viernes, 2 de septiembre de 2022

San Gregorio Magno - Papa y Doctor de la Iglesia - Fiesta Septiembre 3

 

San Gregorio Magno
 64° Papa 
de la Iglesia Católica


Nacido en Roma hacia el año 540, de familia noble y cristiana, vive la desolación de la Urbe, caído el Imperio occidental, y el inicio de una época ascendente. Estudió Derecho y en 573 fue nombrado Prefecto. Como heredó la fortuna de su padre, construyó varios monasterios en Roma y se retiró al Monte Celio. Fue ordenado diácono y en 578 el Papa Benedicto I lo ordenó presbítero. Fungió como Nuncio en Constantinopla entre 579 y 586. Tres años después en 590 fue elegido Papa, misión en que se distinguió por su oratoria, política tolerante, administración atinada, interés misionero en Inglaterra y España y tacto en la reforma del clero y la liturgia. Mereciendo por su ingente labor que se le considere gran figura entre las de todos los tiempos, y que se le haya otorgado el título de Doctor y Padre de la Iglesia latina. Su muerte acaeció el 12 de marzo del 604.

Gregorio I o San Gregorio fue el sexagésimo cuarto Papa de la Iglesia Católica. Uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina y Doctor de la Iglesia. Fue el primer monje en alcanzar la dignidad pontificia.

Escribe San Gregorio Magno en su Regla Pastoral:


"Importa que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores"


Su acción pastoral se refleja en varias de sus obras: "Regla Pastoral, Diálogos, Sacramentario y Antifonario". Se distinguió, también, por su obra bíblica (varios comentarios), ascética (su Moralina) y epistolar (859 cartas).

San Gregorio Magno escribió:


"Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso"


San Gregorio ofreció 30 Misas por el alma de un difunto. Más tarde ese difunto se le apareció en sueños a darle las gracias, ya que por esas Misas había logrado salir del purgatorio.

En otra ocasión, San Gregorio, estaba celebrando la Misa, elevó la Hostia y se quedó con ella en lo alto por mucho tiempo. Sus ayudantes le preguntaron después por qué se había quedado tanto tiempo con la Hostia elevada en sus manos y él les respondió:


"Es que vi que mientras ofrecía la Santa Hostia a Dios, descansaban las benditas almas del purgatorio"




Apenas muerto, fue venerado como santo y la tradición lo asumió como Patrón de los liturgistas, sabios e investigadores, por su amplia erudición; de los músicos, chantres y cantores, por la escuela de canto que fundó (Cantos Gregorianos). Defensor contra la enfermedad de la gota y la peste; y Abogado de las almas del purgatorio por las "Misas Gregorianas" que hasta él se hicieron remontar.




En la iconografía aparece, como todos los papas, con la tiara y la cruz papal; en calidad de Padre de la Iglesia (uno de los cuatro grandes de Occidente) al igual que la tradición conoce como El Grande; y como monje. Una paloma, símbolo de inspiración, una cartela con notas musicales, los emblemas pontificios y el ánima sola o varias almas del purgatorio son sus atributos principales.





San Gregorio Magno
clasificó en 7
los pecados capitales:


1. Soberbia
2. Avaricia
3. Lujuria
4. Ira
5. Gula
6. Envidia
7. Pereza


Estos 7 pecados se llaman capitales porque son cabezas y como fuentes y raíces de otros vicios que de ellos nacen. Los vicios, como contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la conciencia e inclinan al mal.




  1. Soberbia: Es considerado el original y más serio de los pecados capitales, es la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros. Según la Biblia, este pecado es cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios. Soberbia y Orgullo son sinónimos. El Orgullo es disimulable e incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la Soberbia se la concreta con el deseo de ser preferido a otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad, del Yo o ego. Por ejemplo, una persona Soberbia jamás se "rebajaría" a pedir perdón, o ayuda, etc.
  2. Avaricia: Es como la lujuria y la gula un pecado de exceso. La avaricia (vista por la Iglesia) aplica sólo a la adquisición de riquezas en particular. Tomás de Aquino escribió que la avaricia es "un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales". Avaricia describe otros ejemplos de pecados: Deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspirados por avaricia.
  3. Lujuria: Pecado producido por los pensamientos excesivos de naturaleza sexual. La lujuria en su máximo grado puede llevar a compulsiones sexuales o sociológicas y/o transgresiones, incluyendo la adicción al sexo, el adulterio y la violación.
  4. Ira: Sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enojo. Se puede manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacia uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos), fanatismo en creencias políticas y generalmente deseando hacer mal a otros. Odio e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a la discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más serias, incluyendo homicidio, asalto, y en casos extremos, genocidio. La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal (aunque uno puede tener ira por egoísmo, por ejemplo, por celos).
  5. Gula: Se identifica con la glotonería, el consumo excesivo de comida y bebida. También incluye ciertas formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de substancias o las borracheras pueden ser vistos como ejemplos de gula.
  6. Envidia: Se caracteriza por un deseo insaciable. Aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y por consiguiente, a desear el mal al prójimo, y sentirse bien con el mal ajeno.
  7. Pereza: Es una tristeza de ánimo que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. Si nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados, por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.


La Iglesia Católica Romana reconoce 7 virtudes que forman parte del Catecismo (que corresponden a cada pecado capital):


1. El pecado de la Soberbia se vence con la Virtud de la Humildad: Característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto; es la ausencia de soberbia.




2. El pecado de la Avaricia se vence con la Virtud de la Generosidad: Hábito de dar y entender a los demás. En momentos de desastres naturales, los esfuerzos proporcionados de manera voluntaria, por individuos o grupos que entregan de manera unilateral tiempo, recursos, mercancías, dinero y afecto. La generosidad es una forma de altruismo y filantropía.




3. El pecado de la Lujuria se vence con la Virtud de la Castidad: Comportamiento voluntario a la moderación y adecuada regulación de placeres y/o relaciones sexuales, ya sea por motivos de religión o social. No es lo mismo que abstinencia sexual.




4. El pecado de la Ira se vence con la Virtud de la Paciencia: Actitud para sobrellevar cualquier contratiempo y dificultad.




5. El pecado de la Gula se vence con la Virtud de la Templanza: Moderación en la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad.




6. El pecado de la Envidia se vence con la Virtud de la Caridad: Desear y hacer siempre el bien al prójimo. Amor desinteresado hacia los demás, es la práctica organizada de la prestación de auxilio a los más necesitados. Empatía. Amistad.




7. El pecado de la Pereza se vence con la Virtud de la Diligencia: Prontitud de ánimo para obrar el bien. Es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Significa cumplir con los compromisos, no ser inactivo, no caer en la pereza, poner entusiasmo en las acciones que se realizan.




Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:

Los tips de una persona soberbia - según Santo Tomás de Aquino

  



¿Te crees mejor en todo? ¿Te cuesta ser compañero? ¿Te cuesta ver tus defectos pero criticas fácilmente los de los demás?


29 de agosto de 2016


La palabra “soberbia” designa un vicio negativo del espíritu, el superior a todos. Para Tomás de Aquino, el soberbio es el que tiene un amor desordenado hacia su propio bien por encima de otros bienes superiores. Es amor desordenado porque, como el soberbio no se conoce como quién es, sino que tiene un conocimiento de sí como de aquél que quiere ser, desea para él lo que no le es adecuado. El santo lo describe como el apetito inmoderado de la propia excelencia que, de paso, rebaja la dignidad ajena.

Otra nota que Aquino atribuye a la soberbia es que este defecto radica en la voluntad, y, precisamente por eso, el conocimiento de sí mismo está distorsionado. Por el contrario, el humilde sí que se conoce bien (“donde hay humildad hay sabiduría”, dice la Escritura). Por eso, para el santo, la soberbia impide la verdadera sabiduría. En rigor, el fruto seguro de la soberbia es la ceguera de la mente y la ceguera del corazón.

Santo Tomás distingue dos tipos de soberbio: el que se gloría en sus cualidades, y el que se atribuye cosas que en realidad le sobrepasan. Obviamente el segundo es peor –también más ciego– que el primero.

La soberbia tiene que ver con la vanagloria, es decir, del amor a la gloria mundana, porque tiende a ser considerado superior a quien se es, pues así como el honor social es –según Aristóteles– el premio debido de la virtud, la soberbia busca ese honor pero sin virtud.

La soberbia se presenta sobre todo en dos frentes: en el de la ciencia, y en el del poder. En cuanto a la ciencia, es bien conocido que ésta hincha, pues el que se cree que sabe, todavía no sabe como es debido. Por lo que al poder respecta, dos son las posibles causas de soberbia: la altura del status y las obras. No es extraño, pues, que, sobre todo en una sociedad como la nuestra donde “mandar” y “obedecer” no significan exclusivamente “servir”, la soberbia se manifieste en el sentirse “señor” del cargo en vez de “administrador” del mismo.

Seguidamente se intentan rastrear tres ámbitos de este defecto. Se atiende, en primer lugar, a la soberbia para consigo mismo; en segundo lugar, para con los demás y, por último, con referencia a Dios.


Soberbia personal


La actitud soberbia lleva al convencimiento de que sin el propio criterio y experiencia difícilmente se acierta en un tema o se realiza algo con corrección. Manifestaciones suyas son la arrogancia y la jactancia: cuando se siente pagado de sus propios éxitos por encima de su verdadera valía. El soberbio siempre habla seguro de sí, de forma rotunda, y no es capaz de admitir que otros le pueden hacer cambiar de criterio. Nunca reconoce que se ha equivocado.

Soberbia propia es, sobre todo, creer que el sentido del ser personal que se es coincide con el del yo que uno se ha forjado con sus títulos y currículum y con el que barniza su mirada y actuación. En el fondo, para captar el sinsentido de la soberbia, tal vez valga la pregunta del libro de la Sabiduría: “¿De qué nos ha servido la soberbia?”, pues si por ella agoniza el propio ser personal, tras su pérdida ¿qué se podrá ganar?


Soberbia respecto de los demás


Saber que uno es mejor que los demás en algo no es en sí soberbia (es muy posible que esté fundado en la realidad), pero hay que sospechar cuando uno es mejor “en todo” y tiende a despreciar las capacidades de los demás.

Al soberbio se le “ve venir”: anda con el cuello erguido y tiene miradas altivas, indiferentes o, incluso, aparta la vista de los demás. El soberbio no favorece la libertad ajena, sino que tiende a uniformar a los demás según su criterio. La soberbia promueve así mismo la injuria, pues tras solidificar una concepción tan fijista como rebajada de demás; tiende a ponerles etiquetas en base a sus propios juicios.

Así mismo, el orgulloso se inclina fácilmente a airarse, incluso por nimiedades, cuando algo contraría su voluntad. Soberbia es también cometer claras injusticias a los inferiores sin repararlas ni pedir perdón por ellas. Cuando es él el agraviado, guarda permanente rencor al agresor.

Es difícil trabajar con un soberbio, porque tiende a ver a los demás no como compañeros sino como subordinados; se fija más en los defectos de los demás que en sus virtudes; intenta controlar en concreto el trabajo de los demás, siendo el propio inmune a todo control; el aparentar interés ante la presencia de otros cuando en realidad no se ven sino personas que molestan a sus propios intereses.

El soberbio es un ingrato cuando le ayudan; suele negarse a desempeñar tareas “inferiores” y se “excusa” cuando le corrigen. Le gusta preguntar no para aprender, sino para poner en un brete al otro; objetar no para ayudar, sino para hacer valer la propia opinión. Suele tender a la precipitación en las decisiones de gobierno; a la pérdida de tiempo en asuntos insignificantes; a la desobediencia a sus superiores, y cuando es él el superior, tiende a extralimitarse mandando algo fuera de lo debido, y a sentirse “intocable”.

Es orgullo el desprecio (máxime sin justificación racional) de cualquier otra opinión, parecer, ajeno. Otra muestra es el juicio temerario sobre asuntos inciertos y realidades futuras. Y otras, la indignación, el desdén hacia el consejo sensato de los demás, etc.


Soberbia respecto de Dios


Una vida engreída, centrada en el yo, tiende a perder de su horizonte existencial a Dios. En el fondo, si el yo recaba su propia finitud, tal pretensión favorece el ateísmo. Para Agustín de Hipona, la soberbia no es más que una perversa imitación de Dios, al único que se le debe la gloria y el agradecimiento por todo. En cambio, para Tomás de Aquino, negar a Dios es mayor soberbia que pretender ser como él. En esa situación no se pierde, desde luego, la “idea” de Dios, pero el trato “personal” con él se torna, primero una cosa pesada, y luego desaparece.

El soberbio concibe a Dios, más que como un Padre, como una achacosa abuela de ojos ciegos para con los delitos del nieto; es en el fondo, un abusador de la misericordia divina. En suma, soberbia es hacer la propia voluntad, no la divina.

La aversión a Dios que este defecto provoca es distinta a la que provocan los demás vicios, pues en aquéllos uno se separa del ser divino bien por debilidad o bien por cierta ignorancia, mientras que en éste el rechazo se produce por el hecho de que no se le quiere aceptar, ni a él ni a sus mandatos. De otro modo: los demás vicios huyen de Dios, pero la soberbia se enfrenta a él.

Tomás recoge una Glosa medieval en la que se añadía que si bien este defecto es lo que más pronto aparta de Dios, también es lo que más tarda en volver a él. Por eso es tan peligroso.


Fuente- Texto tomado de ES.ALETEIA.ORG:

Cadenas de oración en redes sociales: No tan deprisa

  



Las recetas o fórmulas
para conseguir resultados
van en detrimento de la fe


“Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 19).


Aquí el Señor Jesucristo nos hace ver la importancia de unirnos en la oración por una intención particular; y Él no pone condiciones a la hora de invitar a sus discípulos a ponerse de acuerdo al orar. Quien quiera unirse a una intención de oración, por ejemplo del Papa, puede hacer la oración que quiera, a la hora y lugar que quiera; así como hacerla solo o acompañado o unido a alguien en la distancia a una hora convenida o no.

Pero hay que saber distinguir la diferencia entre unirse en oración por una intención concreta y real, aunque las personas no se conozcan, y hacer parte de una cadena de oración.

Hoy más que nunca, gracias a Internet, se ha incrementado la difusión de cadenas de oración para lograr unos fines determinados, amenazan con un castigo a quien no las siga o tratan de imponer algo. La Iglesia no acepta que se instrumentalice la oración, quitándole valor e importancia, con fines no santos.

En este sentido las cadenas de oración son censurables, y lo son por dos motivos:

  • En primer lugar, garantizan desgracia a quien no las haga, o las interrumpa temporal o definitivamente, o no las reenvíe. Y sustentan esta amenaza citando, obviamente, falsos ejemplos o testimonios. Quien advierte estas cosas, en nombre de Dios, es un falso profeta y peca gravemente. Nadie puede ponerse a amenazar en nombre de Dios.

  • En segundo lugar, estas cadenas engañan pues obligan a la gente a hacer mal uso de la oración, desvirtuándola o banalizándola. Este es el verdadero objetivo de este tipo de cadenas de oración. Y este objetivo se logra con el supuesto gancho del beneficio personal si se participa; en este sentido las cadenas de oración son superstición.


Vincular desgracia, condena o premio a una cadena de oración no va de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia; además el premio y la condena no están en la participación o no en dichas cadenas. Estas cadenas de oración son una superstición más, pues se le atribuye a la simple materialidad de dichas oraciones una eficacia que no tienen.

Nos lo recuerda el Catecismo:


“Atribuir (a ciertas prácticas) su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición” (n. 2111).


Toda superstición es un serio problema al poner la confianza en prácticas ridículas, siendo de consecuencia una ofensa a Dios en cuanto se desconfía de Él. La superstición va contra el primer mandamiento de la ley de Dios y es señal clara de que la verdadera fe es inexistente; donde decae la religión crece la superstición. Así, no solo comete falta quien envía y difunde estas cadenas de oración sino también quien cree en ellas.

De todo lo anterior se desprenden varios errores:

  1. Un primer error es valerse de una supuesta necesidad ajena para beneficio personal.
  2. Otro error de estas cadenas es que son recetas o fórmulas para conseguir resultados en detrimento de la fe. La magia pretende conseguir algo a través de fórmulas que deben realizarse al pie de la letra para obtener el resultado deseado. Y el camino de fe se abandona para entrar en la senda de la magia.
  3. Estas cadenas de oración son un grave error porque “se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias” (Catecismo, 2111).
  4. Otro problema es el asunto de la amenaza por la no realización de una práctica intrascendente: es inaceptable. Esto sugiere tener un miedo infundado a Dios por solicitudes hechas por hombres, que pretenden hablar en su nombre.
  5. Un error más de estas cadenas de oración es la difusión de oraciones e imágenes que contienen errores teológicos. Esto es serio, pues las personas que no posean una fe muy sólida y bien fundamentada pueden caer en un error o ahondar en otro, en detrimento de una sana oración y de una correcta relación con Dios.
  6. Un sexto problema de recurrir a estas prácticas y basar la fe en ellas, es el abandono de Dios en detrimento de nuestra salvación. Cuando nos damos cuenta que Dios no responde al agitar nuestra varita mágica, cuando vemos que Dios no cumple lo que le pedimos viene el desencanto y la frustración.
  7. Un séptimo error está en que se quiere “motivar” a los demás a propagar una cadena para conseguir lo anhelado de una manera fácil, rápida y eficaz, aún por encima del cumplimiento de la voluntad de Dios; voluntad que el buen seguidor de Cristo tiene que concretar, aún con esfuerzo, en su diario vivir.
  8. Un último problema, y no menos importante y que no hay que excluir aunque no sea de carácter religioso, es que estas cadenas, cuando son enviadas por e-mail, se usan con frecuencia para buscar información, difundir virus informáticos, etc.


Todo se centra en dos errores: A Dios no se le ponen plazos, ni Él responde a las exigencias que le hacemos; exigencias que le hacemos desconociendo sus planes para con nosotros a través de su divina providencia y sabiduría.

La motivación de la oración a favor de alguien deber ser el amor. Se ora por verdadero amor al hermano o hermana en la fe que sufre. Y se ora sin olvidar que la oración se debe acomodar a la voluntad de Dios. Nunca podemos presionar a Dios para que Él realice lo que deseamos; la oración simplemente es para ponernos en sus manos, para poner en su corazón amoroso nuestra vida y nuestros destinos, “como un niño en brazos de su madre” (Sal 131, 2).

Debemos tener presente que no podemos manipular a Dios. Él no actúa de acuerdo a la voluntad humana. Dios no es un dispensador de milagros y la relación con Él se basa en la confianza. Nosotros debemos estar en comunión con Dios en cualquier circunstancia de la vida. Quien confía en Dios lo reconoce como Padre y sabe que el triunfo está asegurado, pero no al estilo de los hombres según una lógica humana.

El que confía en Dios tiene la certeza en su corazón de que la cruz no es el final del camino. El que confía en Dios sabe que aunque las cosas no marchen bien, Él nunca nos desampara. No se trata de asegurarnos las cosas mediante nuestras acciones, recursos o medios, sino tener la seguridad de sabernos amados por Dios; es importante creer en la paternidad de Dios y en su providencia.

Difundamos el amor de Dios sin condicionamientos como Jesús nos enseñó. La auténtica oración es una solicitud a la omnipotencia de Dios hecha con confianza, pero también con el más absoluto respeto a su voluntad. Por tanto hay que decir:


“No a estas cadenas de oración”. Y que nadie se sienta mal o culpable o en pecado si ignora dichas cadenas.


Sigamos mejor en una vida de discipulado, en obediencia a los mandamientos, en fe, oración y en el amor a Dios y a los demás.


Fuente - Texto tomado de ES.ALETEIA.ORG: