir. ¿Qué significaba aquel prodigio? ¿Podría seguirse adelante con unas exequias, visto que el propio difunto parecía sugerir que estaba en el infierno? Los más doctos, sin embargo, no veían problema en seguir adelante. Todos, argumentaban, seremos algún día acusados de nuestras faltas, de las que ningún mortal carece, en el Juicio Personal tras la muerte. Había que seguir.

Así que se reanudó el oficio con el muerto de cuerpo presente. Pero la noticia del prodigio había corrido como la pólvora por la ciudad, y ahora era una multitud la que se agolpaba en la capilla para asistir a las exequias interrumpidas.

Con voz temblorosa, el oficiante repite la pregunta fatídica:


“¿Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades?”


Esta vez, el muerto se yergue y pronuncia con voz clara y fuerte:


“Iusto Dei iudicio iudicatus sum”, “por el justo juicio de Dios he sido juzgado”


Y vuelve a su postura yacente.

Varios médicos, alertados, acuden rápidamente a examinar el cuerpo mientras el revuelo crece más aún que antes. Certifican que Diocres está definitivamente muerto, y los prelados vuelven a conferenciar. Pero la conclusión es la misma: Todos habremos de ser juzgados en el último día. Hay que continuar con el rito.

Esta vez la ciudad entera está pendiente del rito. Con apenas un hilo de voz, vuelve a preguntar el sacerdote:


“¿Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades?”


Por última vez, el gran doctor Diocres se incorpora y con voz estremecedora exclama:


“Iusto Dei iudicio condamnatus sum!”, “por el justo juicio de Dios he sido condenado”


Y cae ya definitivamente inmóvil.

Por orden del Obispo y del Capítulo, previa sesión, se despojó al cadáver de las insignias de sus dignidades, y fue arrojado al muladar de Montfaucon. La experiencia convenció a Bruno, que frisaba entonces los 45 años, para abandonar el mundo definitivamente y marchar con sus compañeros a buscar en la soledad de la Gran Cartuja, cerca de Grenoble.


Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:




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